Una orgía, una experiencia
Estrenarse en una orgía puede convertirse en una tortura psicológica o en todo un placer si eres inteligente.
¿A quién vas a follarte con más ganas? me preguntó mi amigo Ramón ante la puerta de la mansión en la que íbamos a organizar una macro-orgía aquel fin de semana.
No conozco a todas las mujeres dije dubitativo y añadí con una sonrisa perversa- pero quizá estoy obsesionado con tu mujer.
Pues disfrútala macho, porque yo pienso darme un buen lote con la tuya.
Había que dejar todo escrúpulo para asistir con tu propia esposa a una orgía, y así me lo había advertido todo un experto en ese campo: sí piensas demasiado en lo que está disfrutando tu mujer con otros hombres durante una orgía o eso te causa celos, serás tú el que no disfrutes.
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Jamás pensé que me excitaría tanto ver cómo mi mujer le mordía los pezones a otra tía. Así dio comienzo nuestra primera orgía, nunca antes habíamos asistido a otra y eso que teníamos ambos más de cuarenta años. Ramón y yo acariciábamos el escultural cuerpo de su esposa, mientras ella se dejaba hacer. Fue cuando un chico joven, de veintitantos años cogió a mi mujer de la mano y la invitó a ir a un dormitorio privado. Ante mi corazón encogido contemplé como mi mujer aceptó y rogó al chico ir raudos hacia allí; creo que por no permanecer demasiado tiempo enrojecida de vergüenza ante mí. Pero esas eran las reglas de aquel juego y ningún marido ni ninguna esposa podía protestar por lo que hiciese su pareja.
A lo largo del fin de semana nuestros temores y vergüenzas desaparecieron. Creo que lo hice con casi una decena de mujeres diferentes, pero la verdad es que la esposa de Ramón y yo nos aficionamos el uno al otro y casi no despegamos nuestros cuerpos. Mi esposa si fue de flor en flor como una mariposa y no hizo distingos entre hombres y mujeres.