Una reforma, Yassin, Elsa y mi consentimiento
¿Por qué no olvidamos lo de separarnos?. Esto brotaba desde los labios de Elsa, todavía jadeante, todavía jugosos, mordidos, enrojecidos, carnales y sabrosos, recuperándose entre halitos, respirando esforzada, sudorosa, con los párpados intensamente fundidos y sus piernas abiertas y grapadas a m
- ¿Por qué no olvidamos lo de separarnos?.
Esto brotaba desde los labios de Elsa, todavía jadeante, todavía jugosos, mordidos, enrojecidos, carnales y sabrosos, recuperándose entre halitos, respirando esforzada, sudorosa, con los párpados intensamente fundidos y sus piernas abiertas y grapadas a mis glúteos…con una polla, la mía, todavía conmovida, dentro, demasiado dentro.
- Ufff – esto jamás debe preguntarse a un hombre en semejante circunstancia -… parece que la señora se olvida de Yassin.
- Ummm – lanzó un quejido caprichoso mientras, como si molestara retornar a la realidad, se liberaba costosamente del peso para darse la vuelta, rendida, pegajosa, atractiva, amantis religiosa que ha tendido su trampa y no parece haber conseguido decapitar al macho– No malmetas este polvazo….
- Ey, eres tu quien lo ha soltado.
Amaba y odiaba a mi mujer, a mi amante, mi mejor amiga, mi lacerante dolor de muelas….
Nuestra potencial separación no brotó por milagro, como tantas, fruto del hartazgo, de la taza del wáter abierta, el vaso en el fregadero o la falta de amor cuando nos miramos.
La adoraba y sé que ella, a su madera modosa, imperiosa y antojadiza, también lo hacía.
Nuestra aparente rendición como pareja sobrevino, más bien, por cierto porcentaje de puro ébano.
El hogar, aquel diminuto apartamento comprado con más ilusión que cartera, era un discreto y vetusto habitáculo que, sin embargo, gozaba de la inestimable ventaja de ubicarse en el corazón urbano.
En ella, Elsa demostraba a diario que era un ser resplandeciente.
De estatura modesta pero gigante y enormemente competitiva en cada faceta de su vida, exigía y se exigía siempre el máximo…desde las clases de inglés hasta el gimnasio, en la cola de un cine, discutiendo el precio de los melocotones o imponiendo su opinión entre despachos.
De carnes tan turgentes como el carisma, sufría de cierto acomplejamiento nasal que, no obstante, solventaba con una mirada incisiva, capaz de advertir a quien pretendiera comentarlo, que su integridad moral peligraba si osaba dar el paso.
Y yo, joven pero modesto, un humilde y discreto recepcionista hotelero, no podía parar de preguntarme, que había visto semejante hembra, en alguien que no resaltaba ni jugando al baloncesto entre pigmeos.
Todo ello saturaba mi cerebro con ideas de insatisfacción, de ridiculez, menosprecio o abandono mientras ella, arrodillada con cara de niña dulce y ojos de muñeca japonesa, abría la boca para chupármela en mitad de la cocina, con las persianas corridas de par en par al tiempo que la vecina, de reojo y enrojecida, intentaba con nervios y poca compostura, tender la colada.
- Me haces reír – confesaba cada vez que le hacía confidente de mis temores y sospechas – me haces reír – insistía – Y te prestas a mis travesuras. Además, contigo me corro como una posesa. No como los novios formalitos y de rosarios que mama me presentaba.
A excepción del abuelo nonagenario, antiguo anarquista reconvertido en paria genealógico, por eso de no casar con el ideal patrio, la familia política solía ignorarme con indisimulado descaro, considerándome un capricho pasajero de aquella hija empeñada en no casarse, no llegar virgen a los quince, no parir tres hijos antes de los treinta ni comulgar casi de diario.
Elsa detestaba su ascendencia, encabezando sus hartazgos con la madre, dominadora, maquiavélicamente manipuladora, incansable en sus objetivos hasta derribarlos, tuviera que pasar por encima de quien fuera…una enemigo, un rival, la felicidad de una hija.
Por eso siempre sospeché, y el tiempo solo sirvió para darme la razón, que la pasión sexual de mi pareja, era, para ella, una batalla ganada cada vez que entre gritos, se corría desaforadamente, lamiendo una polla como si se tratara de la actriz porno más talentosa, pidiendo ser follada por el culo, sin lubricante, a secas o apretándome la cabeza, la lengua digamos, contra su clítoris…en el sitio menos reservado.
En cierta ocasión el aprieto vino a visitarnos en la casa familiar y no tuvo otra ocurrencia que forzar un polvazo de tres minutos apresurados, sobre el lecho maternal, con un Cristo de medio metro presidiendo y el retrato de ellos, cara rígida, momento tieso, el día en que se casaron.
- ¡No te corras dentro! – suplicó cuando vio que no daba más.
Y sacándosela, yo extrañado porque tomaba la píldora, estrujó manualmente cada gota de semen, con delicadeza, con recochineo, sobre la cobertura, abandonando luego el lugar del crimen sin limpiar tan comprometedora falta de respeto.
Su orgullo la llevaba a esquivar las reuniones familiares, focos de continuas recriminaciones…comuniones de sobrinos, canelones calóricos de Año Nuevo, cumpleaños atiborrados de nata montada y papel de regalo, viacrucis de aniversarios, misa por tía Fulana a la que nunca se iba a ver en cuerpo a la residencia pero a la que se debía salvar el alma a base de pagar recordatorios a las sotanas.
Yo agradecía esquivar semejante agenda, más que nada porque, a medida que se veía como la relación de Elsa con el humilde no cascaba, la matriarca redobló su discordia contra su indeseado yerno, uniendo al ariete a unos primos encantados de someterme a la continua crítica.
Incluso, estaba seguro, el perro ladraba de más cuando llegábamos al cubil del clan, azuzado por su dueña quien, casualmente siempre lo tenía en brazos cuando abría la puerta, en parte para evitar darme dos besos, en parte para pellizcarlo.. “!guau, guau!”..y se agrandara la sensación de hostilidad contra el impío.
Elsa respondía acortando tales visitas o, cuando no quedaba otro remedio que teclear los nueve números del teléfono familiar, soportar el monólogo materno “Menganita me dijo cual, Butanita se engordó, el marido de la del quinto tiene cáncer…” mientras mi lengua dedicaba cariñosos lametones a una vagina crecientemente excitada a medida que la madre se enquistaba en tales banalidades.
- ¿De verdad?- preguntaba sin el más mínimo interés mientras sus dedos se enredaban entre mis cabellos y sus labios, rogaban que no parara porque se estaba corriendo.
- ¿Hasta cuando vas a estar viviendo en pecado como los moritos? – la escuchaba decir con el grito dominante.
Y en ese mismo, la muy fulana, apuntaba los pies, cerraba los ojos, echaba para atrás la cabeza, y se venía entre compulsiones llenándome la cara de jugos…divinos.
Me encantaban esas llamadas a la suegra.
Solo existía un límite….y paraba allí donde se encontrara su trabajo.
Si se intentaba, en mitad de una alargada llamada proveniente del bufete, repetir el cunnilingus que exigía cuando del otro lado quien hablaba era su progenitora, entonces podaba con una mirada fulminante, cualquier intención.
El acuerdo funcionaba.
Yo pobre, mal empleado, pésimamente pagado, con un futuro laboral nada halagüeño, rojillo, ecologista y convencidamente ateo.
Ahora si tal y como ella confesaba…”Con los pantalones bajados, haces verdaderas maravillas” y se reía mientras me los desabrochaba, ordenando que, me hiciera lo que me hiciera, sentado en el sofá, mi cara y concentración, no se despegaran del “Pasapalabra”.
Y lo que me hacía, conmigo intentando saber con la “R” forma geométrica resultante de la unión por la base de dos triángulos isósceles….y en lugar de rombo me salía rabo….con la “F” sensación de sorpresa absoluta ante un acontecimiento inesperado y en lugar de fascinación, resulta que solo pensaba en esa felación.
Ella falsa pija, de sangre ultraconservadora, de apellidos con pinta de muchos diplomas y coñito veterano con caché de quien se deja conocer por muchos y dejarlos a todos al gusto.
Una manera de ser enloquecedora….hasta que tuvimos que reformar el cuarto de baño.
Fue entonces cuando nuestra realidad económica hizo acto de presencia, recordándonos a los dos nuestra condición de mal pagados.
Con la grifería parcheada y el enlosado bailando tangos, una ducha era forzar la marcha de un cuerpo hace mucho enflaquecido.
No quedaba otra y hubo que encontrar remedios.
- Tendremos que echarle horas extras – sentenciamos – Si conseguimos sacar ochocientos euros en un mes….nos lanzamos.
Aunque sus padres se alejaban de toda riqueza, los tres mil euros del apaño no les suponían gran cosa.
Pero, amen del peaje que pagaría el orgullo, su madre atesoraría aquella victoria durante generaciones, exigiendo a cambio del favor, el que un cura que nunca había estado casado, nos diera lecciones sobre como debíamos estarlo.
No, Elsa jamás se perdonaría conceder una ventaja semejante en aquel duelo que duraba ya desde el parvulario.
Al final de un largo y agotador mes….apenas habíamos conseguido reunir quinientos.
- Sin vacaciones ni caprichos llegamos a mil doscientos. Con los ahorros dos mil quinientos….buff – parecía desanimarse delante del montoncillo de billetes de cinco, diez, cincuenta, uno de cien que se sentía prepotente y cientos de monedas de dos y un euro-…me veo pidiendo a la vecina hueco cada vez que me entre un retorcijón.
Por suerte o por desgracia…apareció Yassín.
Nuestro vecindario evolucionaba siguiendo la traza del país, de un monocolor catolicón y grisáceo a una variedad cromática que lo mismo se cagaba en Dios que rezaba mirando a Buda, el Ganges o la Meca.
La España que Santiago cerraba, estallaba para dar paso a una abierta capaz de ofrecer más posibilidades para la vista.
Y una de esas posibilidades, resultó ser Yassin.
Nuestro vecino senegalés era un personaje perfectamente adaptado, de modales existentes aunque breves, que llegó sin permisos para trabajar como mula aguadora, sobre el andamio.
Casi todo lo que ganaba marchaba por el camino africano, para mantener a su mujer y cuatro hijos por lo que encima de caminar entre extraños que lo veían a el como un extraño, debía de aprender a sacarse las judías en horario extralaboral, ganándole tiempo a la necesidad y el sueño.
Yassín se enteró de nuestras precariedades gracias al cotilleo del vecindario por lo que, cuando sus nudillos tocaron en nuestra puerta, poner de acuerdo las ganas con el apetito, fue cuestión de cuatro segundos y un apretón de manos.
- Yo os lo hago por dos mil – dijo – Y os lo hago bien que tengo experiencia – añadió, mostrando unas manos callosas, casi animalescas, capaces de abarcar una sola, toda mi, no precisamente discreta testa.
- Fuertote – escuché a Elsa, sin prestarle excesiva atención.
Esta fue la manera con la que, tras acordar horario en festivos de ocho a ocho, o laborales de diecisiete a veintiuna, plazo de entrega en un mes y pago de la mitad antes y la otra mitad después, el senegalés Yassín obtuvo permiso para entrar en nuestra vida….algo que nos inquietaba un tanto.
Al fin y al cabo, íbamos a dejar a un casi desconocido, a solas en una habitáculo ridículo, plagado de ropa interior, juguetitos íntimos y fotos comprometedoras…¿Quién nos garantizaba que no sintiera curiosidad por averiguar que contenía los hermosos pechos de Elsa o si entre nuestra ropa, paraba un camisón de satén negro con menos tela que trasparencia?.
Elsa era por naturaleza desconfiada y para satisfacer la misma, acordamos que sería yo quien cumpliría con un horario extendido para sacar unos euros de más, mientras ella regresaría a casa en cuanto acatara con sus ocho horas.
- Por si acaso – decía.
Pero Yassin no engañaba.
Yassín era eso, un buen hombre musculoso, trabajador y musculoso, habilidoso con el alicatado, musculoso, un artista de la fontanería y musculoso, mañoso, afanado, trabajador, sencillo….musculoso.
No, no nos engañó…..ni a mi con sus cualidades como albañil, ni a Elsa….con su musculatura.
Cada día, con cinco horas de sueño y dos turnos consecutivos, comprobaba, regresando al hogar, que los escombros se generaban, amontonaban y saneaban, que no se acumulaban ni retrasos ni excusas, ni polvo, que aquella reforma avanzaba con certeza y considerable profesionalidad….que Yassin era un tío con palabra.
Cada mañana, al regresar del décimo turno nocturno consecutivo, Elsa se despedía tras un ligero desayuno, con una sonrisa en la boca invadiéndole toda la cara, mostrando orgullosa como las baldosas nuevas iban, poco a poco, cubriendo cada pared de nuestra ya no tan deslustrado cuarto de baño.
La despedida era un leve beso.
De habernos apurado, tal vez hubiéramos tenido tiempo para un fugaz y desapasionado polvo.
Pero lo cierto, por mucho que nos dijéramos “te quiero”, es que habíamos pasado del par de desbroces diarios, a un fuego que se estaba apagando.
- Estoy derrotado amor – trataba de disculparme cuando, tras dormitar apenas diez minutos en el urbano, notaba por el sutil juego de lenguas, que Elsa tenía un hambre de las que ningún pan sacia.
- No te preocupes – se ofrecía comprensiva, acariciándome la cara – Esto tenemos que sacarlo juntos adelante – añadía, abriendo el cajón de la mesilla para rebuscar su consolador, uno violeta manual de 15 centímetros que usaba con rapidez y lascivia, corriéndose antes incluso de que yo anduviera ya, entre sueños, flotando.
Nunca me inquieté.
Nunca di de más en cualquier sospecha.
Todo era el tradicional estereotipo del chaval que se cree toro porque muge mucho, pues nadie le ha indicado que eso que lleva encima se llaman cuernos.
Días duros, muy duros, que se endurecieron todavía más cuando casi cumplíamos el trigésimo.
Aquella tarde, tras llevar quince horas dando llaves, recibiendo llaves, facturando, indicando sobre el mapa, soportando impertinencias, poniendo un café, tomándome cuatro, llegue al hogar con los ojos medio cerrados….con las sensaciones agotadas, apenas suficientes para indicar que me estaba meando.
- Cariño, la taza del wáter ya funcional pero el chorro de la cisterna baja algo flojo – escuché decir desde la cocina – Tira tres o cuatro veces que mañana Yassin lo ajustará mejor.
- Vaaale.
Respiré hondo, agradecido por no tener que llamar a pedir otro favor urinario al vecino.
Estaba tan agotado.
Tanto que, a primera vista, no reaccioné cuando, al abrir la tapa, encontré, pululante y flotando, un preservativo usado.
Usado y todavía relleno por una espesa capa de semen.
Usado, pringoso y extralargo.
Usado por alguien que no era yo pues desde el primer segundo, Elsa recurrió a la química para impedir que nada plástico, impidiera alcanzar la gloria.
- Cariño la tortilla esta hecha – mi cena favorita – con jamón serrano – mi embutido favorito – y tomate con pizca de ajo – sin duda algo le carcomía en la conciencia – Para que luego digas que no te cuido.
Y yo callado, por cansancio, por agotamiento mental, por ganar campeonatos de soplagaitas….imbécil y mudo, imbécil y tirando tres veces de la cisterna para cerciorarme que el agua retiraba el pecado, limpiaba aquella mácula, borrón y cuenta nueva, nada ha pasado, nada ha pasado, nada ha pasado.
No cené…”ya comí algo en la cafetería”… no me duché…”estoy demasiado cansado”… no dormí…”por tu culpa zorra”.
Cuando Elsa se levantó, lo fingí todo….fingí quererla, fingí estar adormilado, fingí acurrucarme en la cama buscando un refugio que no era contra el frío ni el despertardor…sino contra mi obligación de comprender que había pasado.
Ella besó mi frente, ella acarició mi pelo, ella llevó mi mano a su coñito, ella, no pude verlo, se dejó dominar por un gesto de placer justo antes de …”esto te está esperando”…mentirme y salir camino de su sustento.
Apenas escuché la puerta cerrarse, apenas escuché el ascensor alejándose, me levanté, iniciando un interminable ir y venir entre lo angosto, imaginando mil formas de obtener la misma placentera venganza, su humillación, su dolor, su…..y entonces descubrí que bajo el pantalón del pijama, paraba una polla tiesa.
La mía.
Pero ¿Qué te está pasando?.
Un impulso me llevaría a acercarme hasta sus braguitas, las mismas que llevaba la misma media tarde del mismo día de ayer en que alguien se las estuvo hurgando…allí tiradas, en el cesto de la colada semanal…rojitas, finas, tentadoras.
Las cogí, las olí y mi polla palpitó más intensamente, provocándome una arcada de miedo que obligó a que arrojara la prenda al suelo….aquello olía a pura y puta hembra.
¿Llamo a un abogado, llamo a un psicólogo?.
Me senté frente al ordenador…un modesto portátil con teclas desgastadas y escasa memoria situado sobre una mesita de despecho diminuta, única que se acoplaba al escaso espacio de nuestro dormitorio.
Estrujé mi cabeza entre las manos, como si quisiera estirpar cualquier idea de matarla, de perjudicarla, de abrir la ventana y tirarme con una nota colgada del cuello…”me reviento porque eres una mala zorra”.
Y entonces, entre los dedos…vi el “Postit”.
Uno rosáceo, colocado cuando en los noticieros advirtieron que había hackers capaces de introducirse en las webcam para gozar de los visto sin ser vistos.
Elsa tuvo la idea, atemorizada porque tan estratégico aparato, ofreciera a un pajillero barbudo y graso, lo que entre nuestras sábanas ocurría.
Cuando a las siete de la tarde cerré la puerta, estaba todo preparado.
Una notita amorosa sobre la mesita, un ordenador falsamente apagado y un “Postit” en la basura.
El turno se escapó con ritmo de tortuga.
Un turno nocturno, escaso de labor, con el ordenador del trabajo conectado al de mi propia casa…escapándome tras cada cliente, nerviosamente, desapasionado de la faena, llave perdida, ojeada, coche mal aparcado, ojeada, el huésped de la 316 quiere una puta, ojeada, servir dos whiskys sin hielo, otra ojeada, otra llave, otra, grupito que regresa de la opera, una hora, más ojeadas, toque de atención a un cliente con el volumen televisivo en la estratosfera, ojeada, ojeada, ojeada, subir una aspirina a la 211…rápido regreso, bajando las escaleras de tres en tres para trastabillado, echar la centésima ojeada.
Pero Elsa continuaba apareciendo por la habitación para ordenar su ropa, ajustar el
cargador de su móvil, hacer una breve llamada, tumbarse leyendo sobre la cama…banalidades.
Agotado por los nervios me dispuse a cerrar la facturación en el otro ordenador, desatendiendo mis atenciones del primero, pensando que la noche sería para ella de dormir y para mi de bostezos.
Y tanto puse mi concentración en cuadrar pagos en efectivo con pagos en tarjeta que, cuando media hora más tarde volví los ojos a mi derecha vi un trasero….un ecléctico, duro y ostentoso trasero negro, reflejándose en la pantalla.
Una mierda le dieron a las facturas y sus números.
Cayeron con mis últimas gotas de autoestima al suelo cuando al ascender la vista, vi que aquel culo prácticamente perfecto, tan solo era el punto central de un cuerpo que, en ascenso, iba tornándose en unas espaldas de trapecio, musculadas pero sanas, vibrantes, apetecibles….
El titán paraba frente a nuestra cama y, a ambos lados, se intuía sentada la presencia de Elsa, cuya cara tapaba el coloso.
Se veían sus dos piernas, abiertas y el mecido de sus cabellos a los lados de las cinturas del negro, movimiento propio de quienes desean lamer el deseo erecto…con la boca.
Pulse el botón del volumen, liberando todo sonido.
- Grrr – el emitió un gruñido para luego, posar sus dos manos a la altura de donde pararía la cabeza de ella y empezar, con movimientos muy lentos pero muy convencidos, a follarse su boca.
- Ummmm- parecía más una queja, como si aquel repentino cambio de roles la hubiera pillado por sorpresa.
- Hoy es el último día mi blanquita – la voz de Yassin hizo innecesario ver ninguna cara – Quiero follarte como te gusta.
Dios incluso podía escuchar perfectamente, el sonido de su saliva, humedeciendo la polla del senegalés metido a fontanero…dos estereotipos en uno.
Cuando Yassin creyó que ya tenía suficiente, se apartó.-….
- Eh, que no he terminado. Quiero más – se quejó mi novia.
- No….yo te daré más preciosa.
Dicho lo cual, sin preámbulos, la hizo levantar empujándola contra la mesita del ordenador.
Pude así ver por primera vez la cara, corroborada, clara, sin excusas de mi amor, de mi amiga y amante, con los labios humedecidos, fruto de la excitación, sangre de felación, entreabiertos y sus ojos, lejos del dominio que sobre mi había ejercido, entre asustados y deseosos, claudicados ante la magia africana de Yassin…tan cerca de la cámara que parecía ser ella la que me veía a mi y no viceversa.
- Cabrona – susurre como si pudiera escucharme.
Poco podía ver sobre lo que acontecía tras ella.
Solo que unas manos negras e inmensas, callosas y a la par dulces echaron hacia atrás sus caderas para luego hacer algo, algo, no hay que ser tonto que provocó una reacción desconocida en la faz de Elsa.
Su boca empezó lentamente a abrirse, primero para mostrar contención, con los dientes apretados, luego para dejar escapar un prolongado gemido.
- Oggggggggggggggggg.
….que duró el tiempo que necesitó Yassín para penetrarla, tan lento que parecía eterno en aquella primera arremetida, hasta las mismas entrañas….donde nadie, sobre todo yo, le había llegado.
Cuando el segundo empetón sobrevino, no tan lento, descubrí los ojos de Elsa….los en esos momentos desconocidos ojos de Elsa, tornándose hacia dentro, blanquecinos durante tres arrebatadores segundos.
- ¡!Ooooogggggggggggg!! – el gritó debió sobresaltar a todo el vecindario.
Desde atrás surgió la manaza derecha de Yassin agarrando del hombro a su presa para proporcionarle mejor fricción, mayor ritmo….porque el ritmo comenzó a acelerarse, el pelo de Elsa a alborotarse, el sonido carne contra carne a palpitar y los gritos, gemidos, suplicas, insultos brotar como un surtidor abierto.
- ¡!Te gusta blanquita!!....!Te gusta mi putita blanquita!.
- ¡!Siiiiiiii!!! ¡!Siii por favor no te pareeeesssss!! ¡!No te parés!! ¡!No te pares!!.
Escuché el sonido de una palma abierta golpeando con fuerza contenida un objeto blando.
- ¡!Ayyy!!.
- ¿Te gusta?.
- ¡!Oooo si, si, si, si!!
Yassín entonces puso una mano sobre la espalda de su amante, obligándola a descender hasta apoyar su cara en la mesa, apuntando todavía más su culo hacia donde paraba su barra negra.
Luego descendió las extremidades hasta reafirmar su hipnótico poder al depositar sus poderosos dedos, cinco a cada lado de las caderas, clavados en la carne blanca, iniciando un vaivén absolutamente despiadado hacia cualquier dolor que pudiera provocar en Elsa.
Pero no era dolor lo que provocaba.
- ¡!Aaaa, ayyy, aaaaa, ufffff!!.
La cara de Yassín comenzó a contraerse…no podía creer que un ser humano pudiera mantener ese ejercicio de potencia y elasticidad….y los gritos de Elsa a reventar la capacidad receptora del altavoz….el sexo, el sexo más animalesco directamente desde Senegal,
se estaba follando a mi mujer como ni yo ni nadie lo había hecho o haría desde entonces o hasta ahora.
Los empentones finalmente fueron tan absolutamente brutales que la cabeza de ella terminó por chocar contra el ordenador y este venirse abajo, sonando un “crack” que hizo perderse la conexión.
Pero no hacía falta nada más.
- Quiero sepárame.
La había esperado sentado sobre la mesa, con un vaso de vino barato entre las manos.
Soy un cobarde…lo se.
Siempre he necesitado alterar el equilibrio de alcohol en sangre para encontrar valor a la hora de tomar decisiones importantes.
El segundero del reloj descontaba, tic, tac, tic, tac, cada paso que restaba para escuchar el ascensor, escuchar el tintineo de las llaves, escuchar el leve quejido de los goznes, escuchar el taconeo de sus zapatos…
- ¿Separarnos?.
No enarcó las cejas, no suplicó, no lloró, no corrió su rímel ni se puso de rodillas, no pidió perdón por lo que ella ignoraba que yo supiera, no utilizó uno y mil recursos….sencillamente permaneció quieta bajo el portal de la cocina el tiempo justo para mirarme a unos ojos, los míos, que la esquivaban como si fuera yo el que cargaba con las culpas.
Tampoco habló.
En lugar de eso, arrojó sus braguitas sobre la mesa, que cayeron parte en el vino, tornando su blanco cutre en un tono rosáceo.
Alce la cabeza de manera absolutamente atemorizada.
Estaba acostumbrado a los imprevistos sexuales de Elsa pero no a la Elsa que se presentaba ante mi, avanzando con cara de “solo yo consiento”, quitándose el vestido con habilidad felina, lanzando sus zapatos donde paraba el colgador con la ropa semanal secándose, agazapándose bajo la mesa para extraer mi polla del pantalón de chándal y comenzar una rapidísima mamada.
- ¿Qué haces? – me quejaba sin echarme atrás, sin huir, sin correr, sin echarle todo a la cara y llamarla como mínimo guarra.
- Lo que ahora quiero es follarte duro.
Media hora después la montaba como un león…..”Se lo de Yassín”….media hora después sus muslos rodeaban mi cintura impidiéndome escapar de su carnal abrazo…”El muy cabrooonnn uffff folla como sandiós”….y yo hincaba tratando de demostrar yo que sé con alguien que creía ya una desconocida….”eres una puta, una putiiisima”…..su coño tan húmedo vibraba con cada embestida…”te gusta saber que me folla…lo se ooooggggg te gusta cielo”….y sus uñas arañaban mi espalda obligándome a hincar más adentro, a forzar el ritmo para volverla de gata a tigresa….”ufffff, Dios, uffff”….empezaba a perder la concentración, la capacidad mientras los dedos de ella eran capaces de apretar mis glúteos hacia sus caderas, girar la cabeza a su diestra y acerca mis labios a su cuello….”di que te corres como una bestia imaginando que me folla otro…!!Dilo!!”…..”!!!Si, si, si Elsa si oggggg!”.
Nos corrimos juntos.
Nos corrimos como nunca en todos aquellos años, haciendo que crujiera con nosotros, nuestro sufrido entarimado.
Elsa ni tan siquiera había cerrado la puerta del piso.
De seguras, en el bloque entero se sabría, que aquella tarde estuvimos friendo de todo menos empanadillas.
- Si, deberíamos olvidar lo de separarnos – admití.
“Calzonazos” – mi muy oxidada, machista y cejijunta educación pensaba lo que no sentía – “Mátala, pégale, pide hora, armas y padrinos”.
Porque mi felicidad se sentía incapaz de renunciar a algo tan vibrante, salvaje e incuestionable como lo que acabábamos de protagonizar.
Desnudos, contemplando el techo, sin sentir que el suelo estaba congelado, importándonos una mierda el mundo que parara más allá del rellano, hincaba rodilla ante Elsa para reconocer, las masturbaciones que me regalé frente a sus ojos en blanco, ansioso por contemplar sin pantallas ni fibra óptica, las arremetidas del cacho de carne que Yassin le ofrecía, en lo más íntimo de un coñito sumiso y humedecido…reconocí que el honor ofendido lo era más por la educación que por el deseo y que me complacería hasta la cima, el volver a ver algo como aquello, solo que conmigo y mis retinas sosteniéndose desnudas, justo enfrente.
- Voy a llamarlo – se incorporó ágilmente para alcanzar el fijo que paraba sobre una mesita liviana en una esquina bajo el cuadro hortera de un buen amigo y mal artista que nos lo regaló, más que por amor, por quitárselo de en medio.
Al hacerlo, dejó su pubis expuesto sobre mis labios y yo, colmó de la felicidad, lo lamí delicadamente, provocando que necesitara hasta tres intentos para marcar el número correcto y morderse la lengua para no exhalar un inoportuno gemido.
- ¿Yassín?.
- Si blanquita – escuché su vozarrón.
- Llegó el momento.