Una Propuesta Indecorosa (2)

Dos jovenes desconocidos en una playa, comienzan a perderse el pudor durante un caluroso fin de semana.

UNA PROPUESTA INDECOROSA (II)

NOTA: Solo para los que leyeron la primera parte y saben de qué va este relato.

Acabada nuestra peculiar cena me dispuse a lavar los trastos. Mis ganas sexuales se escurrieron con el agua que salía del fregadero. Mi excitación había disminuido un poco, o al menos por ese momento. Adam volvió y me agradeció mi ayuda, invitándome a salir a caminar para contemplar la vista nocturna. Cerró las puertas del Chalet y bajamos por las escaleras empedradas entre los riscos hasta pisar la suave arena de la playa. Dejamos las sandalias cerca y, descalzos, empezamos a andar sin rumbo pero a pasos cortos por las cercanías. La brisa del mar jugueteaba con nuestro pelo, y el agua de las olas al romperse nos empapaban los pies. Mientras caminábamos íbamos conversando del fútbol, también de lo apacible que son las noches en la costa, también de lo estrellado que estaba el cielo, y también un poco más sobre nosotros

En lo que a mí respecta, hasta el momento había vacilado en contarle sobre mi ambigua sexualidad. No es algo que voy predicando a los cuatro vientos, aunque tampoco es algo de lo que me arrepienta. La charla entre nosotros era amena, y creo que ambos sentimos que había surgido una química entre los dos como si nos hubiéramos conocido desde siempre. Al menos yo me sentí muy a gusto a su lado, me reía de sus bromas y él se reía de las mías. No por obligación o cortesía, sino por gusto y necesidad. Que envidia me dio su novia por tenerlo a él como galán, como su hombre, como su perfecto caballero a quien abraza por la cintura para ir caminando por esa playa romántica iluminada por el cuarto creciente de la luna. Hasta ahora, lo que llevaba conocido de él, me encantaba. Era como el hombre perfecto, de perfecto gusto, de perfectos modales, de cuerpo perfecto, de rostro perfecto, de una sencillez perfecta combinada con actos grandiosos. Pero mi corazón me decía que este no era el hombre que podía ser el adecuado para mí. Mis recuerdos aún estaban puestos en el pasado. Mis sueños aún dormían sobre la almohada de mi primer amor, aunque luego despertaran convertidos en pesadillas que se intentan olvidar, pero que de vez en cuando, con alguna frase, alguna canción, algún momento, amenazan con resurgir.

-Oye, Adam –me dirigí a él-, tengo que ser sincero contigo. Tú me depositaste tu confianza al contarme lo de tu vida pasada… Sabes algo… -él me interrumpió.

-¿Qué? No me digas ahora que te causa terror. Hace rato cuando te lo dije no pareciste asombrado. Si te da asco o te causa algún problema, solo olvídalo. No quiero que te hagas malas ideas sobre mí.

-No, no es eso. Lo que quiero decirte es que lo de tu maestro y tú no me pareció tan espantoso como podría parecer. No me causó ningún tipo de conflicto porque yo… porque yo también tuve algo similar con otro chico –confesé agachando el rostro, como si aquello me avergonzara.

-¡No mames! ¿En serio? ¡Ja! ¡No te creo! –expresó sorprendido.

-De verdad. Hace algún tiempo yo también tuve "algo" con un compañero de escuela, por eso es que no me apanicó tanto tu historia ni me da nada de asco –le dije tratando de sonar lo más relajado posible.

-¡Dios!... ¡No puedo creerlo!... ¿De verdad? ¿Entonces eres… gay? –le costó trabajo decirlo- ¿O solo lo hiciste para experimentar? –preguntó nervioso-. ¡Es que en serio pareces un chavo normal! Nada amanerado ni algo por el estilo.

Y así era. Adam tenía razón, y parecía como si se lamentara haberme juzgado tan a la ligera. Creí que no habría problema al abrirle un poco mi corazón, así como tampoco hubo problema cuando él me abrió el suyo. Y yo, creyendo que había cometido un error, intenté suavizar –como ya se me va haciendo costumbre con todo hetero confundido- un poco mi historia

-Claro que soy normal, Adam. No me gusta encasillarme. Si te digo esto es porque creo que hay confianza entre los dos. Con el chavo ese solo fue un faje y nada más. Sucedió sin planearlo. Solo fue para bajarnos la calentura, y de ahí no pasó a mayores – y ahí iba yo, desgranando a cuentagotas mi vida.

-¡Ja ja! No seas tonto, no te estoy juzgando. Cada quien tiene derecho de hacer con su cuerpo lo que se le pegue la regalada gana. Lo que pasa es que sí me saca de onda un poco lo que me dices. ¡Ja ja ja! ¡Entonces ni tú ni yo somos 100% machines! –bromeó ya con más soltura.

-¡Pues si tú lo dices!

-Jeje. Pero entonces solo fue un faje con ese otro wey, ¿o hubo algo más?

-¿Algo más cómo qué? ¿Te refieres a si lo hicimos?

-Aja.

-Mmmm. No me acuerdo. Estábamos los dos entre nerviosos y alcoholizados. Jaja. Creo que hasta que lo volviera hacer con otro cabrón sabría si ya me desvirgaron el trasero. Pero solo hasta entonces.

-¡Pues si quieres cuenta conmigo para averiguarlo! –bromeó Adam soltando una sonora carcajada. Yo, por supuesto, estuve a punto de decirle que lo aceptaba como mi examinador profesional

Creo que habíamos roto un poco las barreras sexuales que nos separaban. Murió el temor de saber cómo reaccionaría si de pronto se me ocurría proponerle algo más audaz… La caminata terminó y volvimos hacia el Chalet. Era cerca de la medianoche, y ahora quedaba saber como nos acomodábamos para dormir, o al menos para intentarlo.

Adam cambió las sabanas de la cama y puso unas limpias. Cortésmente me preguntó qué lugar de la cama me gustaba más, si el lado derecho o el izquierdo. Yo escogí el izquierdo. "Bueno, pues ahora a desnudarse", fue la indicación de ese hombre de 26 añotes. Ya habíamos apagado todas las luces del lugar a excepción de la lámpara de la mesita de noche que continuaba encendida junto al lugar en el que él dormiría.

Intrigado por ver si verdaderamente este hombre acostumbraba a dormir sin ropa, me demoré acomodando la mía dentro de mi pequeña maleta, y observando de reojo como las bermudas de mi acompañante caían al suelo, luego como su camiseta subía por su torso hasta salir de sus musculosos brazos para ser arrojada al aire. Adam quedó en un pequeño bóxer que le ajustaba perfectamente a su cuerpo, o mejor dicho, a su verga y a sus nalgas. El paquete de la entrepierna se le veía prometedor.

A estas alturas del partido, yo no podía ponerme pudoroso, y haciendo las sábanas a un lado, también me quité mi ropa, pero de espaldas a mi anfitrión con la intención de que viera de mí todo lo que quisiera ver sin demostrarle que me daba cuenta… Me quité mi short, y luego mi camisa, quedando también en bóxers. Volteé a verlo y lo encontré ya acomodado bajo la sabana. Alcé la esquina de ésta para meterme a la cama nervioso por el espectáculo que me podía encontrar, y para mi desgracia o fortuna, noté como Adam se había dejado el calzoncillo para dormir. Le sonreí y me acosté enseguida.

-¿Qué pasó, no que dormías desnudo? –le pregunté esperando que mi interrogante le sonara más a invitación que a duda.

-Suelo hacerlo, pero creí que te incomodaría –fue su respuesta-. Pero si quieres ahorita mismo me quito el bóxer –agregó con seguridad.

-¡No, no!, yo solo preguntaba. Pero si deseas hacerlo por mí no hay problema. Estás en tu casa, y además creo que después de lo que hemos platicado, entre nosotros ya no puede haber pudores.

-Sí, tienes razón. Gracias por la confianza. Me los voy a quitar –y procedió a hacerlo bajo la manta- pero tú también puedes quitártelos si te acomoda. Las noches en la playa son muy calurosas y hay que darle a los huevos ventilación constante, sobre todo cuando duermes… ¡Listo, aquí están! –me dijo enseñándome sus calzoncillos y tirándolos con maestría hacia una silla que estaba junto a la puerta de entrada.

-Pues yo también quisiera hacerlo, la verdad es que sí se siente mucho calor –a pesar de que la cama estaba a un lado de la ventana con mosquiteros que tiene vista hacia la costa.

-Pues venga, ¡desnúdate por completo! –me reí por ese aplauso que hizo a continuación y terminé sacándome el bóxer. Ahora estábamos los dos desnudos bajo una sabana que comenzaba a sentirse caliente.

-Ya está. No creo que pase nada si los dos dormimos encuerados esta noche.

-Esta y las que siguen -me corrigió Adam.

-Ok. No creo que pase nada si dormimos encuerados esta noche y las que siguen.

-Mmmm, eso ya se verá –bromeó el hombre, apagando la lámpara del buró.

Una sensación de excitación comenzó a surgir de mi interior en ese momento. Me sentí intranquilo por la extraña situación en la que estaba, compartiendo la misma cama con un hombre -¡y que hombre!- y encima ambos estábamos sin ropa. Los dos podíamos disfrutar de los olores del otro, cualquier roce de nuestra piel se antojaría una invitación. No había prejuicios sexuales entre nosotros, es decir, uno podía hacerle una propuesta indecorosa a otro sin temor a la ofensa, y eso era lo extraño, era como dormir –solamente dormir- con un novio a quien ya se conoce en la intimidad, sentirse bien pero sin la terrible calentura que asegura el encuentro sexual entre los dos. Tenía la seguridad de que Adam no me haría o al menos no me propondría lo que interiormente yo deseaba. Y yo, haciéndome debates mentales entre aceptar o no una proposición si él me la llegase a hacer. En fin, locas ideas mías, como ya dije, hijas de un cerebro ocioso.

-Oye, y ya termíname de contar –pedí-, ¿siempre si te puso el diez tu maestro de la Uni?

-Ah, pues sí. No le quedaba de otra al cabrón. Después de lo bien que me lo despaché era lo mínimo que me merecía.

-Que modesto eres.

-Jeje. Pues si no modesto al menos sí sincero.

-¿Qué, a poco de verdad follas muy bien?

-Oh, pues tú nada más caliéntame y verás –rió lo que pareció haber sido un comentario jocoso.

-Jaja. A ver si en uno de estos días –seguí su broma sin darle un crédito de verdad a su propuesta, porque entre varones es así, siempre tratando de alburearse entre ellos, mariconeando sin líos.

-Cuando gustes –fue su respuesta-. Mi favorcito hacia el profe me trajo más fuentes de ingreso. Quien sabe que hizo este cabrón, pero de la noche a la mañana comencé a recibir propuestas de varios enclosetados de todo tipo y fortuna. Eso sin contar que mi profe de Finanzas le agarró gusto a mi verga y me pedía que se la enchufara una vez por quincena. Creo que acabé cobrando la mitad de su cheque durante un buen tiempo.

-¿Y ya hubo beso en los labios o todavía no?

-No, con él nunca hubo besos, casi con nadie. Creo que sentía que eso era de mariconazos de pluma, a él solo le gustaba que me lo cogiera, el mete y saca muy a gusto, y probar mi reata en su boca hasta sacarme toda la lechita… Como te digo que los hombres eran los que mejor pagaban por mis servicios y eran más constantes en las citas, no tuve de otra que entrarle también al negocio de coger culos. Te puedo decir que por 2 viejas que me cogía a la quincena, me cogía también a 4 cabrones en ese mismo tiempo. Realmente me iba bien con el dinero, así que en poco tiempo saqué para agenciarme un departamento de buena pinta y un automóvil del año. Después de la Universidad, a veces también me salía una que otra movida en mis primeros trabajos en el Banco. Estos "business" los iba aceptando según su importancia, ya que a veces lo que estaba en juego al coger con otro wey no era tanto lo monetario como la ayuda que una buena follada te podría traer a tu currículum profesional. De ser el mandadero en una oficina escalé hasta ocupar un buen puesto gracias a que discutía mi ascenso en la cama con mis jefes o jefas, según fuera el caso; una buena encamada siempre te da buenos resultados a la hora de discutir tu cargo. Aunque no vayas a pensar que soy un tarado improvisado en el trabajo que tengo, no, la verdad es que también tuve que demostrar con responsabilidad y estudios mi capacidad para estar en donde estaba. Conseguir un buen puesto es algo muy competitivo, muchos primero tienen que demostrar que tienen la capacidad suficiente para pasar a otro de mayor jerarquía, y lo que sucedió conmigo fue que yo subí primero de cargo, y luego demostré que lo valía, que para el caso fue lo mismo. Finalmente, el orden de los factores no altera el producto. Cuando conseguí todo eso, dejé el oficio de scort –o prostituto, si quieres llamarle así- por completo. Ahora ya solo reservo mi pasión para mi novia en turno, aunque si algo que me lata sale en el camino, tampoco desaprovecho la oportunidad de "ejercitar mis músculos en otro gimnasio", claro, ya sin "pago por evento". Ahora todo es gratuito. Jajaja.

-No pues sí… Oye, y a todo eso, ¿si tienes carro porque viajaste en autobús? –se me ocurrió preguntar al tiempo que me masajeaba mi miembro a punto de despertarse por tanta excitación contenida.

-Por un intercambio de favores. Mi hermano me prestaba el Chalet solo si yo le prestaba mi auto. Es un convertible de lujo, así que ya te imaginarás la encrucijada en la que me encontraba. Pero como la verdad tenía ganas de venirme a la playa un rato, acabé prestándoselo por el fin de semana.

-Ah, pues me parece un intercambio justo. Si hubieras traído tu auto jamás te hubiera conocido y ahorita seguramente estaría durmiendo en un hotel de baja categoría –reconocí-. De verdad que te agradezco tu invitación y tu confianza, Adam. Gracias a ti estoy seguro que me pasaré unos días a todo dar.

-No hombre, no tienes nada que agradecer. Mi vida me ha hecho ser un tipo muy abierto que no repara en ofrecerle a alguien tener un buen día si eso está en mis manos. Gracias a ti no me aburriré como ostra este fin –me respondió llevando una de sus manos sobre mi cabeza para alborotarme un poco mi cabello, en señal de simpatía.

Esa noche no pasó nada y aún así dormí muy a gusto. Tomando en cuenta que los dos estábamos desnudos, fue un milagro que nuestros cuerpos no se tocaran más allá de los roces naturales de piernas o brazos; aunque por supuesto me moría de curiosidad por contemplar –y tal vez agarrar- ese buen pedazo de carne que Adam llevaba entre las piernas. Hubo momentos a lo largo de la noche, en los que me despertaba acalorado y tenía que destaparme el cuerpo para que se ventilara un poco, en un par de esas ocasiones pude ver entre las sombras de la habitación -y gracias a la claridad de la luna que alumbraba desde la ventana- a Adam en similares condiciones, solo que boca abajo, que es así como duerme. Tenía un buen trasero, musculoso y apetecible, que por lo que me dijo continuaba aún sin estrenar. Su parte frontal pude admirarla en su estado de reposo hasta el siguiente medio día, cuando nos dispusimos a broncearnos echados en la playa y a nadar por unas horas.

No teníamos nada más que hacer, así que estuvimos en plan relax toda la mañana, y aprovechando que no había gente a las cercanías, Adam me invitó a bajar a la playa a refrescarnos. Nos pusimos el bañador, cargamos con algunas cervezas frías y hacia allá fuimos, primero estuvimos sentados sobre toallas en la arena contemplando la inmensidad del mar, ahora a plena luz del día, empalagándome con la belleza del océano y la belleza masculina que me hacía compañía.

-¿Me pones bronceador en la espalda? –me pidió Adam.

-Claro, si quieres.

Él me pasó la crema bronceadora y se acomodó sobre la toalla para que yo procediera a humectarle la piel. Me eché la crema en las manos y la primera zona donde le puse bronceador fue en los hombros, él se relajo y pareció disfrutar el contacto de mis manos dándole suaves masajes a su piel mientras cumplía con su petición. Obviamente como él estaba acostado boca abajo, no podía ver las expresiones de placer en mi rostro al frotar los músculos de sus brazos, o deseando bajar mis labios para besar cada una de las pecas de su espalda. Me deleitaba el hecho de estar masajeando la piel de su varonil cuerpo. Podía haberme quedado así por un buen rato, masturbándome mentalmente con las buenas manoseadas que le daba a este hombre a mi disposición, creo que él también disfrutaba de aquello porque su respiración sonaba un poco más agitada y a ratos emitía pequeños gemidos como "ohhh, que bien se siente… ahh, ¡mmm!".

-¿Te molesta si te pido que también me eches crema en los glúteos? Tú sabes, para agarrar un bronceado parejo. ¿No te incomoda, verdad?

-No, para nada. Tú solo ponte flojito y cooperando –bromeé.

-¡Jaja! Hazlo, y luego si quieres yo te pongo bronceador a ti en donde quieras.

Esa invitación no estaba para desaprovecharse. Así que él se bajó el bañador dejando frente a mi rostro -lleno de incredulidad porque me estuviera pasando justamente lo que había llegado a desear- esas preciosas nalgas que fueron una delicia palpar con mis dedos una y otra y otra vez al tiempo que humectaba por toda la zona el bloqueador solar. Por un momento me sentí como el panadero moldeando la suave masa que ocupará para hornear ricos panecillos esponjados. ¡Dios! Realmente estaba en el cielo y mantenía una erección de campeonato.

Terminé forzado la labor que estaba desempeñando en el cuerpo de Adam, e inmediatamente me hice a un lado tapándome con la toalla mi prominente erección. Gracias a Dios, a Adam no se le ocurrió levantarse pronto, y permaneció unos minutos acostado diciéndome lo bien que había sentido mi masaje.

-No te ofendas, pero tienes manos de chica. Exquisitas. Has conseguido que se me pare la verga –dijo Adam brindándome una sonrisa sin ningún signo vergüenza, empinándose la botella de cerveza para calmar el calor.

-¿Ah si? Disculpa, pero tú lo me lo pediste.

-Sí, sí. Pero veo que tendré que pedirte ahora que también me des un masaje humectante en el miembro. ¡Jajaja! –rió lo que pareció ser una oferta medio en broma medio en verdad.

Tragué saliva por el rumbo que las cosas iban tomando. Solo atiné a reír yo también haciéndome el desentendido.

-Yo espero que no, porque a lo mejor nos calentamos más de lo debido y terminamos haciendo alguna locura.

-¿Locura cómo qué?

-Tú sabes, algo de tipo sexual entre los dos.

-Jeje. ¿Y eso que tendría de raro? Tal vez solo así tendrías la certeza de saber si ya te "estrenaron" o no.

-Seguro, y tú cobrarías una buena suma por ello.

-No te equivoques, amigo. Ya te dije que dejé el oficio hace tiempo. Si llega a pasar sería solo un pacto entre caballeros. Un buen revolcón y nada más.

-¿Y crees que "quemaré" mi hombría solo por un revolcón? No, Adam. Yo soy carta fuera de tus barajas.

No sé si esta plática era seria o solo la versión extendida de una broma. Y si era en serio, era justamente eso lo que no me gustaba de las relaciones esporádicas, el que solo uses o te usen para el acto sexual sin darle menor importancia a la persona, al sentimiento, a las emociones.

Adam solo se rió por mi comentario, y me preguntó si quería que ahora él me echara bronceador en la espalda. Yo respondí que sí, pero no me acosté sobre la toalla, me quedé sentado con mi vista fija hacia el mar. Él se levantó para arrodillarse detrás de mí e iniciar su labor, y en ese justo momento fue cuando voltee mi cabeza y pude contemplar toda su virilidad expuesta ante mis ojos. Adam terminó por sacarse el bañador y anudarse la toalla a la cintura intentando cubrir ese maravilloso pedazo de carne que le colgaba entre las piernas. Fue un momento sensacional observar esa mata de vello bien recortado que le adornaba el pubis, y sensacional fue también apreciar su miembro masculino alargado y de una anchura considerable aún a pesar de encontrarse en estado de semierección. Obviamente ese badajo caliente se balanceaba con los movimientos que hizo Adam al quitarse el bañador y al acomodarse la toalla. No sé si notó mi mirada insistente sobre su polla, y no me importó. Yo solo cerré los ojos y me dispuse a disfrutar de sus manos de hombre recorriendo mi cuerpo deseoso de ser tocado. Él aprovechó el masaje de mi espalda para darme lo que pienso fueron caricias provocadoras de su parte, pues el masaje fue más largo de lo que verdaderamente se requería.

-¿Quieres que también te ayude a broncearte el trasero? –preguntó con expresión curiosa.

-No, Adam. Gracias, pero así está bien.

-No me digas que te apena que te vea las nalgas. Recuerda que ya te he visto desnudo.

-No, no es eso. Solo dejémoslo para otro día, ¿ok?

-Bueno, como quieras, pero a mí no me gustan las nalgas pálidas –fue su comentario al que no supe como tomarlo.

-¿Te refieres a las tuyas o a las mías?

-A las mías, por supuesto. Aunque las tuyas nos les caería mal una tostadita al Sol, jejeje.

-Mmmm, bueno, pues ya que insistes, procede a meterles mano, jajaja –cotilla se paga con cotilla. Me acomodé boca abajo sobre la toalla, me bajé el bañador y dejé que él fuera quien se encargara de quitármelo jalándolo por mis piernas.

Adam se levantó y yo quedé a sus pies, sintiéndome por un momento Hedwig cantándole el Sugar Daddy al hombre de sonrisa lasciva que lo encuentra desnudo tomando el Sol en un basurero de neumáticos, solo que no era un basurero sino el paraíso donde dos hombres jóvenes disfrutábamos de la playa y el mar, yo de sus manos fuertes, él de mi trasero robusto. ¡Gran momento!

-Si fueras mujer te "parcharía" aquí mismo, chavo –me dijo Adam con un tono que sonó bastante serio.

-Y como soy hombre tendrías que pedirme permiso ¿no es cierto?

-Quizá. Pero lo más correcto sería que tú me lo pidieras.

-Y lo más criminal sería que me tomaras a la fuerza.

-O que pagaras por ello.

-¡Pues entonces es una lástima que, según tú, ya no cobres!

-¿Y por qué no pruebas de gratis, sin compromiso? –ahí estaba, el hombre de la propuesta indecorosa, montado sobre mi cintura con el pretexto de alcanzar mejor mis hombros y darles una retocada de crema bronceadora.

-Lo gratuito a veces es de mala calidad –sentí la cabeza de su miembro rozando la abertura de mis nalgas.

-Pero hay claridad suficiente para que veas y pruebes el producto antes de usarlo –sin duda su pene había crecido unas pulgadas más.

-¿Crees que en un día claro pueda verse correctamente?

-En un día claro se ve hasta siempre –respondió parafraseando el titulo de la canción que en esos momento sonaba en el reproductor de su celular, On A Clear Day You Can See Forever.

Sonreí por aquella ocurrencia de Adam, y dando mi brazo a torcer me giré entre sus piernas quedando boca arriba, con su sexo confrontando al mío, ambos en estado de erección. Nos vimos a los ojos, como intentando comunicarnos mentalmente nuestro siguiente paso.

-Estoy caliente –fueron sus cortas palabras, casi un susurro-. ¿Te apetece una paja? –preguntó con una mirada suplicante.

Alcé mi torso apoyándome con una mano en la arena, y con la otra fui en busca de aquel sable de carne que no era el mío, pero que apuntaba directo a mí y ya empezaba a lubricar. Cubrí esa herramienta con mi mano y pude sentir las palpitaciones de una verga caliente en busca de acción. Él solo emitió un gemido de placer y cerró los ojos inclinando la cabeza hacia atrás, con lo que entendí que me daba luz verde para continuar lo que estaba apunto de comenzar.

Empecé a masajear el glande de su pene delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasándolo una y otra vez por el mismo lugar, una y otra vez hasta empaparme de sus líquidos preseminales. No quería ir rápido pese a que me moría por chupar esa jugosa verga de semental masculino. Mi mano entera se aferró a ella subiendo y bajando el prepucio en múltiples ocasiones, a veces rápido, casi con ganas de arrancársela, a veces lento, casi con temor a hacerle daño de solo tocarla, pero me contuve y resistí heroicamente aquella "chaqueta" bien trabajada que yo le hacía. Me resistí a no darle la buena mamada que aquel artefacto de placer se merecía, pese a que me relamía los labios por aquel antojo que tenía de probar sus aproximadamente buenos 20 cm de verga, con un grosor verdaderamente envidiable. Me parece que miré al cielo y di gracias a la vida por haber puesto en mi camino siempre vergas calientes de excelente tamaño. Sus huevos eran redondos, colgantes, con vello escaso. Los tomé acunándolos en mi mano para sobarlos, para sentirlos mejor, para apretarlos con delicadeza intentando darle buenos momentos de placer a mi anfitrión.

-¡Aaaahhh!, ¡que rico cabrón, que rico! –decía Adam sentándose sobre mis piernas, incapaz ya de permanecer arrodillado y aprisionándolas -¡Siguele wey, no pares que ya casi me vengo… ¡Ooohhh!

Creí que si no aprovechaba el momento quizás ya no tendría otra oportunidad de volver a disfrutar de su precioso falo, pero la razón pudo más que mi calentura y consideré conveniente que solo le regalaría a mi Adam –por ahora- una buena masturbada y nada más.

Por un breve momento cambié de mano con la que lo estaba estimulando, y llevándome la otra a la boca escupí un buen gargajo sobre mi mano derecha colocándola de nuevo alrededor de su mástil, lubricando con mi saliva aquella fricción que ejercía sobre su miembro. Adam jadeaba y se arqueaba de placer. Su cabronsísima vergota se endureció más y más con el acuoso masaje, mientras que yo subía mi mano izquierda sobre su tensado lavadero para deleitarme con su cuerpo viril antes de ponerle más atención a mi propio miembro, porque a pesar de que se erguía frete a sus huevos y camote, Adam nunca le quiso prestar la más mínima de las atenciones, al fin y al cabo, como ya me había advertido, él solo ponía el chile y los jotos con los que se acostaba ponían la torta, es decir, el culo. Los hombres y sus penes no le interesaban, solo le interesaba el momento sexual con él como principal proveedor de placer carnal vía rectal.

Pero ese animalote que Adam tenía entre las piernas se me escurría de las manos a cada intento por masturbarlo a él y masturbarme a mí con la mano que tenía desocupada. Por momentos divisaba alrededor si no había rastro de gente acercándose a esa parte de la playa, pero para nuestra fortuna, nadie nunca hizo su parición por ahí. Los dos seguíamos desnudos concentrados en dar y recibir placer, en llegar al punto máximo de excitación y conseguir un orgasmo.

Al contemplar su bella desnudez y sus gestos masculinos producto de una próxima corrida, sentí en mi interior el estallido de semen que salía de mi propio miembro, chisguetes profusos que fueron a estrellarse contra el abdomen del hombre a quien masturbaba. Logré una buena eyaculación y pude continuar con mayor ritmo la alocada paja que le estaba regalando a Adam, que al sentir su vientre mojado por mis jugos seminales no pudo contener más su orgasmo y contrayendo sus músculos del abdomen -en un éxtasis total- se vino de inmediato con un poderoso grito "¡Ah, ah, ah!… ¡Oohh! ¡Agggggrrrrrrrrrrrrrrrr! ¡Puta madre, puta madre!" el cual gimió desde su garganta, mientras me arrojaba directo a la cara cuatro o cinco potentes trallazos de lefa caliente, semen espeso que resbaló hasta mi boca y que antes de que él se recuperara del todo abriendo sus ojos, pude degustar relamiéndome los labios por aquel exquisito manjar.

Adam se dejó caer de espalda sobre la arena, y trató de normalizar su respiración alzando su vista hacia el hermoso cielo azul que cobijaba el firmamento.

-¡Fue genial! ¡Estuvo de poca madre! Gracias cabrón, realmente lo necesitaba –fueron sus palabras de sincero agradecimiento.

Desperdicié el resto de su corrida limpiándome la cara con la toalla, y él hizo lo mismo con su abdomen y pectorales. Nuestros rabos habían perdido la rigidez de su erección pero aún se mostraban de buen tamaño. Descansamos un par de minutos sin mediar palabra, dejando que la brisa del mar nos refrescara nuestros cuerpos desnudos, sudorosos y acalorados.

-Esta faena se tiene que repetir –expresó Adam sin contemplaciones- otro día

-Eso júralo –respondí yo, no dándole demasiada importancia a sus palabras, que solo me sonaron a cortesía más que a otra cosa.

-Voy a nadar un rato, ¿no vienes? –me preguntó al tiempo que se ponía de pie y así desnudo, caminaba hacia el mar a refrescar su cuerpo con las aguas saladas.

-Enseguida te alcanzó –fue mi respuesta

Por razones de extensión, esta historia continuará.

-Por favor, dejen sus comentarios, todos serán siempre bienvenidos-