Una rubita de 18 años

"Ha sido lo mejor que me ha pasado en una biblioteca y la mejor forma de perder mi virginidad ". Salió por la puerta de aquel edificio dedicado al estudio y desapareció. Yo seguí yendo pero nunca más la volví a ver.

Una rubita de 18 años.

Estábamos todos en plena época de exámenes. Libros para arriba, libros para abajo. Aquello parecía un infierno. Aquella biblioteca parecía cualquier otra cosa que lo que su nombre hacía referencia. Subí al segundo piso con la esperanza de encontrar un sitio para poder estudiar. Después de media hora, una plaza quedó vacante. Me senté y empecé a expandir todo mi material de estudio. Cuando ya me disponía a empezar, miré a la persona que tenía delante. Ella me miró y sonrió. Yo no le dí la menor importancia.

Mientras me peleaba con las páginas del libro, noté como si una mirada me estuviera presionando. Cambié la vista y me di cuenta que ella no dejaba de mirarme. Era preciosa. Me extrañó que no me hubiese fijado al sentarme. Tenía un pelo rubio largo que le llegaba por la mitad de la espalda y unos ojos castaños que harían perderse a cualquiera en ellos. Sus pechos eran pequeños pero firmes y sus pezones se podían distinguir tras su blusa blanca. Después de un breve tiempo mirándonos, ella me dijo en voz baja que me conocía de ir por allí y que se llamaba Isabel. Yo le correspondí con mi nombre y empezamos a conversar sobre lo que estábamos estudiando. Deduje que era joven por sus libros que decían 3º. En medio de la conversación, noté como su pierna se iba estirando y su pie hacía contacto con mi miembro viril. Éste no tardó en reaccionar pese a la sorpresa que me había llevado. Ella me miró y sonrió. Me dijo al oído que si me molestaba, cosa que yo le negué. Le pedí que no lo quitara de allí. Ella siguió y cada vez estaba más excitado. Me pidió que yo hiciera lo mismo, cosa que no tardé en hacer.

Llevaba una falda con volantes y mi pie se fue abriendo camino entre sus piernas. Noté cómo se humedeció mi pie, lo cual indicaba que ella también estaba excitada. Ella cambió su cara a la vez que yo iba recorriendo con mi dedo su clítoris. Podía verse que realmente estaba disfrutando. De repente me quitó el pie y me susurró al oído que la siguiera. Yo hice lo propio.

Entramos en el baño de aquella biblioteca y empezamos a besarnos. Ella bajó su mano hasta mi miembro y lo empezó a tocar por encima de mis pantalones. Los dos estábamos muy excitados. Sus pezones estaban duros y no pude resistirme en desabrochar su blusa y empezar a comérselos. Su respiración se hizo más profunda. Mientras hacía esto, la desabroché la falda y noté cómo sus bragas estaban empapadas de flujo. Empecé a masturbarla y ella siguió rítmicamente con movimientos de cadera. Paré de comerle los duros pezones y se agachó para quitarme los pantalones. Mi miembro salió disparado después de tanta opresión. Ella lo miró, empezó a acariciarlo y se lo introdujo en su boca. Empezó a chuparlo pausadamente mientras miraba mi cara de placer. Fue aumentando el ritmo mientras yo la iba siguiendo el ritmo con mis manos en su cabeza. Estaba a punto de correrme y ella lo notó. No paró y descargué dentro de su boca. Ella me correspondió con un suspiro de placer.

Se levantó y se quitó sus bragas empapadas. Su vagina no paraba de emitir flujo al exterior. La cogí por la cintura y la di la vuelta. Ella se apoyó en el lavabo y la penetré por detrás. Soltó un gemido de placer. Mi pene entraba y salía, deslizándose por sus lubricados labios vaginales. A la vez que la penetraba, ella se masturbaba jugueteando con su clítoris. Nos podíamos ver reflejados en el espejo que teníamos delante mientras yo arremetía contra ella cada vez con más fuerza. Noté como estaba a punto de correrme por segunda vez. Ella estaba a punto de llegar al orgasmo y cuando gritó de placer, llegó el mío. La descarga fue impresionante.

Saqué mi pene y ella se dió la vuelta pidiéndome más. Se sentó en el lavabo apoyó las manos detrás y abrió sus piernas. Su clítoris destacaba al igual que los abultados labios de su vagina. Me cogí mi miembro y lo empecé a rozar con su sexo. Ella gozaba con esos roces y en uno de esos momentos la volví a penetrar con tal fuerza que no le dio tiempo a jadear. Mientras la estaba penetrando, la cogí sus pechos y los empecé a tocar con movimientos circulares. Sus pezones seguían duros desde el primer momento, lo cual hacía que mis manos se recrearan más aún. Ella llegó a su segundo orgasmo y me susurró al oído que yo le diera en su boca el mío. Estando a punto de correrme, saqué mi pene de su vagina y se lo introduje entero en su boca. Descargué lo que me quedaba y ella lo lamió todo hasta dejarlo casi como estaba en un principio.

Nos pusimos la ropa y salimos de aquel baño en dirección a nuestros respectivos asientos. Allí seguían esparcidos los libros y apuntes. Nos sentamos y nos miramos. Ella recogió sus cosas y se levantó. Antes de irse me dio una nota en la que ponía:

"Ha sido lo mejor que me ha pasado en una biblioteca y la mejor forma de perder mi virginidad".

Salió por la puerta de aquel edificio dedicado al estudio y desapareció. Yo seguí yendo pero nunca más la volví a ver.

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