Una parte de mi vida

Mi primera experiencia.

Lo que aquí os cuento no es una historia inventada. Es una porción de mi vida, una experiencia más que deseo compartir, porque cada vez que pienso en ella, aflora en mí de nuevo, un sentimiento húmedo y cercano.

Esta historia se remonta a hace tres años y todo lo que aquí os muestro ha sido por voluntad propia.

Mi nombre es Eva y tengo 24 años.

Sin querer aparentar ser una prepotente, me considero una chica muy mona, algo de lo cual estoy tremendamente orgullosa.

Delgada, más alta que la media de las demás chicas, de piel morena (legado de mi madre andaluza), ojos oscuros achinados, facciones proporcionadas y una larga melena negra que cuido sobre todas las cosas.

Tuve la suerte de nacer en el seno de una familia acomodada, culta y seria, siendo mi padre gerente de dos empresas de calzado y mi madre profesora de maternal.

Tengo una hermana un año mayor que yo, que hace sus pinitos en varias agencias de publicidad, aunque su mayor ambición es editar una revista de moda propia.

A mí, por el contrario, siempre me ha gustado estudiar. Me apasionan los idiomas y gracias a la economía de mis padres, actualmente estudio el la Columbia University de Nueva York, cuarto curso de Lengua Italiana, Francesa, Alemana e Inglesa.

Mi pasión es llegar a ser traductora en tiempo real o poder ejercer como traductora para mítines o conferencias, a ser posible, políticas.

Pero bueno, eso es para lo que me preparo y por ahora ya he asistido a alguno que otro mitin, pero con la etiqueta de ‘estudiante’.

El tiempo lo dirá. El tiempo siempre pone las cosas en su sitio. Y creedme que así es.

Desde pequeña, supe que no era como las demás chicas. A la edad de 12 años, reconocí que mi inclinación sexual no era la adecuada, o simplemente me di cuenta de que no era la correcta en el mundo en que vivimos.

Me maravillaba ver mi cuerpo en el espejo y observaba el de las demás chicas con una curiosidad fuera de lo normal.

A los quince años, me convencí, más bien comprendí, que era lesbiana y me lo tomé con naturalidad.

Ya no me limitaba a observar sólo el cuerpo de las mujeres, sino que mi imaginación volaba a medida que mi conocimiento de la sexualidad se despertaba en mí.

Aún así, sabiendo que mi condición era distinta, jamás se lo hice saber a mis padres, ni tan siquiera a mi hermana, con quien me llevo excelentemente.

Ellos no tuvieron nunca la sospecha, porque debido a mis estudios en España y a mi edad, el hecho de que no tuviera ningún chico o novio no era algo anormal.

Mi vida se resumía en ir al Instituto, estudiar por las tardes y dormir por las noches.

Los fines de semana salía con mis amigas, y algunas veces con las compañeras de mi hermana (ya que teníamos grupos diferentes) y tomábamos unas copas, nos reíamos mucho y en definitiva nos divertíamos, pero no mucho más.

De todas formas, para afianzar más mi tremenda mentira, he de confesar que alguna que otra vez subí a algún compañero de clase a casa con la excusa de buscar una chaqueta o una bufanda para dejar que me vieran acompañada del ‘sexo masculino’.

Todo fachada, pero funcionaba y yo me sentía más tranquila.

Pese a ello, mis sentimientos hacia las mujeres no fueron nunca más allá de un deseo oculto.

Hubo muchas noches húmedas en la oscura soledad de mi habitación, dando rienda suelta a mis pensamientos, haciendo volar mi mente caliente, pero jamás tuve contacto físico femenino. Ni femenino ni de ningún tipo.

Así que me veía a la edad de 20 años, como la única chica en el mundo virgen por fuera, pero tremendamente imaginativa y fogosa por dentro.

Fueron unos meses después, gracias a mis calificaciones y al dinero de mis padres sobre todo, cuando obtuve una plaza en la Columbia University.

Me hacía mucha ilusión ir a Nueva York, aunque no fuera por placer y descubrir la ciudad de las libertades con mis propios ojos.

Además, un cambio de aires y la sensación de sentirme sola, sin que nadie pudiera saber lo que realmente hacía, le daba un punto muy morboso a la situación, sin mencionar las nuevas amistades que podría llegar a hacer en una ciudad y dentro de una Universidad, con tanta diversidad de razas y culturas.

Lo que nunca pensé es que una de esas amistades iba ha enseñarme el placer del amor y el sexo, llevando esos sentimientos a límites tan insospechados que ni en mis más calientes sueños hubiera imaginado.

Llegué con una habitación asignada en La Casa Italiana de la Columbia University.

Era un edifico colindante con la Universidad, para que las personas foráneas, tuviéramos nuestro centro de descanso y estudio personal. Un complejo que albergaba salas de reuniones, biblioteca, zonas de ocio, etc.

Venía a ser una Residencia para extranjeros...

Dichas habitaciones son compartidas.

Al principio y durante una semana, nadie ocupó la otra plaza, así que estuve sola durante todo ese tiempo, ocupada en organizarme un poco, conocer a los profesores, las materias de ese curso y habituándome a una vida totalmente distinta de la que llevamos en España.

Fue la tarde de un sábado, cuando la responsable del área de ocupación, Ms. Harper, tocó mi puerta y me presentó a la que iba a ser mi compañera de habitación.

En un primer momento, no me percaté de ella, ya que estaba ensimismada en mis ocupaciones, hasta el instante en que Ms. Harper se apartó un poco para que ella entrara. Salí inmediatamente de mi letargo.

Me quedé sin respiración ya que esa primera imagen, que aún guardo en mi recuerdo, fue ver a la chica más bella que jamás tuve oportunidad de contemplar.

Tendría una edad similar a la mía, con una larga melena castaña que le caía hasta la cintura, unos ojos marrones claros como la tierra, delgada pero contorneada y unos rasgos tan finos y femeninos que la hacían parecer de porcelana.

Ms. Harper realizó las oportunas presentaciones.

Su nombre Alizée, becaria francesa que iba a cursar Biología.

La matrona me indicó que, al llevar una semana de ventaja en el centro, le informara sobre las normas, los deberes y los derechos de esta Casa.

Yo, apenas sin poder articular palabra alguna, lo primero que se me pasó por la cabeza fue sonreír a mi nueva huésped, darle dos besos rápidos y fugaces y asentir, indicándole que no se tenía que preocupar por nada y que haría todo lo posible para que su estancia y su convivencia conmigo, fuera lo más placentera posible.

Nunca algo más cercano a la realidad...

Gracias a que cuando cursaba estudios en el Instituto en España tuve la gran visión de optar por la lengua Francesa (anteponiéndola a la inglesa, quizás por su mejor sonido), pudimos entendernos más o menos bien durante los primeros días.

Yo le enseñé el centro y la Universidad, le aventuré algo sobre la cultura americana, lo poco que sabía pero aquí se aprende muy rápido, le puse al día en todo lo referente a las no muy estrictas normas y a los horarios, más que nada para intentar coincidir en los descansos para las comidas y así hacer que no se sintiera tan sola.

Además, a mí me apetecía mucho estar cerca de ella y, pecando de un egoísmo a sabiendas, intentaba que yo fuera su único punto de apoyo en todo.

El ser compañeras de habitación facilitaba mucho las cosas, porque a medida que pasaban las semanas, comenzamos a tener una confianza muy arraigada, llegando a confesarnos en varias ocasiones algún que otro secreto, aunque muy superficialmente por mi parte.

Lo lógico en esas situaciones de convivencia tan estrecha, y más siendo mujeres, era tener una confianza plena, pero creo que la artífice de crear ese hermetismo fui yo debido a que nunca me atreví a mostrarme realmente como era y hacer todo lo posible para ocultar mi condición.

Tengo que admitir, que jamás se me pasó por la cabeza decirle que era lesbiana y eso lo limitaba todo al fin y al cabo.

Es más, intentaba disfrazar mis sentimientos haciéndome pasar por la chica más heterosexual del planeta, sin parecer una vulgar buscona claro está, ya que ambiguamente quería ser la mujer más formal y femenina a sus ojos.

Alizée tenía 23 años (tres más que yo en aquellos momentos) y pese a tontear con algún que otro chico, nunca mantuvo una relación formal con ninguno, algo que a mí me gustó mucho comprobar.

Llegó con una beca, ya que fue la número 2 de su promoción y su ilusión era ejercer como bióloga.

Yo admiraba su capacidad intelectual, su saber estar y su forma de expresarse y comunicarse.

Además, su voz suave y dulce hacía que mantener una conversación con ella fuera una velada cargada de feminidad y erotismo.

Fueron muchas las veces que me quedé perdida dentro de aquella mirada sensual, hasta el punto de tener que esforzarme en ocasiones para continuar con el hilo de la conversación.

Hacía todo lo posible para que no se diera cuenta de que la observaba en silencio, repleta de deseo.

Nunca se hubiera imaginado que pasaba a ser la protagonista de mis sueños en las silenciosas noches cuando ella dormía profundamente...

Pero muy a mi pesar, en alguna ocasión se dio cuenta de mi disimulado comportamiento y una sonrisa pícara aparecía en su rostro al ver el mío sonrojarse ante la vergüenza.

Nunca hablamos de ello, pero creo que intuía algo y ese algo estaba relacionado con aquello que tan secretamente quería guardar.

Aún así, continuábamos como si nada pasara y mostrábamos una falta natural de complejo a la hora de pasearnos por la habitación tan sólo con las braguitas puestas o salir de la ducha hasta el armario sin ocultar nada, ya que, a parte de ser algo normal, ninguna de las dos tenía excesivo pudor en afrontar esas situaciones.

Pero había veces que casi no podía resistir la tentación de abalanzarme sobre ella al ver aquel cuerpo tan perfecto, aquellos contornos tan bien cincelados que más bien podrían formar parte de la portada de una soñada revista de moda de mi hermana, o ser vistos mientras se contorneaban en una pasarela, antes que utilizarlos para calentar cualquier silla durante esos años de estudio.

En fin, fueron muchas las noches que nos quedábamos hasta las tantas hablando de cualquier cosa comenzando con el día a día en la Universidad y terminado con el resumen de alguna película que nos había apasionado.

Poco a poco me di cuenta de que me estaba enamorando de ella y que cada día que pasaba me resultaba más difícil disimular lo que sentía.

Deseaba estar con ella, formar parte de ella, pero tenía que vivir de esa forma porque mi timidez impedía que fuera yo misma. Y eso me atormentaba.

Como era de prever, la confianza fue convirtiéndose en una especie de ‘roce’, por así decirlo. Nos convertimos en amigas inseparables.

Pasamos de intercambiar opiniones, ha intercambiarnos la ropa, a utilizar el mismo maquillaje e incluso el mismo pintalabios, algo que me causaba un tremendo morbo contenido.

Era como besarla en secreto y eso me producía un estado de excitación que iba mucho más allá que las simples miradas.

A mitad de curso, en los exámenes parciales y después de conocer las primeras notas y comprobar que además de guapas, éramos inteligentes, decidimos celebrarlo por todo lo alto con algunas compañeras en los centros de ocio que había a las proximidades de la Universidad.

Decidimos quedar ese mismo viernes para disfrutar de las luces de Nueva York y aventurarnos en la noche de esta fantástica ciudad.

El destino, y doy gracias a ello, quiso que un par de horas antes de prepararnos ella y yo para nuestra escapada, Alizée se cortara un dedo preparando un sándwiches vegetal.

En principio nos asustamos mucho, porque el corte parecía muy profundo y emanaba bastante sangre.

Todo lo rápido que pude, dentro de mi inicial nerviosismo, inicié una pequeña limpieza de la herida, comprobando para nuestro alivio que el accidente no era tan grave como pensábamos.

Aún así me confesó que le dolía bastante y la visión de la sangre había hecho que se mareara un poco.

Procedí a desinfectar la herida y a vendar el dedo, pero al observarlo detenidamente, decidí ponerle tan sólo una tirita, besándoselo antes como lo haría una madre y deseando que se curara cuanto antes.

Aquella situación hizo que ella soltase una carcajada.

Estaba preciosa cuando se reía porque se le iluminaba toda la cara y la convertía en esa niña que en realidad había sido siempre.

Le dije tímidamente si quería un calmante, pero ella negó con la cabeza, comentando que no era para tanto, pero que no le apetecía, después del susto y al encontrarse todavía un poco mareada, salir aquella noche.

Con su dulce voz me dijo que lo sentía muchísimo, pero que no me preocupara y me fuera tranquila, que ella estaría bien y que no había sido nada.

Yo le comenté que no se me iba a pasar por la cabeza que se quedara sola mientras yo me iba de juerga toda la noche y que me quedaría con ella y que además, ese contratiempo no podía de ningún modo enturbiar todos nuestros esfuerzos y alegrías por las calificaciones obtenidas y que nos montaríamos nuestro ‘guateque’ particular, que nos lo merecíamos y nos lo debíamos a fin de cuentas.

Lo recordaré siempre y quizás me pareció una tontería en ese instante, pero me pareció ver un brillo en sus ojos mezcla de emoción con una pizca de maldad, que hizo que pensara inconscientemente que lo tenía todo planeado desde el primer momento...

Y no estaba equivocada... Esa intuición de nuevo...

Debido a que la venta de alcohol a estudiantes en Estados Unidos está muy vigilada y sobretodo mal vista si es una mujer la que la efectúa, recurrí a mis encantos para que el compañero de la habitación contigua, Roy un estudiante de Arquitectura, fuera a una licorería cercana a comprar una botella de ginebra.

Estaba algo alterada. No sé cómo explicarlo pero tenía la sensación de que iba a ser una noche especial. Quizás ese instinto femenino o más posiblemente mis ganas de que ocurriera algo fueron los que me mantuvieron alerta, pero no me quitaba de la cabeza aquella mirada misteriosa...

Le dije a Alizée que yo me encargaría de hacer todos los preparativos, porque después del pequeño accidente doméstico no quería que se lastimase de nuevo, ni que hiciera ningún esfuerzo. Ya ves que tontería por un simple corte, pero me pareció buena idea.

Ella sonrió y me dijo que parecía boba, que a ver si pensaba que era una blandengue o algo así y que no tenía porqué hacerlo yo todo.

Insistí y le dije que al fin y al cabo sólo era poner la mesa y preparar un poco el tema y a regañadientes, la convencí.

Al ver ella mi predisposición, dijo que aprovecharía para darse una ducha mientras tanto, a lo que contesté que acto seguido, después de dejar todo listo, la imitaría.

En ese instante, llegó Roy con la botella de ginebra envuelta en el típico envoltorio marrón, ya que está prohibido mostrar el contenido y la marca de las bebidas alcohólicas, bajo una fuerte sanción.

Recuerdo que comenzó a bromear sobre la que íbamos a montar y que a ver si le invitábamos y todo eso, a lo que negamos rotundamente al unísono y lo ‘despachamos’ dándoles las gracias, tirándole un sonoro beso y cerrando la puerta con llave.

Las habitaciones están muy bien acondicionadas. La Casa Italiana, pese a ser un edificio de antigua construcción, ha sido remodelado, y le han dado un toque especial, creando un ambiente muy acogedor en cada estancia y facilitando a los estudiantes todo tipo de detalles decorativos.

Las habitaciones tienen una pequeña sala de estar, con un sofá, una mesa y dos sillas.

Está compuesta de un área de estudios en un rincón, donde había colocado, encima de una mesita, el equipo de música, tenía un cuarto de baño completo, dos camas individuales, un armario empotrado bastante grande, una nevera y una serie de muebles dispuestos en dos alturas para almacenar los alimentos, el menaje, etc., semejantes a los muebles de pared de las cocinas españolas.

La decoración corre a cargo del Centro con muy buen gusto como he citado, pero nunca han tenido restricciones a la hora de poder aportar algún motivo personal, como fotos, cuadros, espejos o figuras, siempre y cuando las retires cuando abandones el Centro de forma permanente.

Pues bien, preparé y acondicioné la sala de estar.

Coloqué los vasos, las coca-colas, hielo, frutos secos, una vela anti-humo y dejé la botella de ginebra ya sin su envoltorio.

Apagué la luz principal y acerqué la lamparilla que teníamos en la mesa de estudio, dirigiéndola hacia la mesa de la sala de estar para que diera un ambiente más íntimo.

Puse un CD de música Chill Out y repasé con la vista todo para asegurarme de que no me había olvidado nada.

Acto seguido salió Alizée. Estaba preciosa. Con la cabellera ligeramente mojada cayéndole sobre su hombro izquierdo, ataviada con la camiseta blanca donde se veía el emblema de la Columbia, obsequio de la Universidad, elevándose suavemente sobre la figura de sus pechos libres del sujetador y con unos tanguitas que en un primer momento me parecieron de color rosa.

Al levantar la cabeza, ella me miró sonriendo y en un gesto de complicidad, me guiñó un ojo.

Yo me puse colorada. De nuevo cazada por mi indiscreción.

Disimulé como buenamente pude, dándome rápidamente la vuelta y moví de lugar los vasos aparentando que no había pasado nada

Era increíble lo excitaba que me sentía ese día y pensé que era el momento de darme ya una ducha y así refrescar mis ideas... y mi cuerpo...

Me dirigí al cuarto de baño, me duché y con picardía, me puse tan sólo una camiseta del equipo local de Hockey sobre Hielo, unos tangas blancos de encaje y rechacé la idea de ponerme un sujetador. Así estaríamos empatadas.

Ella ya estaba sentada en el sofá sirviéndome una moderada dosis de ginebra en un vaso con dos hielos y acercando una coca-cola de lata.

Me senté junto a ella, brindamos por nosotras y nuestro éxito futuro y comenzamos a beber y a hablar sin parar: sobre los estudios, los profesores, pasando por dar detalles de nuestra tierra, de España yo y de Toulouse ella, que era donde residía, de nuestros proyectos, nuestros sueños...

Pasaba el tiempo y el alcohol comenzaba a hacer efecto en nuestras cabezas y la conversación discernía a esas alturas a través de temas más comprometidos.

Yo no podía evitar mirar de vez en cuando los pechos de Alizée, no muy grandes, pero con una forma redonda y a la vez elevada, que hacía que se me entrecortara algunas veces la voz.

Ella sonreía mientras me hablaba de su familia y de vez en cuando cambiaba de posición, dejando al descubierto unas piernas preciosas, ligeramente largas y muy sensuales.

Tras los dos primeros combinados y ya las dos con resaltados coloretes y un estado de ánimo muy alegre, Alizée me comentó que se sentía un poco ofuscada porque a su edad su experiencia sexual era muy limitada.

Me comentó que el problema no era encontrar un chico (eso saltaba a la vista, ya que tanto a ella como a mí, nos revoloteaban alrededor varios estudiantes intentando ganarse nuestra atención), sino porque se había dado cuenta de que los chicos no la llenaban emocionalmente en todos los sentidos y que creía que en realidad no existiría ninguno que la pudiera satisfacer absolutamente en todo lo demás.

Yo me quedé muda, sin comprender exactamente qué significaba aquella última frase, y a la vez un poco cortada porque, pese a la confianza que habíamos alcanzado con el paso del tiempo, nunca habíamos profundizado tanto sobre un tema de ese estilo.

Posiblemente la ginebra hacía su efecto o las ganas de sincerarse por fin después de todos los meses que pasamos juntas, facilitaron que me hiciera esa confesión.

Presa yo también de los vapores del alcohol, decidí de una vez por todas hablarle con la misma sinceridad.

Le dije que yo pasaba por esa misma situación y que además de ser virgen, nunca había mantenido ningún tipo de relación con un chico y que no estaba segura de querer mantener alguna con ninguno ya que nunca me sentí atraída por el sexo masculino.

Acababa de declararle, de sopetón, mi condición de lesbiana.

Le había desvelado por fin el secreto guardado durante 20 años a la persona de quien estaba locamente enamorada.

Y lo mejor de todo es me sentía bien. Me sentía en calma. Me sentía liberada.

Ella me miró fijamente en silencio lo que me pareció un día entero.

Yo me limité a sostener su mirada y llevé inconscientemente una de mis manos a su mejilla en forma de tierna caricia.

Ella suavemente apoyó la suya sobre la mía y sostuvo mi palma sobre su cara sin apartar aquella mirada de mis ojos.

Mi respiración comenzó a alterarse y una sensación de calor comenzó a recorrer todo mi cuerpo.

Como a cámara lenta, nuestras caras se fueron acercando más y más hasta tal punto que nuestro aliento se mezcló para formar tan sólo uno.

Fue un instante perfecto, una sensación celestial, el momento en que nuestras bocas se tocaron ligeramente, para juntarse en un dulce beso, mi primer beso, que quedó marcado en mi recuerdo a fuego para el resto de mi vida.

Nuestros labios se entreabrieron dejando que nuestras lenguas se entrelazaran mientras las respiraciones se alteraban cada vez más.

Nuestra saliva cambiaba de boca a través de nuestras ágiles lenguas, que cada vez se movían más rápido, se introducían más hondo como queriendo dar rienda suelta a la represión de sentimientos que tanto tiempo mantuvimos ocultos.

Mis manos subieron por su cintura hasta posarse en sus pechos y comprobé como sus pezones asomaban a través de la camiseta entre mis dedos, duros y perfectos.

Ella buscaba meter la suya por debajo de mi camiseta de Hockey, pero debido a su longitud y al estar sentada con una pierna por debajo de la otra, no le fue posible.

Entonces, unidas por el mismo pensamiento, nos levantamos a la vez y nos dirigimos hacia la parte dormitorio de la habitación.

Juntamos ambas camas individuales en un tiempo récor, haciendo un inmenso colchón y nos despojamos de las ya molestas camisetas.

Sin ningún preámbulo y llevadas por una inmensa excitación, nos tumbamos abrazadas mientras retomamos aquel caliente y húmedo beso y la música impregnaba aquella situación haciéndola única.

No sé cuanto tiempo estuvimos así, porque para mí éste se había detenido. Lo único que recuerdo es que nuestras manos acariciaban cada rincón de nuestro cuerpo, y el sentido del tacto se agudizaba a medida que tocábamos nuestra suave y transpirada piel.

Me separé levemente a la vez que me incorporé para quedar sentada justo por debajo de su vientre.

Adelanté mi cuerpo apoyando mis codos a ambos lados de su costado, quedando prácticamente encima de ella. Aspiré el olor de su cabello, y dirigí mi cabeza a su oído susurrándole en voz baja que la amaba desde el primer día que la conocí.

Ella me abrazó y besó delicadamente mi cuello, a lo que yo correspondí haciéndolo en el lóbulo y detrás de su oreja, percibiendo un ligero olor a perfume.

Me incorporé de nuevo para poder ver su cuerpo al desnudo, cubierto únicamente por aquellos preciosos tanguitas, confirmando que eran de color rosa.

Durante unos segundos me quedé allí arriba admirando sus contornos de porcelana, obligándome a creer que no era un sueño, que aquel deseo se había hecho realidad.

Posé mis manos en sus pechos mientras echaba mi cuerpo hacia atrás para ir bajando mi cabeza lentamente hacia aquel secreto que pacientemente me aguardaba y que al fin descubriría para mí.

Mi lengua jugaba con su ombligo mientras mis dedos lo hacían con sus pezones, semejantes a dos diamantes.

Bajé mis manos hacia el tanga. Ella, con un suspiro, levantó su cintura, para que, en un solo movimiento, pudiera quitarle la única prenda que me separaba de aquel tesoro, que tiré al suelo sin contemplaciones y que fue a parar encima de la mesa.

Y una mágica imagen inundó mi visión.

Perfectamente depilada, mostrando tan sólo una leve y estrecha pincelada de vello en su pubis, pude observar aquellos labios dilatados y húmedos que me hicieron enloquecer.

De repente quedé paralizada y vino a mi mente una sensación de miedo escénico.

Sería la primera vez que iba a materializar lo que siempre fue un solitario sueño.

Sería la primera vez que iba a amar a una mujer y no estaba segura de saber hacerlo, de poder darle todo el placer que sentía en mi interior.

Como si hubiera leído mis mudas palabras, Alizée posó sus manos en mi cabeza, abriendo un poco más sus piernas y llevándola hacia ella.

‘Tranquila Eva, déjate llevar’, me dijo mientras mesaba mi cabello.

Respiré profundamente y comencé a besar suavemente sus ingles, mientras el olor de su sexo me inundaba y hacía que mi excitación rezumara por cada poro de mi piel.

Acercándome más y más pasé mi lengua sobre aquellos palpitantes labios, y por primera vez en mi vida, probé aquella exquisita humedad.

Ella comenzó a gemir mientras seguía rodeando con sus manos mi cabeza hundiéndola cada vez más sin dejarme prácticamente respirar y sus movimientos de arriba a abajo acompañaban a los de mi lengua, que ya sin control lamía sin parar cada recoveco de su vagina.

Éstos se acentuaron progresivamente mientras ella elevaba cada vez más su cintura hasta que con un grito que flotó por toda la habitación, quedó inmóvil, jadeante, satisfecha...

Sin detenerme, absorbí todo su néctar, saboreando ese momento, memorizándolo, sintiéndolo en mí.

Quedamos unos minutos inertes, agotadas, mientras entrelazábamos nuestros dedos, e intentábamos apaciguar nuestra respiración.

Pasado un tiempo indeterminado, fui incorporándome hacia arriba, buscando de nuevo su boca para fundirnos en otro largo y apasionado beso.

Momentáneamente recuperadas, Alizée fue quien tomó la iniciativa y me pidió que me tumbara boca abajo, que ahora iba a ser ella la que iba a hacer que yo tocara el cielo.

Se sentó sobre mi espalda, elevando mi largo cabello para dejar al descubierto mis hombros y parte de mi nuca.

Acercó su boca a mi oído y murmuró, con aquella dulce voz, que también hacía mucho tiempo que me deseaba y que siempre supo lo que yo sentía por ella.

A medida que se perdían las palabras en el vacío de nuestro apartamento y se fundían con los tranquilos compases de la música, descendía besando mi cuello, recorriendo mi espalda mientras sus ágiles manos bajan poco a poco hacia atrás mis tangas, quitándomelos sin apenas darme cuenta.

Percibía su palpitante respiración sobre mi dorso y sentía como con sus uñas iban tocando levemente mis costados, poniéndome la piel de gallina y erizando mis vellos, electrizando todo mi cuerpo.

Suavemente, sus labios llegaron a mis glúteos y sin dejar de besarlos, sus manos empujaron hacia arriba y hacia afuera mis nalgas dejando al descubierto todo mi, he de decirlo, precioso trasero.

Yo separé mis piernas aún más para mostrarle todo aquello que celosamente oculté siempre y a la vez facilitarle el acceso, sin importarme absolutamente nada que no fuera aquel momento.

Me estremecí cuando noté como su lengua se posó sobre mi ano, haciendo que diera un respingo ante aquella situación nueva y desconocida... morbosa y erótica.

Fue lamiendo pausadamente todo mi pequeño agujero, trazando círculos a su alrededor y dilatándolo cada vez más, mientras yo involuntariamente, presa de un estado de incontrolable entrega, iba moviendo mis caderas, adecuándolas a la dirección de su lengua.

Sin remedio, mi clítoris se fue mojando surgiendo de mí los primeros jugos que eran el sinónimo de aquel irrefrenable placer que ella me estaba proporcionando.

Con una maestría que reconocía que no era innata, Alizée pudo introducir sin ninguna resistencia toda su lengua dentro de mi ano, sacándola de nuevo y repitiendo ese movimiento sin pausa mientras sus manos separaban más y más mis nalgas hasta el punto de parecer que quería sumergir toda su cara dentro de mí.

Tal era el estado que me embriagaba, que no pude más que arquear mi cintura y elevar más aún mi culo para sentir cómo aquella dura lengua, se introducía hasta el fondo de mis entrañas.

Ella aprovechó esa posición para clavar un dedo en mi vagina, que ya estaba abierta de par en par y hacerme tocar ese cielo que me prometió antes de comenzar.

A medida que me iba introduciendo otro dedo, sus movimientos con la lengua se iban acelerando hasta que la sacó de mi culo y la metió directamente en mi sexo, que a esas alturas era un volcán en erupción.

Como por arte de magia, pasé de ser virgen, a encontrarme con dos dedos y una lengua voraz follándome de una manera sublime, lo que produjo en mí la sensación de ser una vulgar lesbiana viciosa, que hizo que me viniera un orgasmo que paralizó todo mi cuerpo.

De lo que estaba segura, es de que ella era toda una experta pese a su juventud, una maestra aventajada en la iniciación y yo simplemente su fiel y sumisa alumna ávida de aprender todo el arte del sexo que me quisiera mostrar.

Sacó sus dedos, consciente de que me había corrido y se centró tan sólo en succionar mi desvirgado secreto, que era una oleada de flujo tan abundante que sentía como se abría paso por el interior de mis piernas.

Yo agarraba fuertemente las sábanas, embutiendo mi cara en el colchón para amortiguar mis gemidos, cada vez más fuertes y desvergonzados, mientras sentía como su lengua se abría camino en mi caliente cueva para no dejar absolutamente nada que pudiera desperdiciar.

Un nuevo escalofrío recorrió toda mi columna deteniéndose en mi nuca y sentí como un nuevo orgasmo infernal volvía a inundar la boca de Alizée.

Hundiendo aún más su cara, continuó saboreando el inagotable río que de mi interior surgía, regalándome la primera y mejor experiencia lesbiana de mi vida.

El agotamiento hizo que cayera de nuevo tumbada en la cama exhausta. Mis jadeos eran incontrolables y se mezclaban con los de ella formando un eco que ya ni la música podía camuflar.

Nuestros cuerpos, completamente bañados en sudor, se quedaron inertes en inmensa calma, sintiendo el calor que emanaban y que inundó aquel viernes por la noche.

Nuestros ojos se cerraron reteniendo en silencio ese instante para la eternidad.

Nos abrazamos y nos volvimos a besar, sabiendo que aquello que una vez fue un sueño, se transformó en realidad.

Presentimos que lo que creíamos que era un acto inconfesable fue lo que nos dio el valor suficiente para poder mostrarnos tal como éramos. Fue lo que nos impulsó a querer. Fue lo que nos hizo comprender que el amor, aunque sea entre dos mujeres, ha de prevalecer sobre todas las cosas.

Y lo más importante es que no me arrepiento de ser como soy, porque me siento bien, me siento en calma, me siento liberada.

Esta es mi historia.

Más allá de lo que os he mostrado no hay nada. Sólo ella. Sólo Alizée