Una peculiar familia (24)

Continuan las aventuras de Quini.

CAPÍTULO XXIV

—Hijo mío —me dijo mi padre, apoyando su mano en mi hombro como siempre solía hacer en estos casos—. Hay cosas que no se pueden justificar ante otras personas, aunque de hecho estén más que justificadas. Hoy, por paradójico que pueda resultarte, he de confesarte que es el día más feliz y el más triste para mí. He tenido la inmensa alegría de conocer a una nueva hija de cuya existencia nada sabía y he vuelto a recordar con Merche hermosos momentos ya pasados. Por eso este día es para mí algo especial. Pero, al propio tiempo, estoy apesadumbrado porque, por primera vez, no he sido sincero con tu madre, a la que bien sabes que quiero sobre todas las cosas. No me he atrevido a contarle toda la verdad, limitándome a decirle que me he excedido con la bebida y que, por no estar en condiciones de conducir, no vamos a regresar esta noche a casa. Aunque es cierto que he bebido más de la cuenta, tú y yo sabemos cuál es la verdadera razón de que nos quedemos aquí a pasar la noche... Lo único que quiero pedirte es que esa verdadera razón sea algo que quede entre nosotros, al menos hasta que yo encuentre la ocasión propicia de decirle a tu madre toda la verdad... ¿Me harás ese favor?

—Sabes de sobra que sí, papá.

—Gracias, hijo mío —casi me abrazó emocionado—. No esperaba menos de ti.

La fiesta estaba tocando a su fin. La música aún seguía sonando, pero ya nadie se molestaba en bailar porque casi ninguno estaba en condiciones de hacerlo. Tal y como augurara Maite, Santi había sido de los primeros en sucumbir pese a su aspecto de gigantón. Ella misma fue la encargada de llevarlo hasta su habitación y, a su regreso, con otro de sus bien ensayados guiños me dio a entender que todo discurría según lo previsto y que ya teníamos vía libre para hacer lo que mejor nos viniera en gana. Aparte de Luci y yo, que no habíamos probado el alcohol, Merche era la que mejor aspecto presentaba. Me refiero al aspecto en cuanto a sobriedad, porque respecto a lo demás, pese a la medio melopea que llevaba encima, Maite seguía brillando con luz propia, y más ahora que su escote parecía haberse agrandado y sus dos suculentos globos afloraban más altivos que nunca.

Bea también se había pasado lo suyo y medio dormitaba tumbada en un butacón con las piernas colgando por fuera de uno de los brazos del mismo. Sole y Marga no ofrecían mucha mejor pinta y el insaciable Javi aprovechaba el "impasse" para darle un nuevo tiento a los restos de tarta.

—Me da la impresión de que esta noche ya tienes ocupación, ¿no?

Era Luci la que se había acercado hasta mí y me había formulado la cuestión.

—¿Cómo lo has sabido?

—¿No te parece que es demasiado evidente para que pase desapercibido?

—¿Te disgusta que así sea?

—Si te dijera que no, sería como engañarme a mí misma. Pero comprendo perfectamente a mi tía. Es lógico que tenga ganas de probar... algo diferente.

—Podría haberse fijado en su hijastro.

—¿Javi? Ése sólo sabe comer. No se la he llegado a ver nunca, pero no me extrañaría que su cosa fuese poco más o menos como la de su padre.

Como si de una señal convenida se tratara y todos estuvieran esperando a que Merche y mi padre se retiraran, cuando ambos desaparecieron se produjo la estampida general. Bea se encontraba en tan pésimo estado que, a falta de otro voluntario, tuve que ser yo el encargado de llevarla en brazos hasta su habitación.

Cuando llegué a la mía, ya Maite me había cogido la delantera y, desposeída del vestido, me aguardaba como una Venus de ébano, sentada sobre la cama sin más indumentaria que un sostén de media copa y uno de aquellos tangas que al parecer tenía por costumbre usar.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó a guisa de saludo—. Empezaba a pensar que me ibas a dar plantón.

—He llevado a Bea hasta su cuarto —expliqué—. La pobre no estaba para ir por su pie.

Maite desplegó sus espectaculares piernas, que mantenía recogidas, y saltó de la cama para avanzar hasta mí.

—Antes que nada —comenzó a hablar mientras procedía a aligerarme de ropa—, quiero que tengas una idea clara sobre mí. Ya sé la opinión que merezco a toda la familia de mi marido y, en parte, tal opinión no es equivocada; o, mejor dicho, no lo era cuando me casé. Siempre he querido a Santi porque es una persona bondadosa y cariñosa como pocos; pero tengo que admitir que quizá no me hubiera casado con él de no haber sido por la estabilidad que me ofrecía. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

—Creo que está bastante claro.

—Pues bien —aquí su voz hizo una ligera inflexión porque coincidió con el momento en que terminaba de quitarme los calzoncillos y ya no me quedaban sino los zapatos y los calcetines—. Lo mismo que te he dicho una cosa, también te afirmo que quiero a mi marido más que a nada en el mundo y que ésta va a ser la primera vez que le sea infiel. ¿Me crees o no me crees?

—No veo ninguna razón para dudar de tu palabra.

—Y seguramente te preguntarás porqué antes no y ahora sí.

—No tengo por costumbre hacerme preguntas cuya respuesta desconozco.

—¡Eres un auténtico pillín! —exclamó abandonando la seriedad que había mantenido hasta entonces y echando mano a mi paquete, que ya iba cobrando forma.

Me llevó hasta el borde de la cama, me hizo sentarme y procedió a quitarme zapatos y calcetines. Inclinada ante mí, la perspectiva que ofrecía era insuperable. No había parte de ella que no tuviera un encanto especial a mis ojos: su hermoso rostro, enmarcado por aquella corta melena llena de ondulaciones y rizos; el fino cuello, los redondos hombros, los perfilados brazos; aquellas gloriosas tetas, que parecían pugnar por escaparse de su semiencierro; sus recios muslos...

—Pues te explicaré porqué antes no y ahora sí —siguió hablando, mientras se entretenía pellizcándome los huevos y acariciando mi pacote como si de un minino se tratara—. Merche se ha tomado la molestia de ponerme al corriente de muchas cosas que yo ignoraba. Hasta hoy, nada sabía de tu padre, que resulta que lo es también de Bea y Luci. Puesto que Santi es de una forma de pensar bastante distinta y, como supongo habrás oído muchas veces decir, dos que duermen en un mismo colchón se vuelven de la misma opinión, yo he acabado siendo como él y nunca llegó ni a pasárseme por la imaginación la idea de engañarle con otro. Pero ahora vengo aquí y me encuentro con el embolado que hay en esta casa, y en la tuya según deduzco de lo poco que he oído, y todo lo que yo pensaba sobre el particular se ha venido abajo. Ahora descubro que follar padres con hijas, madres con hijos, hermanos con hermanas y primos con primas no tiene nada de anormal y, además, hasta parece que es bueno, porque todo queda en familia... —al llegar aquí se puso en pie y acto seguido tomó asiento a mi lado, muy pegadita a mí—. Exactamente no sé qué grado de parentesco puede haber entre tú y yo, pero está claro que algo de familia somos. Y como Merche me ha hablado de tus cualidades y la más importante de ellas ya veo que salta a la vista —nuevo estrujón a mi pacote—, pues llego a la conclusión de que lo que no es malo para unos tampoco puede serlo para mí... ¿Es así o no es así?

—A mí me parece que tu razonamiento es perfecto —respondí, ansioso de que se acabara cuanto antes aquella interminable charla y pasáramos a la acción.

—En resumidas cuenta —se pegó más aún a mí, aplastando su teta derecha contra mi brazo—. Lo que te quiero decir es que soy una mujer malfollada y, oyendo lo que he oído de ti y viendo lo que veo, puesto que nada malo hay en ello, quiero que esta noche me folles sin el menor miramiento.

—¿Y eso cómo se hace?

—Haciendo conmigo lo que te dé la gana y haciéndome vibrar como nunca he vibrado.

—Intentaré hacerlo lo mejor que pueda, pero no me atrevo a garantizarte lo que dices de las vibraciones.

—Tú fóllame bien follada, que lo demás corre de mi cuenta.

—¿Qué entiendes tú por follarte bien follada? Lo pregunto porque, antes que nada, creo que es conveniente que tengamos claro los conceptos.

—Nada de arrumacos y nada de cariñitos. De eso ya ando sobrada. Considérame tu putita particular por una noche y da rienda suelta a tus instintos.

Mi instinto me llevó a liberar sus soberbias tetas de aquella prenda que mostraba más que ocultaba y a engullir los macizos pezones que las coronaban. No habíamos empezado aún y ya estaban duros como piedras. Mi diestra voló hacia su abultado coño y también me encontré con que la escasa tela del tanga estaba completamente humedecida. Indicios tan alentadores hicieron que mi verga se disparara sin más hasta alcanzar cotas insospechadas. Hasta yo mismo me sorprendí de tan fulminante reacción, máxime teniendo en cuenta el ajetreo que ya había llevado aquella jornada, y no me la besé porque no me alcanzaba. Tampoco fue motivo de frustración, pues Maite se encargó de suplir mi limitación y a fe que la suplencia fue de las que hacen historia.

—¡Ay, cariñito! —dijo mientras tomaba posiciones—. ¡Cuánto hecho de menos un rabote como éste!

Aunque demasiado bien sabía la causa de su añoranza después de haber visto lo que Santi le ofrecía, me abstuve de hacer cualquier comentario que pudiera poner en evidencia los conocimientos que tan subrepticiamente había conseguido.

La mamada que Maite me prodigó me supo a gloria bendita. Yo diría que chupaba con ansia, como si por fin hiciera realidad uno de sus sueños más anhelados, cual era tener a su alcance un cipote que duplicaba en tamaño al de su amado marido.

Su coño no paraba de manar y hacía rato que el tanga había superado su máxima capacidad de absorción, por lo que prácticamente podía decirse que chorreaba. Y deseoso como estaba de hincar el diente a tan jugoso manjar, solicité a Maite una mínima tregua para que ambos pudiéramos adoptar una mejor postura, más acorde con nuestras respectivas apetencias.

Me acordé de algo leído en uno de los candentes relatos de mi buen amigo Mango, en el que se declaraba poco partidario de la práctica del sesenta y nueve, porque no sabía si estaba dando o recibiendo. Supongo que hay casos y casos y, en el mío, yo no tenía el menor problema: si rico era lo que recibía, no lo era menos lo que daba y, consecuentemente, aquello me resultaba de un rico al cuadrado. Maite tenía un chocho tan apetitoso y una boca tan eficiente, que no me era posible distinguir si el toma era mejor que el daca o al contrario, pues ambas cosas me parecían por igual sublimes. Y los dos disfrutábamos de lo lindo, porque el numerito se prolongó con largueza. Lo que no sabría decir con total seguridad es si Maite se corrió o no durante el proceso, pues con tal copiosidad de jugos cualquier posible incremento me pasó desapercibido. Si debo guiarme por sus aspavientos, entonces sí que podría asegurar que lo suyo fue un corrimiento continuo, pues no paró en todo el rato de moverse de un lado para otro y de soltar los más enfervorizados gemidos (nasales cuando le cogía con la boca llena y a pleno pulmón cuando se tomaba un respiro en el concienzudo trabajo que ejercía sobre mi polla reventona). A veces se dejaba llevar tanto por su entusiasmo, que no tuve más remedio que suplicarle que aplicara sus dientes con un poco más de mesura, pues algunos bocados empezaron a superar claramente el umbral de lo tolerable para tan delicada mercancía.

—¡Niño mío! —exclamó cuando ya habíamos agotado no sé cuanto tiempo en los mutuos lameteos—. Esto está divino, pero yo me muero ya de ganas porque me la metas como Dios manda.

Hice intención de agarrarla por detrás, pero se revolvió rápidamente.

—Te parecerá mentira —dijo—; pero estoy tan harta de que me lo hagan por detrás que nada hay que desee tanto como un buen misionero. Ya ni me acuerdo de la última vez que lo practiqué.

La verdad es que no sé porqué se considera tal posturita como algo casi proscrito, rayano en lo aberrante, en las últimas tendencias sexuales y hay a quien hasta le da vergüenza confesar que es la que suele utilizar con su pareja. A mí me parece una de las más reconfortantes y satisfactorias y más de una vez he dicho que era la que más empleaba en mis relaciones con Dori, aunque solo sea por esa mayor sensación de acercamiento que produce para con la persona con quien estás disfrutando. No sé; quizá se trate de una apreciación muy particular, pero yo creo que es la que mejor materializa la mutua entrega entre ambos amantes. Claro que, la mayor parte de las veces, no se trata de amantes sino de follantes, y en tal caso cambia mucho la cosa.

Sea como fuere, la petición de Maite no sólo no me molestó sino que me satisfizo. De todos modos, alentaba la esperanza de que íbamos a tener tiempo y ocasión de probar otras alternativas. No sabía cuánto podía dar mi verga de sí, pues la prueba a que estaba siendo sometida aquel día nunca antes la había experimentado. Si era como dicen los deportistas, mentalmente me encontraba pletórico y ello me ayudaría a superar cualquier escollo. Al menos, así lo esperaba.

Maite recibió mi ofrenda como maná llovido del cielo. Aunque fue ella quien impuso la condición de que los arrumacos y cariñitos estaban de sobras, debió de emocionarle tanto acoger en sus entrañas a tan desusado invasor que, olvidándose de lo por ella misma pactado, me rodeó entre sus brazos y comenzó a comerme a besos la cara entera para terminar comiéndome la boca en el beso más dolorosamente apasionado que hubiera recibido nunca, pues mordía con verdadera falta de moderación, sin reparar lo más mínimo en el daño que pudiera ocasionar.

Huelga señalar la holgura con que mi verga se desenvolvía en agujero tan dilatado y untuoso como era a aquellas alturas la vagina de Maite. Y resultaba proverbial el énfasis que ponía al pedir:

—¡Más adentro, la quiero más adentro!

Lo consideré como un acto de misericordia. A sabiendas de lo que Santi tenía, no costaba mucho comprender su deseo de sentir exploradas regiones que quizá nunca antes lo habían sido. Así que apreté con ganas hasta tocar fondo y, tanto para el delirio suyo como para el goce mío, mis sucesivas arremetidas acabaron cobrando tal nivel de salvajismo que, más que un coito, aquello se convirtió en una auténtica batalla por saber quién aguantaba más: si yo metiendo o ella recibiendo.

La partida finalizó en tablas, pues al poco de sucumbir ella sucumbí yo también y ninguno de los dos, hasta entonces, habíamos mostrado el menor síntoma de debilidad en nuestros respectivos cometidos. Superada la meta, los dos quedamos bastante tocados, sin fuerzas casi ni para hablar. Aquél había sido, cómo no, el mejor polvo de mi vida.

—¡Si supieras lo a gustito que me he quedado! —exclamó Maite una vez recuperada del lance—. ¡Hacía siglos que no me comía un pastel como éste! ¿Es cierto eso que dice Merche que aún no has cumplido los quince?

—La verdad es que todavía me queda bastante para cumplirlos.

—¡Pues quién lo diría! Vaya empuje y vaya aguante que te gastas... ¡A saber qué serás capaz de hacer a los veinte! ¿No te has planteado la posibilidad de dedicarte a actor porno? Tendrías un porvenir maravilloso... Merche me advirtió que eras algo increíble; pero yo creo que se quedó corta: eres un auténtico prodigio.

—¿Significa eso que te he follado bien follada?

—Significa que me has follado divinamente follada. Debe de ser que esto de follar en familia le da al asunto un algo especial.

Consideré que tantas alabanzas, bien merecían un esfuerzo extra para mantener el prestigio. Así que, tan pronto me vi mínimamente en condiciones de afrontar una nueva brega, allá que volví otra vez a la carga, empezando a magrear sus tetas, siguiendo por una comedura de coño de lo más completa y, puesta ya Maite al rojo vivo, terminando con un variado mete y saca que dejó en mantillas al polvo anterior y que, como no podía ser menos, pasó a convertirse en el mejor de mi vida.

—¡Ay, chico! ¿No podrías darte una vueltecita de vez en cuando por Santo Domingo? Puedes estar seguro de que te recibiría encantada en mi casa.

Aunque lo dijo en plan de broma, yo creo que en el fondo Maite hablaba muy en serio. Y, francamente, si de mí hubiera dependido, no habría tenido el menor inconveniente en darme muchas vueltecitas por Santo Domingo.

—¿Echamos el último antes de despedirnos? —me hice el valiente.

—¡Calla, calla, muchacho! Tengo ahora mismo el coño en carne viva. Pero ojalá me durara mucho tiempo... No te puedes ni imaginar las ganas que tenía de sentirme así como me siento... En comparación con lo cotidiano, lo de esta noche ha sido como si me hubiera pasado por encima un regimiento de caballería.

Sin perder el tiempo en vestirse, me rozó los labios con los suyos, besó luego la punta de mi minga dándole las gracias por los servicios prestados, recogió sus pertenencias y desapareció, llevándose con ella todo el encanto de las últimas horas.

No tardé ni treinta segundos en quedarme profundamente dormido. La cosa no era para menos.