Una pareja perfecta

A veces hace falta algo para emjorar la vida sexual...

Una pareja perfecta

Ante todo, permítanme presentarme: Me llamo Luis y vivo en la preciosa isla Canaria de Tenerife. Trabajo como jefe de ventas de una mediana empresa. Me considero físicamente un tío bastante normal, aunque antes de encontrar a Ana, la pareja de mi vida, tenía bastante éxito con las chicas. Soy moreno de piel, mido 1,78 y me cuido bastante poco, pero gracias a mi pasión por el mar y los deportes náuticos, mantengo un el cuerpo en un estado bastante aceptable. Hace siete años que estoy casado con Ana, médico pediatra: Hace bastante que venimos posponiendo la idea de tener hijos. Ella tiene 35 años, mide 172, morena y muy proporcionada. No es la típica belleza ni la chica que hace girar la cabeza a todo el que pasa por su lado, pero, para mí, es la más atractiva del mundo. Tiene unos grandes y expresivos ojos marrones y no necesita cuidarse para mantener un físico muy aceptable. Ella dice que no, pero sus pechos están aún más firmes y apetecibles que cuando la conocí. Para mí, ha ganado con la edad.

Nuestro buen nivel de ingresos y el hecho de no tener hijos, nos permite hacer algún buen viaje al año y tener una muy buena casa en la playa, con una pequeña piscina. No nos gustan otro tipo de lujos consumistas y preferimos gastar el dinero en viajar. El único inconveniente de su trabajo son los turnos, que hacen que algunos días sólo nos veamos para dormir y ,a veces, ni eso. Nuestra vida sexual, después de los años de relación, había perdido un poco de la pasión inicial, pero seguía siendo bastante activa, sobre todo durante las vacaciones. Nunca fuimos amantes de experiencias demasiado novedosas en la cama y se puede decir que nuestra vida sexual era satisfactoria, pero algo monótona.

Todo empezó el día en que tenía una importantisima reunión con el director general de la empresa. Tendría que empezar a eso de las doce, cuando me dí cuenta que todos los informes que necesitaba para la reunión se me habían quedado en casa. Pensé en llamar a Ana para que me los trajera, pues vivimos cerca de mi oficina, pero la noche anterior había tenido guardia hasta la madrugada, por lo que decidí dejarla dormir e irlos a buscar yo mismo. Al llegar a casa, ni metí el coche en el garaje y entré rápidamente por la puerta principal, cosa no habitual, sin hacer ruido para no despertar a Ana. Llegué a mi despacho y busqué los papeles. De repente, desde nuestra habitación me llegó un ruido que conocía muy bien: eran los gemidos de Ana cuando hacía el amor. De repente, pasaron por mi mente todo tipo de ideas, pero era evidente lo que pasaba en nuestra habitación. Sin saber bien que hacer, me dirigí hacia la puerta entreabierta sin hacer ruido. Es espectáculo que llegó a mis ojos me dejó paralizado: mi mujer, desnuda en la cama, se masturbaba salvajemente y, a juzgar por sus gemidos y el frenético movimiento de sus manos y sus caderas, lo estaba disfrutando. Uno de mis juegos eróticos preferidos era verla masturbarse para mí ,pero el hecho de observarla así, en ese acto tan íntimo, libre de toda inhibición tuvo sobre mí un efecto chocante.

Mi polla luchaba por salir fuera del pantalón y yo, allí paralizado sin saber que hacer. El ritmo de la masturbación iba en continuado aumento, así como sus gemidos, por lo que supe que su orgasmo era inminente. Efectivamente, sus gemidos, ya convertidos en auténticos gritos de placer, aumentaron en intensidad hasta llevarla a un inmenso orgasmo. Mientras ella disfrutaba del ratito de relax tras la tremenda corrida que se había proporcionado, yo, sin hacer el más mínimo ruido volví al coche. Durante todo el trayecto, no había manera de que mi polla volviera a su estado normal. El recuerdo de las imágenes que había vivido hacía que distraidamente, me acariciara por encima del pantalón. Dejé el coche en mi plaza de aparcamiento y entré lo más disimuladamente posible en mi despacho. Al minuto de entrar, ya estaba allí mi secretaria, atosigándome con mensajes, llamadas y con la preparación de la reunión. Yo no podía pensar en otra cosa que en las escenas que había visto unos minutos antes. Nunca había reparado en Carmen como mujer, pero en ese momento no pensaba en otra cosa que en ponerla sobre mi mesa y follarla salvajemente.

-Por favor, Carmen, no me pases llamadas y déjame sólo media horita, para ver si puedo preparar esa bendita reunión.

Mi polla continuaba en el mismo estado. Una vez que Carmen hubo salido y cerrado supe perfectamente lo que tenía que hacer: me liberé de la presión del pantalón y me dispuse a hacerme la mejor paja de mi vida. Allí, sentado en el sillón de mi despacho reviví todas las imágenes que había disfrutado por la mañana mientras acariciaba mi rabo con gran destreza. Traté de prolongar el momento lo más posible, pero estaba sobreexcitado y mi cuerpo me pedía más velocidad. No tardé en correrme, mientras mi semen salpicaba toda la mesa del despacho.

Arreglé todo el desorden como pude y pedí a Carmen que me comunicara con mi mujer.

  • Buenos días, ¿ya te has despertado?.

  • Umm, sí, iba a desayunar ahora mismo. Necesitaba dormir. Menos mal que esta noche la tengo libre.

Bueno, estupendo, a ver si tenemos tiempo y ganas de hacer esas cositas...

Te espero...

El día pasó entre interminables reuniones mientras yo, aunque más relajado, no podía olvidarme de lo vivido esa mañana. Además, otra cosa no dejaba de rondarme la cabeza: durante la estupenda paja que me había hecho por la mañana en el despacho no había parado de tener fantasías con Carmen. Intentaba atribuirlas a la excitación del momento, pero no había forma de tranquilizarme al respecto. Carmen aparenta unos 35 años y tiene un bonito pelo negro muy rizado, que siempre lleva recogido. Esto, unido a su forma elegante, pero bastante clásica al vestir, hace de ella la típica chica que no llama especialmente la atención. Debe medir 1,70, es delgada y bien proporcionada. Como he dicho, nunca había reparado en ella como mujer. Ana la conocía y daba su aprobación. Sus naturales celos femeninos más de una vez hicieron que tuviera que prescindir de alguna secretaria más atractiva, para evitar conflictos. Después de que estoy con Ana, nunca había sentido atracción, ni siquiera física por ninguna otra chica, cosa que contribuía a aumentar mi confusión.

Llegué a casa justo para cenar. Ni que decir tiene que esa noche Ana y yo echamos un estupendo polvo. A ella se la notaba muy predispuesta a la acción y no perdimos demasiado tiempo. Estabamos bien tempranito en la cama y disfrutamos a fondo uno del otro. En la proximidad del orgasmo, sus gemidos volvieron a llevar a mi mente las escenas de la mañana.

El día siguiente, Ana tenía turno de tarde. Durante toda la mañana, no dejé de dar vueltas al cerebro; necesitaba ver de nuevo a Ana haciendo aquello y miles de ideas pasaban por mi cabeza. Decidí tomarme la tarde libre. Una vez en casa pasé a la acción. Preparé la cámara de vídeo digital, perfectamente escondida en el altillo del armario empotrado y programada para grabar los martes y jueves, días en los que Ana estaba por la mañana en casa. Nuestra habitación es muy luminosa; después de varias pruebas, conseguí el ángulo perfecto para no perderme un detalle de los juegos sexuales de mi mujer.

El día siguiente pasó con lentitud extrema; yo me moría de ganas por regresar a casa y revisar el vídeo para volver a ver a mi mujer en acción. Por la tarde, con ella en casa, sólo tuve tiempo para coger la pequeña cinta, transferirla a mi ordenador portátil y preparar todo de nuevo para el martes. Por la noche, encontré a Ana de nuevo muy receptiva y, por supuesto, no perdimos la ocasión de disfrutar de un buen rato de sexo. Comprobé que había tenido tiempo por la mañana de rasurar completamente su conejito, cosa que sabe que me vuelve loco y que suele reservar para las ocasiones especiales. Por supuesto que hice los honores y le comí su precioso coñito depilado a conciencia. Sus gritos y gemidos al llegar al orgasmo me recordaron que tenía una película por ver. Mientras me cabalgaba con su singular maestría yo pensaba que esa costumbre del dedito mañanero de mi mujer estaba resultando muy provechosa para nuestra vida sexual. De hecho, durante las últimas semanas, estabamos como dos recién casados.

Al llegar a la oficina, me encerré rápidamente en el despacho, encargando a Carmen de no pasarme llamadas hasta nuevo aviso. Abrí el archivo de la grabación. Ana dormía dulcemente, por lo que adelanté las imágenes hasta que se levantó y pasó al baño. Otro largo rato y nada; pensé que a lo mejor había decidido hacerse el dedito en la bañera. Adelanté un poco más. Ahí llegaba ella, desnuda y se tendía en la cama sobre una toalla. Llevaba en la mano un bote de aceite corporal. Era evidente que necesitaba hidratar el cuerpo tras el depilado. Con sólo imaginar lo que vendría después, mi polla estaba como una roca. La acaricié sin prisas mientras veía como mi mujer extendía aceite por sus piernas para más tarde centrarse en el coñito. La hidratación estaba dando paso a una estupenda masturbación. Por mi parte, disfrutaba al mismo tiempo de la película que de la estupenda paja que me estaba haciendo. Conocía tan bien a Ana que adecué el ritmo de mi paja para llegar al orgasmo en el mismo momento en que ella se corría de forma absolutamente escandalosa.

El siguiente video fue el que acabó por romper todos mis esquemas. Nuestra cama aparecía vacía. Empecé a temerme que ese día no iba a presenciar el espectáculo que tanto me gustaba. Adelanté un poco la grabación y el espectáculo me dejó boquiabierto: mi mujer volvía a la habitación, semidesnuda, seguida por Laura, una compañera de administración del hospital a la que yo conocía de alguna cena de Navidad. Al instante, ya estaban ambas en la cama; la poca ropa que llevaba Ana no tardó en desaparecer, mientras Laura recorría golosamente su cuerpo, con una paciencia desesperante: El rostro de Ana estaba desencajado por el placer, mientras Laura se perdía entre sus muslos. Yo estaba en un estado indescriptible: aunque debería estar cabreado por la supuesta infidelidad, mi polla se empeñaba en demostrar lo contrario y me llevaba al borde del orgasmo sin siquiera tocarme. Mientras, Ana había pasado a la acción y había quitado el vestido de su amiga para ofrecerme a la vista el tremendo par de tetas que escondía, a juego con un bonito culo, muy bien enmarcado por un tanga negro. Mi mujer parecía toda una experta y no tardó en estar en posición de 69. Apartó a un lado el tanga para tener acceso al coñito de su amiga mientras ésta seguía a lo suyo. Tuve la impresión de estar presenciando una serie interminable de orgasmos. Mi mente, en los escasos momentos de lucidez, pensaba que de ninguna manera yo podría ser capaz de satisfacerla de aquel modo. La grabación terminaba en el momento que ellas, abrazadas disfrutaban del relax tras la intensa sesión de sexo.

Cerré el archivo para intentar volver al trabajo. Mi mente necesitaba claridad y mi polla necesitaba un tratamiento urgente. Encima, Ana trabajaría esta noche. Me intenté centrar en el trabajo. Pero todavía el día me tendría que traer nuevas sorpresas....

Pronto llegará la segunda parte. Espero tus comentarios en luisrguezlopez@yahoo.es