Una peculiar familia (7)

Siguen las aventuras de Quini, esta vez viendo una peli con sus hermanas

CAPÍTULO VII

Aquella noche, Barbi y Cati estaban especialmente revolucionadas. Sus eternas risitas eran más insistentes que nunca y de continuo se cuchicheaban cosas al oído. Debía de tratarse de algo muy divertido, pues de otra forma no se explicaba tanta algarabía. Eran tan comunes escenas similares que ni Dori ni, por supuesto, mis padres, prestaban la menor atención al hecho. Y posiblemente tampoco se la hubiera prestado yo de no haber advertido cierta complicidad en Viki. En un par de ocasiones la sorprendí mirando a las gemelas con una sonrisa que me daba a entender que sabía lo que las dos se traían entre manos.

Como era norma, no bien concluida la cena mi padre se retiró a su dormitorio, seguido dócilmente de mi madre. Dori, que había tenido un día bastante ajetreado, dejó escapar un par de bostezos y, lamentándolo mucho, también se fue a la cama.

De acuerdo con el riguroso turno establecido, era a Barbi a quien le correspondía quitar la mesa; pero, como si ya fuera asunto convenido, Viki se encargó de tal tarea mientras Barbi y su inseparable Cati volaban hacia su habitación para regresar al poco con una cinta de vídeo, que rápidamente introdujeron en el reproductor.

—¿Te vas a quedar tú también? —me preguntó Barbi.

—¿De qué va la película? —pregunté yo a mi vez.

—De acción —contestó Cati entre risas—. De mucha acción.

Tras una leve disputa entre ambas, Barbi se apoderó del mando a distancia y las dos vinieron a sentarse a mi lado en el sofá; Barbi lo hizo a mi derecha y Cati buscó acomodo a mi izquierda.

—¿Te falta mucho, Viki? —preguntó Barbi.

—En un segundo acabo —contestó la aludida desde la cocina.

Un segundo de Viki era el equivalente a dos minutos del resto de los humanos y en esta ocasión creo que estuvo más cerca de los tres. Al regresar al salón hizo un gesto de fastidio al ver que las plazas del sofá ya estaban todas ocupadas y tomó asiento en un butacón aledaño.

No sé por qué ocurren estas cosas, pero lo cierto es que ocurren y me consta que no es a mí al único que le pasa. Harto como estaba de verla desnuda un día sí y otro también, Viki me excitaba más cuando estaba vestida. Sobre todo cuando estaba vestida como aquella noche, con una falda muy corta y una camiseta de amplio y holgado escote. Tal como quedó posicionada, con las piernas ligeramente separadas y el tronco un poco echado hacia delante, la perspectiva no podía resultar más tentadora. Por arriba, sus blancos senos colgando como apetitosos melones casi al completo visibles a través del escote; y por abajo, sus ajustadas braguitas marcando la escisión de su vulva y el insinuante negrear de su vello púbico. Siempre estaba para comérsela, pero aquella noche me pareció que lo estaba más que nunca.

Mientras tanto, en la alcoba matrimonial, los cada vez más intensos gemidos de mi madre y los cada vez más seguidos resoplidos de mi padre anunciaban que su combate de cada noche estaba a punto de terminar.

—¡Empieza la función! —exclamó Barbi pulsando el play del mando a distancia.

La pantalla del televisor se tiñó de negro y, tras varias cabeceras de otras tantas productoras o distribuidoras, bien centrado apareció un descorazonador título: Mujercitas .

—¡Vamos, anda! —clamé—. ¿Otra vez esa cursilada del año catapún?

Hice ademán de levantarme, pero Barbi se apresuró a sujetarme por un brazo.

—¡Estate quieto aquí! No es lo que tú te imaginas.

Los créditos se me hicieron interminables, pero el aburrimiento se me pasó de inmediato en cuanto empezaron las primeras secuencias. Sobre una cama inmensa, entre sábanas de terciopelo azul, dos despampanantes rubias se metían mano la una a la otra sin ningún miramiento ni limitaciones aparentes, supliendo como mejor podían la falta de un buen rabo que las pusiera a mil. Era la primera vez que veía una escena lésbica y mi verga no tardó en adquirir la condición de estaca, no tanto por la escena en sí como por el calibre de las dos hembras que la protagonizaban.

Yo sólo tenía puesto un pantalón corto de deporte y la holgura de la prenda hizo que aún fuera más ostensible mi erección. Todas parecían estar muy atentas a la pantalla; pero Barbi no debía de estarlo tanto, pues su mano izquierda no tardó en infiltrarse por la elástica cintura de mi pantalón para aferrarse bien a mi nabo e iniciar una especie de indolente masaje que me hizo perder casi de inmediato todo interés por la película. Cualquiera de las dos rubias estaba bastante mejor que Barbi, pero aquéllas eran simples imágenes y ésta era de carne y hueso y la tenía al alcance de mi mano.

Le pasé mi brazo por los hombros, me apoderé de su teta derecha, fácilmente accesible a través de la abertura del reducido camisón con que se cubría, y cerrando los ojos, mientras que con mis dedos pellizcaba suavemente su aún fláccido pezón, me concentré en las plácidas sensaciones que se esparcían por todo mi cuerpo al compás de aquella parsimoniosa masturbación.

Ya el pezón que mis dedos manejaban se había tornado firme y duro cuando noté como la cabeza de Cati se apoyaba en mi hombro izquierdo y, mientras uno de sus brazos se abría paso entre el respaldo del sofá y mi espalda para rodear mi cintura, la mano del otro comenzaba a deslizarse a lo ancho y largo de mi pecho en una sucesión de caricias que, unidas a las más íntimas de Barbi, acabaron de sumirme en el más delicioso de los placeres.

No me percaté de que Cati se había despojado de su camisón hasta que no reparé en el tibio contacto de sus senos apretándose contra mi brazo izquierdo. No necesitó quitarse las bragas porque no las llevaba puestas. Toda su desnudez se ofrecía ante mí y mi mano libre buscó el calor de su entrepierna, sumiéndose en la espesura de su monte de Venus y escarbando en la tierna llaga hasta encontrar el maravilloso abismo en que hundir los dedos.

No pude evitar mirar de soslayo a la cariacontecida Viki, que fingía seguir atentamente la película aunque su ruborizado rostro indicara que no permanecía en absoluto ajena a lo que a un metro escaso de sus narices estaba aconteciendo.

Empujando mi pantalón hacia abajo, Barbi terminó sacando a relucir mi polla y, nada más verla en aquel estado más que sobresaliente, enardecida por la acción que mis dedos seguían ejerciendo sobre su coño, Cati se lanzó sobre ella como una fiera y, aprovechando que su gemela había retirado la mano para también deshacerse de su camisón, se la tragó casi entera al primer intento. Fue una mamada corta pero hecha tan a conciencia que a punto estuvo de provocar el fiasco. Afortunadamente, Barbi intervino a tiempo, reclamando para sí lo que consideraba que en derecho le pertenecía. Aunque de no muy buena gana, Cati accedió a soltar la presa.

No sé si es que daban por sentado que aquella circunstancia se iba a producir y lo tenían preparado de antemano, o que había condones repartidos por toda la casa, incluso bajo los cojines del sofá. Lo cierto es que Barbi tenía uno en la mano y procedió a colocármelo. Cati, que de momento se había conformado con sobar mis cojones, también tuvo que renunciar a ello. Y es que Barbi, poniéndose en pie y colocándose de espaldas a mí, agarrando de nuevo mi miembro, fue flexionando las piernas poco a poco hasta alojarlo por completo en el interior de su vagina, comenzando acto seguido un movimiento de sube y baja mucho más gratificante aún que el realizado poco antes con su mano.

A falta de mejor consuelo, Cati se aferraba a la mía para impedir a toda costa cualquier intento de retirada por mi parte, incitándome a que siguiera sin pausa manipulando su cada vez más húmedo sexo. Y si la izquierda era la que Cati me mantenía prisionera contra su coño, mi mano derecha no quiso permanecer ociosa y, aunque en forma algo forzada, pasó a prestar similar servicio en la zona homóloga de Barbi, centrándose más en su clítoris por hallarse más que colmado el orificio equivalente.

A pesar de que el trabajo se me acumulaba, no dejaba de prestar mi atención a una Viki cada vez más acalorada y más empeñada en aparentar una calma que estaba lejos de sentir. Hubiera dado cualquier cosa en aquel momento por saber cuáles eran los pensamientos que cruzaban por su cabeza. Aunque era de suponer que estaba al tanto de mis frecuentes encuentros con Dori, que Barbi y Cati montaran semejante espectáculo a su presencia no creo que lo esperara. La complicidad que me había parecido advertir entre Viki y las gemelas durante la cena, ya se me antojaba fuera de sentido. A menos que hubieran proyectado una cosa y ahora estuviera resultando otra bien distinta, no le encontraba ninguna explicación. Que Viki se hubiera prestado voluntaria a presenciar cómo yo me follaba a las dos gemelas, lo consideraba fuera de toda lógica. Pero, por otra parte, tampoco comprendía muy bien cuál podía ser la razón de que permaneciese allí. Si le disgustaba o se sentía en alguna forma violenta, lo más natural es que se hubiera quitado del medio a las primeras de cambio. Daba por descontado que la película no era lo que la retenía.

La cosa se puso aún más caliente cuando Barbi alcanzó su orgasmo en medio de auténticos aullidos. Aquí Viki ya no pudo conservar su impasibilidad.

—¡Calla ya, exagerada! —la recriminó con acritud—. Tampoco creo que la cosa sea para tanto.

—¿Quieres probarlo tú? —intenté provocarla.

—No, gracias. Ya tengo quien me satisface cuando lo necesito.

—Ahora lo necesitas y sólo me tienes a mí.

Barbi se había puesto en pie dejando libre mi herramienta. Sujetándola con el índice y el pulgar por la raíz, la hice cimbrearse.

—¿De verdad que no quieres probarlo? —insistí.

—Lo siento —se apresuró a terciar Cati—, pero ahora me toca a mí.

Y la segunda gemela repitió los mismos pasos dados por la primera, colocándose a horcajadas sobre mis muslos con mi verga completamente alojada en su vagina.

—Por mí —apostilló Viki con orgullo—, podéis estaros así hasta mañana. Yo, en cuanto termine la película, me voy a la cama.

Barbi parecía haber quedado más que satisfecha, pues se dejó caer en el sofá y se desentendió de mí. Cati, en cambio, estaba en plena efervescencia y el ritmo que imprimía a sus movimientos era para volver loco a cualquiera. Quizás el que estuviera más atento a las reacciones de Viki favorecía mi tardanza en eyacular y Cati se ocupaba de sacar buen provecho de ello, pues mi pene se mantenía tan firme como en el primer momento y la llenaba hasta el cérvix cuando sus nalgas rebotaban contra mis muslos.

Procuré olvidarme momentáneamente de Viki y centrarme en Cati. Sabía que, en cuanto me relajara lo más mínimo, me correría sin remedio y traté de acelerar la corrida de ella antes de que ello ocurriera. Mientras que con una mano sobaba sus tetas, enderezando sus dormidos pezones, con la otra asalté su centro neurálgico del placer y lo hostigué hasta que Cati se derrumbó entre jadeos y grititos bastante más comedidos que los proferidos por Barbi.

Me bastaron un par de movimientos más para unir a sus espasmos los míos eyaculando como un bendito poco antes de que la película, de la que tan solo del principio me había enterado algo, concluyese. Barbi se apresuró a retirar la cinta del reproductor, recogió su camisón del suelo y se despidió de mí con un simbólico beso en los labios.

—Gracias, hermanito —dijo—. Ha sido maravilloso.

—Gracias, hermanito —repitió Cati el ceremonial—. Has estado genial.

Viki también se puso en pie y se limitó a darme el tradicional beso en la mejilla.

—¿Te importa que hablemos un momento a solas? —dije asiéndola de una mano.

—¿De qué quieres hablarme? Son casi las dos de la madrugada y estoy muerta de sueño.

Las gemelas se ausentaron sin más preámbulos.

—Sólo es un momento —insistí.

—Está bien —Viki se cruzó de brazos y me miró con gesto de resignación—. Adelante, te escucho.

—Por favor, siéntate aquí a mi lado.

Sin variar un ápice su gesto, Viki se avino a sentarse.

Sabía muy bien qué era lo que quería decirle, pero no tenía muy claro como empezar, más aún viendo lo poco que ella me lo facilitaba. Después de unos segundos de vacilación, decidí formular de entrada una pregunta:

—¿Existe alguna razón especial para que te niegues a complacerme?

—La única razón es que no me complace el complacerte en eso que tú quieres.

La seca y contundente respuesta me dejó un tanto frío.

—¿Por qué con papá sí y conmigo no? —volví a mi viejo argumento de siempre.

—Papá sólo me lo pide cuando lo necesita, lo cual no es tu caso. Tú puedes disponer de Dori cada vez que quieres y, por lo que acabo de ver, tampoco Barbi y Cati te suponen ningún problema. ¿No te sobra y basta con ellas?

—Pero Dori, Barbi y Cati no son como tú. Tú eres distinta y me atraes de una forma especial.

—¿Porque tengo las tetas más grandes?

—Porque eres una mujer de verdad y las demás aún son casi unas niñas.

—Eso es algo que se irá arreglando con el tiempo. El mismo cambio que yo he experimentado de un año para acá, lo experimentarán ellas.

—No lo creo. Barbi y Cati son un año menor que Dori y parecen ser un año mayor.

—Eso no quiere decir nada. No todas nos desarrollamos de igual forma.

Decididamente, aquél no era el rumbo que yo quería darle a la conversación.

—¿Tienes algo en particular contra mí? —intenté volver al principio.

—¿Porque no quiero follar contigo? Para mí eres mi hermano pequeño y te quiero como a tal; pero no me apetece tenerte como amante.

—Sé que lo de que tienes novio es pura invención tuya. Tal novio no existe y me supongo que, como todas, también tienes tus necesidades. Como mucho, papá te lleva a su cama una vez al mes. ¿Cómo te las arreglas entre mes y mes?

—No creo que eso sea de tu incumbencia.

—Papá dice que no deben existir secretos entre nosotros.

—Papá es el primero en tener sus propios secretos. Además, lo que cada cual haga en su intimidad no creo que le interese a nadie más.

—¿Cuántas veces te masturbas al día?

—Las que me da la gana. ¿Te importa a ti mucho?

—No me digas que, cuando me has visto liado con Barbi y con Cati, no has tenido ganas de meterte por medio.

—Cierto. He tenido ganas de meterme por medio, pero no para lo que tú te imaginas, sino para pegaros un par de hostias a cada uno. Todavía no sé cómo me he podido contener.

—Papá dice...

—Deja ya de escudarte en lo que papá dice o deja de decir. ¿Has visto alguna vez que papá se ponga a joder con mamá delante de los demás?

—Tampoco he visto que se esconda.

—No es lo mismo que tú entres en su habitación cuando lo están haciendo que ponerse ellos a hacerlo aquí en el salón delante de todos.

—Para el caso, ¿qué más da?

—Bueno —Viki hizo ademán de levantarse—. Si eso es todo lo que querías decirme, me voy a dormir.

—Sólo un segundo más —volví a sujetarla—. ¿Qué te parece si probamos una sola vez? Si ves que no doy la talla, no volveré a insistir más. Aunque no lo creo, es posible que seas tú la que no dé la talla; y, en ese caso, todo mi interés desaparecerá.

—¿Lo dices en serio o se trata del último chiste?

—Lo digo en serio.

—Pues tal vez tengas razón.

Ya no pude retenerla, pues de un fuerte e inesperado tirón se zafó de mi mano, y sin dar más explicaciones se marchó, dejándome con la tremenda duda de cómo había de interpretar sus últimas palabras: «Tal vez tengas razón». ¿Razón en qué? ¿En que podíamos probar una vez? ¿En que yo no daría la talla? ¿En que no la daría ella? ¿En todo? ¿En nada?

Con tantos interrogantes en la cabeza, tardé un buen rato en dormirme. Quizá al día siguiente pudiera conseguir que me aclarara qué es lo que quería haber dicho exactamente.