Una paja con mi ropa (2)

La trampa que le había tendido a Diego se salió de control.

  • Quiero que me traigas el suéter, el pantalón y las bragas de tu amiga Sara. Tú decides. Piénsalo.

Diego no respondió. Tan solo terminó de vestirse y se sentó en el sofá, como era usual. Al poco tiempo, el papá de Diego los recogió. Me quedé sola, masturbándome con mi ropa, la misma con la cual Diego se había masturbado. Pensando en cuál sería la respuesta de Diego.

¿Cuál será?

(…)

La semana pasó muy rápido. Ya era jueves de nuevo. Los diversos compromisos que tenía en la universidad me tenían muy ocupada y me habían hecho parecer que el tiempo transcurrido era menor. Sin embargo, ya habían transcurrido 7 días después de haberle tendido la trampa a Diego.

Llegue a mi casa, saludé a mi mamá, y finalmente saludé a Diego y a Sara quien aún estaba despierta. Parecía un Dejá Vu. Lo más impactante era la actitud de Diego. Su rostro parecía indiferente, como si nada hubiese pasado la semana anterior.

Entré a mi cuarto y encendí mi laptop. Debía entregar una presentación al día siguiente, y las cosas no iban muy adelantadas. Después de una hora, o tal vez más, de trabajar juiciosamente en mi laptop, escuché un toc-toc en mi puerta. Al mirar, estaba Diego, mirándome fijamente.

Debemos hablar- me dijo.

Yo sonreí, sabía que yo tenía la sartén por el mango.

OK, ¿sobre que deberíamos hablar?

Tu lo sabes muy bien, no te hagas la inocente- replicó Diego.

Tú ya sabes cuál es el precio de mi silencio, así que ya sabes lo que tienes que hacer… y no creo que me quede callada por mucho tiempo.

Diego abrió los ojos. Su cara cambió totalmente. Se acercó a mí.

Sé aceptar cuando perdí. Será como tú quieras- Dijo Diego- Pero dime… ¿para que quieres tú las prendas de Sara?

No te hagas la victima Dieguito… Tu sabes que te podrás pajear como los dioses con mi ropa… y lo de la ropa… ¿pues tu para qué quieres mis prendas?

El rostro de Diego cambió notablemente. Su cara reflejaba una mezcla de excitación, nerviosismo e impaciencia.

Hagámoslo el próximo jueves… ¿te parece? –Dijo Diego.

Excelente.

Pero antes, una pregunta… ¿Cómo voy a tener la ropa de Sarita?

Ese es tu problema, no el mío. Te diste mañas en pajearte con mi ropa sin que yo me diera cuenta.

Diego bajó la mirada. Su boca parecía que me intentara decir algo, pero de alguna forma se cohibía. Finalmente se animó y me dijo: Tú me dijiste que yo podía escoger las prendas que vestirías.

Así es- le respondí con una risa pícara.

Lentamente me levanté y me puse en frente de él. – ¿Que clase de ropa quieres?

Su silencio retumbaba en la habitación. Sus ojos apuntaron a mis piernas. –Ese jean descaderado se te ve muy sexy… quiero ese, y una tanga… el resto te lo dejo a ti.-

Los jeanes no guardan mis jugos… Mejor una sudadera, creo que la disfrutaste… y si quieres, me puedo poner una tanga roja, muy sexy, muy pequeña.

Sus ojos llenos de lujuria apuntaron hacia mi entrepierna. – ¿Y qué tal si no utilizas nada debajo?-

Yo simplemente sonreí de nuevo. Calentar a un muchachito era realmente excitante. Así q asentí con la cabeza, mientras Diego daba la espalda y se marchaba. Sin embargo, antes de abandonar el cuarto me dijo: - Y además quiero verte… quiero ver que haces, como te masturbas.

Quede en shock, mi corazón se detuvo momentáneamente. –Pero no, no estoy de acuerdo, no, no… pero,… no-

-Tú me viste, ahora yo te veo. Así debe ser- Diciendo esto, Diego abandonó mi cuarto.

(…)

Ya era jueves de nuevo. Habían sido los siete días más largos de mi vida. La excitación del momento era increíble. Mis piernas temblaban, mi corazón parecía salirse de mi pecho. Mi cosita chorreaba mis jugos.

Tal como se lo prometí a Diego, no me puse ropa interior. Simplemente un pantalón de sudadera azul oscuro licrado, casi satinado, en contacto directo con mi sexo. Como era tradicional en mí, me amarré una sudadera hermosa a mi cintura, para no delatar a los curiosos de mi situación. El roce de la tela me había mantenido caliente todo el día. No aguantaba más.

Al llegar a mi casa, la situación, como raro, fue exactamente igual. Saludé a mi mamá, quien partió inmediatamente, y corrí a saludar a Sara, pero ella, no estaba. Diego me sonrió. Sabía lo que acontecería a continuación. Me senté a su lado. Él me miro de arriba abajo, y notó la humedad en mi pantalón. Tomo su morral, y lentamente sacó la sudadera de Sara, y unas braguitas rosadas, algo infantiles.

-¿cómo le hiciste?- Le pregunté.

  • Creo que no tenías fé en mí. Sara tenía hoy una cita médica, y yo "amablemente" le guarde su ropa del colegio.

  • ¿Y las braguitas?- le dije.

  • Del canasto de su ropa. No eres la única a la cual le robo las bragas- Contestó descaradamente.

Diego se acercó a mí, me tomó del brazo, y lentamente desamarró la sudadera de mi cintura, mientras lentamente inspeccionaba por encima de mi pantalón la humedad de mi vagina.

Yo puedo sola, gracias por la ayuda- le dije sarcásticamente, mientras retiraba su mano y lo empujaba hacia atrás.

Él se sentó, tomó las prendas de Sara, y me las entregó. Su olor era muy dulce, y sexy. Sus braguitas tenían un olor suave y muy particular, No había fluidos, pero se notaba que había estado en contacto con el sexo de la muchacha. Una bocanada de fluidos impregnó nuevamente el pantalón mientras mi cuerpo se estremecía. Diego lo notó.

Lentamente, me quité mi camiseta, y mi brassiere, y finalmente retiré mi pantalón de mi cuerpo. Estaba completamente desnuda frente a él. Le lancé mi ropa.

  • Ahí lo tienes, ve y masturbate. Anda. Si quieres verme, adelante, pero no se te ocurra tocarme.

Cerré los ojos mientras Diego en frente mío se bajaba sus pantalones y desvelaba su verga erecta.

Mi vagina chorreaba. Empecé a acariciarme y a sumergirme en los aromas de Sara. Mis dedos buscaban con lujuria mi rajita, no sin antes detenerse en mis senos, mi cintura, mi abdomen. Mi nariz se sumergió en las bragas de Sara, y mis dedos, encontraron mi clítoris, completamente duro y empapado. El sofá donde me encontraba sentada empezó a moverse al compás de mis piernas y mis caderas. Mi boca empezaba a expulsar los primeros gemidos. Pero abruptamente mi respiración se hizo imposible.

La boca de Diego se había fusionado con la mía. Su lengua acariciaba mis labios, y su sabor era inequívocamente el de mis jugos atrapados en mi pantalón. Su verga rozaba con mi ombligo. Tuve que parar. Con mis manos lo empujé, y me levanté del sofá. Sin embargo el calor que emanaba mi cuerpo y mi sexo, fue tan grande que no tuve otro remedio que tomar con una mano a Diego de la cintura. Con la otra agarré su pene, y lo introduje lentamente en mi vagina. Ambos nos dejamos caer sobre el piso.

Pase en menos de 5 minutos de masturbarme, a corromper a un pobre muchacho de colegio. Pero me gustaba.

La torpeza de los movimientos de Diego era evidente, pero muy excitante. Empecé a golpearlo fuertemente en su pecho, y él respondió con movimientos bruscos de su pene. Empecé a gritar, lo giré sobre el piso, y empecé a incrustarle mis uñas sobre su espalda. Lo hice lo más fuerte que pude. Él nuevamente respondió con movimientos más rápidos que prometían un orgasmo fulminante. Con mi mano libre, acerqué mis manos sobre mis pantalones húmedos, y envolví mi cabeza sobre ellos.

Diego se concentraba en mis tetas, succionándolas fuertemente, mientras yo destrozaba con mis uñas su espalda. Después de varios minutos, que me parecieron horas, mis piernas empezaron a temblar, con espasmos increíblemente fuertes que me llegaban hasta mi clítoris, produciendo cada vez más humedad en mi vagina. Mis gritos anunciaban un orgasmo espectacular, el cual llegó cuando sentí correr por mis entrañas toda la leche caliente de Diego.

Quité mi pantalón de mi cara, tratando te tomar un respiro, cuando nuevamente Diego asestó un beso en mi boca. Tirada en el piso, lo único que acerté fue a tomar el pene de Diego y halarlo con fuerza, pero su inexperiencia en el sexo hizo que este perdiera su dureza en mis manos.

Diego, sin aliento, me abrazó. A los pocos minutos, se levantó, y se sentó en el sofá, aún húmedo gracias a mis deliciosos y abundantes fluidos. Su sonrisa era la de cualquier adolescente después de tener sexo. Me miró, y su sonrisa se hizo malévola, un poco lujuriosa.

Y pensar- me dijo- que creías que tú me habías hecho la trampa. ¿Me creerías que todo esto fue planeado?