Una pelirroja se vuelve obediente • Parte 3

Los deseos sumisos van aflorando en la pelirroja. Tendré que decidir, tras esa noche, si seguir con mi vida o ser sometida por Él: Me permitió sentarme en la silla pero no sacar las braguitas de mi coño (...) en vez de servirme una copa de vino, lo sirvió en un bol mientras él se servía una copa.

|| ¡Hola! He estado liada y no he podido sentarme a escribir esta continuación. He intentado hacerla algo más larga que las anteriores. Gracias por vuestros mensajes, agradeceré cualquier feedback que me deis e ideas para continuar. ||

La situación se relajó unos instantes después. Sacó de la nevera unos tuppers y preparó una cena rápida pero deliciosa consistente en arroz, verduras y salsa vegana. Me permitió sentarme en la silla pero no sacar las braguitas de mi coño. Sirvió dos platos pero sólo puso cubiertos para él. Pensé que se había olvidado hasta el momento en que en vez de servirme una copa de vino, lo sirvió en un bol mientras él se servía una copa. Brindó al aire en silencio, mirándome a los ojos con esa mirada oscura e inquietante que me estaba volviendo loca.

– Que aproveche la cena, perra.

Y la cena aprovechó, aunque al principio me daba corte comer sin cubiertos, la conversación con él, distendida y agradable me distrajo de lo humillante de la situación. Hablamos de seguridad en el sexo, de que ambos teníamos recientes analíticas sobre nuestra salud sexual y la relevancia de ello. Me corrigió en varias ocasiones para que me sentase con las piernas abiertas, no usase las manos, ni siquiera para beber, pero dejó que me acabase el vino hasta estar “con el puntito”.

– Necesito ir al aseo – dije, al terminar, levantándome. Su mano fue más rápida y me agarró del pelo, volviéndome a sentar y bajándome después hasta el suelo, de rodillas. – Por favor – intenté rectificar.

– Vas a ir, no te preocupes, pero como la perra que eres – murmuró, tirando de mi pelo y haciendo que le siguiese hasta una puerta del pasillo. Entramos en un baño de azulejos blancos y beige, con un amplio plato de ducha y un espejo que ocupaba media pared. Me volví a intentar incorporar. No me importaba mear delante de él, no era tan pudorosa. Pero no era eso lo que él tenía pensado para mi. Me volvió a poner de rodillas. Yo le miré, con los ojos brillantes del alcohol y la excitación. Me guió hasta la ducha y se quedó ahí, esperando, hasta que comprendí lo que esperaba de mí…

…Y lo hice. Me puse a cuatro patas, bajé mi pelvis hacia la ducha y empecé a hacer pis, con las mejillas rojas, ardiendo de la vergüenza de la situación.

– Mírate, si ya vienes casi educadita…– dijo, agarrándome con fuerza de las mejillas para hacer que le mirase mientras terminaba. – Ahora no lo irás a dejar así, ¿verdad?

No me lo podía creer. Le miré con incredulidad, desde mi posición, mientras veía el bulto de su pantalón crecer y sentía mis muslos húmedos y calientes de la mezcla de fluidos. No me dejó pensármelo mucho más y me hizo girar y bajar la cara. Ante mi propia sorpresa empecé a limpiarlo con la lengua. Él subió mi culo hasta dejarlo en pompa y un azote hizo lo que el anterior con el agua, pero con mi pis. Después, cayeron algunos más que me excitaron tanto que empecé a gemir mientras lamía desesperadamente, esperando que se quedase bien limpio. Cuando levanté la cara, jadeante, tenía la alcachofa de la ducha en la mano.

– Vamos a limpiarte un poco antes de que lo manches todo aún más – anunció, con una sonrisa demasiado amable. El chorro de agua estaba frío y me mojó la cara, el pelo y los pechos. Mis pezones se pusieron duros de inmediato. El agua pasó a mis partes íntimas, llevándose contigo algo de los fluidos. No todos. Seguía tremendamente cachonda.

Salió y volvió con algo en la mano. Algo peludo. Antes de que pudiese darme cuenta, llevaba unas orejas de perro pelirrojo, parecidas a las de un Border Collie, y en mi culo entraba un plug pequeño del que colgaba una cola entre perro y zorro. Tenía el culo muy cerrado, llevaba tiempo sin usarlo y gemí, intentando zafarme, cosa que no conseguí.

– Mírate – sonrió, y yo me miré, mejillas y culo rojos, en el espejo grande, con esas pintas de perro mojado, con, nuevamente, hilos de fluidos propios cayendo desde mis partes íntimas.

Después me llevó a algo que parecía un dormitorio. Me puso sobre la cama, boca abajo, y me acercó algo que me sonaba familiar por detrás. Claro que me sonaba familiar. Era un Satisfyer como el que me había arrepentido de dejar solo en casa para ir a la cita que consideraba absurda.

– Me han dicho tus amigas que querías quedarte jugando sola en casa en vez de venir a conocerme… – maldita sea, se podían haber callado, pensé. El sonido estaba cada vez más cerca de mí. Me rozaba los muslos. Y entonces atrapó mi clítoris, haciéndome dar una sacudida de placer. Estaba muy alto de velocidad y dejé escapar un gemido. – También me han dicho que eras un poco ruidosa…

Intenté protestar, pero el juguete volvió a atrapar mi clítoris y esta vez lo mantuvo y presionó, haciéndome emitir un grito de placer. Un azote más fuerte que los anteriores cayó sobre una de mis nalgas, haciéndome gemir de nuevo.

– Quiero dejarte un pequeño recuerdo para que mañana pienses bien qué quieres hacer, si seguir con tu vida o si ser mi zorra obediente.

Mantuvo aún más el Satisfyer y lo subió de velocidad hasta un punto en que quedé con los ojos casi en blanco, gimiendo y jadeando sin poder moverme, mientras numerosos azotes caían sobre mi culo, que empezaba a arder. Tenía el coño a punto de explotar de placer, los muslos empapados en mis fluidos y las braguitas de encaje blanco sobresaliendo, hechas un guiñapo húmedo. Metió un par de dedos para meterlo aún más hasta el fondo.

– Deberías darme las gracias por estar ayudándote a entender que eres una perra, una zorra y una puta que quiere que la traten como tal, ¿no crees? – Preguntó, deteniéndose sólo unos segundos para descargar un azote con rabia sobre mi culo.

Completamente ida entre el deseo y el alcohol asentí.

– No te oigo, perra.

– Sí, gracias, gr…– un azote me interrumpió y grité de dolor y placer. El Satisfyer subió de velocidad. No pude controlarlo y me corrí con fuerza, convulsionando sobre el colchón con los ojos muy abiertos. Me azotó varias veces más.

– No te vuelvas a correr sin mi permiso, zorra – gruñó, apartando el juguete de mi y apartándose él. Yo estaba todavía en el Nirvana y no me di cuenta hasta que el cuero de su cinturón cayó sobre mi culo, dejándome sin aire, boqueando. Picaba como el demonio. Me azotó nueve veces más y me hizo contarlas, con los ojos llenos de lágrimas y las piernas temblando del orgasmo aún. Y cuando terminó, deslizó el cinturón alrededor de mi cuello y empezó a apretar mientras se bajaba los pantalones. – Así aprenderás – dijo, mirándome mientras jadeaba y me retorcía. Oí cómo abría un condón y se lo colocaba, sin dejar de apretar.

Recorrió mi húmedo coño soltando lentamente para que pudiese respirar. Y cuando ya me estaba confiando volvió a tirar, dejándome sin aire, y al mismo tiempo entró completamente dentro de mí, empujando las braguitas de encaje al fondo de mi coño empapado y empujando con fuertes embestidas. Empecé a oírle jadear. El plug me apretaba en el culo con cada nueva embestida, haciéndome tener una sensación a la que no estaba acostumbrada, de doble penetración. Soltó el cinturón, dejándolo caer sobre mi espalda, para levantarme la cola de forma que podía ver el plug y su polla dentro de mí al mismo tiempo. Me azotó con la otra mano, haciéndome estremecerme y gimotear, y se corrió con fuerza.

Yo no podía negar que tenía ganas de más, pero él se apartó, se vistió y me quitó el cinturón del cuello, sacó el plug y me quitó las orejas, me indicó dónde estaba mi ropa y la puerta y, sin sacarme de dentro las húmedas braguitas, me pidió un taxi que me dejase cerca de casa –era bastante tarde ya– y me dijo que esperaba noticias mías mañana por la tarde. Que buena suerte sacándome de dentro la lencería sin correrme, ya que, por supuesto, no me daba permiso para ello. Me fui caliente, mareada por el vino, confusa y sin ropa interior cubriendo mi humedad en el taxi de vuelta a casa. Lo peor: me gustaba cómo me sentía.