Una Paradita Con Mi Cuñada Antes de Coger el Tren
Aquella noche intentaba hacerle un favor y resultó que ella terminó haciéndomelo a mí de camino a la estación. ¿Llegaríamos a tiempo para no perder el tren?
Sobre la una del mediodía me llamó mi novia, Elsa, al móvil. Me extrañó, puesto que apenas hacía un rato que habíamos colgado el teléfono (así son las relaciones a distancia). Pensé que iba a darme algún detalle más sobre un chollo de vacaciones del que habíamos estado hablando, pero no. Era para pedirme un favor. Bueno, como de costumbre, era para pedirme que hiciera un favor a alguien de su familia. En este caso a su hermano Carlos.
Es algo que me molesta un poco. Buscar quien les solucione cualquier papeleta sin gastar un duro es la marca de la casa en el clan de los Sánchez. Y esta vez era para ahorrarse cuatro ó cinco euros de un taxi. La novia del hermano de mi novia (si nos ponemos con parentescos políticos, mi cuñada) dejaba su piso una vez terminado el curso, volvía a su pueblo y tenía que llevar demasiadas cosas hasta la estación de tren. Mi novia, en nombre de su hermano, me pidió que si le podía echar una mano y llevarla con el coche hasta la estación de tren, ya que él tenía que trabajar esa noche. ¿Qué le iba a decir? Le puse la mejor sonrisa telefónica que pude y acepté.
En realidad no me importó tanto. Muchas veces parezco el chico de los recados pero, mitad costumbre y mitad buenismo, siempre acabo haciendo el esfuerzo. En cualquier caso, para allá que fui. Era tarde, pues el tren no salía hasta medianoche y a las 23:30, más o menos, la recogí. Allí estaba Vero esperando a la puerta, con su poco más de metro y medio de estatura, 40 kg en mojado y un vestido blanco. Según me vio llegar esbozó media sonrisa y se colocó un mechón de su pelo liso y oscuro que se había agitado con la brisa. Yo aparqué encima de la acera y le ayudé a meter todas las bolsas en el coche.
Cuando nos pusimos en marcha me agradeció la ayuda y el servicio de taxi a esas horas. Yo le contesté que no pasaba nada, que para eso estábamos. Ella sonrió y se puso a mirar por la ventanilla del coche. Traté de sacar algún tema de conversación pero lo cierto es que la cosa no fluía. Ella y yo apenas hemos tenido roce desde que entramos en la familia de nuestros respectivos. Se cuentan con los dedos de una mano el número de veces que hemos coincidido en un evento familiar y nos sobran bastantes para la cantidad de conversaciones que hemos mantenido los dos.
Quizá por esto me pilló tan de sorpresa cuando de repente me preguntó:
- Oye, Santi: tú... ¿cuánto llevas sin follar?
Yo me quedé entre estupefacto y cachondo perdido. Me salté el ceda el paso y casi me como el bordillo de la rotonda. La miré y le dije con risa nerviosa:
- ¿¿¿Perdón???
- Sí, que cuánto hace que no echas un polvo. Con Elsa fuera y tú aquí... supongo que no será fácil de llevar.
Yo seguía alucinando con lo que me acababa de decir la mojigata de mi cuñada, tan poquita cosa ella y remilgada en apariencia. Pero, ¡joder con la mosquita muerta! El caso es que no sé por qué pero le seguí el rollo (bueno sí lo sé: porque se me estaba poniendo la polla como una piedra).
- Pues ahora hace casi un mes, desde la última vez que vino de visita. Pero hemos tenido periodos más largos...
- Joder, ¡un mes! Yo soy incapaz. Cuando llevo mucho sin ver a Carlos me pongo como una perra.
- ¿Y cuánto llevas ahora sin verle? - le pregunté medio en broma medio en serio...
- Dos semanas.
- Ah, bueno – contesté después como intentando relajar la tensión. Tampoco es tanto.
- ¿Que no es tanto? - dijo ella con el ceño fruncido. Tengo unas ganas de comerme una polla... Llevo días destrozando el consolador.
Ella dijo esto último bajando el tono y el volumen, en lo que parecía un pequeño signo de vergüenza por la conversación, pero nada más lejos de la realidad. Sin darme tiempo a reaccionar, puso su mano sobre mi paquete mientras estábamos parados en un semáforo y me dijo:
- ¿Te la puedo chupar?
- (¡Hostia puta! - pensé) … … … ¡Vero, por favor...! - que fue lo único que acerté a decir tras unos segundos de desconcierto, tartamudeos y sudor frío.
- Si es un momentito, en lo que se me quita el mono de polla. Venga, si no voy a tener que comérsela a quien me toque al lado en el tren y ahí es una lotería... Imagina que me toca un viejo o un baboso. Contigo hay confianza, todo queda en familia. Santi, porfa...
Joder con los favores... Claro que pensándolo bien (y poco) ahora no me podía quejar: una mamada de la cachonda de mi cuñada, que lo cierto es que me había dado siempre bastante morbo. Pero por otro lado le estaría poniendo los cuernos a mi novia con la novia de su hermano, que además, no le cae especialmente bien. De esta no se recuperaba, está claro...
- Yo es que esto no lo acabo de...
Intenté frenar sus intenciones pero antes de acabar la frase consiguió sacar mi polla por la bragueta y se había lanzado a devorarla desde el asiento del copiloto. Mientras me la llenaba de saliva y le pegaba muerdos a la base, se colocaba su media melena por detrás de la oreja. Empezó a gemir, como diciendo que le gustaba el sabor de mi miembro y se sacó las tetitas por la parte de arriba del vestido, haciéndolas rozar contra mi muslo. Ahora me miraba con un vicio tremendo y utilizaba la punta de su lengua para jugar con mi capullo.
En ese momento ya tuve bastante. No para arrepentirme y parar, sino para pasarme el cruce que iba a la estación y conducir hasta un descampado próximo donde le iba a dar lo suyo. Mi mente ya estaba fijada y ni novia, ni familia, ni cuñada, ni hostias... Solo veía a una ninfómana haciéndome la mamada de mi vida y esperando a que la follara como si no hubiera un mañana. Y eso es lo que iba a hacer... si ella me dejaba intentarlo, claro.
Porque al llegar al descampado, parar el motor y poner el freno de mano, en seguida pegó un salto hasta mi asiento y se puso a horcajadas sobre mí, comiéndome la boca y frotándose con mi polla. Acertamos, no sin dificultad (por el poco espacio del coche y su mucha ansia de sexo), a desabrochar mis bermudas y bajarme los calzoncillos. En ese momento me di cuenta de que ella ya se había apartado el vestido y las bragas, y tenía el chochete depilado al aire. Se volvió a sentar encima y esta vez agarró mi polla para irla introduciendo poco a poco en su coñito.
Cuando la tuvo dentro, dio un gemido sordo de placer e inclinó hacia atrás su cabeza, con los ojos cerrados. Rodeó mi cuello con sus brazos y empezó a cabalgar. No creas que despacio, no... Ya me había dicho que iba a ser un momentito y a este paso iba a ser aún menos. No le venía mal tampoco, por aquello de no perder el tren.
El caso es que aquello empezaba a subir en temperatura y decibelios. Sus gemidos se transformaban en auténticos gritos mientras sus movimientos eran cada vez más rápidos y profundos. El sonido de su culo rebotando contra mis muslos me estaba poniendo a punto para la corrida.
Pero quería más. La paré y la saqué del coche. Le di un buen azote en su diminuta nalga y la puse contra el capó. Ella apoyó sus brazos y giró su cabeza para ver como la embestía por detrás.
- Fóllame, Santi – dijo. Fóllame, joder.
La agarré por las caderas y empecé a bombear. Me encanta esta postura y con Elsa suelo tardar poco en correrme cuando me pongo así. Esta vez no fue una excepción. Mis huevos no llevaban mucho rato chocando contra su culo cuando le dije:
- ¡Me voy a correr...!
- Dámela en la boca – contestó mientras se sacaba mi polla y se colocaba de rodillas en la hierba.
Me la agarró y empezó a pajearme muy rápido con su mano izquierda. Tanto, que no tuve tiempo ni de volver a avisarla. Mi leche salió con tanta fuerza que el primer e inesperado impacto por debajo de la nariz hizo que girara instintivamente su cara. Pero ella siguió pajeando y la leche siguió saliendo. Abrió su boca para recibir un lefazo directo al esófago y unos últimos chorros sobre su mejilla derecha y su barbilla que terminaron goteando hasta su pecho. No dudó en recogerlo todo con la mano y llevárselo a la boca para dar casi por finalizados los fuegos artificiales con un buen chupito de proteínas.
Rebañó con la lengua lo que había quedado en mi polla mientras yo trataba de recobrar el aliento. Se puso de pie y me metió la lengua hasta la campanilla, compartiendo conmigo los últimos jugos de nuestra cosecha. Esta vez fue ella la que me pegó a mí un azote y me dijo:
- La próxima vez me avisas de la corrida, que casi me ahogas. - Se dirigió al coche desafiándome con una mirada juguetona y empezó a vestirse.
Como era lógico no llegamos a tiempo de que cogiera el tren, así que tuvimos que esperar un buen rato en la estación a que saliera el siguiente. Podéis imaginaros que aquella espera no iba a ser nada aburrida, en una estación prácticamente desierta y con los baños abiertos...
¡Pero esa es otra historia!