Una placentera confusion

Toma, toma todo, pero no soy Margarita, soy Omaira

UNA  PLACENTERA   CONFUSIÓN

Después de cinco años de matrimonio, Margarita y yo estábamos atravesando una crisis fuerte donde ya ni el amor hacíamos. Era en medio de esta situación que mi esposa me anunció que su mamá, mi suegra  Omaira, vendría a pasar unos días con nosotros.

“Coño lo que me faltaba, ahora también me tengo que calar a la mamá, que vaina” pensé para mí.  Aunque en aquel momento no lo sabia aquella visita influiria agradablemente en mi vida.

El día indicado para que mi suegra llegase me fui a tomar con unos amigos para llegar tarde y no tener que aguantar la charla de  las dos mujeres. Aproximadamente era la una de la madrugada cuando entré en mi apartamento el cual estaba totalmente a oscuras. Caminé despacito hasta mi habitación y  sin hacer ruido dentro del mareo que cargaba producto del alcohol ingerido me quité la ropa y una idea me cruzó la mente y era la de cojerme a mi esposa, la cual no podría gritar porque su mamá la oiria. Eso es me la cojería.

Me metí suavemente en la cama y me pegué rápidamente al cuerpo de Margarita que estaba de espaldas a mí. Acariciaba suavemente sus nalgas que tanto me gustaban. Ella al comienzo trató de moverse para separarse pero mis manos no se lo permitían ya que las había cruzado por encima de ella y agarraba sus tetas mientras la besaba en la parte posterior del cuello. Yo sabía que esa caricia a ella la encendía y no me equivoqué pues  al poco tiempo colocó su mano entre nuestros cuerpos y atrapó mi verga la cual comenzó a sobar.

Le bajé la pantaleta dejando su hermoso culo al aire y acomodándome le coloqué mi duro miembro a la entrada de su vagina y suavemente empujé. Mi falo se deslizó hasta el fondo de aquella húmeda vagina que al recibirlo arrancó un prolongado suspiro de Margarita. Allí comencé a impulsarme adentro de aquella cálida cueva y ella se pegaba aún más a mí para que la penetrara más.

-Margarita mi amor, esto nos hacía falta, me gustas tanto. Dame, dame cuquita, así mamita, dame, dame.

El cuerpo de mi esposa se agitaba fuertemente a cada embestida mía y decía:

-Duro, dame duro, así duro, rico, rico, rico.

-Margarita mi amor, goza, goza mucho, dame esa cosota rica mamita, dame, dame más.

-Toma, toma todo, pero no soy Margarita, soy Omaira.

Aquello fue como un golpe al higado. No me estaba cojiendo a mi mujer, me estaba cojiendo a su madre, mi suegra, pero ahora era que me iba a decir la vieja puta esto, pero que carajo está buenísima.

-Oh lo siento Omaira, yo...

-No, yo no lo siento, lo que quiero es más. Cojes divino  Joel.

Se volteó y quedamos frente  a  frente. Nuestras respiraciones agitadas y nuestros cuerpos desnudos pedían más. Sin decir palabra le tomé con mis manos el rostro y la besé. Ella respondió mi beso metiendo su lengua en mi boca mientras su mano agarraba mi verga y la colocaba de nuevo en su vulva comenzando de inmediato a menearse. En un momento dado se montó, sin salirse de la caricia, encima mio y me cabalgó solo unos pocos minutos porque se corrió abundantemente y se desplomó sobre mí. Yo aún no terminaba por lo que puse mi verga en la boca de aquella mujer que la chupó con verdadero deleite logrando  que me corriera en su boca instantes después.

Una vez que nos recuperamos, yo traté de disculparme pero ella me tapó la boca y me dijo:

-No hay de que disculparse. Fue divino y todo lo que sé es que hay que repetirlo. Si mi hija es una guebona que no sabe disfrutar un buen palo, yo sí y el tuyo querido yerno es de primera. ¿Querrás volverme a cojer?.

-Que bolas tienes tú Omaira, es la mejor cojida de mi vida. No es que si quiero, es que necesito volverte a cojer una y mil veces. Si Margarita no quiere mi leche, al menos tú, su mamá si se la toma, ja, ja, ja.

-Si, si la quiero y la quiero ahora nuevamente, quiero más leche.

-Bueno ponte de rodillas para llenarte ese culito de leche.

-Uyyy que rico, vamos llénamelo cariño, quiero tu leche en mi culito.

Y la enculé esa noche no una, sino dos veces.

Eran aproximadamente las cinco y media de la mañana cuando el cansancio nos venció y nos dormimos uno en brazos del otro. Antes de dormirme pensé que explicación le daría a Margarita cuando descubriera que pasé la noche con su señora mamá y no durmiendo precisamente. Pero pase lo que pase de algo estoy seguro: seguiría cojiendo con esta extraordinaria mujer que era mi suegra.