Una proposición para Bea

Relato sobre la historia de Bea, una chica que aceptó una sesión de azotes con un desconocido mucho más mayor que ella. Este relato está basado en lo que me contó Bea después de su primera sesión de azotes.

En esta saga de relatos cortos (este primero será más largo) os narraré la historia que está viviendo una joven que se puso en contacto conmigo después de leer mis relatos. Su primer correo ya me llamó la atención, ya que lo único que preguntaba era si los azotes duelen mucho. Esto captó mi atención, ya que si preguntas eso es porque tienes interés en recibirlos. Intentaré ser lo más fiel a lo que me contó y que sentimientos me describió. Sé que al principio os parecerá una historia sacada de la imaginación de la chica, yo también lo pensaba, pero os aseguro que la chica me demostró la veracidad de lo que se cuenta.


Me llamo Bea y tengo 17 años, bueno dentro de unos meses ya los 18. Para describirme diría que soy una chica delgadita, no muy alta con el pelo un poco ondulado y moreno hasta media espalda. Según dicen visto pijita, aunque para mi es vestir bien XD. Hace unas semanas me mandó un correo un hombre ofreciéndome un pequeño negocio. Lo primero que pensé es que era para modelo o para alguna guarrada pervertida. Pero mi asombro fue mayor cuando me dijo que era para recibir azotes. No me podía creer lo que estaba leyendo y empecé intentar averiguar quién era, pero era imposible, ya que la cuenta no tenía información de él. Tenía una mezcla entre cabreo porque me considerase una puta que me ofrecería y curiosidad porque solo quisiese darme azotes.

Mi curiosidad me hizo contestar su correo, diciéndole que es una locura lo que me está pidiendo, que seguro que esto es una broma de un niñato pajillero. Me contestó que era un adulto de 46 años, que no busca nada sexual, que me había elegido por el parecido con otra persona, la cual se merece los castigos, pero no es posible dárselos. Me explicó que me pagaría por recibir los castigos, que no me forzaría a nada, que solamente cobraría por los azotes que pudiese aguantar.

La seriedad de su correo y el dato de que me eligió porque me parecía a otra persona me estaba intrigando. Decidí seguir jugando con esta conversación a ver que más averiguaba. Le pregunté cuanto me pagaría y su respuesta fue una tabla de Excel, en la que aparecían posiciones (sobre la mesa, sobre las rodillas, contra la pared…), ropa (culo cubierto, culo con bragas, culo descubierto…), elemento (mano, cepillo, cinturón…) cantidad (1-5, 6-10, cada azote a mayores…). No me lo podía creer, estaba todo cuantificado y con un montón de variables, incluso algunos objetos para castigar los tuve que buscar en Google.

Estaba alucinando con lo que estaba viendo y mi curiosidad estaba desbordada. Nunca antes me había azotado, solamente alguna cachetada de niña, pero sin importancia. Empecé a mirar por internet cosas sobre azotes y cuando me di cuenta estaba viendo videos de spanking. No sé como describirlo exactamente, pero con cada video que veía me parecía menos cruel y no era capaz de dejar de mirar. Los videos en que las chicas recibían azotes en su culo y luego se tenían que colocar en la esquina, me estaban empezando a excitar. No podía entender a mi cuerpo, se estaba excitando con algo que sin duda dolía. No todo lo que vi me gusto, había chicas que quedaban muy marcadas y eso no me gustaba, pero el culo rojo como si quemase me parecía atractivo. También empecé a leer relatos donde las protagonistas eran azotadas.

Le escribí que había cosas en la lista que ni de coña haría. Después de escribirle eso no me podía creer lo que estaba haciendo, estaba negociando para que me azotase. Tenía una mezcla de vergüenza y morbo que hizo que siguiese mandando mensajes. Contestó que podía eliminar 5 de los 15 objetos que había en la lista para azotar. La conversación me estaba hipnotizando totalmente y sin que mi cordura se diese cuenta me puse a buscar en Google cuales de los elementos de la lista eran más dolorosos. Después de ver fotos de las masacres que producían algunos elementos, no me costó decidirme por quitar el látigo largo, un látigo que se llamaba de colas, el bastón de bambú, el látigo corto y lo que parecía un ramillete de ramas finas.

Después de enviarle mis descartes de la lista mi cordura pareció que empezó a reaccionar. Era consciente de que me estaba metiendo en un jaleo por seguir con esta conversación, pero era incapaz de parar y sobre todo de ver fotos y video de azotes. No podía aceptar, ya que sería como una puta que se deja follar por dinero, pero la idea de los azotes me estaba excitando.

Su siguiente mensaje fue muy directo: “¿Aceptas?”. Me puse dar vueltas en mi habitación pensando que responderle. No podía creerme la lucha en mi cabeza por la respuesta que le iba a dar. Le escribí que no sabía, que era una decisión difícil.

Me contestó que lo entendía. Me daba hasta el sábado para decidir si aceptaba su proposición. Si mi respuesta era negativa, no me volvería a molestar nunca más y si aceptaba, hablaríamos de cómo sería la primera sesión. Me adelantó que sería una sesión suave de azotes con la mano en mi culo, hasta que yo dijese que parase. Y siempre puedes decidir cuándo se terminarán de celebrar estas sesiones.

La seriedad y lo maduros que parecían sus mensajes confundían aun más mi cabeza que era incapaz de tomar una decisión.

Los dos días siguientes me pase pensando en la proposición, sin ser capaz de concentrarme en otra cosa. Cuando llegaba a casa del colegio me ponía a mirar más videos en internet. De pronto me llegó otro mensaje de esta persona, preguntándome que tal iba la decisión. Le contesté que era complicado y que aun estábamos a jueves. “Un pequeño soborno te ayudaría a tomar una decisión”, me contestó. No sé como lo hacía pero sus palabras siempre conseguían descolocarme. Me llegó otro mensaje con el código de una tarjeta regalo para Zara, con una cantidad que nunca me había gastado antes yendo de compras. Nunca me ha faltado el dinero, pero el grifo siempre ha estado un poco cerrado para comprarme ropa y otros caprichos.

No me pude resistir y me fui a Zara a darle uso a esa tarjeta regalo. Me sentía como en navidad cuando me dan el sobre para que me compre mis regalos. Me compré un par de cosas para no llamar la atención en casa y tener que explicar de dónde han salido tantas bolsas.

Decidí que al volver de comprar tenía que tomar una decisión. Por un lado lo que no me gustaba de la idea era sentirme como una puta haciéndolo por dinero y el dolor de los azotes. Por otro lado estaba el dinero (los azotes con la mano era con lo que menos ganaría, pero aun era una buena cantidad) y el morbo de los azotes, que cada vez era mayor en mí. Recordé lo que dijo en uno de sus mensajes, que podía para cuando quisiese. Me sonaron como una excusa para probar, si no me gusta me piro y se terminó.

Estaba nerviosísima delante de mi ordenador, abriendo el correo para mandarle una respuesta. No sabía que escribir. Le mandé un simple “ACEPTO”.

La espera a que llegase su repuesta, me estaba matando. Por fin llegó su contestación:

“Me alegra mucho que te animes. Como te dije el castigo serán azotes con la mano, en el culo. Te adjunto unas fotos para que te vistas lo más parecida a esa chica y el pelo igual. Te espero a las 17h en la dirección xxxxxxxxx. Cualquier duda te la responderé antes de empezar”

Acababa de aceptar y marcar el día que me iban a dar unos azotes, estaba como que me acababa de despertar de un sueño. Ya os podéis imaginar que durante todo el viernes lo único que cabía en mi cabeza era la sesión que tenía el sábado por la tarde. Las fotos que me pasó eran de una chica que me sonaba de verla de fiesta. Si que nos parecíamos físicamente pero ella tenía el pelo liso. Busqué por facebook a ver quién era, ya que me sonaba que teníamos amigos en común y la encontré. Se llama Sara y va a uno de los colegios privados de la ciudad. Las dos vamos en el mismo curso y era la típica pija que no dejaba de subir fotos de todo lo que se compraba. En las fotos que me pasó vestía unos leggins y una camiseta de encaje blanca que enseñaba el ombligo.

Por casualidades de la vida, cuando estaba pensando una excusa para salir de casa el sábado, apareció mi madre para decirme que este fin de semana me quedaba sola. Mis padres se marcharían el sábado por la mañana y no volverían hasta el domingo por la noche. No era una situación nueva, ya que suelen ir algún fin de semana a ver a mi abuela al pueblo. La situación era perfecta ya que no me tenía que preocupar por qué me viesen al llegar a casa.

El sábado casi no pude dormir de los nervio y estar en casa me estaba volviendo loca, ya que no dejaba de pensar en lo que iba a pasar a las 17h. Decidí irme de copras con la tarjeta que me regaló… no sé cómo llamarlo… “castigador” XD. De compras me encontré con la misma camiseta que tenía la chica en la foto y decidí comprarla, ya que la petición de que fuese igual que la chica de la foto no dejaba de dar vueltas en mi cabeza.

Después de comer empecé a arreglarme para la sesión. Tenía los mismos nervios que me aparecían en los momentos previos de la función de fin de año en el colegio. Me alisé el pelo y me vestí como en la foto. Cuando ya estaba lista me miré al espejo y me sorprendí de cómo me parecía a la chica de la foto. Me puse un chaquetón y me fui para la dirección que me había indicado.

Cuando llegué a la dirección me empezaron a entrar dudas y no sabía si tocar el timbre del piso.

  • Hola Bea, has llegado temprano.

Me quedé congelada al escuchar la voz y me fui girando muy despacio. Detrás de mí había un hombre de unos cuarenta años muy bien vestido con camisa. Tenía el pelo castaño y una barba muy bien cuidada. Era alto y se notaba que hacía deporte. Tengo que reconocer que para su edad estaba muy bien.

  • Hola. – fueron las únicas palabras que salieron de mi boca.

  • Pasa. Hablemos arriba. – me dijo mientras me abría la puerta.

Entramos en el ascensor y tengo que reconocer que fue el viaje más largo del mundo. Estaba totalmente avergonzada y no me atrevía a mirarle a la cara. Entramos en un piso muy chulo, que por lo que parece algunas habitaciones habían sido convertidas en despachos. Entramos en uno de las habitaciones en el que había un sofá y una mesa de despacho de cristal muy moderna.

  • Bueno antes de empezar, quiero dejar claras unas cosas y responder cualquier pregunta que tengas. – me dijo mientras se sentaba en la silla de piel que había tras el escritorio. – Porque supongo que tendrás alguna pregunta.

Su voz tranquila y amable hacía que me sintiese más cómoda y relajada. Me senté en una de las sillas que había delante de la mesa, sin dejar de observar la moderna decoración.

  • Lo primero que ha de quedar claro es que lo que suceda en las sesiones no lo puede saber nadie. ¿Estás de acuerdo?

  • Si, no quiero que nadie se entere de esto. – le contesté un poco avergonzada.

  • Bien. – me contestó con una sonrisa. – Como te dije tu marcarás el final de las sesiones. Cuando no aguantes más, pararemos.

  • ¿Y cómo me puedo fiar de que pararás?

  • Tendremos que aprender a confiar uno del otro. – me dijo con mucha confianza. – Créeme, a mi no me interesa que salgas de aquí llorando y chillando del dolor.

No sé cómo pero con cada palabra que decía me sentía más tranquila. En eso tenía razón, si me ponía a chillar y llorar seguro se metería en un buen lio.

  • ¿Tienes alguna pregunta? – me preguntó.

  • Bueno… no sé nada de ti. – era la única pregunta que me venía a la cabeza en ese momento.

  • Y eso seguirá así. Espero que no te moleste, porque es otra de mis condiciones. – me dijo un poco serio. – Yo solo sé de ti lo que tienes en las redes sociales y no quiero saber nada más. Cuanta menos información tengamos uno del otro, menos problema habrá.

  • Bueno… pero tu nombre. – le pregunté intrigada.

  • Me llamo Carlos.

  • No se… tanto misterio por tu parte no me parece justo. – le repliqué intentado que me contase algo más.

  • Lo sé, pero es mi condición y como dije tú decides si quieres quedarte. – me contestó con una sonrisa. - ¿Supongo que querrás saber cómo te pagaré?

  • Si.

  • Una parte de la daré en efectivo y otra será en una cuenta en internet desde donde podrás hacer compras. – mé explico mostrándome en el ordenador una cuenta de un banco de internet.- no sería normal que de pronto apareciese con el dinero por casa.

  • Lo tienes todo pensado. – le dije alucinada por lo preparado que estaba todo.

  • La planificación elimina errores. – me contestó con una sonrisa. – Bueno, ¿entonces quieres que empecemos?

Mi cabeza se estaba batiendo en una guerra entre mi cordura que me decía que me largase de ese piso y la curiosidad de lo que pasaría si me quedaba.

  • ¿Me azotarás sólo con la mano?

  • Como te dije, sólo con la mano hasta que no aguantes más. – me contestó mientras se levantaba de la silla.

  • ¿Si no me gusta, pararás y me podré ir?

  • Tú decides cuando parar. – me dijo muy tranquilo.

  • ¿Pero serán despacio, me asusta que me duela mucho?

  • No te voy a mentir, te va a doler, pero no soy ningún animal. – me contestó acercándose a mí. - ¿Qué decides?

No me podía creer lo tranquila que estaba después de oírle hablar, me tenía como hipnotizada. Le contesté que sí muy bajito, ya que la vergüenza no me dejaba casi hablar.

  • Bien, quítate el chaquetón y ven a colocarte sobre mis rodillas.

Carlos cogió una silla sin apoyabrazos que tenía en una esquina de la habitación y la colocó en medio de la habitación, mientras yo me iba quitando el chaquetón.

  • Tengo que reconocer que te has esforzado mucho en parecerte a la chica de la foto y hasta con la misma ropa. – me dijo sonriendo.

  • ¿Quién es ella y por qué quieres que me parezca a ella?

  • Nada de información, recuerda las reglas. – me contestó con un gesto de desaprobación por mi pregunta.

  • Vale. – le contesté al ver que no sacaría nada de información. – Pufff… que nervios tengo.

-Tranquila, échate sobre mis rodillas. – me contestó con voz muy suave para relajarme.

Me fui recostando sobre sus rodillas muy despacio, mientras él se remangaba la manga de la camisa.

  • ¿Estas lista?

Le contesté asintiendo con la cabeza, ya que las palabras no me salían por los nervios. Y sin ningún aviso sentí el primer azote en mi cacha derecha, que me subió como un escalofrío por la espalda. Fue una sensación muy rara, ya que no había dolido demasiado pero puso en tensión todo mi cuerpo. Era la primera vez que recibía un azote así y me había cogido desprevenida. Cuando aun no me había hecho a la idea de lo que acababa de pasar sentí el segundo azote, pero esta vez en la cacha izquierda. No era un dolor fuerte pero sí que seguía unos segundos después de que la mano se separase de mi culo, como un escozor que me encantaría frotar.

Los azotes continuaron cayendo produciendo como un ardor en mi culo que cada vez me costaba más aguantar, aunque intentaba no quejarme, algún suspiro se me escapaba. Carlos me iba colocando bien sobre sus rodillas, ya que sin poder evitarlo me iba moviendo, como si mi cuerpo quisiese evitar el siguiente azote. No sabía cuántos azotes llevaba, pero empezaba arderme mucho el culo.

  • Puff… para por favor. – le dije poniendo mis manos en el culo para evitar que me diese otro azote más.

  • ¿Ya no aguantas más? – me dijo un poco sorprendido. – Pensé que aguantarías algunos más.

  • Pufff… Me arde el culo mucho y a mí no me han parecido pocos. – le dije un poco molesta por su comentario.

Me levanté de sus rodillas y empecé a frotarme el culo.

  • Me hubiese gustado seguir un poco más.

  • ¿Más? – le dije sorprendida. – Seguro que ya tengo el culo como un tomate.

  • Lo estabas haciendo muy bien, aguantando el castigo sin quejarte. – me dijo mostrando una sonrisa en su rostro.

  • Si pero ya no aguanto más.

  • Seguro que aguantas unos pocos más. – me dijo con voz muy calmada.

No sé como lo hacía pero su voz tranquila me hacía pensarme si podría aguantar algún azote más.

  • ¿Cuántos más? – le pregunté sin dejar de frotarme el culo.

  • Diez, pero con una condición, deberás contarlos en voz alta.

  • ¿Sólo diez y se termina?

  • Si, pero si no dices el número, ese zote no valdrá y se repetirá.

No sabía cuántos azotes me había me había dado, pero sin duda eran muchos más de diez. El culo parecía que ya no me escocía tanto, pero no podía dejar de acariciármelo. No me podía creer lo que estaba meditando, la posibilidad de volver a colocarme sobre sus rodillas para recibir más azotes.

  • De acuerdo, pero no te pases con la fuerza.

Me hizo un gesto de aprobación con la cabeza y me indicó que me volviese a colocar sobre sus rodillas. Nada más estas en posición me cayó el primer azote sobre mi dolorido culo. Como con el primer azote, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sabía que ahora tenía que decir “uno” pero una vergüenza invadió mi cuerpo. Tomé aire y dije el número. No me imaginé lo humillante que era tener que contar los azotes, estaba casi a la par con estar en aquella posición sobre sus rodillas.

Los azotes fueron cayendo y yo fui contándolos uno tras otro. Le comenté lo humillante que me parecía tener que contar los azotes y él me respondió que los castigos no siempre tienen que ser físicos, que la humillación también sirve para que se aprenda una lección.

Cuando dije el número nueve, me cuerpo se relajó al pensar que ya sólo me quedaba un azote y esto se terminaría. Pero sin duda el decimo azote me volvió a poner en tensión ya que fue mucho más fuerte que los anteriores. Del dolor punzante que sentí me levanté como un resorte de sus rodillas y empecé a frotarme el culo.

  • ¡Joder! Ese ha dolido mucho. – le recriminé sin dejar de frotarme el culo.

  • ¿No se te olvida algo?

No le hice ni caso a lo que me estaba preguntando, ya que solo me podía concentrar en lo que me estaba ardiendo el culo en ese momento.

  • Bueno como no has cumplido la condición que tenía este castigo, ese azote no cuenta. – me dijo un poco decepcionado.

  • ¿Cómo que no cuenta?

  • Tienes que repetirlo. – me dijo mientras me señalaba el Excel con los precios que me había enviado. - Para cobrar estos diez zotes tienes que cumplir la condición en cada uno de ellos. ¿No leíste las condiciones cuando son un número cerrado de castigos?

Sabía muy bien de que me estaba hablando, ya que me había leído esa lista un motón de veces. Había una clausula que decía que si se pactaban diez azotes, solo se cobrarían si los diez eran recibidos correctamente.

  • ¡No me fastidies! – le repliqué ya que no me apetecía recibir más. – Me merezco que cuentes el último, que me lo diste muy fuerte.

  • Las reglas son las reglas y tú las aceptaste.

Con lo que me dolía el culo en ese momento no me hacía ninguna gracia irme sin mi recompensa. Tomé aire y me volví a colocar sobre sus rodillas, antes de que mi cordura volviese. Me esperaba un azote tan fuerte como el último, por lo que todo mi cuerpo estaba en tensión. Para mi sorpresa el zote fue más suave que el anterior y rápidamente dije “Diez”, ya que no quería dar otra excusa para repetirlo.

  • ¡Muy bien! – me felicitó Carlos mientras me ayudaba a levantarme.

  • Pensé que me ibas a dar otro fuerte. – le conté mientras me frotaba el culo.

  • Te has portado muy bien, conque no te merecías otro azote fuerte. –me contestó con una sonrisa. – Ve al baño si quieres refrescarte un poco, es la puerta de la derecha en el pasillo.

La palabra refrescar me sonó a gloria y sin dudarlo me fui para el baño. Cerré la puerta del baño y lo primero que hice fue bajarme los leggins para ver como tenía el culo. Lo tenía muy enrojecido, como ardiendo, pero no veía ninguna marca que me preocupase. Me mojé las manos en agua fría y empecé a acariciarme el culo. Una sensación muy reconfortante, que ayudaba a soportar el escozor de los azotes. Tenía una mezcla de sentimientos y para mi sorpresa pocos de ellos eran de vergüenza, ya que verme el culo así me estaba excitando un poco. Me lavé la cara para despejarme y salí del baño.

Al salir del baño Carlos me esperaba con un sobre en la mano.

  • ¿Qué te ha parecido esta primera sesión?

  • No sé qué decirte. – le contesté un poco avergonzada.

  • ¿Tienes el culo muy dañado?

  • No mucho, sobre todo enrojecido. – me gustó ese detalle de que se preocupase de como estaba. – Me harde más bien.

  • Bueno, ¿estás de acuerdo con estas cifras? – me preguntó mientras me daba un papel.

En el papel estaba la cantidad de azotes que había recibido y el dinero que había ganado. Tengo que reconocer que no tenía ni idea del número exacto de azotes que me había dado, pero la cifra me parecía bien.

  • Si. – le contesté intentando que no se me notase que no tenía ni idea del numero de azotes.

  • Bien, pues toma tu recompensa. – me dijo dándome un sobre con una parte del dinero. – el resto ya está en la cuenta de internet que te di antes.

Tengo que reconocer que esa parte de recibir el dinero no me estaba haciendo ninguna gracia, ya que me sentía como una puta.

  • Te has portado muy bien y me gustaría que estas sesiones siguiesen. – me comentó con voz muy suave.

  • No sé, tengo que pensarlo.

  • Entiendo. – me contestó con una sonrisa. – Ya hablaremos más adelante si quieres seguir participando en las sesiones.

  • Vale.

Me estaba empezando a sentir un poco avergonzada, conque me puse mi chaqueta y me despedí. Carlos me abrió la puerta muy educado y me dio la mano para despedirse, no sé como lo hacía pero su forma de tratarme me estaba cautivando.

El trayecto de vuelta a casa fue una mezcla de sensaciones, ya que me escocía el culo y me daba vergüenza que alguien lo pudiese notar. No me podía creer lo que había hecho hace unos minutos, tumbarme sobre las rodillas de un desconocido y dejar que me azotase. Mi cuerpo me estaba traicionando ya que recordar lo que acababa de suceder y la humillación de tener que contar los azotes me estaba excitando.


Hata aquí la historia que vivio Bea en su prmera sesión de azotes con Carlos. La historia de la vuelta a su casa continua con la conversación que tuvimos en la que ella me cuenta lo sucedido y decidimos escribir este relato. No puedo deciros hasta cuando durará esta serie de relatos ya que dependerá de Bea y si acepta más sesiones. Lo único que os puedo prometer es un capítulo más de lo sucedido en los días siguientes al del día que se ha contado en este relato.