Una Propuesta Indecorosa

Mochila al hombro, voy en busca del dulce pájaro de la juventud... Y cuando lo encuentro, ya no se qué hacer...

UNA PROPUESTA INDECOROSA

El sonido de las notas de un piano da inicio, y los primeros acordes de la melodía que está comenzando anuncian una velada romántica. Ese jazz enciende mis sentidos y altera mis hormonas. Pero hablaré de él a su tiempo

Por ahora, mis pies descalzos pisan la arena. Mis ojos contemplan la inmensidad, la inmensidad de la noche y su cielo estrellado, la inmensidad del mar y sus olas quebrándose al hacer contacto con la playa. Ese murmullo impasible de la marea que sube atraída por la luna llena es lo único que logra calmar mi angustia y relajar un poco mi confundido corazón. La brisa acaricia mi cuerpo, lo refresca y juega con el corte de mi cabello haciéndolo ondular mientras camino contra el viento. Las sandalias las llevo en una mano, y en la otra el teléfono celular denunciando un mensaje que no me atrevo a contestar.

-"Si ambos nos traemos ganas, no veo por qué no aprovechar la ocasión, y disfrutarnos mutuamente. Después de todo, no seremos los primeros ni los últimos en hacerlo. Anda, atrévete a sentirme dentro de ti…"

Ante una proposición como esa muy pocos se negarían, y si yo me muestro indeciso no es por falta de deseo, sino por exceso de pudor. Y es que la mente que aún conservo infantil soñaba con ese amor que es para toda la vida, con esa entrega virginal a la persona amada con la que se intuía estar para siempre. Pero cuando la realidad golpea y las cosas color de rosa se tornan grises, no queda otra que levantarse del tropiezo y voltear hacia nuevos horizontes en busca de un mejor presente.

Y si "horizontes" inicia con la H de "hombres", es porque considero que la analogía para explorar nuevos territorios corresponde adecuadamente al acto de conocer, abordar y conquistar al sexo masculino, con toda la gama de experiencias y emociones, buenas o malas, que esto de por sí implica para los que somos hombres que gustan de otros hombres...

Después del engaño del primero difícilmente creí volver a entregarme a otro, pero lo hice y la experiencia no me incomodó para nada. Fue fantástica y todo comenzó a marchar bien de nuevo. Me di ánimos yo solo y decidí probar las mieles del sexo entre iguales con cuanto machito formal y correcto me lo propusiera. Estoy iniciando mi vigorosa juventud y anhelo aprovecharla. Pero bueno, del dicho al hecho

La verdad es que sigo siendo un poco tímido para andar de "culo flojo" por ahí, y desde esa última ocasión pocas veces he vuelto a compartir la alcoba con otro cuate, aunque eso sí, mis buenos fajes o morreos he tenido con compañeros de la universidad, desconocidos de antros y uno que otro familiar interesado en hacerlo solo para "probar que se siente…" Sí, como no. Por lo regular no pasan de besuqueos, caricias morbosas y una que otra mamada momentánea, pero de que mi trasero no ha vuelto a probar una buena verga, eso se los aseguro.

Y ahora, con ese mensaje vibrando en mi celular, con la majestuosidad de la playa nocturna como escenario, me debato entre la lujuria y el decoro. Después de todo, yo no me veo como el mariquita amanerado al que todos se cojen y luego abandonan con el orto chorreando leche después de cada encuentro sexual. No, para nada. Yo quiero gozar del sexo pero dándome a respetar, a desear, ser yo el que elija con quien hacerlo, si es preciso también con quién volver a hacerlo. Soy hombre y me gusta mi condición, para nada me considero una mujer atrapada en el cuerpo de un varón. Me gusta ser el que soy y si no me acuesto con todos es para que se den cuenta lo afortunados que son los que se acuestan conmigo. En fin, ideas mías, como diría el buen William, hijas de un cerebro ocioso

Continúo mi camino sintiendo los suaves granitos de la arena y el agua de las olas que al romper llegan hasta mis pies, ando indeciso y ya casi me acercó a mi destino: un modesto chalet alejado del bullicio y de la zona hotelera residencial en esta bahía mexicana. Pero eso sí, cercano al mar, higiénico a la vista, medio escondido entre los afilados riscos de la costa, y por lo mismo -y por razones de no estar en época vacacional- completamente falto de inquilinos. Bueno, no completamente. Solo estamos él y yo. Yo, el que esto cuenta; él, el hombre de la propuesta indecorosa.

¿Qué como llegué hasta aquí? Fue fácil. Tres horas y media en autobús de primera clase desde la Universidad donde estudio hasta esta playa del pacífico sur, oyendo por mis audífonos una y otra vez el Tiny Dancer de Elton John mientras observaba por la ventana el paisaje variopinto sintiéndome protagonista de una roadmovie en busca de una aventura que contar. ¿El motivo? Solo vivir la experiencia. Aventurarme en un viaje yo solo, con vistas algún lugar de interés pero sin tener un destino fijo a donde llegar. Solo sería el fin de semana que quería dedicarme a mí, a mí… y en mi mente a nadie más.

El tipo que hoy me espera con la sangre caliente lo conocí en este viaje. Compartimos asiento en el autobús a dos horas antes de llegar al final del trayecto. El anciano que venía sentado al lado mío bajó en uno de los poblados por los que pasamos y subió este hombre remplazando inmediatamente su lugar a mi lado. Como yo venía mirando por la ventanilla y con los audífonos puestos, no le presté importancia al nuevo pasajero. Pero de reojo percibí que se trataba de un tío como de 1.80 de estatura, delgado pero fornido, le pude apreciar un buen cuerpo, pero no le presté mayor atención. Yo venía atento en lo mío, recordando por momentos el pasado, planeando en otros mi presente, en lo que haría al llegar a la playa

Pasaron como 15 minutos desde entonces, hasta que mi compañero de asiento se atrevió a dirigirme la palabra dándome un par de golpecitos sobre el hombro para llamar mi atención.

-Disculpa que te moleste, pero ¿te incomodaría abrir un poco la ventanilla? Ya está haciendo un poco de calor y este autobús encierra el aire caliente.

Por estar sumido en mis "profundas" reflexiones ni cuenta me di que ya habíamos entrado en tierra cálida, cercana a la costa, y de que el clima propio del territorio había comenzado a sentirse, y yo seguía con la ventanilla cerrada cuando ya todos los pasajeros la habían abierto desde hace mucho. A pesar de tener los audífonos puestos pude oír lo que me dijo, pero al voltear a verlo me quedé pasmado por descubrir a semejante ejemplar masculino, y creo que le di muestras de no haber escuchado ni una de sus palabras. Él, muy apenado, volvió a repetirme su petición, yo mostré una sonrisa nerviosa, me quité los aparatitos ruidosos y le ofrecí una disculpa mientras procedía abrir la ventana.

-Perdóname, por venir pensando tonterías me olvidé completamente del clima –me disculpé sin dejar de ver su rostro.

-No te preocupes. Los que no somos de por aquí creemos que el calor se aguanta como en la ciudad. Pero es más extremoso en estas zonas, sobre todo si estás en plenos meses calurosos.

-Claro, tienes razón. Lo siento

Ese tipo estaba en realidad de muy buen ver. Tenía un porte varonil que enseguida notaron mis sentidos. Una cara de papito chulo que no te cansarías de contemplar, con barba rala de tres días, voz fuerte pero dulce, y de una personalidad agradable, según capté en mi primera impresión. En cuestión de edad obviamente era mayor que yo, le calculé unos 26 o 27 años. Todo un hombre en la plenitud de su vida. Claro que me gustó, pero como no suelo ser yo el que de el primer paso, y como además ¿qué posibilidades tendría en este momento con él?, no quise perder el tiempo imaginando tonterías y me limité simplemente a volver la vista hacia el exterior, mirando por la ventana que tenía al lado o mirando por el parabrisas que llevaba al frente, porque se me ha olvidado decir que mi asiento era de los de adelante, para ser precisos uno de los más cercanos a la cabina del conductor. Dejé los audífonos colgando sobre mi cuello, para que de esa manera pudiera seguir oyendo la melodía y pudiera oírlo a él en caso de que me hiciera alguna otra petición, petición que gustosamente atendería.

Pasó como media hora y este hombre venía leyendo con atención un artículo de la revista Selecciones que había sacado de su mochila de mano y que mantenía aprisionada entre sus piernas. Mientras que yo, en el paisaje, podía ver las grandes extensiones de tierra llenas de naranjos y plataneros, sin duda las principales actividades económicas de los agricultores de la región. Observé también, a orillas de la carretera, una señal de parada de autobuses próxima a nosotros en el carril contrario al nuestro, cercana a unos restos de lo que pareció haber sido una hacienda fructífera de principios del siglo pasado. Solo quedaban las ruinas de la fortaleza de piedra entre el pastizal que había suplantado a los sembradíos, y la hierba y los arbustos parecían haber plagado dentro del lugar. Cabe hacer mención que la carretera por esta parte del estado es en su mayoría en línea recta, y hay grandes territorios sin ningún signo de viviendas o poblaciones humanas, a excepción de los terrenos para la siembra, que por lo general son de temporada y la actividad humana en ellos se limita al trabajo por las mañanas, provocando que en las tardes todos los campesinos vuelvan a sus hogares y dejen solas las cosechas hasta el siguiente día, y a esa hora estábamos poco cercanos a las 4 de la tarde.

Quizá entro en detalles insulsos, pero digo esto porque me llamó la atención que en toda la extensión del paisaje no viera pasar demasiado transporte, ni sobre todo mucha gente. De hecho solo viajaba nuestro autobús por toda esa zona. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido para los demás excepto para los pasajeros a bordo del vehículo. Fue por eso que me llamó la atención ver a dos jovencitos, fuertes, de buena facha, cercanos a la parada de autobuses, los dos cargaban una mochila al hombro de distinto volumen. Creí que se trataría de un par de amigos, tal vez hermanos, pero la distancia que había entre el lugar donde estaba parado uno y donde estaba parado el otro era notable. Supuse entonces que eran un par de desconocidos que el destino había hecho coincidir en esa soleada y calurosa espera. Alcancé a percibir que de vez en vez uno de ellos volteaba a ver al otro pero que el otro se hacía el desentendido. Luego, cuando el primero miraba hacia otro lado, el segundo se volvía a verlo con –imaginé- evidente interés.

Pude apreciar todos estos detalles porque nuestro autobús hizo un alto a unos 100 metros antes de llegar a ellos y el chofer se bajó a echarle agua al motor. Quizá habrán sido cinco minutos los que duramos detenidos, pero fue el tiempo suficiente para ejercitar mi mente e imaginar lo que podría estar pasando frente a nosotros, esto claro, alimentado por la música de mi mp3 tocando I Still Haven't Found What I'm Looking For , de U2.

Los dos muchachos se notaban verdaderamente atractivos de cara y de cuerpo, pues vaya que el calor que hacía los obligaba a llevar sus camisas completamente desabrochadas, presumiendo su pecho desnudo y su abdomen marcado por el trabajo en el campo, lo digo porque sus jeans se mostraban desgastados y aunque no parecían, con toda seguridad pertenecían a una familia de jornaleros, pues todo lo evidenciaba de esa manera, o al menos yo así quise creerlo, además de que, he de decirlo, por aquí hay campesinos u hombres de rancho muy bellos, de ojos claros y cabello como la paja (la que se comen los animales) que le dirían "quítate" a uno de los modelos más guapos del país.

La forma de pararse no era casual, parecían estar tratando de llamar la atención del contrario, presumirse mutuamente quien de los dos tenía el mejor porte, el mejor cuerpo, el mejor lavadero; intentaban calentarse uno a otro igual que el Sol lo hacía con ellos, aunque luego no se atreviesen a hacer algo al respecto. La espera por un autobús parecía ya no ser tan importante desde que ambos se hacían compañía, solitaria compañía en medio de interminables plantaciones de fruta. Uno veía al otro y en alguna ocasión sus miradas se encontraron, ese otro bajó la vista y sonrió nerviosamente. El primero se dio cuenta de lo que había provocado y se sintió orgulloso, pero también sentía el deseo de acercarse a su compañero, de entablar conversación con él, aunque silenciosos como la mayoría de los hombres de campo, no se atrevían a intercambiar más que miradas, miradas disimuladas para recorrer con la vista esas gotas de sudor que resbalaban por la frente del otro, bajando por su pecho, continuando por su ombligo hasta desaparecer en el interior de sus ajustados pantalones. Esas gotas eran las que tenían suerte y humedecían un poco su sexo acalorado a punto de despertarse, porque las otras, la mayoría, se evaporaban apenas caían sobre la piel caliente. El calor los sofocaba, y no había techo con que protegerse de los rayos del Sol aparte de los muros de la exhacienda que con seguridad albergaría sombra dentro de sus cuartos vacíos, alejados de la vista exterior. Pero ¿quién de los dos se atrevería a marchar hacia allá, adentrarse en la fortaleza y resguardarse del clima? Eso fue precisamente lo que había pasado por sus mentes, pero atreverse no era fácil si se toma en cuenta que el morreo visual que se habían venido dando por quien sabe cuanto tiempo hubiera sido entendido ahora como una invitación a continuar ahí dentro una relación más íntima, más carnal, más pasional, entiéndase sexo duro y desenfrenado entre ese par de machitos hermosos, a la espera de un vehículo que los llevaría a alguna parte y separaría su encuentro casual. Montarse una cojida a pelo entre compañeros de labranza, sin condón y sin miramientos de romanticismo, coger bajo la sombra de un árbol o entre la espesa vegetación, follar al puro estilo animal para saciar la calentura y vaciar los huevos, es algo más común de lo que suele creerse por estos lugares, pero en hombres de campo es algo que se hace y de lo que nunca se habla. No se andan con romanticismos baratos, casi nunca hay sentimientos amorosos de por medio, solo sienten incrementar la llama del deseo, del deseo de poseer el cuerpo del otro, de darse placer mutuamente y satisfacer sus ganas de follar. Sin embargo, la verdadera audacia no es encontrar con quien hacerlo, pues siempre habrá un culo sediento y una verga dispuesta, el valor reside en quién se atreve a formular semejante propuesta al otro

Mi autobús arrancó y pude verlos más de cerca, admirar sus formas y desear bajarme a hacerles compañía. Me excité yo mismo y mi pantalón empezó a apretarme en la entrepierna. Pasamos frente a ellos y ellos bajaron la vista haciéndose los disimulados. No era este el autobús que esperaban. El de nosotros apenas iba, y ellos esperaban el de regreso. Los dejamos atrás y me asomé por la ventanilla solo para ser testigo de como el más rubio le hacía una seña con la cabeza al más moreno, como invitándole a seguirlo dentro de los restos de la fortificación. El otro le sonrió por respuesta, se limpió el sudor de la frente con el brazo y metiéndose ambas manos en las bolsas traseras del pantalón se dirigió sigiloso pero con firmeza tras su compañero de espera. Aún tenían tiempo para hacer lo que sea que estuvieran dispuestos a hacer metidos entre las ruinas. Tal vez solo resguardarse del Sol que les pegaba de frente, tal vez intercambiar información de nombres, trabajo y destino. O tal vez, y eso pienso, intercambiar besos, saliva, sudor, semen, fluidos corporales que lubricasen bien el roce de sus cuerpos viriles mientras se empeñaban en apagar uno la calentura del otro y luego a la inversa. En fin, conocerse y compenetrarse como verdaderos compañeros de viaje

Y hablando de compañeros del viaje, el mío notó la forma en que me acomodé el bulto del pantalón para que no se notara tanto, y creo también que se dio cuenta del interés con el que me quedé observando a ese par de apetecibles varones. ¡Dios!, si tan solo yo hubiera disimulado un poco

-¿No eres de por aquí entonces? –se me ocurrió preguntarle de momento, para disipar rápidamente cualquier pensamiento sospechoso que se estuviera formando de mí.

-Pues sí y no –me dijo de lo más normal, restando importancia a mi incidente-. Verás, mi hermano tiene un chalet cerca de la playa, pero está abierto al público solo en vacaciones, cuando baja de la ciudad de México con su familia. Yo trabajo en la capital del estado, y de vez en cuando me lo presta para ir a asolearme un poco. Tú sabes, para pasarme el fin de semana tranquilo, surfear y broncearme el cuerpo.

-Ah, pues que envidia. Llevas una vida a todo dar. Yo en cambio tengo que esperar las vacaciones para venir a nadar un rato, aunque a veces me doy mis escapadas de la escuela, aunque sin la ventaja del hospedaje gratis.

-¿Y a donde dices que te diriges ahora?

-Pues también a la playa. Vengo de escapada este fin, a ver que sale.

-Ah mira, que coincidencia. ¿Y ya tienes donde quedarte?

-En realidad no. Pero pienso buscar un hotel barato cuando llegue. Traigo pocas cosas y solo vengo este fin. Planeo regresarme el domingo a medio día.

-Jaja. Igual yo, solo que pienso venirme hasta el lunes. Quiero aprovechar cada hora que dure mi estancia por aquí... Oye, se me ocurre que si gustas un acompañante para este fin de semana, ahora que lleguemos por qué no te vienes conmigo al chalet.

-¿He?

-Sí, puedes hospedarte en el chalet. Da lo mismo en donde te quedes porque no conoces a nadie por allá.

-Mmm, suena bien, pero ¿lo dices en serio? Si ni siquiera me conoces.

-No hace falta, se nota que eres un chavo de fiar, sin malas mañas, y además a las personas nunca las terminas de conocer así lleves toda una vida viviendo a su lado. ¡Anda, ¿qué dices?! ¿Te animas a turístear conmigo este fin?

-Ah, pues gracias por la confianza, pero no sé, depende de cuánto me vayas a cobrar.

-No hombre, para nada. Si yo te estoy invitando. Además no me gusta estar solito en la playa. Siempre es mejor cuando alguien te hace compañía.

-Claro, tienes razón. Pero ¿y tú esposa no te acompaña…? –pregunté con toda la intención de tantear el terreno por donde probablemente pisaría.

-¡No, si todavía no soy casado!, gracias a Dios. Tengo una novia, pero está elaborando los últimos capítulos de su Tesis y no quiso viajar. Es que tú entiendes, cuando se trae una novia a la playa uno nunca se acuerda de la tarea o el trabajo, te la pasas bien a gusto duro y dale en "otras" cosas –dijo con una sonrisa pícara.

-Me lo imagino –conteste irónico también con una sonrisa-. Y a propósito, ¿cómo te llamas?

-¡Ah, disculpa! ¡Me olvidé que no nos hemos presentado! Yo soy Adam García. Mucho gusto –dijo al tiempo que me extendió la mano para saludarme.

-¿Adam García? ¿Cómo el actor? –le pregunté mientras estrechaba su mano, notando un primer estremecimiento de mi cuerpo ante ese segundo contacto físico con él.

-He, jeje. Sí, creo que sí.

-Ah pues que bien, no siempre se tiene la suerte de conocer un nombre de tanta importancia. Jaja.

Su propuesta me había tomado por sorpresa, no me la esperaba tan rápido, tan fácil, tan perfecta, aunque en mis recónditos deseos eso era justamente lo que anhelaba: pasar con él, junto a él, el fin de semana, los días enteros y las noches interminables. Le dije mi nombre sin negarme a su proposición, y terminé aceptando sin estar seguro qué tanta oportunidad tendría con él en un plano más íntimo, más personal. Y es que todo él respiraba virilidad, hombría, se veía hetero 100%. Y así era, aunque no tanto

Cincuenta minutos después llegamos a la estación de autobuses, y lo primero que hicimos fue ir a una tienda de abarrotes a comprar provisiones para los días que estaríamos en la costa, dividiendo los gastos, obviamente. Luego abordamos un taxi que, siguiendo las indicaciones de mi anfitrión, nos llevó hasta nuestro destino dándonos un precioso recorrido por la carretera cercana a la playa, con el inmenso mar de escenario a nuestro lado. A esa hora de la tarde el Sol ya estaba por ocultarse, y una vez que el taxista nos dejó frente a las escaleras empedradas que subían entre los riscos hasta el chalet prometido, bajamos las maletas y las bolsas con víveres, para cual mulas de carga, subir a cuestas el equipaje y la comida hasta llegar a la recóndita morada.

Aquel chalet tenía un gran patio estilo terraza, desde el cual se apreciaba la inmensidad del mar que teníamos enfrente. Sin haber entrado aún, pusimos las cosas sobre las mecedoras que estaban en el porche y Adam me llamó a ver desde la terraza el ocaso del atardecer. Es un espectáculo celestial cada puesta del Sol sobre el océano, y con aquella melodía de Pink Floyd Confortably Numb sonando en los audífonos que continuaban sobre mi cuello fue algo verdaderamente especial.

-Guarda este momento en tu corazón, es un obsequio por tu compañía –fueron las dulces palabras que salieron de la boca de Adam cuando el Sol se ocultaba cobijándose en el mar, tiñendo sus dorados rayos en las aguas hasta desaparecer bajo el océano.

De haber sido su novia seguramente hubiera saltado sobre él para darle a cambio uno de los besos más inolvidables que he dado en mi vida, acariciar todito su cuerpo sensual, sus brazos musculosos, su fuerte espalda, su abdomen plano, besando una y otra vez sus labios que clamaban ser besados, pero tuve que contenerme y le agradecí el detalle con una franca sonrisa, siguiendo de pie a su lado, contemplando la hermosa puesta de Sol

El astro se ocultó y entramos al chalet. La decoración era agradable, en la planta baja se encontraban las habitaciones de la familia de mi nuevo amigo, y en la planta alta estaban las dedicadas a los huéspedes. Cada cuarto tenía su propio juego de llaves, pero Adam me advirtió que al creer su hermano que él iría con su novia, solo le había dejado la llave de la recamara principal, y de ninguna otra alcoba. Así que por lo visto tendríamos que compartir cama, "cama y tal vez algo más", imaginé sin recato en mi fantasiosa cabeza. Pero antes de instalar nuestras cosas en donde correspondían, las dejamos sobre los sillones de la estancia, y procedimos a hacer la limpieza de los pocos espacios que ocuparíamos por el fin de semana, es decir: la cocina, la recamara, el cuarto de baño, la sala, la terraza, y por consiguiente todos los muebles y aparatos domésticos que en ellas se encontraban.

El calor y el trabajo de limpieza nos tenían sudando copiosamente, y en un momento Adam optó mejor por quitarse la playera y continuar haciendo el aseo con el torso desnudo, para ventilarse un poco. Yo quedé fascinado al contemplar por vez primera ese abdomen semivelludo, con pectorales grandes, cintura firme, espalda ancha y pecosa, como a mí me gustan. Mis deseos que estaban despertando por él comenzaron a acentuarse más. No dejaba de mirarlo, se me hacía tan varonil verlo así, con su pantalón de mezclilla puesto y la mitad de su cuerpo desnudo, moviendo la escoba y el trapeador por todos los rincones disponibles en el chalet, y en ese momento en que se agachaba a recoger algo al piso, cuando quedaba en cuclillas, alcanzaba a ver que sobresalía el elástico gris de su bóxer de lycra gris, y el inicio de un trasero redondo y firme. Nada en su cuerpo estaba fuera de lugar, lo juro, pero aún me faltaba más por ver

Terminado el trabajo se metió a bañar y salió ahora vistiendo una camiseta blanca sin mangas y una bermuda color marrón, que se ajustaba de maravilla a su abultadito trasero mostrando sus trabajadas y velludas piernas. En verdad que hay hombres así, tan buenos y papasotes que dan ganas de comérselos enteros de lo guapotes que están. Yo había metido las cosas al refrigerador cuando me avisó que el baño ya estaba listo por si quería darme un buen regaderazo y ponerme cómodo en lo que él preparaba la cena con los alimentos que habíamos comprado en el Super. Le tomé la palabra, saqué de mi maleta las toallas de baño y me dirigí a la ducha para refrescar mi cuerpo con el agua que ahí brotaba, tibia, porque la fría para bañarme no la soporto. Y aunque sé que tengo buen cuerpo, debo confesar que soy muy pudoroso para mostrarlo en público, pero la ocasión lo ameritaba, así que una vez hube terminado de ducharme, salí del cuarto de baño con solo una toalla enredada en la cintura y con la otra cubriendo mi espalda. Mi cabello mojado aún goteaba agua sobre mis hombros, pero según yo me veía bien en aquella escena que planeé para captar su atención y así poder notar si había algún tipo de destello homoerótico de él hacia mí, porque de mí hacia él claro que lo había. Pero cuando salí del baño no vi a mi anfitrión en la estancia y supuse que seguiría trabajando en la cocina. Supuse también que mi plan no iba a tener resultados, así que me dirigí a la recamara y me preparé para vestirme sacando la ropa que me pondría para esa noche, la cual consistía obviamente en un short playero y una camisa de lino muy fresca. Terminé de secar mi cabello y me quité la toalla de la cintura para ponerme mis interiores, y en eso estaba cuando se abre la puerta de la recamara y entra Adam por no sé qué y me encuentra en semejante situación: Inclinado de espaldas a él, completamente encuerado, con el culo al aire y metiendo una pierna dentro de los calzoncillos. Yo reaccioné de inmediato para voltear a ver de quién se trataba (¡cómo si hubiera mucha gente en el lugar!) y él se quedó estupefacto ante las circunstancias. Rápidamente cogí la toalla que había dejado sobre la cama y me cubrí mi sexo antes de volverme hacia él para preguntarle qué se le ofrecía, tratando de parecer lo menos turbado posible. Adam me pidió mil disculpas inmediatamente, ruborizándose todito y asegurándome que no se había percatado de que ya había terminado de bañarme.

-Ok –le dije-. No te preocupes, pero ya me viste en traje de Adán y ahora solo falta que yo te vea a ti haciéndole honor a tu nombre –bromeé sentándome en la cama para terminar de ponerme mi bóxer.

-Ah, por eso no te preocupes, no tendrás que esperar mucho porque con este clima siempre que vengo a la playa acostumbro a dormir sin ropa –me dijo tratando de aliviar la situación, pero lo que consiguió en mí fue todo lo contrario. O sea, dormiríamos juntos esa noche, compartiríamos cama, y encima de eso él estaría desnudo bajo las sabanas, a centímetros escasos de mis puñeteras manos. ¡Wau! ¡Que noche la de aquel día!

Sonreí ante la confesión y termine de vestirme, tratando de restarle importancia a su presencia. Me dijo que la cena ya estaba lista y que me esperaría en el comedor. Me eché crema humectante en los brazos, desodorante en las axilas y un poco de colonia en el cuello. No hice esperar mucho a este hombre y fui en su busca. Una sopa fría y una ensalada de camarones estaban servidas sobre la mesa, arreglada convenientemente con el servicio para dos, y unas latas de cerveza bien frías nos esperaban en el centro. Se me hizo un momento tan agradable que sería difícil olvidarlo en el futuro. Recuerdo que mi compañero había puesto en su reproductor de discos compactos un CD de Bob Dylan y su Things Have Changed nos acompañaría en la velada, mientras comenzábamos a platicar las cosas relevantes que hasta ese momento no habíamos tenido la atención de contarnos.

Así fue como me enteré de que estaba próximo a cumplir sus 27 primaveras, que trabajaba como subgerente en un Banco de su estado, que tenía 3 hermanas más chicas que él y un hermano mayor, precisamente el dueño del chalet que alojábamos, pero lo que me dejó más impactado fue su revelación acerca del trabajo en el que tuvo que desempeñarse para pagar sus estudios de economista. Me confesó, no sin pena, que durante un tiempo, en su último año de universidad y ante la falta de dinero suficiente para pagar su carrera, la tuvo que hacer de Scort (Acompañante sexual) con algo de éxito en la ciudad donde estudiaba. Casi me orino por la sorpresiva confesión, y vacilé en creerle pero él me lo aseguró, diciéndome que eso ya había quedado en el pasado, pero que no se avergüenza de haberlo hecho, porque gracias a eso pudo pagar sus dos últimos semestres, amén de que el trabajito le dio innumerables satisfacciones. No me pude quedar con las ganas y le formulé la obligada pregunta:

-¿Solo fuiste acompañante de damas o también de hombres? –pregunté tratando de parecer lo menos morboso posible.

-Pues no sé que vayas a pensar de mí si te lo digo, pero la verdad es que también tuve algunos clientes hombres. ¡Aunque te advierto que no soy gay, he! –agregó tajante-. No me malinterpretes, las necesidad es canija y la verdad ellos eran los que mejor pagaban, pero yo solo cumplía con poner el "chile" y ellos la "torta". Nunca hubo más –fueron sus palabras después de una cuantas cervezas ingeridas-. Claro que al principio no fue nada fácil hacerlo con otro wey. Me había negado completamente a cualquier proposición que viniera de un hombre, pero un día mi profesor de finanzas me reprobó en un examen que era súper importantísimo aprobar, y como me cachó en una "movida" saliendo de un motel cercano a su casa, pues se enteró a lo que me dedicaba en mis ratos libres. Ni idea tenía que al profesor le iban las ondas chuecas, hasta el día en que ya te imaginarás, me citó a solas en el restaurante de la facultad y me dijo exactamente cual era el único requisito con el que me podía aprobar en su materia

-¿Te pidió sexo? –interrumpí.

-Sí, pero es que estaba muy desesperado diciéndole que le haría cualquier cosa con tal de que me pasará en el examen. Le ofrecí darle unos buenos billetes a cambio del favor, o lavarle el carro por un mes, etc., pero a nada accedió el viejo. Bueno, no era tan viejo, tenía sus cuarenta y tantos añitos el cabrón. Me dijo como en broma si le haría todo lo que me pidiera a cambio de pasarme en el examen, le contesté que sí, me preguntó que si estaba dispuesto hasta de "bajarme por los chescos" (sexo oral). Yo lo tomé a broma y le respondí que ya en esas pues se vería, pero que no fuera ojete (gilipollas) y me diera otra oportunidad. Él me pidió que lo acompañara a su casa, según que para decirme ahí en qué consistiría el pago por su calificación aprobatoria. Me imaginé que seguramente me tendría algún trabajito doméstico con el que le pagaría el favor, pero nada que ver. Su esposa no estaba en la casa porque trabajaba en las mañanas y sus hijos iban a la escuela a esas horas. La servidumbre al parecer tenía el día libre porque no había nadie aparte de él y yo en toda la casa. Subimos a su recamara y supuse que le arreglaría algún problema de tipo técnico en la habitación, no sé, me imaginaba que tendría fallas su computadora o qué se yo, el caso es que

-¡Se te lanzó! –interrumpí atrapado en su charla.

-Jeje, pues sí. Me dijo que el trato sería tener sexo con él a cambio de ponerme un buen puntaje en su materia. Me confesó que él no era maricón, pero que tenía tiempo fantaseando con encamarse con algún hombre, y que como sabía que yo me dedicaba a "esto" pues veía ahora la oportunidad de cumplir su fantasía conmigo sin riesgos de ningún tipo. Yo me saqué de onda porque no esperaba semejante proposición indecorosa, y la neta me negué a aceptar su oferta, diciéndole que a mí me iban las viejas y que nunca lo había hecho con otro guey, y que además no me latía ser ensartado en el culo por otra cosa que no sean los dedos de las chicas con las que me acuesto cuando a ellas así les apetecía. Pero él insistió y me la puso así: "O aceptas o ya te vas haciendo a la idea de repetir el curso. Esto no será muy diferente a lo que haces. Y para que veas que soy cuate te perdono no darme el culo, no te cojo ni nos besamos. Solo sexo, como si estuvieras con una hembra".

-¡Órale! Entonces ahí sí ya tuviste que entrarle.

-Lo pensé bien, no te creas. No era fácil atreverse a hacerlo con otro cabrón, pero mi necesidad por aprobar y sus accesibles condiciones me llevaron a terminar aceptando su propuesta. Total, ya estábamos en su cuarto y nadie se iba a enterar de semejante situación. Cerró las cortinas hasta medio oscurecer la recamara, le dije que se desnudara y se metiera debajo de las sabanas en lo que sacaba un condón de mi mochila y me quitaba los zapatos. Me quité la camisa y el pantalón, quedándome solamente en bóxers. Me metí a la cama con él y como no sabía por donde empezar, me acerqué para darle un beso y comenzar a morrearnos, pero giró su cabeza y me repitió que "nada de besos", que él no era puto, solamente quería probar que se sentía ser enculado por una verga, así que me puso de espaldas al colchón y comenzó a lamer mi abdomen haciendo un caminito de saliva hacia abajo hasta llegar a mi entrepierna. Me la empezó a sobar sobre él bóxer hasta ponerla morcillona, se tomó su tiempo en esa tarea, como dándose valor para lo que vendría enseguida, porque bajó el elástico y de una se metió mi miembro a la boca, succionando con firmeza e intentando respirar, pero fue obvio que era su primera vez, porque no sabía como hacerlo. Tuve que irle dictando paso por paso como se debe dar una buena mamada y como debía controlar la respiración. Yo cerré los ojos y me dejé querer. Pero cuando mi herramienta alcanzó la plenitud de sus pulgadas ya casi se andaba ahogando el pobrecito.

-Jajaja –reí imaginándome a detalle lo que Adam me contaba- ¿Y luego?

-Me la mamó hasta dejármela bien lubricada, y ya luego para no perder tiempo lo coloqué de a perrito y le puse la cabeza de mi miembro en su ano para chingarmelo de una vez y poder irme de ahí lo más pronto que pudiera. Pero el pinche viejo tenía el culo bien apretadito, así que en venganza por lo que me estaba obligando hacer no se lo preparé con los dedos ni con la lengua, solo le eché salivita en su agujero, apunté bien mi herramienta y se la comencé a ensartar de a pedacito hasta hacerlo gritar y maldecir por el dolor… Fueron tres enviones los que le di para llenarlo por completo. Me pidió que me parara un momento, que le dolía mucho, así que le puse una almohada debajo de la cintura y le aconsejé recostarse en la cama aún con mi pito adentro para empezar con las embestidas, y que si quería podía morder la otra almohada que tenía frente a su cara, porque la verdad no cualquiera me aguanta el ritmo cuando cojo. Muchas viejas con las que he estado me dicen que sé moverme en la cama, y como además el largo y grosor de mi reata no es precisamente pequeño, ya te imaginarás los gritotes que les hago dar a mis clientas

Se me hizo agua la boca de solo imaginar lo que este hombre escondía bajo sus bermudas. Si su descripción era cierta, esta noche dormiría con gusto y deleite a su lado.

-Empecé con el mete y saca y al parecer poco a poco el dolor se le fue pasando, porque en un momento me dijo con voz de mando: "Tú calificación… aahh… dependerá de lo bien que me cojas… ohhh…", así que ni tardo ni perezoso me agarré bien de sus caderas y mira…-me hizo señas con las manos como si estuviera agarrando a alguien de las nalgas y comenzó a simular embestidas con el vaivén de su pelvis-. Empecé a agarrar un ritmo bien chingón, uno-dos, uno-dos, uno-dos, adentro-afuera, adentro-afuera, se la dejaba ir con furia y el cabrón nada más bufaba "arrrrgggggghhhhhh… mmmmm… ahhhhh", "así, así, ohhh" "¡más, más! "síguele si quieres llegar hasta al Diez, mmm", "dale, dale, así, así, oohhh, ooohhh!" Pero lo que yo quería era llegar pronto al orgasmo para que se acabara la sesión y que ahí "muriera" todo, pero como soy un profesional y mi calificación dependía de ello, mejor me concentré en hacerlo gozar a él colocándolo ahora boca arriba, patatitas al hombro. Me acomodé bien entre sus piernas y le volví a enchufar el chile de un solo empujón, en esta posición se me figuró como si estuviera con una chava, porque ella estaría debajo de mí viéndome a la cara y yo sobre ella penetrándola con ganas, así le pude ver el rostro al profe mientras me ocupaba en taladrarle su ano, y créeme que lo desconocí, en nada se parecía al pulcro y serio profesor que me daba clases. Mantenía los ojos cerrados pero su rostro delataba cuanto estaba gozando el cabrón… De vez en cuando se mordía el labio inferior y hacía gestos como de sufrimiento mezclado con placer, jaja. Total, que la cama rechinaba horrible y ya estábamos todos sudados cuando mi profe pegó un aullido como cerdo en el matadero y el pendejo empezó a arrojar trayazos de esperma sin siquiera tocarse, solo que por la posición en la que estábamos me embarró el abdomen y el pecho. Yo no creí posible que un hombre pudiera correrse de esa forma sin masturbarse, pero ya después me explicaría el por qué de aquello. Como él ya había acabado creí que mi misión estaría cumplida y que ya me podía salir de su intestino, lo pensé, pero me dije "ya estás en esto y no es justo que tu esfuerzo no tenga también su recompensa", así que me apuré a trabajar en mi propio orgasmo utilizando todavía su culo que ya no se sentía tan apretado como al principio. Estuve unos minutos más culeándomelo de lo lindo hasta que sentí las ganas de eyacular y en una de esas bombeadas le descargué por completo mi leche, pero claro, cayó toda dentro del condón, jaja.

-Has de haber sentido la gloria –le dije.

-Pues sí, un orgasmo bien trabajado siempre es la gloria –me respondió.

-¿Y que pasó luego? –pregunté curioso dándole el último trago a mi última cerveza- ¿Siempre sí te ganaste el diez?

-Ah, pues… Que te parece si mejor te lo cuento al ratito en la recamara, sale –me dijo el muy cabroncete-. Es que ya acabamos de cenar y quedé de llamar a mi hermano para avisarle que ya estoy instalado en el chalet. ¿Me ayudas a recoger el servicio por favor en lo que marcó desde el celular? -me pidió con una sonrisa que no admitía negativas.

Se levantó del asiento y fue hacer su importante llamada. Yo me quedé otro momento aún sobre la silla, maldiciéndolo por haberme dejado en ascuas con su historia, nervioso por lo que apuntaba acontecer en la intimidad de la alcoba, y claro, esperando a que mi gran erección bajara unos cuantos centímetros y me dejara levantarme para retirar los platos y las latas de cerveza vacías... Bob Dylan había terminado su canción, y Adam García prometía darme todo un concierto durante ese caluroso fin de semana

-Sus comentarios serán siempre bienvenidos-