Una pizza y una puta, por favor.
Dos hombres hacen un extraño pedido a domicilio, en el que yo caigo como una tonta mosca. Soy de Argentina.
Esto que voy a contar me pasó cuando tenía 20 años. Yo estudiaba durante el año con mucho esfuerzo, pero durante el verano volvía a mi pueblito natal para trabajar y juntar algo de dinero para volver a la ciudad para estudiar. Durante el último verano que pasé allí tuve la experiencia que ahora empiezo a contar.
Quisiera aclarar que no voy a usar nombres en esta historia, no puedo describirme sin ponerme otro nombre del que tengo, y no quiero malgastar fuerzas buscando otros nombres a gente tan abominable que ni lo merece. Soy bajita, rubia, tengo labios gruesos y, por lo que dicen los demás, unos intensos ojos verdes. Trabajaba en una pizzería, en general atendía al público pero también lavaba máquinas o ayudaba en la cocina. El verano en mi pueblo es muy caluroso y yo siempre iba liviana de ropas, con shorts y remeritas, pero siempre usaba un delantal que tapaba mis curvilíneos encantos.
Los días en que ocurren las peores cosas siempre amanecen sin más, no hay una alerta de lo que puede llegar a suceder. Éramos tres en la pizzería, pero esa mañana el cocinero se tomó su franco: estábamos solo mi jefe y yo. Como todos los miércoles estaba muy calmo y parecía que solo íbamos a producir, ya que no entraba nadie al negocio.
Me encontraba lavando la mezcladora, una maquina de unos 50 cm de alto como máximo, por lo tanto tenía que inclinarme un poco para limpiar su interior. Mi cola se dirigía al mostrador cuando entraron dos curiosos personajes, uno de ellos era bajo y flaco, el otro parecía una mole; morenos los dos traían el calor de la vereda y no bajaban de los 30 años de edad. Me incorporé para atenderlos pero mi aburrido jefe decidió hacerlo y volví a mi puesto. Ahora que lo rememoró probablemente hayan estado observando mis carnes, que el delantal no podía tapar, pero no me di cuenta de taparme.
Oí que charlaban bajo, de vez en cuando una risa de ellos o de mi jefe llegaba a mí. Cuando se fueron mi jefe dijo:
- Están parando en el departamento de enfrente, ¿cuando termine el pedido se lo alcanzas vos?
- Claro – Contesté yo, y comenzó la pesadilla.
Cuando salí a entregar el pedido escuche la recomendación de mi jefe:
- Pórtate bien. O sino…
Le dediqué una sonrisa sin saber mucho de que me hablaba, yo siempre me portaba bien, fui buena empleada y responsable con mis quehaceres, ¿Por qué iba a darme ese consejo? Tardé poco en responder esa respuesta.
El departamentito estaba al fondo de un terreno detrás de un negocio, toque el timbre y escuche un vago “pase”, no estaba decidida a pasar sentía que era irrumpir en la intimidad de otros. Cuando abrí la puerta me encontré con uno solo de los hombres, el corpulento, estaba sentado en la cama, de dos plazas, mirando un noticiero. Me señaló una mesa y me dirigí a depositar la pizza. Fue en ese momento que del baño salió el otro hombre completamente desnudo, me quedé atónita viendo el espectáculo. Con una ancha sonrisa exhibía impúdicamente su grueso pene, que estaba endurecido, y me miraba con ojos ávidos. Volví la mirada a la salida, como un rayo el corpulento se dirigió hacia allí y la cerró, con llave y traba.
- ¿Vas a portarte bien? – Me preguntó.
No podía poner en orden mis pensamientos, necesitaba salir, necesitaba irme. Y sin embargo me encontraba petrificada alternando mi visión entre la puerta y el pene que parecía apuntarme con su roja cabeza. Balbuceé como pude que tenía que irme a trabajar, que mi jefe me esperaba.
- Nadie te espera, dulzura. – Dijo el grandote acercándose a mí, sonriendo con malicia. – Tenés todo el tiempo del mundo para hacer tu trabajo.
Me sostuvo de los hombros, me sentí perdida, no sabía qué hacer. Me dirigió hacia la cama, yo oía el sonido de la televisión como un susurro y mis latidos como tambores dentro de la habitación. Portarme bien. Tenía que portarme bien. No sabía cómo portarme, mis piernas perdían la movilidad. Me senté donde me indicaron. El más chico de los dos se acercó a mí y dejo su gran pito justo frente a mi cara. Ciertamente era más grande que el del noviecito que tuve alguna vez. Portarme bien, comencé a lamerlo, creí que cuanto antes terminara menos dolería.
- Eeeey, - dijo separándome de su cuerpo. – Ésta ya tiene hambre.
- No, nena –dijo el otro -, cada cosa a su tiempo. – y se desnudó por completo.
Me desvistieron gozando cada parte que descubrían de mi cuerpo, los hombros, la espalda, el abdomen, todo lo tocaban y besaban. Me sentía incomoda ante esos mimos que yo no pedí. Por un momento quise apartarme pero cuatro fuertes manos me sujetaron dándome a entender que podía hacerlo por las buenas o por las malas.
- Yo si tengo hambre – dijo uno tomando la pizza que les había traído.
Desnuda como estaba, tendida a lo largo de la cama sentí como vertían parte de la mozzarella por entre mis senos, mi estomago, mi sexo, sentí como colocaban rodajas de aceitunas en mis pezones y una considerable parte de morrones entre los labios de mi vagina. Sentí sus mordidas, devoraban mi cuerpo, me lastimaban con esos fuertes dientes mis sentibles pezones y peleaban por ser los primeros en comer ese sándwich de morrones que había en lo más íntimo de mi cuerpo.
Yo mantenía los ojos cerrados, queriéndome excluir de semejante barbaridad pero no podía alejarme de ese dolor, de ese placer de sentirme objeto de discordia entre dos hombres. A los morrones sumé mi salado néctar y lo notaron. Uno de los dos introdujo su dedo de forma algo violenta, me quejé, introdujo otro sin hacer caso a mi segundo quejido. Me sentía en una tormenta de sensaciones, quería más dedos, quería alguna de las dos vergas enormes que me escoltaban, quería mas mordidas, y quería correr llorando a mi casa.
- Me parece que ésta ya esta lista – comentó alguno de los dos.
- Enseñémosle lo que es estar calentita de verdad.
Comenzó una serie de extraños mimos que consistían frotar sus penes por mi cuerpo, por donde sea, mis tetas, la cara, los brazos. Lo empezaron a fotografiar todo, y jugaban a apartar sus penes de mi boca justo cuando yo quería chuparlos. Nació en mí el ferviente deseo de chupar una, necesitaba introducirla en mi boca. Me retorcía de deseo, mis manos libres abrazaban las piernas de estos dos desconocidos mientras mi cuerpo chorreaba de excitación.
- Tranquila, ahora vas a comer. –Dijo el mas chico y me hizo tragar su verga dura.
Solo podía ver sus vellos a escasos milímetros de mi nariz, haciendo un sobre esfuerzo en abrir a boca para tragarme su pene sentí como la otra se abría paso dentro de mi vagina. Con uno bombeando entre mis piernas y el otro sentado en mi pecho haciéndome tragar su cuerpo sentía que iba a morir de asfixia pero no me quejé. Moriría pero de placer, curiosamente aquello que tanto me impulsaba a correr lejos de ese pequeño departamento hacia que me quede y disfrute de la humillación que me hacían pasar esos dos personajes.
No se cuantos minutos estuvimos así, los dos entrando y sacando sus partes de mis cavidades, pero ya sentía perder la conciencia cuando de golpe percibí mucho calor en mi vagina al mismo tiempo de un grito de placer del robusto moreno que se hospedaba allí. Sentí su glande hincharse y correrse dentro mio y me provocó tanto placer que yo misma tuve un orgasmo, aprisionando con mis piernas al ancho pene que me procuraba tanto placer.
Cuando mis espasmos terminaron se retiraron de la cama para observarme de lejos, el que había estado invadiendo mi boca seguía duro, le sonreí para que entendiera que yo seguía dispuesta. Con rapidez se acercó y exigió que me pusiera en cuatro. Mi pelo, que antes tenía un rodete, se había soltado y mezclado con queso y aceitunas, él lo recogió y haciendo una rienda tiró mi cabeza hacia atrás a la vez que penetraba mi vagina sucia de leche.
Entraba y salía de mí con rapidez mientras el otro filmaba con el celular todo el acto. Yo gemía cuando me lo pedían, sonreía cuando me lo pedían, gritaba cuando me lo pedían, me porté bien. Deseé con toda mi alma que el momento no terminara y cuando la verga se retiraba a descansar un poco yo misma me la clavaba. Mi vagina se contraía contra la verga que tanto placer me daba y cuando yo menos lo quería la sentí explotar dentro mío. Yo no quería que aquello terminara, quería más. Pero los dos hombres estaban exhaustos.
Me duche rápido para quitarme el queso, la leche y el sudor de mi cuerpo y me vestí sin dejar de observar a los dos hombres con sus ahora dormidas pijas que miraban el noticiero como si no hubiese pasado nada. Salí del departamento sin decir una sola palabra, sin despedirme o siquiera exigirles su perdón. Me quedé con la sensación de querer mi segundo orgasmo, sentía que mi vagina seguía húmeda. Al instante me avergoncé de mis actos, de ser tan débil, de dejarme pasar tan por alto, pero ¿a quién podía contárselo sin dejar de parecer una puta barata?
Cuando llegué a la pizzería mi jefe ni siquiera levanto la vista de la computadora para verme.
- Está floja la venta – comentó – Es hora de que use el plan b.
No hice preguntas, yo ya lo sabía, el plan b era yo.