Una pelirroja se vuelve obediente • Parte 2

Después de acceder a pasar la tarde-noche con él, empiezo a descubrir cuanto de su parte dominante es un farol... Y cómo me excita la sumisión.

Me llevó a su piso; no hablamos mucho por el camino y me estaba empezando a poner nerviosa. Cuando llegamos a la puerta, mientras observaba la sala minimalista y con poca luz que componía el salón con cocina americana, me detuvo.

  • Quítate las bragas. - Me ordenó. Fui a hacerlo mientras me aproximaba a besarle, pero me aprisionó el cuello con una sola mano y apretó hasta que me detuve, boqueando. Entonces terminé de obedecer, quedando con la prenda en la mano. Me la arrancó de entre los dedos y la metió en mi boca sin miramientos. Pude saborear mi excitación.

Vamos a hacer una cosa. Aceptarás obedecerme toda la tarde porque, como hemos visto ambos, te excita. Te marcharás por la noche. Mañana decides si eres o no una putita obediente más tiempo. Según cómo te portes hoy, claro, yo tendré la última palabra. Asiente si lo has entendido.

Clavé mis ojos en los suyos. Sopesé mis opciones. Era cierto que estaba muy excitada. Me apetecía aquello. Sólo una noche. Sería divertido. Aquel chico era solo algo mayor que yo, o lo aparentaba con la seriedad de su semblante. Asentí lentamente.

Entonces se acabaron tus jueguecitos. No soy ninguno de esos pringados con los que has podido acostarte. Aquí, zorrita, mando yo - terminó la frase aproximándose mucho a mi y dándole un tirón hacia abajo a mi minifalda negra.

Di un respingo al notar sus dedos entre mi vello íntimo separando mis labios y esparciendo la humedad en mis muslos. “Mucho mejor” murmuró. Se dio la vuelta.

  • Quítate la ropa y déjala en una silla. ¿Quieres un vaso de agua?

Yo, inocente, asentí. Me sentí más tranquila ante aquella muestra de cita normal. Me quité la ropa (solo llevaba la falda, las deportivas y una camiseta, puesto que no habituaba llevar sujetador por falta de necesidad) y me quedé esperando. Volvió con dos vasos. Estiré la mano para coger el que me tendía cuando lo volcó, formando el agua un charco en el suelo. Sacó de un tirón las braguitas blancas de mi boca.

  • Las perras no beben de vaso - Esgrimió una sonrisa cruel - Vamos, al suelo.

Lentamente me puse a cuatro patas y bajé la cabeza hacia el suelo. Él puso su zapatilla en mi mejilla, dejando mi cara en el charco de agua. Agarró una de mis nalgas para subirme el culo en pompa.

  • ¿No tenías sed? Pues bebe. - Mi lengua salió obedientemente de mi boca y empecé a lamer, como podía, el charco de agua del suelo. De repente empecé a notar como, con ayuda de sus dedos, introducía la tela de mis braguitas por mi húmedo coño. Jadeé.

Por mi mente pasó otro recuerdo. Quince años, y me había topado con la ilustración de una chica-gato a cuatro patas, desnuda y mojando el suelo con la humedad entre sus piernas, bebiendo leche, u otro líquido parecido, del suelo. Me excité igual que en el momento que estaba viviendo.

  • Mírate, que buena perra. Nos lo vamos a pasar bien tú y yo.

Un fuerte azote al mismo tiempo que levantaba el pie de mi cara me hizo caer en el charquito de agua y mojarme. Los rizos caían, desordenados y mojándose, alrededor de mi rostro. Estaba perdiendo el control.