Una pareja corriente (y 4)

Desenlace de unas vacaciones que recordarán para siempre.

Tuve tiempo más que suficiente para preparar un desayuno fresco y rico en vitaminas para intentar lidiar con tu resaca. Estaba ansioso por comentar lo ocurrido en la noche anterior pero tuve que esperar hasta casi mediodía, aunque por tu actitud era obvio que algo no iba bien. Con tus primeras palabras te interesaste por mi estado de salud, aunque los dos sabíamos que era algo pasajero que sufría casi siempre en verano, ya que en esa época solía abusar de bebídas muy frías que tomaba con demasiada frecuencia. Confirmada mi recuperación, asentiste distraida y te sumiste en un silencio que fue tornándose cada vez más tenso, incluso opresivo.

Conociéndote, te concedí espacio y tranquilidad para que pudieras asimilar y pensar en aquello que te preocupaba. Salí a comprar algo para comer preparando mentalmente la manera de abordar el tema con el máximo tacto posible y volví al apartamento con premura. Parecías algo más relajada, aunque tuve que insistir en que quería saber si todo iba bien. Finalmente cediste y te disculpaste por tu comportamiento, sobretodo por lo que no pude ver. A punto estuve de confesar mi faceta de espía aficionado, pero en aquel momento pensé que quizá aquello empeorara las cosas. Era mejor oírlo de tu boca.

Sin apenas levantar la mirada de una taza de humeante café comenzaste a decir lo siento mucho, yo no soy así, no entiendo qué me pasó. Corté tus disculpas cogiéndote de una mano y te recordé que aquello sólo era un juego, y que tenías libertad para jugar como creyeras conveniente y que la partida acababa cuando tú lo consideraras oportuno, peor sobretodo debíamos compartir lo ocurrido y juzgar entre los dos si era mejor seguir o dejarlo allí mismo.

Para ser sincero, todo lo que pasó aquella noche con Víctor rompió por completo mis esquemas. No esperaba ni por asomo que aquella situación llegara tan lejos, y no intervine directamente porque no me sentí ultrajado en ningún momento, sino excitado y agradecido por vivir una experiencia tan distinta. Lo que ignoraba era que lo acontecido te hubiera pasado factura a ti de forma negativa, así que continué indagando en lo que se suponía que ignoraba.

Me lo explicaste todo hasta el más mínimo detalle, sin ocultar absolutamente nada, y al acabar me miraste a los ojos esperando ver el disgusto y el desprecio en mi cara, pero no pude más que sonreír y levantarme para darte un abrazo. Me senté a tu lado y te expuse lo que pensaba sobre tu comportamiento y tu sensación de culpabilidad. Quizá nos habíamos precipitado y no había quedado del todo claro el juego. Lo que habíamos acordado era algo que no habíamos hecho nunca y posiblemente no volvería a ocurrir tras aquella semana. Durante esos días de vacaciones no éramos nosotros, jugábamos un papel en el que destacaba otra parte de nosotros que por cualquier motivo permanecía oculta durante nuestra vida normal. Te pregunté si te sentías mal por lo que pasó o por temor a cómo te vería yo al saberlo y la respuesta fue algo ambigua, aunque pesaba más el concepto que tendría yo sobre tu comportamiento. No hay nada que reprochar, te dije, y confesé que yo también me sentía extraño por todo aquello, exactamente como tú, como si fuera otra persona, y debíamos decidir si cortar por lo sano o adoptar durante los días que nos quedaban en aquel pueblecito el papel de aquellos extraños con los que vivíamos experiencias que no saldrían de allí.

Decidiste que tendrías que pensarlo, pero que aquel día lo querías pasar a solas conmigo para relajarte sopesar tu decisión. Fue un día tranquilo y agradable en el que disfrutamos de nuestra compañía y creo sinceramente que se reforzaron unos lazos que a veces damos por sentados pero que sin duda necesitan apretarse de vez en cuando. Cuando anochecía, después de una cena ligera, te acercaste al sofá donde leía una revista, la apartaste a un lado y me miraste a los ojos. Ya sabía tu respuesta. Te mostrabas confiada y segura, más fuerte. Los dos habíamos comprendido de qué iba realmente el juego y sabíamos lo que podíamos sacar de él si lo tomábamos como lo que era.

Te sacaste la camiseta, dejando tus pechos a la vista, balanceándose en un delicioso vaivén mientras te bajabas las braguitas. Sentada a horcajadas sobre mí, comenzaste a besarme con besos cortos y suaves mientras mis manos bajaron por tu espalda para acabar en en tus nalgas. Te acaricié el culo al tiempo que movías la cintura rozando tu sexo contra el mío. Me bajé lo suficiente el bañador para liberar mi pene, que no tardó en penetrarte. Continuaste moviéndote y pasé mis manos por tus tetas, acariciándolas, presionando ligeramente tus pezones y manteniéndolas en mis manos mientras se movían. No tardamos mucho en perdernos en un orgasmo intenso y te quedaste unos minutos encima hasta que recobramos el aliento y parte de la energía perdida. Te sentaste a mi lado hablando de lo que pasaría a partir del día siguiente. Querías continuar jugando, pero debíamos frenar un poco el ritmo, y sobretodo deseabas que yo estuviera presente en todo momento. Hacía que te sintieras más segura, con los pies en la Tierra y al mismo tiempo podías comprobar con sólo una mirada el efecto que tenía el juego sobre mí. Quedamos de acuerdo en los términos y pasamos la tarde jugando a cartas y charlando de todo un poco, esperando la continuación del juego.

Al atardecer del día siguiente nos dispusimos a disfrutar juntos de aquella aventura y confiados y seguros dirigimos nuestros pasos hacia las rocas para nuestro posible encuentro con los pescadores. Cada vez quedaban menos turistas como nosotros, y era poca la gente que a aquella hora rondaba por la playa, pero Víctor no faltó. Vino solo, cargado con sus artilugios y pequeñas comodidades para disfrutar de su afición predilecta. Te saludó con un movimiento de la cabeza y tu respondiste con la mano. Apenas me dirigió una mirada sesgada y comenzó a preparar su pequeño campamento.

Pasados unos minutos me informaste que deberías habla con él para pedirle disculpas por tu comportamiento de la otra noche y para preguntar por Rodrigo. Caminaste los escasos metros que nos separaban y vi como Víctor sonreía al verte llegar, quizá pensando en que había tenido la suerte de verte sin aquel bikini azul que ahora llevabas. Tras los dos besos de rigor hablasteis con naturalidad, como si lo de aquella noche no tuviera excesiva importancia. Más tarde me explicaste que Víctor había rehusado tus disculpas, pues para él había sido una experiencia inolvidable, aunque lamentaba que te hubiera hecho sentirte culpable. Como comprobamos al día siguiente, la culpabilidad, la vergüenza y las inseguridades habían desaparecido por completo ya por aquel entonces.

Por lo que te explicó Víctor, su compañero no se encontraba muy bien y había decidido quedarse en su casa descansando. Te giraste señalándome e hiciste un movimiento con la mano para que me uniera a vosotros, a lo que accedí de inmediato. Me presentaste oficialmente a Víctor, que demostró ser un hombre muy educado y agradable, con un gran sentido del humor, aunque de entrada parecía un poco violento por mi presencia. Me interesé por su afición favorita y pronto empezó a soltarse, mostrándome sus aparejos y explicándome alguna anécdota curiosa y divertida sobre pesca. Nos informaste que ibas a darte un baño mientras Víctor me instruía en el arte de la pesca, aunque pronto perdió el hilo al seguirte con la mirada a medida que te adentrabas en el mar, aparentemente ajeno a mi compañía. Me quedé un poco sorprendido, o Víctor tiene un morro que se lo pisa o es despistado en extremo, pensé. Con una media sonrisa le pregunté si picaban, y el hombre pareció despertar de un sueño pidiendo mil disculpas y sin saber dónde posar la mirada.

En aquel momento no sabía si era mejor confesar que sabía todo lo acontecido un par de noches antes o aparentar ignorancia sobre aquello, pero rápidamente recordé que no era más que un juego y me dispuse a desempeñar mi papel. No te preocupes, le tranquilicé, en la playa quien más y quién menos admira la belleza que tiene delante. Víctor continuó pidiéndome perdón, que no pretendía ofenderte, de verdad. Le aseguré que aunque pudiera sorprenderle no me sentía ofendido, sino todo lo contrario, me sentía orgulloso de mi mujer y lo atractiva que pudiera parecerle. Le engañé diciendo que éramos una pareja bastante abierta en esos temas y que tanto ella como yo disfrutábamos con observar y ser observados. El pescador me miró de reojo, intentando adivinar si le estaba tomando el pelo, pero le debió encajar con lo sucedido anteriormente y pareció tranquilizarse un poco. No se si yo podría aguantarlo, confesó mirándote. Respondí que eso dependía de cada uno y que no había nada malo en ello pues los dos estábamos de acuerdo. Continué mintiendo, que siempre había sido algo inocente, un exhibicionismo ligero, insinuando más que mostrando, pero que por alguna razón que desconocía, con él era diferente. Intenté así alagarlo, invitándolo a bajar la guardia.

Estuvimos unos instantes callados, pensando cada uno en cómo se podían desarrollar aquellos acontecimientos hasta que Víctor rompió el silencio diciendo así que no te importa que mire sin disimulo. Puse mi mano en su hombro y respondí que por el momento aquello ya estaba bien, relájate y disfruta. Para corroborar mis palabras le invité a comprobarlo a continuación y me dirigí a unirme a ti, dejándolo sin duda rumiando con qué querría decir con aquello de por el momento.

Mis piernas temblaban un poco acausa de los nervios. Me acerqué y te cogí por la cintura. Con un movimiento de la cabeza preguntaste si pasaba algo. Todo bien, dije, y te besé. Mis manos subieron por tu espalda hasta encontrar el lazo que anudaba tu bikini azul y tiré para desatarlo. El instinto hizo que echaras tus manos atrás para impedirlo, pero la prenda se deslizó entre tus dedos para acabar en mi poder. Salí del agua contigo pisándome los talones y con un brazo tapando tus pechos desnudos. Me giré mostrándote el sujetador del bikini y recordándote señalando con el pulgar al pescador que habíamos llegado hasta allí para jugar. Dejaste caer el brazo que protegía tu desnudez y caminaste hacia la orilla.

Me adelanté para ver con claridad el oscilante movimiento de tus pechos al andar y la reacción de Víctor que, como no podía ser de otra manera, disfrutaba de tan excitante visión. Caminaste decidida hasta Víctor y te quedate a un escaso metro de él secándote el cabello. Me mantuve cerca pero sin intervenir para disfrutar del mejor ángulo posible. Las gotas de agua salada se deslizaban por tu cuerpo siguiendo caminos invisibles mientras Víctor te admiraba. Tu respiración se aceleraba y hacía más profunda y el pescador movía los dedos de las manos con nerviosismo. Sin duda el que yo estuviera presente acentuaba las emociones, y por un momento sentí que el control de la situación se nos escapaba de las manos. Afortunadamente tu voz y el cascabel de una de las cañas nos devolvió a todos a la realidad. Parece que pican, dijiste señalando cómo se flexionaba la caña más lejana.

Víctor se acercó a la caña, que se doblaba cada vez con más fuerza y tú fuiste tras él para observar la maniobra. Ven, ayúdame, solicitó, y cogiste la caña preguntando qué debías hacer a continuación. Te rodeó con sus brazos uniendo sus manos a las tuyas en la lucha por sacar del agua al desdichado pez, poniéndose en contacto con tu piel y mirando por encima de tu hombro el movimiento de tus tetas a cada sacudida de la caña. Flexionó un poco las piernas para resistir mejor la furza del animal y seguro que notaste su entrepierna en tu culo. Observé ensimismado y con un fuerte cosquilleo en el estómago la escena, tentado de tocarme sobre el bañador, pero por desgracia el hilo se rompió y la posible captura escapó dejando tras de sí sólo un ligero chapoteo.

Jadeabas un poco debido al esfuerzo corto pero intenso, apoyando las manos en tus rodillas mientras tus pechos colgaban. De tus pezones endurecidos caían algunas gotas, restos de tu anterior baño, y Víctor te felicitaba porque según él lo habías hecho bién. Confesó que la culpa había sido suya por tensar demasido el hilo, aunque parecía obvio que había disfrutado con el forcejeo.

La noche se acercaba con rapidez y la tarde había sido más que interesante. Era palpable en el ambiente una creciente excitación y me encontraba indeciso. Desde que habíamos llegado a la playa me rondaba una idea por la cabeza, una idea que quería trabajar adecuadamente pero que las circunstancias inducían a llevarla a cabo. Temía pasarme de la ralla, y me sucedía lo mismo que a ti, la persona que os observaba y maquinaba un plan no era yo. Al menos no era el yo que creía conocer. Decidí intentarlo, arriesgando que algo saliera mal, pero veía con claridad que era el momento idóneo y muy probablemente no se produciría una ocasión como aquella.

Me puse a vuestro lado y cogiéndote por la mano miré a Víctor anunciándole que necesitaba hablar contigo un momento. Nos alejamos un poco, pero no quería romper aquella atmósfera, así que te puse de espaldas a Víctor y mientras hablábamos en voz baja te acariciaba el culo, primero por encima de la ropa y a continuación pasando mis manos por debajo, apartando la braguita lo suficiente para que el pescador pudiera ver con claridad lo que yo tocaba y apretaba. Te expliqué mi plan de la manera más concisa posible, argumenté que el momento y el lugar eran idóneos y seguramente irrepetibles y te dije convencido que estaba tranquilo y seguro, cosa que reconozco no era del todo cierta. Me miraste a los ojos y lo pensaste apenas un instante. Parecías mucho más segura que yo, y te envidié y admiré por ello. Está bien, dijiste, pero no quiero que pase de ahí, ese es el límite.

Señalando hacia las rocas sugerí que buscáramos un lugar más discreto. Víctor me miró comprendiendo que algo interesante estaba a punto de pasar y preguntando si todo iba bien. Respondiste afirmativamente, mostrando una sonrisa afable y serena. Te adelantaste mientras yo aprovechaba para tener unas palabras con Víctor. Le avisé que nos gustaría ir un poco más allá, tú tranquilo, si no estás a gusto paramos máquinas y tan amigos. Con los ojos como platos me pidió, algo nervioso que delimitara hasta dónde podíamos llegar. Me consoló no ser el único que estaba tenso, y respondí con toda la seguridad de la que fui capaz que se podía mirar y también tocar, dejando a tu criterio el dónde y el cómo. Ahora sí, un ligero temblor en las piernas me hizo notar que la suerte estaba echada, sólo quedaba esperar y apechugar con las decisiones tomadas.

Nos esperabas en un pequeño espacio abierto entre las rocas. Te noté algo más agitada, pero inspiraste profundamente y te bajaste la única prenda que te quedaba. Me senté rápido en una incómoda roca para observar lo que venía a continuación. Víctor se acercó mirando primero a tu suave pubis y después a tus ojos. Le devolviste la mirada y ofreciste una sonrisa amistosa que contagiaba seguridad. Víctor se animó y alargando los brazos posó sus manos sobre tus hombros. Te encogiste casi de manera imperceptible pero en seguida recobraste la compostura. Sus manos bajaron por tus brazos, volvieron a subir y pasaron entonces a la base del cuello para bajar hacia tus pechos. Suspiraste cuando sus manos acariciaron tus tetas con suavidad. Las estuvo tocando y apretando suavemente, mirándote de vez en cuando para saber si continuaba con tu aprobación.

Yo me deleitaba con la escena que tenía delante, completamente excitado. Olvidé los nervios y la tensión quedó atrás, quedando únicamente una extraña sensación de intenso placer visual. Las manos de Víctor se dirigieron a tus caderas siguiendo la curva de tu cintura y se posaron en tu culo, apretándolo con fuerza una y otra vez. Me moví incómodo por la escabrosa roca y por una erección más propia de un adolescente contemplando cómo Víctor se acercó a ti, situándose a tu derecha. Con su mano izquierda seguía acariciándote el culo, y dirigió la derecha a tu tripa iniciando un sugerente descenso que paró de repente buscando tu aprobación para continuar. Asentiste y Víctor pasó la mano por tu pubis, visiblemente excitado al apreciar su suavidad. Estuvo unos instantes acariciándote hasta que un dedo se perdió en tu interior. Te miré a los ojos por si aquello era demasiado y nuestras miradas se encontraron. Recordando todos esos días, puedo asegurar que aquel fue el momento más excitante que viví. Fue sublime ver tu expresión de satisfacción, desahogo y excitación, y por tu sonrisa tú pudiste ver algo similar al mirarme.

Alargaste una mano para llegar hasta el bañador de Víctor y la introdujiste en su interior. El pescador resopló y liberó tu trasero por un instante para ayudarte, dejando caer la prenda hasta sus pies. Un pene erecto de tamaño medio emergió para ser apresado rápidamente por tu mano, que inició una masturbación con un ritmo frenético fruto de la excitación de ambos. Al poco tiempo, de Víctor emanaron unos tenues gruñidos seguidos de una eyaculación abundante que cayó sobre la arena resbalando desde tu mano. Vuestra respiración se tornó más pausada mientras mirabas cómo el semen goteaba de tu mano, que todavía seguía masturbando a Víctor, ahora lentamente. Él continuaba jugando con tu vagina, pero detuviste su mano diciendo esto ya lo acabará mi marido, y me hiciste una señal para que me levantase.

Me sentí vagando en una intensa niebla, incapaz de asimilar aún lo ocurrido hasta que me llamaste por mi nombre. Todavía aturdido agradecí a Víctor su compañía, y él respondió con un gesto de la mano, recostándose en la roca que había estado yo ocupando. Tiraste de mí, mostrando de repente prisa por salir de aquella playa y fuimos a buscar nuestras cosas. En pocos minutos recorrimos el trecho que nos separaba del apartamento y allí nos acostamos recibiendo como recompensa una noche de sexo ardiente y apasionado.

Por la mañana decidiste que no querías aprovechar el último día que nos quedaba en el apartamento. Necesitabas poner distancia de por medio y volver a nuestra vida. No me opuse y a la hora de comer ya estábamos deshaciendo las maletas en nuestro hogar. Pasaron algunos días hasta que nos decidimos a abordar el tema de lo acontecido en aquellas vacaciones,y durante algunas semanas más fue algo con lo que nos sentíamos un poco incómodos. No volvimos a repetir nada parecido, pero hoy, unos años después, coincidimos en que fue una experiencia inolvidable y excitante que podemos revivir y recordar con una sonrisa mientras damos rienda suelta a la lujuria.

Fin.