Una paja en el parque
Una pareja descubre la excitación de sentirse observados.
Os quiero explicar algo que ocurrió hace un par de semanas. Desde entonces tanto mi mujer como yo llevamos un calentón importante. Supongo que por eso me atrevo a escribir todo lo que pasó en este foro.
Hace poco más de un año que estamos casados, aunque hacía mucho más tiempo que salíamos juntos. Desde siempre el cuerpo de Silvia me ha excitado. Mide aproximadamente metro sesenta y cinco, piel clara, ojos oscuros y cara más bien alargada. No está ni gorda ni flaca. Tiene la carne justa en el lugar adecuado. Un buen culo y unos pechos bonitos de tímidas aureolas. Quizá lo que más destaca de ella es su exuberante cabello rizado que no la hace pasar inadvertida. Cuando estás cerca de ella es inevitable notar su aroma, fresco y envolvente, de esos que se te quedan grabados en la mente e impregnados en la ropa cuando te abraza.
A Silvia le gusta el contacto de la gente. Cuando la conocí me sorprendió su desenfado y proximidad, con todos esos besos y abrazos, tan alejado de mi educación más puritana y “respetuosa” con el espacio privado. Pero enseguida me acostumbré y estar cerca de ella me conducía a un estado de alegría y excitación del que poco a poco me fui haciendo dependiente. A medida que íbamos intimando nuestros abrazos y besos se fueron haciendo más calientes. Como en un ritual de pareja, al principio nos achuchábamos y nos metíamos mano. Por la época en que empezamos a salir ella vestía un poco hippie, con camisetas desgastadas y faldas de colores bajo las cuales me encantaba meter mano. Yo aprovechaba cualquier oportunidad para rodearla con mi brazo y posar mis dedos sobre la maravillosa curva que describe su pecho bajo las axilas o apretarla contra mi entrepierna para que notase mi polla, en permanente estado de excitación.
Tengo especial predilección por sus pechos. Para los interesados gasta una 95C. Sus pechos caben perfectamente en mis manos. La medida exacta. Quizá sea una cuestión freudiana pero no me importa. Disfruto jugando con ellos, amasándolos y lamiéndolos, mordiendo sus pezones, hundiendo mi polla entre ellos. Me pone especialmente robarles caricias en lugares públicos, roces semi-involuntarios cuando nos despedimos, pellizcos cuando sus pezones se dejan ver a través de la ropa,... Cuando los dos vamos más excitados, después de salir de fiesta o a cenar, me encanta meterle mano bajo la blusa o la camiseta y notar su pecho en mi palma o incluso, después de comprobar que no hay nadie alrededor, levantarle la ropa para acto seguido inclinarme y morderle el pezón e introducir el máximo de su teta en mi boca.
Poco a poco estas prácticas “públicas” han ido ganando terreno en mi imaginario sexual. Empecé a pedirle que no llevara sostenes o incluso que se los quitara mientras estábamos cenando en un restaurante. Disfruto viendo el movimiento de sus pechos libres bajo la ropa. Imaginar que cualquiera podría también darse cuenta aún me excita más. Algunas veces, cuando lleva camisetas más ajustadas, la forma de sus pechos desnudos es muy evidente y sus pezones excitados se marcaban impúdicos. En esas ocasiones damos largos paseos y nos excitamos comentado las caras de los hombres que pasaban a nuestro lado: “a ese se le han puesto los ojos como platos” o “ese se ha pensado que eres una cerda pero seguro que se va directo a casa a hacerse una paja” o “a ese le dejas tocarte una teta y se corre en los pantalones”. Esos paseos acababan sin remedio en una tórrida escena de sexo. A veces sin poder esperar más nos empezamos a desnudar el uno al otro en el ascensor y entramos corriendo en casa sin la blusa ella o con la polla asomando por la bragueta yo.
Sin forzar mucho fui introduciendo cada vez más elementos eróticos en nuestras salidas y paseos. En la intimidad inventaba historias calientes donde la protagonista, a todas luces una proyección de Silvia, tenía sexo con extraños en situaciones y contextos claramente reconocibles. Le regalé un vibrador mariposa, de esos que se se ponen entre las bragas y puedes controlar su movimiento con un pequeño control remoto. Me excitaba poderle provocar un orgasmo en medio de un restaurante o en otro sitio público, rodeados de gente. Pero a Silvia no le molaba demasiado tener ese aparato apretado contra el clítoris y no tubo éxito.
El punto álgido de esas prácticas de sexo público o exhibicionismo, por llamarlo de alguna manera, fue un viaje en autobús en el cual, aprovechando la postura de Silvia para intentar descansar yo la rodeé con el brazo hasta introducir mi mano derecha bajo el elástico de sus bragas. Empecé entonces a masturbarla notando que enseguida se mojaba. Mientras apretaba mi dedo medio contra su clítoris y abría sus labios con el anular y el índice los dos intentábamos aparentar la más absoluta normalidad, ella durmiendo y yo leyendo el diario. El bus estaba repleto de gente pero comprobé que cada uno hacía la suya ignorantes de lo que pasaba a medio metro de ellos. Yo continuaba el masaje, aprovechando el movimiento del autobús para cambiar la postura de la mano o acompasar mis movimientos. A los pocos minutos Silvia empezó a jadear entrecortadamente y poco después todo su cuerpo se tensó, sus piernas se cerraron atrapando mi mano contra su sexo y su mano apretó con fuerza mi muslo, donde había ido a parar buscando un punto de apoyo. Cuando recuperó un poco el aliento se giró hacia mi intentando regañarme pero sus mejillas y sus labios sonrosados y sus ojos brillantes la dejaron en evidencia.
Después de ese episodio, mi interés por nuestros juegos sexuales públicos no ha hecho más que crecer. El último episodio ocurrió hace un par de semanas y nos ha sumido a los dos en un estado permanente de excitación. Mejor me explico. Ese fin de semana celebrábamos el primer año de matrimonio. Había sido una boda de conveniencia por cuestiones administrativas y ninguno de los dos le habíamos dado mucho significado al hecho de estar casados después de 6 años de convivencia. De todas formas era motivo suficiente para una celebración y salimos a cenar a una de nuestras pizzerías favoritas.
Ese día había hecho un calor sofocante y salimos de casa para cenar acabados de duchar y muy veraniegos. Yo me puse unas zapatillas victoria, una camisa de lino fina de color negro y unos pantalones también de lino blancos que a Silvia le gustan mucho porque según ella “estoy muy accesible”. Por su parte ella se puso unos zapatos nuevos de tiras, unos pantalones piratas azulones y una blusa blanca de lino, de tirantes anchos y sin mangas. De camino al restaurante ya pude apreciar la bondad de la blusa de Silvia. Tiene un corte de esos rectos y horizontales, sin escote, donde todo el peso de la tela se apoya en los dos tirantes. En un par de ocasiones que tuvo que agacharse a colocarse bien las tiras de los zapatos nuevos, que le hacían un poco de daño, la tela se separó del cuerpo permitiendo ver perfectamente los sostenes blancos que llevaba.
Enseguida mi mente empezó a correr alborozada por las posibilidades. Ambos estábamos muy contentos esa noche y durante la cena la sangría fue desapareciendo rápidamente. Cuando llevábamos cada uno media pizza me incliné un poco sobre la mesa hacia ella y le dije que me gustaba mucho la blusa que llevaba. Ella rió. Le dije que también me gustaba mucho los sujetadores que llevaba y que si me los regalaba. Silvia levantó una ceja de manera pícara y después de mirar a ambos lados se levantó de la mesa y se acercó a mi. Me dio un beso húmedo con la lengua y me dijo que volvía enseguida antes de desaparecer camino de los servicios.
Cuando regresó era evidente que los sostenes habían desaparecido. Sus pechos bailaban bajo la tela de la blusa al compás de sus pasos. Se acercó de nuevo a mi y me volvió a dar un beso pero esta vez noté como su mano se posaba sobre mi pene, que estaba ligeramente morcillón por la situación. Cuando nuestros labios se separaron me sonrió y me dijo que ahí lo tenía. Sobre mi bragueta estaba el sujetador blanco de punto de Silvia. Me apresuré a guardarlo en el bolsillo del pantalón y volví a la cena aparentando normalidad mientras Silvia reía. A nuestro alrededor todo el mundo parecía estar centrado en sus cosas y no haberse dado cuenta de nada.
La cena continuó con Silvia provocándome puntualmente. Se inclinaba hacia delante de manera que yo pudiera verle los pechos pero desde el otro lado de la mesa era imposible. El nivel de excitación aumentaba paralelo al de alcohol en sangre pero la situación era un poco frustrante. Empecé a decirle en voz baja que cuando saliéramos del restaurante la cachearía de arriba abajo y me comería sus pechos y su culo. Ella me retaba con la mirada y me respondía que ni se me ocurriera. Le pregunté porqué era tan mala conmigo y me dijo que le encantaba cargarme las pelotas porque después, cuando se las metía en la boca, estaban más sabrosas. Evidentemente mi trempera era importante y mis ganas de meterle mano no hacían más que crecer. Le dije que no esperaría a llegar casa y que en el primer rincón oscuro que encontrara me la follaría.
Dispuesta a calentarme aún más, Silvia propuso un trueque: lo que yo quisiera a cambio de mis calzoncillos... Me dijo que ella también quería su regalo. Por un momento le dí vueltas a la cabeza. Silvia era consciente, igual que yo, que con los pantalones que llevaba y sin calzoncillos mi entrepierna sería una descarada tienda de campaña. Cuando se lo dije me miró sorprendida y me dijo que a ver si me pensaba que era un juego solo de uno. Al final el “lo que yo quisiera” tuvo más peso en mi mente calenturienta que la posibilidad de que todo el mundo se diese cuenta de la trempera que llevaba.
Así que me levanté y al igual que había hecho Silvia fui hacia el servicio, no sin antes darle un beso y mirarle de reojo el escote. Una vez en el servicio me cerré en el water y me quité los pantalones intentando que no tocaran el suelo demasiado. Los doblé y los puse sobre la tapa de la taza. Después me quite los calzoncillos negros tipo slip que llevaba liberando mi polla erecta. Me la toqué un poco para notar su dureza y refrescar un poco las pelotas. La sensación de mi pene libre era muy agradable. Me volví a poner los pantalones y me fijé en el efecto que causaba mi miembro libre bajo la fina tela de lino. Era muy evidente. Doblé los calzoncillos varias veces hasta que me cupieron en la palma de la mano y salí del lavabo con los calzoncillos en una mano y la otra en el bolsillo sujetándome la polla para que no fuera tan descarado.
Cuando Silvia me vio volver esbozó una gran sonrisa sin dejar de mirarme la entrepierna. Como ella había hecho dejé mis calzoncillos sobre su muslo antes de volver a tomar asiento. La sensación de mis huevos reposando sobre la silla y la polla libre y dura contra mi muslo era muy excitante, casi como estar en pelotas en medio del restaurante. Silvia sonreía también excitada. Los dos teníamos unas ganas locas de salir de allí y meternos mano. Así que nos acabamos la pizza y pedimos la cuenta sin postres ni café. Mientras yo firmaba el resguardo de la VISA Silvia se levantó para marcharse. Cuando le tendí el papel y el bolígrafo vi que el camarero la seguía con la mirada. No se que vió pero estoy seguro que al levantarse de la silla Silvia le debió ofrecer una buena vista de sus pechos.
Salimos del restaurante, ella delante y yo detrás con la mano en el bolsillo. Nada más salir la cogí por la cintura y en la primera esquina nos dimos un achuchón que casi nos caemos los dos al suelo. Entre la pasión y el alcohol fuimos balanceándonos hasta que su espalda chocó con una pared y allí la acorralé, apretando mi polla dura contra su vientre y con la mano tratando de llegar a su pecho derecho mientras nos comíamos las bocas.
Cuando por fin conseguimos separarnos los dos estábamos ahogados. Continuamos caminando en dirección a casa sin dejar de tocarnos en cada momento que podíamos. Yo ponía el brazo alrededor de su cuello y dejaba caer la mano dentro de su vestido para agarrar su pecho con fuerza y al mismo tiempo ella me apretaba la polla a través de la tela del pantalón. Nos retábamos a hacerlo al paso de los ocasionales peatones con los que nos cruzábamos pero en el último momento nos rajábamos apartando la mano del otro.
Al final llegamos al lado de un pequeño jardín que se encuentra cerca de casa. Es uno de esos jardines con diferentes espacios: uno con juegos para niños, una zona de césped para relajarse y leer, un paseo y una zona deportiva. Me pareció raro que estuviera aún abierto porque era tarde, pero vi la oportunidad perfecta y me colé dentro arrastrado a Silvia tras de mi. Conocía perfectamente el jardín y me dirigí sin pensar a unos bancos que se encuentran detrás de la zona de recreo infantil, separados de ésta por unos setos y orientados hacia una esquina del parque más tranquila que limitaba con una calle poco transitada.
No nos cruzamos con nadie y cuando llegamos a los bancos empecé a meterle mano de nuevo. Ella estaba intranquila, mirando a todos lados para cerciorarse de que nadie nos veía. Le dije que no se preocupara, que a esas horas ya no habría nadie en el parque. Mientras tanto yo ya tenía la mano entre sus piernas y podía notar la humedad de su coño. Con mis caricias empezó a ablandarse y al poco apretaba mi polla entre sus dedos. Durante unos minutos nos dedicamos a acariciarnos y manosearnos. Le hice ponerse en pie ente mis piernas y le levanté la blusa. Estuve un rato lamiéndole y mordiéndole los pezones a la vez que la cogía con fuerza del culo separando ambos cachetes. Le encanta que le haga eso.
Después ella se puso de rodillas ante el asiento y me sacó la polla del pantalón. El contraste entre el aire de la noche, su mano caliente y su boca húmeda me hizo derretirme. Estuvo cinco largos minutos trabájandose mi polla, lamiéndola y salivándola por todo su tallo y engulléndola entera hasta donde las arcadas le permitían. Yo estaba en la gloria, con la cabeza tirada hacia atrás y las sensaciones del alcohol y la tremenda mamada que me estaba haciendo Silvia mezcladas en mi sangre.
Mi excitación llegó al punto álgido y empecé a pensar que me correría en su boca cuando de pronto paró. Extrañado me incorporé ligeramente para ver que ella miraba algo situado a mi espalda a través de los barrotes del banco. “Creo que hay alguien ahí” me susurró rozando con los labios mi glande húmedo. Le dije que yo no había oído nada y puse mi mano en su cuello instándola a que siguiera. Aún oteando entre las sombras empezó de nuevo a mover la mano sobre mi pene masturbándolo. “Pues yo creo que sí hay alguien” repitió. Yo estaba tan excitado que lo último que quería es que la improbable presencia de nadie pudiera privarme de ese momento de éxtasis.
“¿Y qué si hay alguien? Mejor para él, ¿no?” le respondí. Silvia me miró con cara sorprendida. Yo utilice mi baza. Le recordé que me había dicho que haría “lo que yo quisiera”, así que le dije que lo que quería es que me dejara follarle sus preciosos pechos allí mismo. Para calmarla le dije que seguramente había sido el viento y que si hubiera alguien en el parque le oiríamos llegar de lejos. Ese argumento pareció tranquilizarla un poco. “¿Qué me dices?” le pregunté señalándome la polla brillante y erguida entre sus manos.
Recuperando su sonrisa pícara se despojó de la blusa por encima de la cabeza mostrándome sus blancas tetas. Era una visión simplemente maravillosa. A pesar de ser de piel clara, este año Silvia ha aprovechado horas sueltas para ir a la piscina descubierta del club del que somos socios y su piel ha cogido un moreno que le queda muy bien. Los dos pechos blancos, enmarcados en un torso ligeramente más moreno (en la piscina no permiten hacer topless), parecían tener luz propia en esa noche. Los agarré con las manos. La medida perfecta. Y empecé a masajearlos arriba y abajo, apretándolos contra las costillas. Silvia abrió los labios y cerró los ojos disfrutando del contacto de mis manos y la brisa de la noche.
Con la mano derecha recogí saliva de mi boca y pasé los dedos por su canalillo un par de veces, lubricándolo. Cuando mis dedos resbalaron sin roce le hice acercar un poco el torso al banco e introduje mi polla en ese maravilloso hueco entre sus pechos. Enseguida empecé de nuevo a masajear sus tetas, ahora arriba y abajo de mi polla. Cogió entonces ella el relevo, apretando sus pechos con el brazo de manera que yo pude agarrarme al banco y hacer más fuerza. Dejó caer saliva sobre mi glande para facilitar más el movimiento. Empecé entonces a envestir con golpes secos, haciendo aparecer mi glande por su escote con cada envestida. Ella intentaba tocarme la punta de la polla con la lengua cuando mis riñones la empujaban hacia arriba. La excitación de toda la noche y la carga acumulada en mis pelotas eran tan grandes que apenas aguanté dos envestidas más antes de correrme profusamente en grandes borbotones que salieron de la punta de mi polla como si fuera una fuente. Algunas ráfagas se perdieron en la oscuridad de la noche. Otras golpearon el cuello de Silvia y empezaron a resbalar por su pecho. Poco a poco el esperma que aún salía de mi polla fue encharcando su canalillo lubricando aún más el movimiento de mi pene entre sus pechos.
En ese mismo instante, cuando aún me recorrían la espalda los últimos latigazos del orgasmo, ambos oímos el inconfundible sonido de un jadeo entre los arbustos que había a mi espalda. Nos quedamos como petrificados, sin hacer el más mínimo ruido, intentando escuchar algo más que corroborase la sensación que ahora teníamos los dos. Al final, después de un par de minutos en que intentamos recuperar el aliento sin hacer ruido, decidimos recoger y marcharnos del parque. Yo me guardé la polla en los pantalones y Silvia se enfundó de nuevo la blusa sin preocuparse por el pastel que había dejado entre sus pechos. Salimos del parque más rápido de lo que habíamos entrado, un poco asustados y sin dejar de mirar atrás. Pero poco a poco, conforme nos acercamos a casa el breve momento de miedo dio paso de nuevo a la excitación por lo que había pasado y una cierta hilaridad.
Una vez a salvo, el hecho de que alguien nos hubiera estado espiando nos resultó a los dos terríblemente erótico y excitante. Quizá alguien se había masturbado contemplando la tórrida cubana que Silvia me había hecho. El cuello y el pecho de Silvia mostraban claras evidencias del resultado de la misma. La volvía a rodear con el brazo por el cuello dejando caer mi mano entre sus pechos y notando el tacto viscoso de mi esperma medio reseco. Apenas hacía diez minutos que me había corrido copiosamente pero noté como mi pene volvía a amenazar. Silvia se dio cuenta y, también sorprendida, empezó a tocármela como accidentalmente. No me preocupó que las escasas personas con las que nos cruzamos hasta casa se percatasen de mi trempera. En cuento abrimos la puerta le quité los pantalones y las bragas e hicimos el amor pasionalmente por todo el pasillo hasta acabar sobre la cama, desnudos ya los dos, cubiertos de sudor y rendidos de sexo y alcohol.
Desde ese día nos excitamos mutuamente recordando el episodio del parque. Hacemos el amor a diario, de manera carnal, mordiéndonos y besándonos, provocándome ella con cada centímetro de su piel, penetrando yo profundamente todos los huecos y agujeros de su cuerpo. Mientras tanto sigo pensando en nuevas situaciones lujuriosas. Pienso en volver a hacerle el amor delante de un extraño o pedirle que simplemente exhiba sus encantos y me excito. Creo que le propondré ir a una playa nudista este verano por el placer de pasearnos por la arena y bañarnos en pelotas. Ya veremos que dice. De momento lo estoy disfrutando cada día.
FIN