Una pelea entre amigos
Hasta ese momento yo no había tenido ninguna relación sexual con hombres, yo tenía 21 años y él 22. A él le iba mucho la fiesta hasta altas horas de la noche...
Una pelea entre amigos
Voy a contarles mi primer encuentro sexual con un amigo. Hasta ese momento yo no había tenido ninguna relación sexual con hombres, por lo que aquello era para mí toda una novedad. Mi amigo se llama Ernesto. Por esas fechas estudiábamos los dos la misma carrera, y además vivíamos en la misma residencia universitaria. A Ernesto lo conocí en la residencia. Era una persona reservada, pero muy juerguista. Poco tardamos en conocernos y disfrutar de nuestra amistad. Pero, a pesar de todo, él era un poco reservado. Ese distanciamiento que él quería mantener fue algo que me alentó a acercarme más a él y ganarme su amistad, sin embargo, nunca esperé que la cosa llegase tan lejos. Por esa época, yo tenía 21 años y él 22. Era un año mayor que yo, porque había repetido un curso. Él es moreno, mide algo más de metro ochenta, y es bastante fuerte. Pelo rizado, piel morena y una constitución bastante fuerte. Por aquel entonces, yo tenía 21 años, era rubio y muy delgadito. Cómo os decía, a Ernesto le iba mucho la fiesta. Solía salir de juerga hasta altas horas de la noche, aunque cuando llegaban los exámenes se encerraba en la residencia a estudiar.
Por las noches solía ligar mucho, por lo que en más de una ocasión se hablaba de tal o cual chica que salía de su habitación tras una noche de juerga. En esas noches de estudio coincidíamos Ernesto y yo. Él tenía habitación individual, mientras que yo vivía en una doble con un chico que en las épocas de exámenes se iba al piso de su novia. En esas noches de estudio, Ernesto prefería no estar solo y venía a mi habitación para estudiar toda la noche. Lo cierto es que no solíamos aguantar toda la noche despiertos, por lo que al final acabábamos durmiendo los dos en mi habitación, eso sí, yo en mi cama y Ernesto en la de mi compañero. Fue en esa época en la que Ernesto y yo acabamos trabando una gran amistad y confianza. Eran noches de confidencias, de juegos, y de pasarlo bien más que de estudiar. Solíamos empezar la noche estudiando en el escritorio, pero a medida que pasaba la noche y se "acababan" las ganas de estudiar, comenzábamos un juego que casi siempre acababa igual: en la cama y con la polla tiesa. Cuando nos cansábamos de estudiar nos poníamos el pijama y nos metíamos en la cama con los libros, por esto de repasar. Era una excusa. En ese momento empezábamos un juego del que disfrutábamos los dos. Comenzábamos a "putearnos" mutuamente, nos peleábamos, primero verbalmente, y después físicamente, cuando uno de los dos abandonaba su cama y se abalanzaba encima del otro para ver quién podía más. Generalmente era él el que podía más que yo, y acababa inmovilizándome en mi propia cama. Tenía que "rendirme" para que me soltara, reconociendo que era más fuerte que yo. Ernesto disfrutaba mucho agarrándome por las muñecas y sentándose encima de mí para mostrar su superioridad. Yo también disfrutaba, y por eso primero peleaba un poco para que nuestros cuerpos se rozasen en un cuerpo a cuerpo que me ponía loco.
Tenía que hacer grandes esfuerzos para que no notase que me había empalmado. Lo cierto es que Ernesto sabía perfectamente que el juego me excitaba, y al cabo de unos días, yo mismo pude descubrir que las peleas también tenían el mismo efecto sobre la polla de Ernesto, cuando en un roce de la pelea, noté su polla tiesa como un palo. Los dos sabíamos que el juego nos excitaba, pero no hablábamos sobre eso, pese a rozarnos disimuladamente, sin que se notase demasiado cuales eran nuestras intenciones. Nos acostábamos todo empalmados y muy sofocados. Muchas mañanas me levantaba con los slips corridos, y con ganas de llegar más lejos en la noche siguiente. Durante el día no hablábamos de eso. Ni una referencia. Pero cuando llegaba la noche se repetía un juego arriesgado en el que yo quería llegar mucho más lejos. No me atrevía a dar más pasos adelante, porque no sabía hasta dónde querría llegar mi amigo, y tampoco quería arriesgarme a perder su amistad. La verdad es que me estaba enamorando de Ernesto, y fue eso lo que hizo que yo descubriese que me gustaban los tíos. Comencé a fijarme en su paquete, en su cuerpo, y eso. Así fueron pasando los días, y se acercaba el verano, por lo que el calor era cada vez mayor. Los pijamas se fueron quedando en el armario, y Ernesto y yo dormíamos con slip y camiseta. Al final, sólo con camiseta. Estudiar con Ernesto era cada vez más excitante. Cada noche que Ernesto se quedaba a dormir en mi cuarto, el juego se repetía. Yo me dejaba "capturar" para repetir ese juego que tanto nos gustaba. Pronto empezamos a tocarnos con más descaro, y a provocarnos mutuamente de un modo que me calentaba muchísimo. A Ernesto le encantaba inmovilizarme y sentarse encima de mi pecho, agarrándome las muñecas e inmovilizando todo mi cuerpo. A mí me excitaba cantidad sentir el culo de Ernesto sobre mi pecho, y sentir el calor de sus pelotas sobre mí. El bulto de su calzoncillo me calentaba hasta límites insospechados. Quería comérmelo, lamerlo, acariciarlo. Cuando ya quedaba poco tiempo para que se acabase el curso, decidí arriesgarme más y ver hasta dónde quería llegar Ernesto. Esa noche iniciamos nuestro juego como de costumbre. Yo estaba a tope. Dejé que me agarrase, y luché para darle más emoción. La pelea llevó a que Ernesto me tuviese agarrado por el cuello, y que me inmovilizase mis muñecas con sus brazos y apoyándome contra su cintura. En esa postura, Ernesto dejó ante mí su paquete envuelto en aquel slip azul que tanto me excitaba. En ese momento me decidí a dar un paso más, y retarlo. Su paquete estaba a pocos centímetros de mi cara. Me estaba provocando, y mi polla respondía a esa provocación estirándose dentro de mi slip. Le dije: - Ernesto, o me sueltas ahora mismo o te juro que te muerdo la polla. Él se rió y siguió mi juego. Le repetí: - Hablo en serio, como no me sueltes ahora mismo te juro que te muerdo la polla. El juego de los mordiscos había sido nuestro último paso, hasta el punto de que yo le había dejado unos días atrás una marca en el cuello del que había tenido que disculparse ante nuestros amigos, diciendo que había sido una "amiguita". El mordisco había sido mío, fruto de la calentura de una noche de pasión - No creo que te atrevas a morderme la polla.- Me dijo calentándome aún más. - A ver si te atreves!.- me dijo acercando aún más su paquete a mi cara. Yo estaba a cien. La cabeza de mi polla empezaba a asomarse por encima de la goma de mi slip, que estaba ya un poco mojado. - Te voy a pegar un mordisco en el rabo que no vas a poder meterlo nunca más en ninguna parte!.- le dije mientras él comenzaba a hacerme cosquillas, sin soltar la presión de mis muñecas. - Te juro que te la voy a morder - le dije - Hablo en serio! Él se rió, y antes de que pudiera acabar de reírse, pudo notar cómo mi boca se abría alrededor de su polla, que estaba ya bastante gordita. Posé mis labios alrededor de su polla apretada bajo el slip. Y en ese momento marqué mis dientes sobre ese trozo de carne que me estaba volviendo loco. La mordí ligeramente, aunque lo que quería hacer realmente era mamarla. Solté mis labios y le dije: - Te voy a machacar la polla como no me sueltes el cuello ahora mismo.
¿Quieres que siga? Mi tono denotaba la pasión que estaba viviendo, sintiendo el cuerpo de Ernesto contra el mío. Estábamos sudando, y nuestros cuerpos húmedos nos calentaban aún más. Estábamos sofocados, y nuestras respiraciones eran entrecortadas.
El sabor de su slip me había calentado de una forma increíble.
Ernesto siguió retándome: - Suéltate tú mismo si eres capaz.. Me retaba porque quería prolongar aquella situación. Notaba su paquete frente a mi cara. Estaba creciendo, y no hacía nada por apartarme ese preciado tesoro que era su polla envuelta en esa fina tela azul. - Tú te lo has buscado.- le dije, mientras marcaba aún más mis dientes sobre su rabo, que comenzaba a salirse del slip. Mi mordisco se estaba convirtiendo en una auténtica mamada, enmascarada por la tela de su slip. Él reía, sabía que yo no apretaría más, y eso le estaba dando un placer enorme. En ese momento Ernesto tomó una iniciativa que dejó muy claras las cosas. Me soltó un brazo y bajó la tela de su slip. Su polla, enorme ya, apareció ante mi cara. En ese momento me dijo: - Sigue ahora si te atreves.- me dijo riéndose. Su polla no paraba de revolverse ante mis ojos. Yo casi no podía hablar. Estaba asombrado. Menudo pedazo de polla. Sabía que su polla era grande. Pero no podía imaginarme cómo sería en pleno estado de erección. Menuda tranca gastaba mi amigo. Su polla llamaba la atención por su tamaño. No sólo por ser larga, que lo era, sino también por su grosor. Su piel era morena y tersa. El capullo todavía estaba recubierto de la piel, que la erección hacía bajar hacia la base de sus pelotas, tapadas todavía por el slip. - Si te muerdo ahora te voy a hacer mucho daño.- le dije retándolo, al tiempo que deseaba que esa situación no acabase nunca. Estaba a cien. Mi polla estaba dura como una estaca. - Si me la muerdes se te van a romper los dientes.- contestó Ernesto con tono retador. - Si te la muerdo otra vez no vuelves a follar en tu puta vida.- le dije mientras sentía cómo Ernesto apretaba aún más mis muñecas, restregando su polla por mi cara. La situación era de lo más excitante. No aguanté más. Abri los labios y apreté el tronco de su polla. Le dije entre dientes - Tú te lo has buscado ¿Estas preparado para sufrir?.- mientras le enseñaba mis dientes sobre su rabo. Él se rió y cambiando su tono de voz me dijo: - Sigue, por favor... Su tono era ahora de súplica. Estaba excitado y su polla lo delataba. Engullí su polla, y comencé a acariciarla con mis labios. En ese momento, comenzó a aflojar la tensión sobre mis manos. Me soltó totalmente y comenzó a acariciar todo mi cuerpo, mientras yo seguía esa mamada, ahora ayudado por una de mis manos, que bajó su slip para poder apreciar sus huevos. Ernesto se retorcía de gusto. - Me muero tío... Me dijo mientras mi lengua acariciaba su capullo. Mientras mi mano comenzaba a pelársela . Ni treinta segundos duro esa situación. - Para David, me voy a correr. - Tranquilo... - le contesté, sin intención alguna de parar. Él se revolvía. Notaba que se iba a correr, y se estaba poniendo incómodo. Quería parar, y al mismo tiempo quería continuar. Agarré fuertemente su polla para que no se apartase de mí. Ahora él estaba sentado encima de mí, yo yacía boca arriba en esa cama sudada. Él, con su polla ante mis labios, mientras con una mano acariciaba mi nabo, todavía enterrado en el slip. Su mano estaba dentro de mi slip, meneando mi polla enérgicamente. Mi rabo estaba loco, me moría de excitación. - Para tío, que me voy a correr. - me dijo mientras yo continuaba meneándosela con una mano, y acariciando su capullo con mi lengua. Continué sin hacerle caso. Él se retorcía, su mano nerviosa apretaba mi polla que estaba a punto de estallar. Fue cuestión de segundos. Su polla se puso muy dura. Tembló, se sacudió en mi mano, fuera de control, hasta disparar un chorro de leche tan fuerte que saltó contra la almohada. Su polla estaba totalmente loca, el segundo chorro cayo en mi cara, en mi pelo, y cómo no, en mi lengua. Era un sabor que yo desconocía. Mi cara recibía goterones de leche supercaliente que derramaba su polla salvaje. Ernesto estaba en éxtasis. Yo también. Sin que él hiciese nada, mi polla empezó a soltar leche dentro de mi slip. Era UNA CORRIDA SENSACIONAL. Mi slip estaba totalmente mojado, de sudor, de lefa, de pasión. La habitación olía a macho, el aroma que deja un orgasmo trabajado con sudor y muchas ganas de sexo. Nos habíamos corrido al mismo tiempo, y Ernesto había disfrutado al máximo. Su polla seguía dura, con una gota de leche en la cabeza que parecía no querer caer. Ernesto se derrumbó sobre mi cuerpo. Su pecho se juntó al mío, en un abrazo de pasión y, por qué no, también de amor. Habíamos culminado algo que nos arrastraba desde los últimos meses. Yo estaba feliz, pero un poco avergonzado de lo que había pasado. Mi polla estaba encerrada en mi slip, toda húmeda. Sentía mis huevos sudados y calientes. Estaba totalmente abandonado a mi amor, que con su cuerpo encima del mío me daba un calor escalofriante. Sentía su polla contra la mía, y eso me excitaba. Estaba muy cansado. Lo habíamos hecho. Reposamos en silencio sobre la cama sudada. Nuestra respiración se fue acompasando hasta llegar a la normalidad. Pasaron unos minutos, y Ernesto se levantó de la cama. Su polla ya estaba algo flácida. Me dio un beso en la cara y se metió en la ducha. Me quedé sólo en la cama, el sudor se iba enfriando en mi piel, mientras oía el ruido del agua bajo la ducha. Imaginé las gotas de agua resbalando sobre el cuerpo de Ernesto. Mi cuerpo rociado de su semen se enfriaba sobre la cama. Al otro lado de la pared estaba Ernesto duchándose. Acaricié mi polla que volvía a estar totalmente tiesa. Me pajeé pensando en mi amor. Fue una paja desesperada, veloz, fugaz, me había corrido ya por segunda vez, y continuaba con el meneo disfrutando como un perro. Cuando salió de la ducha yo ya había acabado. Mi polla estaba ya flácida, después de una segunda descarga. Apenas me salió leche, pero disfruté de un gran orgasmo sólo recordando lo que había pasado minutos antes. Salió de la ducha, y después se metió en su cama, mientras era yo el que me lavaba. Nunca hablamos directamente del tema, pero durante más noches repetimos el ritual de la pelea con finales diferentes. El tiempo nos fue separando. Ernesto tuvo una novia, y nuestra relación se fue enfriando. Pero aún hoy me acuerdo de esta historia. A veces intento recordarla cuando me acuesto, y suelo levantarme con una densa corrida en el slip.