Una pequeña ciudad. (2)
Capítulo II
Capítulo II
Pol llegó a la ciudad dos semanas antes, había alquilado una bonita casa, lo hizo por teléfono desde Londres después de que su hermana Laura, que era la única de la familia en la que podía confiar por su buen gusto, le confirmara que la había ido a visitar y valía la pena.
Los primeros días los pasó en la casa de sus padres, mientras tanto acababa de preparar su casa para vivir pensando sobre todo en que su hijo Quique se encontrara a gusto en ella. Casi una semana tardó en dejarlo todo a su gusto, justo a tiempo, porque la siguiente semana comenzaría su nuevo reto profesional, el fin de semana lo dedicó a hablar con su hijo confirmándole que el siguiente estarían juntos y a prepararse para el trabajo.
El lunes bastante antes de que llegaran sus nuevos compañeros y el propietario entró en el edificio en el centro de la ciudad donde estaba su nuevo trabajo. Se dirigió a la recepción donde un fornido guardia jurado no le había quitado la vista de encima desde que entró por la puerta.
-Buenos días, me llamo Pol Ríos, soy el nuevo empleado de la empresa Inversiones Escobar.
El de seguridad pasaba serio las hojas de una carpeta, le miró a los ojos, Pol levantó las cejas, le hacía gracia aquella situación.
-¿Y dice usted que se llama?
-Pol Ríos pone en mi DNI.
-Me lo puede enseñar por favor, tengo que comprobar que usted es quien dice ser.
-¿Siempre hay que pasar por esto cada vez que entre en el edificio?
Preguntaba Pol mientras el guardia jurado miraba atentamente el documento rebuscando en una caja de metal. Sacó una tarjeta que le entregó junto con el DNI.
-No señor, con esta tarjeta podrá pasar directamente por el torno. Ya nos avisaron de que hoy llegaría usted, lo que no esperaba es que fuese tan temprano.
-Pol por favor, prefiero que me llames Pol que de usted o señor. Es mi primer día y quería ambientarme un poco antes de que llegaran los demás.
El guardia lo miraba con una sonrisa, le había caído bien, lo que le habían dicho era que vendría un tío nuevo, una persona de la que se había encaprichado el viejo Escobar, nadie entendía porque no había promocionado como nuevo director de inversiones a alguno de los que ya trabajaban allí, entendió que algo de envidia había despertado entre sus compañeros sin llegar a conocerlo, aquel hombre en unos pocos minutos lo había tratado mejor y con más educación que cualquiera de las serpientes que trabajaban en aquel edificio. Para lo único que le hablaban era para quejarse de algo o criticar algún compañero, y por supuesto, si se hubiera atrevido a tutear a cualquiera estaba seguro que ya no trabajaría allí.
-Su empresa está en la tercera planta, con la tarjeta podrá entrar si está cerrado, cualquier cosa que necesite no dude en llamarme a la centralita.
Se miraron a los ojos sonriendo mientras Pol recogía la tarjeta, él pensaba que el guardia no era tan serio como pensó al principio y parecía buena persona, el guardia que a ese pobre hombre se lo iban a comer con patatas los cabrones que tenía de compañeros.
La tarjeta abrió perfectamente la puerta de entrada a las oficinas, miró en la pared lateral tocando varios interruptores para encender las luces. Había un pequeño mostrador donde parecía que trabajaba una recepcionista, varios pequeños despachos vacios, una sala más grande de reuniones y dos despachos más grandes al final de la sala, al acercarse pudo leer unas placas en la puerta, en el más grande -Ricardo Escobar, Director-, en el más pequeño -Pol Ríos, Director de inversiones-. Sonrió mirando la placa, entró dejando la puerta abierta, se dio la vuelta y miró el resto de la oficina frunciendo el ceño, no le gustaba. Se sentó en la mesa con su maletín delante, lo abrió y sacó un marco con una foto de su hijo Quique con una sonrisa enorme, lo dejó en un lado colocándolo bien para verlo desde todos los ángulos cuando estuviera sentado. Después sacó su ordenador personal abriéndolo, y unas cuantas hojas que había imprimido durante el fin de semana.
Consultaba en el ordenador las últimas valoraciones de algunas acciones cuando entró una chica en la oficina, alta, delgadita, muy bien peinada y pintada, zapatos de buen tacón fino, falda de tubo, chaquetita a conjunto y todos los complementos de anillos, pulseras, collares y pendientes habidos y por haber, un poco exagerado pensó Pol mientras los dos se miraban mutuamente, ella con los ojos muy abiertos sin atreverse a decir nada.
-Buenos días- Le dijo Pol mientras se levantaba para ir a saludarla.
La chica sacudió la cabeza como si despertara caminando nerviosa para encontrarse con él.
-Buenos días señor Ríos, soy Rosa la recepcionista, no le esperaba tan temprano.
Le decía mientras alargaba una temblorosa mano para estrechar la de Pol. Al estar tan cerca Pol también pudo comprobar que el perfume que utilizaba era tan exagerado como los complementos que llevaba encima.
-Rosa, llámame Pol por favor.- Pudo comprobar cómo se ruborizaba tapándose la boca.
-No creo que al señor Escobar le guste que lo haga- Le contestó mirándole a los ojos.
-Bueno, como nos tratemos nosotros personalmente no creo que le interese a nadie, ¿no le parece?
A Rosa se le abrieron unos ojos como platos, nadie, nadie en aquella oficina se había atrevido jamás a contradecir al señor Escobar, lo que él decía iba a misa y punto, si había que tratarse entre los empleados de usted se hacía y se acabó, si alguna vez alguien llegó a darle una opinión contradiciendo las del viejo con suerte salía con una bronca del quince, sin suerte lo despedía al momento. Se acordó de la mañana en que al llegar hizo salir a todo el mundo al centro de la oficina, se plantó delante y les dijo que vendría un experimentado director de inversiones, no se preocupó de dar una puta explicación de nada, dio media vuelta y se metió en su despacho, los demás se quedaron mirando los unos a los otros, hacía tiempo que se hacían corrillos hablando sobre quién sería al que ascendería el viejo, aquella mañana zanjó el tema de golpe y nadie tuvo cojones de decir nada, se lo comieron enterito y calladitos.
Antes de las nueve de la mañana, que era la hora que llegaba el Sr. Escobar, fueron apareciendo los compañeros de Pol, él desde su despacho se hacía el tonto pero miraba de reojo por la puerta abierta lo que pasaba en la entrada, cada vez que llegaba alguien ocurría lo mismo, Rosa lo saludaba y abriendo los ojos les hacía una señal con la cabeza para que se fijaran en su despacho y lo vieran, las reacciones de los recién llegados también se repetían, lo miraban, levantaban la muñeca mirando la hora en el reloj, resoplaban levantando las cejas y se dirigían a su lugar de trabajo, dejaban sus cosas y se acercaban tímidamente a saludarlo.
Primero llegó Pepi, una chica menuda de ojos vivarachos, se presentó diciéndole su nombre y su responsabilidad en la empresa, trabajaba en renta fija, pequeñas inversiones donde se sacaba algunos puntos de beneficios, eran sobre todo de personas mayores que querían ahorrar algo para su jubilación. En ese momento se les agregó Luisa, le miraba con tanta desconfianza que Pol ni se enteró como era físicamente, también estaba en renta fija, se lo dijo Pepi porque Luisa a parte de su nombre y estrecharle la mano parecía que no estaba, sus brazos cruzados como si quisiera taparse las tetas demostraban claramente que estaba totalmente a la defensiva. Volvían las dos chicas cuchicheando entre ellas a sus puestos de trabajo cuando notó la penetrante mirada de otra mujer que hablaba con Rosa la recepcionista, dejó el bolso en uno de los despachos y fue caminando decidida en la dirección donde estaba Pol, por la forma de caminar y la mirada fija en él sabía que no le esperaba nada agradable, lo que sí era agradable era el cuerpo y la cara de aquella mujer, que belleza y que cuerpazo le acompañaba, dos tetas grandes y duras se balanceaban de un lado al otro al compás de sus pasos. Pol sonreía por el vaivén de las tetas, porque la cara de mala leche que traía asustaba.
-Así que tú eres el señor Pol Ríos- Lo de señor sonó un poquito a cachondeo.
-Pol, solo Pol, ¿Y tú eres?
-Soy la señorita Alba Jiménez, para usted la señora Alba, la que tendría que estar en este despacho y no tú…
Giró la cabeza apretando los labios, Pol no sabía si era por haberlo tuteado o por que se había encallado con lo que quisiera decirle.
-Sé quién es usted señor Ríos, sé que tiene un buen currículum, pero sinceramente, aquí no pinta nada, seguramente traerá grandes sueños de grandeza, pues ya le aseguro yo que no los va a cumplir, esta es una ciudad muy pequeña y no hay tanto capital para trabajar, las fortunas de verdad se van a las grandes ciudades con grandes firmas, no somos nadie en este mundo ni lo seremos.
Pol la observaba con media risilla, no había abierto la boca y le miraba los ojos escuchándola con atención.
-Señora Alba, veo que es usted muy clara hablando y poco ambiciosa para querer mi puesto de trabajo.
-¿Poco ambiciosa?, no me conoce de nada…
-Conozco lo suficiente, sé donde estudiaste y donde te has formado, que básicamente ha sido aquí, don Ricardo te contrató y te enseñó el que estaba en renta variable antes que tú, el mismo que ahora lleva unos años formándose él en una firma más importante. Sé por tú formación y los resultados de la agencia que los dos podéis mejorar bastante…
-¿Qué coño estás diciendo engreído?
-Que tanto tú como la empresa podéis funcionar mucho mejor…
-Claro, porque tú lo digas, ¿A ver si tienes cojones de llamar al señor Escobar don Ricardo como acabas de hacer?
Se giró enfurecida volviendo a su despacho, Pol la miraba con la risilla, ahora lo que iba y venía era su hermoso culo de un lado para el otro.
Pol se sentó en su mesa buscando en el ordenador cuando escuchó la voz del jefe, el señor Escobar hablaba con la recepcionista y le miraba a él, vestido impecable con un traje inglés a medida, un pañuelo en el cuello conjuntado con el que le salía del bolsillo superior de la americana, unos zapatos negros que te tenías que poner gafas de sol para que no te deslumbraran de lo brillantes que eran, rematado con un bastón que apoyaba con estilo en el suelo acabado con una empuñadura de plata. Salió del despacho a saludarlo y estrecharle la mano.
-Buenos días señor Ríos, bienvenido- Dijo Ricardo.
-Buenos días don Ricardo- Contestó Pol.
Se hizo el silencio en la oficina, todos les miraban con los ojos muy abiertos, nadie le había llamado Don Ricardo nunca.
-Todos me llaman señor Escobar y espero que así siga siendo.- Le decía mientras le apretaba con decisión la mano.
-Todos me llaman Pol y espero que también siga siendo así.- Respondió Pol apretándole la mano más fuerte.
Los ojos del jefe se clavaron en lo suyos, el Sr. Escobar intentaba adivinar si le estaba provocando o es que era así de insolente. Se desencajaron las manos.
-¿Ya conoce a todo el personal?
-Sí, al menos los que están aquí.
En ese momento abría la puerta un chico que los miró y se apresuró en llegar a su lugar de trabajo, el Sr. Escobar apoyó una mano en el hombro de Pol para hacerle entrar en su despacho.
-Ese es Armando, es mi sobrino y está en renta fija con Pepi y Luisa, siempre llega tarde y no hace nada, es que el pobre es un poco, un poco… ¿cómo te lo diría?, un poco retrasadillo, pero es el único hijo de mi hermana y tengo que cuidar de él, sino que iba a hacer el pobre.
-Pues algo con lo que se sintiera contento y realizado…- Pol paró en seco de hablar pensando que igual se había excedido.
-Le aseguro que se siente contento y realizado gastándose el dinero que le pago en putas.
Se miraron y se les escapó una risilla a los dos. Ricardo le ofreció asiento y se sentó a su lado.
-Bueno, hablemos de trabajo, ¿qué le parece todo esto?
-¿Puedo hablar claro?
-Algo me dice señor Ríos que si no le dejo usted va a durar cuatro días con nosotros.
Pol se mordió el labio superior pensando, hasta que empezó a hablar.
-No me gusta como está distribuida la oficina, tendrían que estar todas las mesas en medio sin separaciones, así si alguien encuentra alguna inversión interesante la puede compartir con los demás…
-Eso no va a gustar, a los chicos les gusta tener su despacho, se sienten más importantes.
-Mire Don Ricardo, da igual como se sientan, se hace por el bien de la empresa…
-Perdone, pero eso de Don Ricardo, ¿es para provocarme o es que no ha entendido que aquí nos llamamos de señor o señora?
-Era una apuesta -Pol sonreía haciendo un silencio.- que he ganado por supuesto…
-¿Una apuesta, con quién?- No le dejaba acabar una parrafada sin interrumpirlo.
-Bueno, no era una apuesta, he tenido una agradable conversación con Alba Jiménez y me ha provocado diciéndome que no tendría… narices de llamarle Don Ricardo…
-Vale, de acuerdo, la señorita Jiménez pensaba que sería ella la directora de inversiones, de hecho lo llevaba haciendo desde hace un tiempo con mi supervisión por supuesto.
-¿No le gusta su trabajo, por qué me escogió a mí?
-Cuando recibí su currículum pensé que nos podría ayudar a hacer crecer esta empresa.
-Y hacerle ganar un dinerillo que le vendrá muy bien para su jubilación.
-También.
Los dos rieron mirándose con complicidad.
-¿Quiere tomar algo?, tengo una botella de buen whisky escocés por ahí.
-No gracias, es muy pronto y nunca bebo trabajando.
-Me gusta usted, siga explicándome su proyecto.
-He estado repasando los fondos en los que se invierte, tendríamos que abrir mercados, no podemos sacar buenos beneficios solo apostando por el mercado más cercano y seguro…
-Entiéndalo, no tenemos experiencia en esos mercados, ¿Cuál quiere usted tocar?, el interbancario, el monetario…
-Todos, sacar hasta el último euro, dólar o yen que podamos, sobre todo en renta variable.
-Eso quiere decir estar atentos a las inversiones casi siete días a la semana.
-Correcto, lo haremos Alba y yo. Las de renta fija también las mejoraremos, seguro que podremos hacer ganar a nuestros clientes más dinero.
Ricardo movía la cabeza preocupado.
-No sé si es buena idea que le ayude la señorita Jiménez.
-Si no le importa eso déjemelo decidir a mí.
El jefe se puso de pie ofreciéndole la mano de nuevo. Pol se levantó de la silla y se la estrechó.
-La oficina es suya, puede empezar a hacer los cambios que hemos hablado.
-Muchas gracias don Ricardo.
-¿Piensa acabar con la bromita de don Ricardo?
-Cuando usted me tuteé y me llame Pol yo le llamaré señor Escobar si es lo que desea.
Ricardo giró la cabeza desaprobándolo, haciéndole una señal con la mano para que saliera de su despacho. Pol se fue con una sonrisilla.
-Maldito jovenzuelo, pues a mí sí me apetece un whiskito.- Decía el señor Escobar mientras buscaba por los armarios la botella.
Pol se colocó en medio de la oficina, los demás le miraban disimulando como si la cosa no fuera con ellos.
-Por favor, podéis venir los cinco.- Dijo levantando la voz para que todos le oyeran.
-Me parece que todavía no se ha percatado que somos cuatro. –Le contestaba con tonito de cachondeo Alba.
-Puede que usted no considere compañera de trabajo a Rosa porque está en recepción, para mí es tan importante como cualquiera de nosotros.
Rosa al oír su nombre saltó de la silla poniéndose de pie, miraba fijamente a Pol y al resto de compañeros, nunca habían contado con ella para ninguna reunión, excepto para llevar unos cafés claro.
-Rosa por favor, acércate al grupo.
-¿Yo, señor?- Preguntó Rosa insegura.
-Sí tú, ya le he dicho antes que me llame Pol, traiga papel y algo para escribir, a partir de ahora Rosa levantará acta de todas las reuniones que hagamos, todo debe quedar escrito sino las palabras se las lleva el viento.
Rosa fue muy rápida en coger papel y bolígrafo colocándose al lado de Pol, por fin se sentía valorada por alguien en aquella oficina, los demás fueron llegando lentamente, la última Alba con una mirada amenazadora.
-Muy bien, os voy a comunicar los cambios que van a haber a partir de ahora.
Automáticamente las cinco cabezas se giraron mirando al señor Escobar en su despacho, el hombre estaba distraídamente sentado en su mesa saboreando un buen whisky.
-Todo lo que os diga siempre habrá sido consensuado con el señor Escobar, no le busquéis con la mirada que ya está al corriente y de acuerdo con todo.
Rosa escribía resumiendo las frases para que le diera tiempo, Luisa y Pepi escuchaban con los brazos cruzados, Armando pasaba de todo y Alba lo desafiaba con la mirada.
-Haremos la recepción más grande, más elegante. El primer despacho lo ampliaremos…
-¿Mi despacho será más grande?- Preguntó un entusiasmado Armando que parecía que había recuperado el interés por la reunión.
-Sí, para convertirlo en una sala de espera con un mueble bar con café y algunas cosas para tomar, queremos que los clientes y los nuevos clientes estén bien atendidos.
Armando ponía una cara de desilusión tremenda y el resto se tapaba la boca para disimular la risa.
-Tranquilo Armando, los demás despachos menos el del director y el mío también desaparecerán, todas las mesas estarán juntas en medio de la oficina, necesitamos tener información rápida entre nosotros para operar con agilidad. Lo que dejaremos y también ampliaremos será la sala de reuniones.
Rosa apuntaba, los demás callaban sorprendidos, menos Alba.
-A ver, me parece que no has entendido muy bien…- Empezó a decir Alba.
-Por fin alguien me tutea, gracias Alba. Coge algo para apuntar y reúnete conmigo en mi despacho ya.
La chica no puso buena cara, intentó levantar la mano para protestar, Pol se giró mirando a los demás.
-Vosotros podéis seguir trabajando con normalidad, hablaré con vosotros para explicaros la nueva dirección que tomará la empresa en breve. Vamos Alba que tenemos muchas cosas que hacer.
Volvieron a su trabajo mirando a Alba como enfurecida cogía unas hojas de su mesa y un bolígrafo para dirigirse al despacho de Pol, entró, cerró la puerta detrás de ella y se sentó directamente en la silla de cortesía delante de él al otro lado de la mesa.
-Tú has venido a denigrarme verdad, ¿qué es lo que quieres?, que deje de trabajar aquí para dejarte el camino libre con tus ideas de bombero…
-Quiero que seas mi mano derecha, que tú y yo dirijamos esta empresa para conseguir los mejores beneficios de la historia.
A Alba se le abrieron los ojos como platos, relajó el rostro pensando, eso no se lo esperaba, ella había estado tensa hasta ese momento pensando que con un tío tan bien preparado como parecía que lo estaba iba a quedar en ridículo. Su mal carácter le hacía no tener empatía con la gente, cuando alguien intentaba cambiar algo en su vida se ponía de los nervios, por eso no había podido tener una pareja estable nunca, ningún tío la aguantaba más de cuatro días.
-¿Y el señor Escobar?- Preguntó casi tímidamente Alba.
Los dos miraron al despacho de Ricardo, él seguía sentado tranquilamente en su mesa mirando por la ventana con el vasito de whisky delante.
-Don Ricardo es el director general, y así seguirá siendo, pero nosotros decidiremos todo lo que se hace en esta empresa, cuando vea que sus ahorros y los clientes crecen el whisky le sentará mejor que nunca.
Alba sonrió tímidamente mirándole los ojos a Pol.
-Mira, si tienes hasta una bonita sonrisa que no conocía.
Se puso seria de golpe.
-¿Pero qué dices, podemos seguir trabajando, o ya hemos acabado?
-¿No tienes que controlar tus valores bursátiles?, sería lo que tendrías que hacer hasta que cierre el mercado, ¿no?
-Los controlan Pepi y Luisa, ellas invierten en valores seguros y estables, no necesitan demasiada atención, cuando yo estoy ocupada los miran ellas y si hay algún cambio importante me avisan.
-Todo esto cambiará.- Aseguró Pol
-Ya empezamos con los cambios, todos los que llegáis nuevos queréis haceros notar con cambios que no sirven para nada, a los cuatro días os largáis y aquí nos quedamos los demás volviendo a lo de siempre.
-¿Podré contar contigo, me demostrarás que eres ambiciosa?, o ya te está bien seguir apalancada sin aprender nada más.
-¿Apalancada?, perdona me estás insultando.
-¿Serás capaz de trabajar en cualquier horario, controlar los mercados de medio mundo donde invertiremos, o prefieres dedicarte a tú familia u otras cosas antes?
Alba lo miraba con los ojos abiertos, ni pestañeaba.
-¿Me estás diciendo que operaremos en mercados extranjeros?, hasta ahora solo lo hacemos en el nacional.
-Te pasaré por mail una lista de valores, míratelos, compáralos con los que invertimos ahora, ya me dirás si vale la pena hacerlo o no. También repasaremos los de Luisa y Pepi, nosotros les diremos cuando tienen que hacer un cambio o dejarlo.
Alba bajó la cabeza preocupada.
-¿Qué te pasa, algo te preocupa?- Se interesó Pol.
-Sabía que me intentarías joder por algún sitio, tú sabes de sobra que nunca he hecho algo así, supongo que ya tienes la excusa para echarme.
-Acepta trabajar conmigo, te formaré y te enseñaré todos los trucos que sé para invertir bien, te enseñaré cuando un valor va a seguir subiendo, cuando está a punto de estancarse y cuando bajará, haré de ti una de las mejores en tú trabajo. Tú tienes la palabra, ¿vas a seguir buscando excusas para enfadarte o vas a coger el toro por los cuernos?
-¿Supongo que con el mismo sueldo claro?
-Te estoy ofreciendo ser una líder en inversiones, ¿y tú me hablas del sueldo?, ¡joder Alba!, que dura eres…
-A mí no me faltes el respeto…
-Si en tres meses conseguimos los clientes y facturar lo que he calculado le pediré a Don Ricardo aumento de sueldo para todos.
-¡Ja!, que risa.
-¿Aceptas el trabajo o no?
-No, no, no me fio de ti.- Con la cara de desconfianza pagaba Alba, con el nerviosismo que le hacía tartamudear sus dudas.
-Está bien, piénsatelo un par de días y me dices algo.
Alba se levantó de la silla, le miró a los ojos y desvió rápidamente la mirada.
-Vuelvo a mi trabajo, nos vemos por aquí señor Ríos.
-Hasta luego Doña Alba, seguiremos hablando.
Puso mala cara mirándole, a él se le escapó una risilla mientras intentaba disimular girando la cabeza hacía el ordenador de la empresa.
Alba salió de aquel despacho confundida, no sabía que pensar. No se había sentado en su mesa que ya estaban entrando por la puerta Pepi y Luisa.
-¿Qué pasa?, nos van a echar a todos verdad.- Decía una Luisa nerviosa.
-No lo creo.- Respondía escuetamente Alba.
-Vamos, cuéntanos algo, tanto tiempo hablando con él algo te habrá dicho.- Insistía Luisa.
-Van a cambiar cosas…
-¿Qué va a cambiar?, si llevamos años haciendo lo mismo, venga mujer se más explícita.- Cortaba nerviosa Pepi a Alba, parecía que los ojos le daban vueltas.
Alba levantó la cabeza mirándolas, había estado con los ojos fijos en su mesa hasta entonces.
-Qué coño queréis que os explique, cabronas, que sois unas cabronas, os pensáis que no sé que le fuisteis con el cuento al señor Escobar para que no me cogiera a mí, por envidia, largaos de aquí.
-Como no te vamos a tener manía con el carácter que tienes tía.- Le decía Pepi mientras salían de su despacho.