Una orgía de matrimonios de clase alta (2)

Los barones de Hordesa se encaminan a la mansión en su lujoso Mercedes. La rubia baronesa se entretiene con la soberbia polla del chofer a su servicio mientras el barón, su marido, se masturba viendo a su mujer.

TÍTULO: Una orgía de matrimonios de clase alta 2

En el asiento trasero del imponente Mercedes, Guillermo de Hordesa, barón de Hordesa, esposo de la baronesa Dalia Penhaume, la que no quería dejar por nada del mundo la enorme pinga del empleado germano, asistía excitado al espectáculo que le brindaba su viciosa mujer. Se había sacado su corta pero gorda polla y no paraba de sacudírsela en un ordeño lento pero consistente, inclinado hacia los asientos delanteros para no perder detalle. Cuando el barón vio que el chofer empezaba a trabajar los pechos de la baronesa, deslizó sus dedos en busca del coño de ella, no sin antes chupárselos para acariciar mejor aquel tesoro vaginal. Con la mano izquierda continuó masturbándose, usando la derecha para pajear a la mujer. El conductor doméstico había puesto el cambio automático, dejando libre su mano derecha para sobar las tetas de la señora, pellizcar sus pezones, bien hinchados y gruesos, y trabajarlos a conciencia. La elegante mujer se deshacía de placer ante aquellos toqueteos, lo que la impulsó a mamar con más pasión la rígida polla de Klaus. Gimió sucesivamente de gusto. Los dedos del barón frotaban el clítoris gordo e inflamado y se escurrían por la entrada de la raja hasta perderse en la resbalosa vagina de la esposa. El alemán retorcía los duros pezones haciendo que la hembra se estremeciese de puro placer y jadease profundamente. Guillermo aceleró la masturbación, pues por los fluidos que emanaban del coño marital, sabía que pronto Dalia se iba a venir entera. Los dedos índice y medio entraban y salían cada vez con mayor rapidez, haciendo convulsionar a la esposa.

  • Hmmmm….ohhhhhhhh…..siiiiiiiiiiiiiiiiiii¡¡¡- gritó ella al correrse , sin apenas dejar el pollón que chupaba con la ansiedad de una ninfómana.

Al orgasmar, como era habitual en ella, soltó una gran cantidad de líquido orgásmico que empapó los dedos y la mano pajeadora del rollizo aristócrata.

Dame, dame más… cariño…sigue...continua…¡¡- exclamó imperiosa, pues su calentura no bajaba un ápice.

Guillermo no dejó de masajear la pipa endurecida y pronto metía de nuevo sus dedos en la voraz gruta pegajosa de su madura hembra. El alemán tampoco dejó de trajinar los pezones, doloridos placenteramente de tanto como eran retorcidos. Dalia continuó gozando y todo su cuerpo se retorcía en un placer morboso y lascivo. Había mojado los pantys a la altura de la entrepierna y de los muslos y el maquillaje se iba corriendo de su atractivo rostro femenino. El carmín de sus orondos labios de silicona, hinchados al estilo marbellí, se había depositado en la tranca carnosa del alemán. Dalia mamaba y chupaba y lamía y no acababa con ese pene majestuoso que daba sus primeros síntomas de querer disparar goterones de leche caliente y espesa. La taimada hembra aceleró con su mano, que no podía albergar en su totalidad el cilindro carnal, las sacudidas sobre la polla mientras engullía la cabezota palpitante hasta producirla arcadas lujuriosas.

¡Ohhh…se….ñora…no…no siga…ahhh…que…que……- rogaba el chofer en su castellano con acento…conteniendo a duras penas su placer.

La baronesa, excitadísima por el gusto que estaba proporcionando al conductor, incrementó el movimiento de su mano de manera vertiginosa hasta que hizo vomitar el esperma de aquella poderosa manguera. El chofer se corrió en un silencio gimioso y por su capullazo salía la lefa en fuertes chorreones que eran recogidos por la boca mamadora. Al tiempo, el marido aceleró el ritmo de sus dedos en la vagina e hizo que Dalia orgasmase por segunda vez al tiempo que tragaba la simiente del alemán y la que no podía beber y retener en su garganta, corría por las comisuras de sus labios.

Toma, toma…cielo…maridito mío…. – susurró ella, incorporándose para ofrecer a su esposo la leche del amante.

Ambos se fundieron en un beso lascivo con intercambio furioso de lenguas, lefa y saliva, quedando en la boca del barón parte del semen del apuesto conductor. El maduro varón tragó el esperma con voraz ansiedad, regocijándose de lo reputísima que era la baronesa, su esposa y mujer.

Pasados unos minutos, Dalia se incorporó, empezó a retocarse el cabello y volvió a maquillarse, acentuando el carmín sensual de sus opulentos y postizos labios, no sin antes ayudar a guardar al empleado su polla morcillona. El marido contuvo la corrida pues la fiesta aún no había comenzado. Gozó, sentado ya cómodamente en el asiento del automóvil, de aquel preámbulo amoroso que su mujercita le había proporcionado camino de la mansión de los Arambe de Miguel.

El interior del coche olía a sexo y a semen y a jugos vaginales. Dalia estaba satisfecha, un poco más calmada ya, recomponiéndose antes de llegar a la mansión. Sentada como estaba dejaba al descubierto sus muslos enfundados en los pantys color carne, quedándole el vestido a la altura de la entrepierna, con lo que dejaba ver prácticamente todas sus cachas frontales. Estaba provocadora y parecía una de esas rameras marcadas por la infidelidad.

El chofer continuaba conduciendo con parsimonia, encaminado el automóvil a su destino final. Se había vaciado espléndidamente en la boca de la señora y la bragueta de su pantalón continuaba marcando el hermoso paquete de sus genitales.

Estaban ya próximos a la mansión lo que hizo que Dalia sintiera como un estremecimiento de pasión y de vicio reconcentrado en su entrepierna. Suspiró ansiosamente y se volvió en complicidad a mirar a su marido. El barón la sonrió con un guiño secreto y matrimonial. Acto seguido, la esposa, abriendo las piernas cómodamente por lo corto que le quedaba el vestido, llevándose los dedos a su grieta sexual, los impregnó de sus jugos íntimos y como el don más preciado, los llevó a los labios del marido para que éste los chupara deliciosamente en un éxtasis de felicidad compartida.

El matrimonio anfitrión había citado escalonadamente a los asistentes. En total, serían 20 parejas, amén de otros invitados especiales y personal de servicio y escoltas particulares. A los barones de Hordesa se les citó a las 21 horas. La cita fue concertada confidencialmente con una brevísima llamada al barón, en la que se le decía que la reunión extraordinaria de la Sociedad "El Manantial", tendría lugar tal día a las 21 horas. El resto se daba por añadidura. El lugar lo conocían muy bien.

Continuará