Una pelirroja se vuelve obediente • Parte 1

Tras encerrar los encuentros pasados con la sumisión en un cajón, vuelvo a encontrarme con las órdenes. ¿Será cosa de una noche?

Uno, dos, tres. Sabía detectar perfectamente cuándo iba a entrar el metro en el andén por el sonido. Me despeinó al pasar, haciendo que mi pelo rizado cobrizo se alborotase aún más. Sujeté el borde de mi minifalda negra para que no se levantase, evitando una escena a lo Marylin en la estación.

Me empujaron para pasar pero no le di importancia. Pasé al vagón de cola y me puse de puntillas para buscar entre la gente a mi cita de hoy. Cuando le encontré no supe si sonreír o bajar la mirada. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, verdosos, y sentí que me clavaba en el sitio.

Hice un esfuerzo por avanzar y esbozar una sonrisa resuelta. Era el conocido de un amigo y nos habíamos visto alguna vez en una fiesta de la que, sinceramente, no recordaba mucho.

Era de mi tipo... Para pasar la noche. Había quedado con él por insistencia de mis amigas, pero no tenía ninguna intención de dejarle pasar a mi vida más allá de unas horas. Ya le había advertido de que trabajaba pronto y que no quería volver tarde a casa.

Me presenté y tuvimos la típica conversación superflua de presentación. Estudio Marketing, vivo sola, veintitrés años, mi pelo es así de forma natural... Cuando llegamos a la cafetería (bastante bien elegida, eso tenía que concedérselo) empezamos a hablar de temas con algo más de interés.

  • ¿Qué estás buscando? - Me preguntó.

  • La verdad es que nada serio. Ya sabes, algo para hoy y listo. - Fui sincera. Podía oír a mis amigas gritándome en mi cabeza.

  • Ajá. Ya veremos.

¿Ya veremos? Lo achaqué al típico orgullo de machito que parecía imposible extirpar a los tíos. La conversación se tornó aburrida de nuevo, él esquivó este tema y en algún momento yo ya andaba pensando en darle largas e irme a jugar con mi Satisfyer y echar una partida a la consola. Podía pedir sushi para cenar.

  • ¿Te aburro? - Irrumpió en mis pensamientos como un elefante en una cacharrería. Sacudí la cabeza, volviendo a la situación. No me dio tiempo a contestar. - Vas a pasar al baño y quitarte las braguitas. Las traerás en la mano y me las darás.

Me lo quedé mirando fijamente. Muy fijamente. Al principio seria. Poco a poco mi fachada fue ahuecándose. Los recuerdos vinieron a mi mente. Tenía unos diez años y jugábamos a chicos contra chicas. Un niño me sujetaba los brazos. “Muévete”, me decía, empujándome hacia “la cárcel”. “Y dame tu diadema para demostrar que te tenemos nosotros”. Yo estaba sumamente excitada por la situación. Le di mi diadema con las mejillas ardiendo.

  • No tengo todo el día.

Así que el chico tenía carácter. Le seguí mirando. Evaluaba cuánto le iba a durar esa seriedad. Muchos han visto alguna escena de estas. Luego están deseando que les cabalgues y se ablandan después, pero el juego no está mal. Igual le dejaba venirse a casa.

Me levanté, juguetona, y estaba dispuesta a ir al baño cuando me agarró suavemente de la muñeca. Volvió a clavar sus ojos oscuros en mi. “Sí, Señor” me dijo, cómo esperando que se lo repitiese. Aunque no quería admitirlo, eso me excitó. Me gustaba el juego de poder. Ya se lo devolvería.

  • Sí, Señor.

Cuando llegué al baño me quedé unos instantes apoyada en la puerta. Sólo era un rato de diversión, me convencí. Me levanté la falda para descubrir unas braguitas de encaje blanco que, para mi sorpresa, estaban empapadas. O quizás no me sorprendiese tanto. Las hice un ovillo en mi mano, manchándome de mi humedad. Apreté el puño intentando ocultarlas lo mejor posible y se las dejé sobre el regazo al pasar por su lado para sentarme de nuevo. Sentí como se estaban mojando la parte interior de mis muslos y seguramente la falda. Menos mal que, al ser negra, no se notaría demasiado...

  • Qué buena chica - Murmuró, lo suficientemente alto para que lo oyese. Extendió mis braguitas sobre la mesa, doblándolas con mucha, mucha tranquilidad. Se me hizo un nudo en la garganta. Iba a increparle pero con una mirada suya supe que tenía que callar. - Estás... un poco mojada, ¿no?

Sonrió de medio lado y yo bajé la mirada, con las mejillas ardiendo, avergonzada y notando cómo el calor se adueñaba de mi cuerpo.

  • Hagamos una cosa - continuó - Juguemos hoy. Vamos a mi piso, te haces a la idea de lo que busco, disfrutas... aunque parece que ya lo estás haciendo - levantó la mano que había puesto sobre mi ropa interior empapada - y mañana me escribes y me dices qué has decidido.

Me reí. Sonaba bien y parecía un chico normal. Solo estábamos jugueteando. Asentí, esbozando una sonrisa coqueta.

  • Póntelas, nos harán falta después - Me pasó las braguitas. Menos mal que nuestra mesa la tapaba parcialmente una maceta grande con una Monstera de plástico. Me fui a levantar cuando me indicó que me sentase. - Póntelas aquí.

El rubor se subió hasta mis orejas. Podía notarlo. Él parecía estar disfrutándolo. No podía discutírselo, algo dentro de mí decía que obedeciese... y me encontré bajando hasta mis sandalias para ponerme las braguitas, intentando fingir que buscaba algo en el bolso. Me las apañé bastante bien, pero estaban empapadas y mojaron parte de mis piernas y manos. Fui a coger una servilleta y, de nuevo, él me hizo un gesto. - Con la lengua.

Provocativa, lamí mis dedos de forma sensual, sosteniéndole la mirada. Él me miraba, serio, sin expresión, como si le diese igual. Me gustaba que se hiciese el duro. Aunque no sabía cuánto era pose y cuánto verdad.

Preview parte 2:

Me llevó a su piso; no hablamos mucho por el camino y me estaba empezando a poner nerviosa...