Una Pasion Secreta

La amaba, y estaba dispuesto a complacerla aún en sus más extravagantes caprichos. Por eso cuando ella le reveló que su más acariciada fantasía era ser sodomizada por un desconocido, sin pensarlo dos veces se dispuso a hacer realidad el anhelo de su mujercita.

UNA PASIÓN SECRETA.

La amaba, y estaba dispuesto a complacerla aún en sus más extravagantes caprichos. Por eso cuando ella le reveló que su más acariciada fantasía era ser sodomizada por un desconocido, sin pensarlo dos veces se dispuso a hacer realidad el anhelo de su mujercita.

"Daría cualquier cosa por saber en que piensas en este preciso instante," le dije a mi esposa una noche justo después de venirme en una intensa cogida.

Judith se revolcaba aprisionando en su chocha mi morronga de una manera particularmente tentadora, sus dedos enterrados en mis hombros, los ojos cerrados como si estuviera en otro mundo.

Pero al hablarle le interrumpí su ensoñación. Mi, verga aún permanecía sepultada en las profundidades de su caliente y húmeda vagina y noté como mi mujer se ruborizaba intensamente.

"Oh, mi vida, solo estaba gozando de una de mis fantasías, nada en especial...*

me respondió evasiva. Sus palabras picaron aún mas mi curiosidad y ante la renuencia de ella a confesar sus pensamientos íntimos presentí que algo importante estaba por serme revelado.

"No seas tonta, Judith," insistí, "sabes como te quiero y estoy dispuesto a complacerte... no me gusta que existan secretos entre nosotros..."

Con expresión picara en su lindo rostro, dejó escapar una risita sofocada y rodamos juntos sobre la cama, de modo que ella quedó encima de mí. Luego de besarla tiernamente en el rostro, la acomode a mí lado; dándome cuenta "que estaba a punto de conocer una de sus más atesoradas fantasías.

En verdad me viene a la mente frecuentemente," admitió finalmente, "cuando tu me tienes clavada tú verga bien profundo. Es una escena en que aparece un hombre desconocido 'y él'…bueno... él... me está metiendo su'"enorme pingon en... en mi culo."

Estire un brazo hacia la mesa de noche y tomando un cigarrillo del paquete lo coloque entre mis labios humedecidos, lo encendí y deje escapar una bocanada de humo gris-azulado, mientras analizaba cuidadosamente cada una de sus palabras.

"Una fantasía muy caliente, ¿Eh?" le comente con sinceridad.

Sin contestarme, Ella yació inmóvil y en silencio observándome fumar. Cuando apague la colilla contra el cenicero, apoyo su cabeza en mi hombro y me dijo titubeante en un susurró:

"Te juro, mi vida, que es algo que a veces tengo enormes ganas de probar"

Yo estaba asombrado y no podía creer lo que mis oídos estaban escuchando. Mirando fijamente al techo no le respondí nada era una sorpresa para la cual no me sentía preparado. No me .podía imaginar a mi dulce inocente y cariñosa esposa confesándome que deseaba tener sexo anal con un extraño mientras mas pensaba en su revelación mas caliente me ponía. De repente mi morronga había adquirido de nuevo su dureza y estaba erguida en toda su longitud. En la sugerencia de mí chica había algo definitivamente erótico que me atraía y excitaba contra mi voluntad. Tome su manita en la mía y se la coloqué alrededor de mí rígida verga. Así abrazados y entremezclándose nuestros alientos nos dejamos vencer por la fatiga y el sueño.

Esa noche dormí extraordinariamente intranquilo y agitado. Tuve multitud de enloquecidos sueños en que veía a mi mujer dejándose coger el culo por uno o varios hombres. Escuché sus quejidos y lamentos en pleno éxtasis mientras un rudo y fornido obrero de la construcción le clavaba su macizo pingón y yo observaba atentamente como si estuviera supervisando una tarea laboral. En estos sueños, mi hermosa y apetitosa mujer se hacía una adicta al sexo anal.

Aún más extraño, cuando me desperté a la mañana siguiente, descubrí que la sábana de la cama estaba mojada con mi leche. Algo que no me ocurría desde mi época de adolescente. Durante el desayuno, ni Judith ni yo hicimos la menor alusión a la conversación de la noche anterior. Sin embargo, era evidente que aquella confesión la teníamos bien presente en nuestras mentes. Durante toda fa jornada de trabajo, no pude escapar a las imágenes de mí esposa siendo cogida en el culo por un hombre desconocido"'

Mientras más pensaba en aquello, más intranquilo me sentía. Y me di cuenta que en el instante en que empezaba a fantasear sobre su oculto deseo, mi pinga cobraba vida, se agitaba en los pantalones y se ponía dura como el hierro. El corazón me latía aceleradamente ante la imagen de mi mujer en cuatro patas dejándose, clavar por la nervuda gigantesca verga de un desconocido mientras su culito rosado y apretado hacía esfuerzos por ajustarse al voluminoso intruso. Bien sabía que se trataba de un ojo del culo virgen.

Y tuve que reconocer que aquella lujuriosa faena sería excitante no sólo para ellos dos sino para mi también. Fue entonces que me decidí a complacerla y a darle el visto bueno para que ella y yo hiciéramos realidad y gozáramos juntos su Fantasía.

Esa misma tarde, hablé con Judith sobre mi creciente fascinación por ver su fantasía hecha realidad. Discutimos sobre el asunto por un buen rato y quedamos de acuerdo en tratar de llevarla a cabo el próximo fin de semana.

Resuelto este extraño giro de los acontecimientos, Judith y yo pasamos el resto de la noche echando uno de los mejores palos que hemos tenido desde nuestra luna de miel. Mi pinga estaba incansable y luego de cada venida se paraba de nuevo indómita dispuesta a clavarse en la estrecha cueva de mi mujercita.

Al llegar finalmente la tarde del viernes, tenía la picha adolorida de haber permanecido en constante erección en los últimos tres días. Me preguntaba que clase de hombre elegiría mi mujer para la tarea. ¿Joven y apuesto? ¿Fuerte y silencioso? ¿Maduro y experimentado? También me interesaba saber como yo saldria de la comparación con el desconocido. Supe que aquella noche jamás la olvidaría.

Elegimos el bar de un hotel a unas treinta millas de nuestra casa como centro de operaciones para seleccionar el misterioso afortunado. Era un sitio perfecto, oscuro y confortable y, sobre todo, habían unos cuantos hombres "candidatos" cuando hicimos nuestra entrada. Judith estaba a la mitad de su segundo trago cuando me señaló un señor no muy alto y vestido como un hombre de negocios. Tenía aspecto de ejecutivo de una corporación, le calculé unos treinta y pico de años y noté que su ropa era cara y elegante y en la banqueta de al lado descansaba un maletín.

"Me parece interesante," comentó ella desapasionadamente. Entonces, de acuerdo a nuestro plan, me le aproximé y le invité a un trago en nuestra mesa. Después de algunos instantes de tirante y embarazo, la conversación se fue haciendo más natural hasta crearse una especie de atmósfera erótica. Se trataba de un individuo brillante, conversador y entretenido. De inmediato me di cuenta que le había caído bien a Judith y el sentimiento era recíproco. Por otra parte, algo en la mirada del tipo me indicaba que adivinaba que alguna sorpresa se le estaba preparando.

Disculpándome me marché al baño y al regresar descubrí que la mano de mi esposa descansaba en él muslo del hombre. Dispuesto a ayudarla en su conquista, le puse la mano sobre el hombro al tipo y luego de quejarme de lo ruidoso que, estaba el establecimiento sugerí irnos para nuestra casa para estar más cómodos.

Marcus, el desconocido, me miró a mi luego a Judith y dijo que le encantaría acompañamos. Me ofrecía ir en su auto para guiarlo para que no se perdiera y durante la trayectoria aproveché para explicarle exactamente que era lo que queríamos que él hiciera. Me hizo numerosas preguntas y traté de, contestarlas con la mayor honestidad.

Finalmente me miró directamente a los ojos y dijo:

"Me siento honrado de que ustedes me hayan elegido y estoy seguro que no les pesará. Ocurre que adoro el sexo anal y le prometo que besaré, chuparé, lameré y acariciaré cada pulgada del exquisito trasero de su adorable esposa."

Escuchando aquellas palabras, le di una ligera palmada en el hombro agradeciéndoselas. Tuve que admitir que el hombre me gustaba y teníamos varias cosas en común. Ambos abordamos nuestro acuerdo como si se tratara de una seria transacción... y lo era.

Cuando llegamos, Judith había preparado algunos tragos y se encontraba en la ducha. Nos acomodamos para esperar por ella. Salió del baño envuelta en una bata de casa de felpas. Sus cabellos castaño claro estaban aún húmedos y cepillados hacia atrás. Su piel tersa estaba todavía enrojecida por la fricción de la esponja y verdaderamente lucía como un ángel, un ángel dispuesto a convertirse dentro de poco en lujurioso demonio.

Sentándose en el sofá entre nosotros puso sus manos en nuestros muslos y preguntó quien sería el próximo en darse una ducha. Marcus respondió que se acababa de bañar antes de irse al bar y entonces levante mi copa para hacer un brindis antes de marcharme al baño.

Mi ducha no pudo durar más de cinco minutos pero cuando salí luego de secarme, ya Marcus y Judith estaban en la alcoba. Mi mujer yacía desnuda y boca abajo y él, que. también se había quitado la ropa, estaba arrodillado entre las abiertas piernas dé ella, restregándole aceite infantil en su turgente y erguida grupa. Observé hechizado como le sobaba las redondas y paradas nalgas en una especie de ritual y como todos estábamos en silencio, decidí no pronunciar palabra y me coloqué a unos pies de la cama.

Mientras las manos bien lubricadas de Marcus se deslizaban a lo largo de la espalda temblorosa y excitada de Judith, el único ruido que se escuchaba eran nuestras respiraciones entrecortadas y el roce de la carne contra la carne. Entonces ella cambió ligeramente de posición y con voz ronca y caliente susurró lo mucho que le estaba gustando aquel manoseo. A continuación el tipo salió de entre sus piernas y se puso a un costado y derramando más aceite en sus manos comenzó a separarle las turgentes nalgas y untarle el perfumado líquido en la profunda raja que conduce al apretado ojo del culo. Me invito a que le ayudara pero decidí permanecer alejado de la acción.

Evidentemente era un hombre experimentado seguro dé lo que estaba haciendo. Observé como separaba los dos rotundos cachetes mientras sus dedos se sumergían con delicadeza en el normalmente escondido valle entre ellos. Noté como mi mujer se retorcía excitada y restregaba su chocha contra las sábanas mientras el desconocido le sobaba las nalgas y metía sus dedos en el tibio canal.

Entonces cambió sus tácticas. Apoyando una mano en el borde superior del canal, con el pulgar y el índice abrió y mantuvo separada las nalgas de Judith de forma que por primera vez pude contemplar detalladamente el rosado y apretado botón trasero de mi esposa. Vi, subyugado, a Marcus tomar un condón que previamente había colocado en la mesita dé noche.

Con parsimonia rompió la envoltura metálica con los dientes, extrajo el dispositivo de goma y con él recubrió su poderosa y tiesa mandarria, todo ello sin despegar los ojos del suculento culo de Judith. Con una mano aún separándole las nalgas, con el filo de la otra, como en un golpe de karate, comenzó a deslizaría dé arriba a abajo del aceitado canal;

provocando que mi mujer meneara las caderas enardecida por él apretado restregón.

De pié con mi pingá bien parada apuntado al techo mé sentí agradecido dé que hubiésemos escogido a un experto para desvirgarle el culo a mi hembra.

Según aumentaron los quejidos y las contorsiones de ésta Marcus deslizó su mano incansable, más profundo en dirección a la empapada vagina. Ahora, Judith se puso a dejar escapar unos ruidos familiares de su garganta y supe que estaba a punto de venirse. Arrastrado por la pasión, me dirigí a donde se encontraba el frasco de aceite y luego de untármelo abundantemente en la morronga empecé rápidamente a bombeármela en una frenética puñeta.

Marcus se deslizó de nuevo entre las piernas de mi esposa e inclinándose se puso a meterle la lengua profundo en la hendidura, desde su nacimiento hasta el mismo hueco del bollo. A menudo hacia una pausa y la penetraba con la lengua en ojo del culo para delicia de Judith, Según los quejidos de mi mujer. Se hacían chillidos, aumentó la velocidad con la que me estaba haciendo la puñeta y cerrando los ojos exploté en potentes chorros en el mismo instante en que Judith gimiendo y sacudida por espasmos alcanzaba un fenomenal orgasmo.

Acabábamos de venimos juntos por primera vez en meses. Aún estremecido por la intensidad de mi propio climax, abrí los ojos y vi a Marcus con el rostro sepultado entre las nalgas de Judith mamándole y dándole lengua en el culo como un demente. Inmediatamente sentí que me volvían mis energías y la pinga lentamente se me paraba de nuevo.

La noche era joven y apenas había comenzado la diversión. , Marcus estaba listo para darle a mi mujer un goce diferente. Colocando un par de almohadas bajo el vientre de ella, le elevó las caderas de modo que el culo quedaba erguido en el aire. Haciendo él esto, aproveché para echarle una buena mirada a su mandarria. Era ligeramente más larga que la mía pero menos gruesa. La cabeza no era excesivamente protuberante y se hacía evidente de que se trataba del instrumento perfecto para perforarle por primera vez el ano a mi chica. Regresé a la, sala en busca del paquete de cigarrillos con la esperanza de que fumando se aliviaría la tensión que experimentaba.

Al regresar al dormitorio, la lengua de Marcus recorría el tramo que separa la vagina del ojo del culo mientras sus dedos entraban y salían vertiginosamente de la papaya. Judith se hallaba en el paraíso gimiendo y suspirando, arañando las sábanas con las uñas y sacudiendo y meneando su trasero como una poseída.

Tuve una erección completa antes de poderme llevar el cigarrillo a los labios. Me pregunté admirado como Marcus tenía tal control sobre su ritmo y se resistía a detener estas caricias y meterse de lleno en la accion. Si yo hubiese estado en su lugar, ciertamente a esa altura ya hiciera rato que le hubiese clavado la verga en el culo a Judith. Me di cuenta que tenía que mejorar mi técnica y dedicarle más tiempo a las caricias antes de llegar al acto principal.

Entonces, Marcus dejó de lamerle el culo y darle dedo al bollo de mi mujer y se ocupó en restregar aceite en el condón que cubría su morronga hinchada y tiesa. Incluso en esta tarea se tomaba su tiempo y tal parecía que se trataba de un ritual. La bella Judith permanecía inmóvil y silenciosa, su mentón apoyado en una almohada, el culo alzado y la mirada fija en la pared, como si se hubiese congelado en el tiempo y en et espacio, sabiendo perfectamente que el deseado momento de la verdad había llegado.

Y no se equivocó. Marcus le abrió las nalgas con mayor amplitud que hasta ahora y que posiblemente en toda su vida. Sus dedos enmarcaron el botoncito y con la gracia de un experto en puntería, aproximó su rifle amoroso al blanco, dejando delicadamente que la enrojecida cabeza se apoyara en el pequeño y arrugado ojete, al mismo tiempo que con una mano rodeaba la base de su morronga para hacer su disparo más certero.

El contacto entre ambos cuerpos fue anunciado por una ligera exclamación de Judith luego de tragar en seco... Y comenzó el asalto de su culo. Momentáneamente temí que el impresionante tamaño de aquel aparato pudiera dañarla pero por la forma en que ella gemía y meneaba las caderas, adiviné que su esfínter se estaba abriendo y ajustando al desconocido invasor.

Con extremada lentitud y paciencia, Marcus continuó empujando y aumentando la profundidad de la penetración. Fracción de pulgada tras fracción de pulgada iba desapareciendo mientras yo contemplaba embrujado. Todo estaba ocurriendo como en cámara lenta y no me perdía un detalle. Los músculos de las nalgas y muslos de Marcus estaban contraídos como tensas cuerdas. Y vi qué los nudillos de Judith estaban blancos de la presión con la que sus manos se aferraban á los pitares de la cama. Estaba desesperado por participar en la acción pero sabía que un error mío podía destruir la magia de aquel momento.

La entrada de la vergota de Marcus parecía demorarse siglos pero en un instante se detuvo su continuado empellón hacia adelante. ¿Se la había clavado finalmente hasta los cojones? No, simplemente le estaba dando tiempo para que se expandiera y le acomodara. De nuevo comenzó a empujar hacia adelante, pero esta vez Judith movía suavemente sus nalgas en amplios giros y reculaba dándole a entender que se sentía cómoda con aquel relleno de turgente carne en sus entrañas.

  • A continuación Marcus le agarró con sus manos por las caderas y empujando la pelvis hacia adelante hundió su espada hasta la empuñadura. Dejo escapar un suspiro de satisfacción e hizo una pausa. Ahora fue Judith quien tomó la iniciativa de la acción, girando en apretados círculos su grupa y echándola para atrás y restregándola contra el vientre de su conquistador mientras dejaba escapar gemidos de lujuria. Apoyada en los codos, alzó la cabeza y se dio la vuelta para ver como sus agitadas"nalgas se movían '

triturando el poste que la tenia ensartada por su centro de gravedad. Marcus se dejo arrastrar por aquel vaivén y a los meneos laterales y culones de ella añadió un rítmico y cada vez más acelerado bombeo metiéndosela hasta el fondo y sacándola hasta sólo dejar dentro la cabeza. Sus respiraciones se hicieron entrecortadas e irregulares según

aumentaba el frenesí de la cogida dé culo y mientras los dos cuerpos se estremecían, retorcían y revolcaban cada vez más desenfrenadamente, me puse a bombearme con.mas violencia mi pinga tiesa y dilatada.

Los restregueos y choques entre los dos cuerpos se fueron haciendo convulsivos y descontrolados y de las gargantas de la pareja, escapaban ruidos y casi sollozos de éxtasis libidinoso. Jamás había oído á mi esposa hacer, esos sonidos bestiales durante nuestras venidas. Me acerque aún más a la cama sin dejar de masturbarme. La cara de Marcus estaba roja y por su frente corrían gotas de sudor. Su pecho se agitaba violentamente y supe que estaba al final de la jornada. Embistiéndola más salvajemente que nunca, se la enterró una y otra vez hasta que finalmente la clavó hasta la raíz y dejando escapar un rugido, de la punta de su mandarria se dispararon violentos chorros de ardiente leche. Al sentirse inundada por la.crema espesa y pegajosa, mi mujer se vino como una perra en celo, Satisfecho Marcus, desplomó encima de ella y ambos se quedaron tranquilos y sin resuello.

Judith alzó la cabeza y me sonrió. Era suficiente.. Sin que ella pronunciara palabra sabía cuales eran sus deseos. Dejé de bombearme y le pedí a Marcus que se echara a un lado. Gimiendo de placer, dolor, con los pezones enrojecidos, Judith se giró y apoyándose en el pilar de la cama, se abrió las nalgas. Su anito chorreaba semen que caía sobre las sabanas a traves de la raja del culo, de su divino culo: Dos hermosa nalgas blancas. Las separe. Un ojo rosado palpitaba invitándome a hacer lo que iba a hacer. y separando con una mano sus nalgas, vertí una generosa dosis de aceite, hasta que este comenzó a caer por su entrepierna. Mientras me cogía mi súper inflamada verga, pensaba si poco a poco o de golpe. No me lo pensé mucho. Acomodándome entre sus piernas, le clavé la verga en el culo por primera vez a mi mujercita. Apoye la verga en su ano y, se la hinque de un solo golpe hasta los huevos. Su grito de dolor quedó sepultado por mi bramido de placer. La agarré por la cintura, desoyendo sus gemidos y quejas, comencé el mete saca, intentando no venirme. Mi empeño se vio premiado un par de minutos mas tarde con una cascada de suspiros y gemidos y su rigidez por un suave movimiento circular.

Dímelo, putita, dímelo… y te daré un premio

¡Aaaahhh!… ¡Siiii..!… Te deseo, te deseo mucho, damelo, damelo

La sensación era exquisita y me prometí que más nunca ignorarla este tesoro del cuerpo de Judith. ¡Qué tonto había sido en desperdiciar aquel huequito lleno de exquisiteces.

Analizándolo ahora retrospectivamente, estoy seguro que nosotros disfrutamos más aquella velada que la noche primera de nuestra luna de míel. Según Judith apretaba y restregaba sus deliciosas nalgas contra mi pinga, sentía como mis cojones golpeaban rítmicamente la parte de atrás de sus muslos. Mientras le arremetía el ojo del culo con toda mi pasión, mis manos pellizcaban y torcían los pezones de sus tetas duras y colgantes, haciendo que ella alcanzara cumbres de lujuria nunca imaginables.

Finalmente tas contracciones espasmódicas de su ojo del culo lograron ordeñarme eficazmente y solo fue cuestión de segundos antes de que le rociara las entrañas con un torrente de hirviente semen. Y agarrandola de su pelo y tirando de el con violencia, hasta descoyuntarla casi el cuello, me vine dolorosamente en su intestino, que ya habia dejado de ser virgen desde hacia rato. Entonces, me acosté pegadamente a su lado, exhausto y sin aliento. ¡Pero qué maravilloso me sentía por haber llegado a un lugar donde nunca antes había estado!

Acabamos, ella de rodillas en la cama y yo encima de ella, aun dentro. Me desacople de ella, con tiempo para ver como su enrojecido esfínter se cerraba dejando escapar la mezcla espumosa de semen y aceite veía como fluia mi esperma por la tripita de Judith. Después, la limpie hasta que quedó bien limpita y la deje allí.

Encendí otro cigarrillo y observé a Judith y Marcus. Nadie pronunció una palabra pues en realidad nada había que decir. Habíamos participado en algo que más nunca se repetiría pero que dejaría hondas huellas en nuestras memorias.

En el transcurso de los meses posteriores a esta incomparable experiencia, a menudo me preguntaba sobre él paradero de Marcus. Como es de esperar, esta inquietud me asalta cuando Judith se acaba de dar una ducha y yo me encuentro arrodillado entre sus piernas listo para hacer las cosas que de él aprendí en aquella memorable sesión.

FIN