Una pasión Inesperada (1)

Nuestros protagonistas viven una pasíón sorprendente alejada de la rutina de sus vidas diarias.

UNA PASION INESPERADA

Escrito en colaboración por Espejo y Ardiente11

Gozaba intensamente de esos últimos minutos con ella. Ambos habían sabido siempre que lo suyo tenía fecha de caducidad. Y así debía ser. Ya estaba, nunca más se verían. Una mezcla de sensaciones luchaban en su interior, pero ninguna conseguía dominar al resto por completo. Melancolía, antes de tiempo, por la separación que iba a producirse. Alegría por ser consciente de la experiencia compartida. Excitación por el placer de sentirse dentro de ella, otra vez, la última vez. Aprovechaba al extremo cada instante, degustaba cada centímetro de piel que acariciaba, consciente que lo que ya no sintiera ahora, ya nunca lo tendría.

Mientras, ella, sentada sobre su vientre le cabalgaba dulce pero intensamente, como no habían hecho nunca. Notaba el sexo erguido de su compañero en las entrañas que la apuntalaba y simplemente se dejaba deslizar en él, arriba y abajo. Sus gemidos, leves, se entremezclaban a modo de despedida, pero sin estridencias. Ambos querían prolongar unos minutos más su historia común.

Ahora, él devoraba a besos su espalda. Sus manos se posaron en sus pechos, los acariciaron, buscando los pezones erectos que culminaban esos hermosos senos. Ella notó la presión de sus dedos pellizcándola y se le escapó un gemido placentero a la par que notaba la verga del otro que empezaba a moverse espasmódicamente. Por fin fue consciente, realmente, que se acababa.

Querían verse los ojos en ese último instante, así que él la volteó sin dejar que se le escapara y la echó de espaldas al suelo, mientras su cuerpo se abalanzaba sobre el de ella. En silencio, pero sin separar nunca sus miradas, siguieron alimentando toda esa mezcla de intensas sensaciones hasta que una de ellas, el placer, se impuso sobre todas las demás. Tuvieron su último orgasmo en el mismo momento. Él noto el sexo de ella convulsionándose cuando ella notó como de la verga del compañero emanaba el dulce calor que les separaba.

Todo había empezado tres meses atrás.

Elena y Marc no tenían nada en común. Provenían de ciudades diferentes, diferentes edades y aficiones e incluso sus trayectorias educativas habían sido muy distintas. Sólo existía un nexo de unión entre ellos: el lugar de trabajo de sus parejas.

El marido de Elena y la novia de Marc trabajaban en la misma empresa. De hecho, el marido de Elena era el jefe del departamento donde la pareja de Marc desempeñaba sus funciones.

El momento de conocerse no pudo ser menos especial que aquel día. Era la típica presentación de un nuevo proyecto llevado a cabo por el departamento y todos los empleados junto a sus parejas estaban invitados al evento.

Elena no quería asistir. Hacía semanas que la relación con su marido no pasaba por su mejor momento, así que tener que ir a la reunión le resultaba poco menos que un fastidio. En realidad, todo lo que tuviera que ver con su marido, en estos momentos, le apetecía muy poco. Apenas se dirigían la palabra, excepto para tratar temas en común sobre los hijos y poco más. Se había acabado la pasión y el sexo entre ellos era escaso y torpe. Ya ni siquiera fingían que se gustaban. Pero en la calle, de cara al público, eran la pareja perfecta, aquella a la que todos envidiaban y desearían parecerse. Excepto su familia y sus amigos más íntimos, nadie sabía de su soledad y su pena.

Así que tendría que poner buena cara y tragarse su tristeza, saludar amablemente a los que se acercarían a ella más por compromiso que por verdadero interés, y mostrar su mejor sonrisa ante todos aquellos rostros desconocidos, que en realidad le importaban muy poco. Sabía que aquella fiesta sería como todas las demás, vacía, llena de sonrisas falsas, besos dados al aire, vestidos elegantes y zapatos caros de tacón, y buenos deseos cargados de hipocresía y desinterés.

Elena era una mujer madura, más cerca de los cincuenta que de los treinta, pero eso no le restaba ni un ápice de atractivo. Tenía una cabellera abundante, de rizos suaves y sensuales que caían sobre su espalda y enmarcaban con dulzura su rostro. Su rostro se conservaba juvenil, gracias a la genética familiar más que a las costosas cremas que usaba. Tenía unos hermosos ojos color café tostado que aún conservaban un brillo escondido y que cuando miraban, rodeados de aquellas largas y espesas pestañas, mostraban un mundo interior lleno de pasión y ganas de vivir. Sus caderas, generosas, pero firmes, se movían al compás de unos andares seguros y todavía hacían que al caminar, muchos rostros se volvieran a mirarla con deseo.

Entre su vestuario, se decantó por un vestido negro sin manga. Le encantaba ese vestido, ya que de una manera u otra, cada vez que se lo había puesto, un acontecimiento especial e inesperado había ocurrido en su vida. Pensó que quizá esta vez también podría ser igual. Quería una nueva ilusión en su vida, vivir una pasión que nunca olvidara o encontrarse una sorpresa insospechada que llenara sus tristes días con gotas de alegría. Acompañó el vestido con un chal de seda en tonos dorados, y unos tacones de vértigo sobre los que veía las cosas desde otra perspectiva y con los que aún caminaba con garbo. No se maquilló mucho. Su eye-liner nunca podía faltar, barra de labios en tono cereza, el color de la temporada y rimmel para destacar aún más sus espesas pestañas.

Muy guapa, y elegantemente vestida, a pesar de sus pocas ganas de salir, se dirigió con su marido al lugar de la presentación del nuevo proyecto.

Marc, 35 años recién cumplidos, asistió al acto para ganar tiempo. Esa tarde, estando en casa con su novia, con la que vivía desde hacía dos años, descubrió algo que le dejó en estado de shock. Aprovechando que ella se había ido al baño un momento se puso en el ordenador que compartían para consultar su correo. En ese justo momento apareció una ventana del messenger donde un tal frask32 le espetaba a su novia "ok, pero no lo alargues más". La curiosidad pudo más que el raciocinio y Marc revisó la conversación entera entre su chica y el tal frask32:

Frask32: "Hola guapa"

Novia: "Hola"

Frask32: "¿Ya se lo has dicho"

Novia: "No, aún no es el momento"

Frask32: "Pero si ya está decidido!"

Novia: "Lo sé, dame unos días, ya te dije que aprovecharíamos el puente para hacer el cambio".

Y ahí llegaba la despedida de él:

Frask32: "ok, pero no lo alargues más".

Marc se quedó helado. Lo único que le vino a la mente fue esos dos pasajes que había comprado para pasar cuatro días con su novia en Ámsterdam. Quería pedirle que se casaran, ya hacía dos años que vivían juntos y creía que había llegado el momento de dar otro paso en su relación. Esa misma noche, después de asistir a la presentación del proyecto tenía pensado sorprenderla con el viaje. Qué equivocado estaba y qué imbécil se sentía!

Durante el resto de tarde no supo qué hacer. Así que cuando ella le recordó que ya era hora de prepararse para ir a la empresa, Marc, simplemente, decidió ir y ganar tiempo.

Nunca le habían gustado esas reuniones. No conocía a nadie y no le interesaba lo más mínimo. Así que los veinte minutos previos al inicio de la presentación se los pasó cerca del bar improvisado que habían montado al lado de la sala de reuniones. Lo único que desvió momentáneamente su pensamiento de lo que había descubierto unas horas antes fue Elena, la mujer del jefe de su novia. Rondando los cincuenta esa mujer siempre le había parecido extremadamente sensual. Su larga cabellera, su elegante espalda y unas caderas de ensueño siempre le habían parecido de lo más sugerente. Ese aspecto físico tan apetecible contrastaba con un rostro jovial, por una parte, y melancólico y ausente por otro.

Cuando estaba a punto de empezar la sesión de presentación todos se dirigieron a la sala de reuniones. Marc observó detenidamente cómo Elena se desplazaba, cómo movía sinuosamente las caderas como resultado final del impulso que se daba desde los pies enmarcados en unos elegantes zapatos negros de tacón alto. Se sentó dos filas detrás de ella y se pasó todo el acto escrutándola minuciosamente.

Al acabar la presentación, a la cual Marc no había prestado la más mínima atención, la gente se dirigió de nuevo al bar improvisado. Estuvo deambulando por la sala sin saber muy bien qué hacer, su novia recibía elogios y felicitaciones al otro lado de la sala, muy sonriente, y él simplemente dejaba pasar el tiempo, sin más. De pronto, sin buscarlo, se encontró con la mirada de Elena. Debía estar a unos quince metros de él, charlando distraidamente con un par de personas. Pero no les prestaba mucha atención, sus ojos se habían clavado en los de él y sin dejar de dibujar una sonrisa ahora era ella quién lo escrutaba a él, sin disimulos. Marc se incomodó, apartó la mirada, pensó que le había descubierto cuando rato antes no había dejado de examinarla.

Al cabo de cinco minutos Elena avanzó hasta donde él se encontraba. Se detuvo un solo instante y le susurró "Esto es muy aburrido, ¿no?". Marc, ni supo ni pudo contestar porque ella arrancó con su caminar seguro alejándose de la zona donde la gente se concentraba. Al cabo de unos metros, sin parar, volteó su cabeza hacia donde estaba él, sin dejar de sonreír. En ese momento a Marc se le apareció la imagen del ordenador, de los mensajes que había leído y se decidió a seguir esa bella mujer por si realmente le había indicado lo que él pensaba que le había insinuado.

La siguió algunos metros más allá, no muchos, hasta que Elena se introdujo dentro de un despacho. Él espero unos segundos asegurándose que nadie le observaba y se coló dentro. Ella le esperaba apoyando su espalda contra la pared. Se miraron, Marc intento ver en ella algún gesto definitivo y lo tuvo. Ella, lentamente, tomó la falda de su vestido con sus dos manos y la fue levantando hasta dejar al descubierto el pubis. Entonces separó ligeramente las piernas invitando a Marc a que se acercara. Éste se le echó encima apresuradamente, una mano se posó en la vagina de ella mientras mordisqueaba apasionadamente su cuello. Ella se dejaba hacer a la vez que una de sus manos descendían por el pecho de él, por su vientre, hasta posarse en su bulto.

Marc ni se dio cuenta que ya tenía la verga fuera del pantalón. Elena la agarraba fuertemente con una mano y se la restregaba en su vulva. Fuera, se oía la gente charlando, pero a Marc le daba igual. Total, si les descubrían ¿qué más podía pasarle? Al contrario, el riesgo parecía excitarlo mucho más. La mano de ella se movía rápido en su verga palpitante y él notaba la humedad de ella mientras los primeros gemidos se escapaban de ambos cuerpos...

Elena se encontraba sedienta de sexo, pero no de un sexo cualquiera, no el sexo aburrido y previsible que tenía esporádicamente con su marido. Quería disfrutar de un sexo que la hiciera vibrar, que le recordara sus años de juventud, cuando cada poro de su piel era capaz de transmitirle una sensación diferente.

Se había fijado en Marc desde el comienzo de la fiesta, cuando él llegó acompañado de una chica mona pero que no destacaba por nada en concreto, y observó que él se encontraba tan a disgusto como ella misma en aquella ridícula reunión. Le encantó su aspecto un poco aniñado, sus labios suaves, sus ojos azules y su flequillo rubio cayendo sobre su frente.

Todo el tiempo estuvo pensando en tenerlo dentro de ella, tal y como lo tenía ahora. Su coño se había abierto completamente para él, ansioso por sentir placeres olvidados. Sus flujos salían abundantes desde lo más profundo de su ser, facilitando que la polla de Marc se moviera sin dificultad dentro de ella, llegando hasta el último rincón escondido de su cuerpo, que hacía tiempo nadie había explorado. Verse allí, en aquella situación, con un completo desconocido la excitaba sobremanera.

Había elegido aquel despacho donde ahora los dos se entregaban al placer porque lo conocía bien. Había sido su despacho hace años y ahora nadie lo usaba. Se entregaba confiada sabiendo que allí nadie los molestaría y estarían a salvo de miradas indiscretas. Mientras él la follaba empujando sin tregua, ella lo abrazaba y se besaban mezclando sus sabores y sus ansias.

Ahora Elena se había tumbado en la mesa y él, de pie, le tocaba las tetas, le pellizcaba los pezones y paseaba sus dedos hábiles y delicados por sus ingles y su ombligo. Mientras la penetraba, le acariciaba el clítoris, notando cómo se erguía, cómo la sangre fluía hasta dejarlo completamente erecto, observaba el rostro de Elena, sus gestos de placer, mordiéndose los labios, los ojos cerrados mientras disfrutaba de sus caricias, la boca entreabierta, ordenándole que no parara, que siguiera, que estaba a punto, que se iba a correr, que siguiera así, hasta que Marc nota el calor dentro de ella, fluidos que se derraman y ocupan los espacios, su polla recibendo las contracciones de su cuerpo y el ardor de sus entrañas, la mejor sensación que él ha tenido en toda su vida, una mujer completamente ardiente, que se entrega totalmente a su sexo poderoso.

Casi sin recuperarse del éxtasis y aún temblando, Elena le pidió que saliera de ella y se sentara en el sofá. Se arrodilló frente a él y agarrando su verga con ambas manos, la introdujo profundamente en su boca. Todos los jugos de ambos ahora se mezclaban con su saliva, un gusto a pasión y deseo en su boca.

Marc creía que iba a estallar en un intenso orgasmo. Ella lamía su sexo con placer, la lengua se movia con agilidad, presionando aquí y besando allá, mientras Marc introducía sus manos entre sus negros rizos y le decía que quería sentir su polla aún más profunda en su boca. Elena disfrutaba oyendo los gemidos de placer de ese atractivo desconocido y jugaba con sus testículos en su boca. Para ella, el sexo oral era un deleite. Seguía arrodillada, mientras se ocupaba de su polla y al mismo tiempo, con suavidad, y después de haberlo lubricado bien con su saliva, metía un dedo cuidadosamente en el ano de Marc, que no lo esperaba y se sorprendió, pero se dejó hacer, previendo un placer nuevo. Ella movía su dedo con agilidad, aumentando el placer a cada momento, y cuando comprobó que él estaba entregado, metió el segundo dedo. Ahora él supo sin ningún género de duda que iba a correrse, que ya no podía controlarse más, y su polla derramó su leche mientras ella la tragaba mirándolo a los ojos. El gemía y se estremecía dentro de su boca, que recibió con gusto esa oleada de semen caliente en una explosión de éxtasis incomparable.

Después de haber disfrutado ambos intensamente, Elena miró la hora en su móvil y se dió cuenta de que habían estado desaparecidos un buen rato. Se vistió rápidamente, se arregló el pelo y el maquillaje como pudo, y besándolo en la boca, se despidió de él mientras introducía su tarjeta personal en el bolsillo interior de la chaqueta de Marc.

"Espero tu llamada", le susurró al oído, y desapareció con la misma elegancia y discreción con la que llegó.....

En el trayecto de vuelta la novia de Marc le había comentado algunas cosas de la presentación a las que él ni siquiera había contestado. Algunas, simplemente, ni las había oído. El estado de rabia que había experimentado esa tarde se le sumaba ahora un profundo sentimiento de incredulidad. Conduciendo era incapaz de apartar del pensamiento lo que había pasado. Guardaba en la retina cada segundo de su encuentro con Elena. Aún la veía, arrodillada, tragándose su semen sin dejar de mirarle, y su ano aún estaba tembloroso por el trato que ella le había dispensado. La atracción física que sentía ahora por ella se había multiplicado respecto a la que tenía unas horas antes, que no era poca. Podría decirse que el encuentro que había mantenido con esa mujer exuberante, de curvas sugerentes y piernas largas, era de los más apasionados que había vivido, si no el que más.

Como un autómata condujo el coche hasta la dirección correcta, lo aparcó, siguió a su novia hasta el ascensor y entraron al apartamento. Su novia pensaba que Marc estaba disgustado por la reunión, sabía que no le gustaba asistir a ese tipo de actos, así que pensó que era mejor no insistir y meterse en la cama. Marc se sentó en el sofá y estuvo ahí, diez, quien sabe si veinte minutos. Las palabras de Elena retumbaban en su cabeza: "Espero tu llamada". No sabía qué hacer. Finalmente decidió olvidarse de todo esa noche y se fue a la cama.

Echado al lado de su novia, sin embargo, no podía dejar de repasar la escena que había vivido con Elena. Sintió que su verga se hinchaba de nuevo, que sus testículos se apretaban. Rozó con la yema de uno de sus dedos la entrada de su ano, intentando revivir las sensaciones que le había provocado Elena unas horas antes, pero fue inútil, lo que sentía en ese momento estaba a años luz de lo que había experimentado antes. Decidió masturbarse con el fin de relajarse y poder dormir. Pero la presencia de Elena seguía estando ahí y necesitaba tocarla de nuevo. A oscuras, coló una de sus manos por debajo de las braguitas de su novia, inconscientemente la buscó para que actuara de sucedáneo. Estuvo un rato moviendo ambas manos, una en su pene y la otra en el sexo de su compañera, hasta que, por sorpresa, notó su polla atrapada en la humedad de una boca. Intentó imaginar que era la de Elena, pero cuando estaba a punto de correrse sintió como su polla era liberada y el más mínimo resquicio de semejanza desapareció totalmente.

En un impulso se levantó de la cama y buscó el móvil. Marcó el número que figuraba en la tarjeta que Elena le había dado. Era tarde, saltó el buzón de voz y sin haber preparado lo que diría espetó: "Ven conmigo, escápate cuatro días conmigo. Sin ataduras, pero escápate conmigo. Te espero mañana a las 19h en el aeropuerto".

La mañana siguiente, cuando se despertó, su novia ya se había ido al trabajo. Hizo la maleta y dejó una nota en casa diciendo que se había ido y que volvería después del puente.

Elena tampoco podía dormir. Estaba completamente desvelada. Escuchaba la respiración de su marido, durmiendo a su lado, pero ajeno a ella, satisfecho por el éxito de la presentación mientras ella no paraba de dar vueltas en la cama. Se movía inquieta, y se sentía culpable. En todos esos años de relación con su marido, nunca le había sido infiel, jamás pensó que sería capaz de entregarse tan fácilmente a otro hombre. Pero se habían reunido varios factores que desencadenaron que llegara a aquella aventura: el aburrimiento, la abstinencia sexual, el rencor contra su marido por no ocuparse de ella y la presencia de Marc, con aquel aire ausente que lo hacía tan atrayente.

Miró a su marido que en ese momento se había girado hacia ella. Siempre había sido muy guapo, formaban una pareja espectacular y envidiada por todos. Aún ahora, él seguía conservando un físico envidiable y sus canas le aportaban gran atractivo. Intentó recordar la última vez que le había hecho el amor con pasión y no pudo acordarse. Las últimas veces se limitó a follarla rápidamente, para vaciar en ella su deseo en cuestión de minutos. No creía que le fuera infiel, simplemente en los últimos tiempos su carrera profesional estaba por encima de todo, de la familia, del ocio y por supuesto del sexo. No siempre fue asi. Todo lo que ella sabía lo aprendió de él, que fue un amante y un maestro excelente.

Recordó a Marc. La había follado con pasión, con ganas pero con una especie de rabia interior que incluso ella podía notar a pesar de no conocerlo. Se preguntaba qué le ocurriría. Le estaba empezando una jaqueca, así que se levantó a tomarse una pastilla. Las tenía en el bolso y al sacar la caja notó que el móvil mostraba una luz roja en la pantalla que le indicaba que alguien le había dejado un mensaje en el buzón. Intrigada, marcó el número de su buzón de voz y escuchó a Marc, con su voz profunda, diciéndole que se fuera con ella cuatro dias. ¡Ahora sí que necesitaba esa pastilla!

"¡Este chico se ha vuelto loco!"- pensó. "Somos dos desconocidos que apenas hemos cruzado cuatro frases y me pide que nos vayamos unos dias juntos fuera de aquí"

Se sentó en la mesa de la cocina a pensar. Siempre le gustaba sentarse allí a meditar cuando debía tomar una decisión importante. Eran las tres de la madrugada. La cabeza le dolía, el corazón se le había acelerado pensando en la posibilidad de cuatro dias de sexo intenso con Marc y su coño se había excitado con la idea. Notaba la humedad entre sus piernas. Siempre dormía sin ropa interior y la mayoría de las veces dormía completamente desnuda. Ahora sólo llevaba una ligera bata blanca que se habia puesto al salir de la cama. Cerró los ojos y cruzó fuertemente las piernas. Rozaba su sexo al apretar una pierna contra la otra y pensó lo maravilloso que sería tener a ese chico joven cuatro dias en su cama, pero por otro lado tenía miedo, miedo a que su esposo se enterara de su aventura, e incluso miedo a acostumbrarse al dueño de aquel flequillo rubio que tanto la excitaba y luego echarlo de menos.

Siguió allí sentada un rato mientras se tomaba una infusión relajante. Para cuando terminó el último sorbo ya había tomado una decisión. Viviría aquella aventura y cuando volviera decidiría qué hacer con su matrimonio. A su marido le diría que se iría fuera unos dias para meditar sobre ellos y que cuando regresara hablarían sobre qué hacer con su relación. Así no sospecharía nada, aunque estaba segura de que él jamás dudaría de ella, pues en todos estos años nunca le dio motivos para sospechar un engaño, siempre fue la esposa perfecta y además, a él tampoco le importaría mucho que se marchara unos dias, entre tanto trabajo y nuevos proyectos no la echaría de menos.

Volvió a la cama con una nueva ilusión. Tenía una sonrisa en los labios cuando por fin se rindió al sueño en los brazos de Morfeo.