Una oportuna invitación

Después de aquella primera vez, que ya os relaté, hubo otras ocasiones para disfrutar viendo follar a mi mujer, como esta que os cuento hoy. Siendo una de las mas sencillas fue, sin embargo, buena entre las mejores, gracias a una oportuna invitación que sirvió para saborear el sexo de otra manera.

UN OPORTUNA INVITACION

Ya expuse, en un relato anterior a este, la gran experiencia de nuestro matrimonio en aquella inolvidable ocasión en que pude disfrutar viendo a mi mujer follando con otro por primera vez. Pues bien, como os dije entonces, se sucederían otras ocasiones. Las que vengo a relataros hoy fue una de ellas; quizá la más sencilla, desde la perspectiva de su carácter más o menos ordinario, es decir que no fue una de las veces especiales.  Pero creo que merece la pena contarlo, y a eso vamos:

Como dice el título que he elegido en esta ocasión, verdaderamente fue una oportuna invitación: mi compañero de trabajo y uno de mis mejores amigos desde la infancia, tuvo a bien invitarnos a mi mujer y a mí a una casa en el campo, de la que se ocupaba haciendo un favor a sus dueños en tanto que estos no podían asistir con frecuencia a disfrutarla debido que trabajaban en otra comunidad alejada de allí.

Antes de continuar, debo deciros, como ya lo hice en mi primer historia, que los hechos aquí relatados son reales, y que responden a mi pasión por ver a mi esposa disfrutar cada vez con una nueva sensación. Como en mi relato anterior, necesito decir esto para dejar claro que, aunque la imaginación sea capaz de crear escenas ilimitadas, no haya nada como la realidad, que en mi caso me hace gozar tanto al rememorarla en estas líneas, como haré con cuantas otras veces vuelva a escribir. El día que no tenga nada real que contar, posiblemente no escriba más al respecto. Gozo cuando os remito a estas historias como si las reviviera otra vez, y por eso lo hago. También reitero mi advertencia sobre que quizá pueda extrañar su contenido a aquellas personas que tienen los tópicos muy marcados en la supuesta ética de la normalidad. Tendréis dudas sobre qué podrían contaros sobre sexo tres personas próximas a los setenta años de edad, que somos los protagonistas en este caso, pero no lo subestiméis, no me canso de decir que a veces se descubren cosas tarde, pero si la dicha es buena, como los placeres indescriptibles que hemos disfrutado mi mujer y yo, merecen vivirse determinadas experiencias. La que yo cuento aquí nos hizo mucho bien, y me lo siguen haciendo aquellas que, muy similares a esta, seguimos disfrutando en nuestro matrimonio. Ahora paso a contaros lo que sencillamente pasó, con toda naturalidad.

Pues ocurrió de esta forma: llegamos al campo, y lo primero que hizo mi amigo fue enseñarnos la finca, en donde mi esposa y yo disfrutaríamos del día en su compañía. Sacamos de los coches todos los preparativos para hacer la paella que nos habíamos propuesto degustar con todo entusiasmo. Después de ver la casa, enseñándonos la cocina y un par de habitaciones en donde había en cada una de ellas dos amplias camas, salimos al patio. Supuestamente los dueños, que habían invitado a mi amigo para que disfrutara de la casa cuando quisiera, solían tener huéspedes de todo tipo: unas veces familiares y otras veces amigos, pero a mí, desde el primer momento, me inspiró muy buenas ideas, teniendo en cuenta la oportunidad que, según mis pensamientos, nos ofrecía esta situación.

Por fin decidimos que sería debajo de un gran árbol el lugar en donde encederíamos la fogata para hacer el guiso, que a la postre sería también el mismo sitio donde se encendieron nuestros ánimos. Mientras aplicamos todos los utensilios y elementos para la comida, e iniciamos su preparación, comenzamos una amena conversación refiriéndonos principalmente a la situación actual de mi amigo: un hombre de 69 años, un año más mayor que yo, con el atractivo suficiente para resultar apetecible a muchas mujeres. Divorciado desde hacía mucho tiempo, de una señora que yo recuerdo muy bonita, pero nunca enamorada de su marido, según sus propias palabras. Es una historia que no viene al caso para contarla ahora.

Gastamos bromas al respecto en cuanto a sus más íntimas necesidades, de mi amigo, en la medida que íbamos tomando confianza para abrirnos en los comentarios más o menos picantones mientras la paella avanzaba en su cocción.

Mi mujer con cierta modulación en sus palabras, dibujadas en sus labios un tanto resaltados en su melosa pronunciación, le comentó:

—¿  Y no echas de menos a una mujer?

A lo que él respondió, con alguna pícara ironía:

—Según en qué momentos. Si te digo la verdad hay temporadas en que lo paso mal; ya sabes…en esas temporadas en las que necesitas más que en otras darte un gustazo, de esos ricos, que te gusta saborear durante un buen rato, los que muy pocas veces disfruté con ella; mi esposa era…no sé cómo decirlo; era una especie rara de hembra con un cuerpazo increíble, muy bonita, pero nada entregada a esas cosa del amor. Yo sabía que no me quería demasiado, pues anduvo antes muy enganchada a un tío que nunca olvidó. Nuestros encuentros en la cama eran esporádicos y no muy placenteros; se dejaba que la hiciera lo justo para salir del paso, y poco más; lo evadía siempre que le fue posible. Y la cosa terminó como tenía que terminar.

También le pregunté yo, pero de otra forma:

—Pero supongo que lo habrás tenido con otras, digo yo. Vamos, que estarás de vez en cuando con alguna señora.

—Aunque uno ya no es un chaval le sigue apeteciendo de vez en cuando mojar el churro, si encuentras con quien, lo que no siempre es posible.

Mi mujer le siguió la broma, dedicándole algún gesto de alguna forma delicadamente insinuante:

—A eso me refería yo. Lo que quiero decir es si no tienes necesidades de vez en cuando de hacer algo que te apetezca hacer…¿ no sé si me entiendes?

Mi amigo fue más claro y respondió contundente:

—Si te refieres a lo de follar, pues claro que lo necesito, y me cuesta mi dinero. Porque lo que no estoy dispuesto es a cometer otro error y volverme a comprometer. Cuando tengo ganas me doy una vuelta por el club y me gasto unos euros y en un ratito estoy arreglado.

Ante eso yo repliqué:

—Pero no es lo mismo. No todas las putas son sinceras. Te hacen ver que lo pasan bien y es mentira. Simplemente esperan que termines pronto, las pagues lo suyo y te vayas.

Mi amigo me respondió contundente:

—¡ Hombre, es mejor que hacerte una paja…! No es lo mismo meterla que meneártela.

Yo insistí, porque me estaba gustando el cariz que estaba tomando la conversación:

—No sé qué decirte. Yo casi preferiría hacérmela antes que follarme a una tía que no goza. Quiero decirte que a mí lo que me gusta es que la mujer disfrute, si no yo no disfruto. No hay nada que me guste más que ver a una mujer gozando. Si no oigo sus sinceros jadeos y noto como se corre…no me vale; no disfruto.

El me respondió, a la vez que miró a mi mujer de arriba abajo, como describiéndola:

— ¿Y qué quieres que haga? Para los que lo tenéis en casa calentito y a vuestra disposición es muy fácil...Permíteme una osadía: si yo tuviera una mujer como la que tú tienes no estaríamos hablando de esto, sino de los polvos que la echaría siempre que a ella le apeteciese. A veces intento ligar, pero eso es dificil.

A eso le respondió mi mujer, que también estaba entendiendo que la tertulia estaba yendo por buen camino:

—     Yo estoy un poco de acuerdo con mi marido, y no creo que tu tengas mucha dificultad en encontrarlo…a mí me pareces un hombre atractivo.

Mi amigo insistió, evidenciando que le habían gustado las palabra de mi esposa:

—     Se te agradece el piropo, y más venido de una tía tan guapa como tú; pero debes tener en cuenta que con 69 años eso ya no es tan fácil. Antes si tuve ocasiones y más o menos las aproveché. Daos cuenta de que hace más de quince años que me separé de la señora puritana con quien me casé. La verdad es que eran otros tiempos; no había las posibilidades que hay ahora. Pero para mí ya es un poco tarde para pretender florituras.

Mi mujer le replicó, con un tono realmente aterciopelado:

—     Pues mira, a mí el número 69 me parece un número estupendo…

—     Según para qué; para lo de la edad no vale. Las mujeres los queréis más jóvenes.

—     Bueno, yo tengo 65 y nunca pensaría en un hombre más joven que yo. Y si mi marido me falla no dudaría en ligarme a uno, y los prefiero de mi edad, pues nunca me acostaría con uno que no fuese menor que yo. Seguramente sea dificil de creer que no me guste más un tío que tenga ciertas garantías para el placer, no sé si me explico, pero prefiero a los muy maduros, sin que lleguen a ser esos que ya no se tienen en pie. A mí con que lo que deben tener duro lo tengan duro me vale.

Mi amigo, un tanto sorprendido y observando a ver cuál era mi reacción, gastó la broma:

—No digas eso mujer, que está tu marido delante.

Mi mujer reaccionó inmediatamente respondiendo convencida:

—Perdona, mi marido es el primero en decirme que si algún día no responde que me lo busque por ahí. Que me acueste con quien me plazca y que disfrute, que para eso se han hecho los cuerpos. Y lo de que él esté delante le vuelve loco.

Mi amigo, sin salir de su asombro respecto a lo que le dijo  sobre que a mi me vuelve loco estar delante, continuó en tono de broma:

—Pero lo dice con la boca pequeña, seguro. Supongo que se pondría celoso si te vas por ahí a buscarlo, o te pilla con un tipo encima de ti.

Mi mujer contestó aún más taxativa:

—Lo de los celos es una tontería…y lo de los cuernos mucho más. Casi te voy a decir que a mi marido le pasa lo contrario. Ya le gustaría a él sorprenderme con uno encima de mí, montándome.

Mi amigo, todavía confuso, preguntó:

—¿Qué no se pondría celoso? ¿Ni siquiera si te sorprende en la cama con otro? No sé si te entiendo.

Entonces intervine yo:

—Lo que te quiere decir mi mujer es que nosotros no creemos en los cuernos…vamos, que consideramos que no existen, que es un concepto inventado por algún ser con complejos.

Mi mujer participó más decisivamente en lo que estaba comenzando a ser una muy buena discusión:

—Ya te digo yo que a mi marido no le disgustaría, y si te digo que todo lo contrario me refiero a que incluso le gustaría, te lo repito. Ya te digo que si lo hago delante de él no veas como se pone… Vamos, que lo agradece.

Aún más sorprendido mi amigo exclamó:

— ¡ Que te folle otro! A ver si lo he entendido… ¿Que a tu marido no le importa que te echen un polvo? Me parece alucinante lo que me estás contando, si es que no es que me estás vacilando.

Mi mujer asintió con un gesto terminante, aclarando la cuestión:

—Nada de vacilarte, ni contarte milongas. Te lo digo en serio: a mi marido lo que le importa es que yo le engañe, es decir que lo haga y no se lo diga. Eso si es posible que le pareciese una traición. Y no es que le tenga que pedir permiso, sino que le gusta saberlo…porque goza con ello, aunque sea solo contándole como lo he hecho.  Fíjate lo que te digo: no soportaría que me vaya con otro para siempre; sufriría. Teme que le abandone, pero no le importa que disfrute cuanto quiera, siempre que vuelva con él. Estamos muy a gusto juntos, pero eso no impide para nada la libertada de cada uno. Incluso nos sirve para ponerle salsa a nuestra sexualidad y evitar la temible monotonía; pues la monotonía sí que es muy peligrosa. Tenemos nuestras fantasías… y a veces las convertimos en realidad. Todo menos aburrirnos en los asuntos de la jodienda, con la que se pasa tan bien, sobre todo si le añades un poquito de novedad.

Mi amigo, cada vez más extrañado, insistió vehemente:

—O sea, que os gusta montaros alguna en plan orgia… ¿ no es eso?

—No precisamente— contestó mi mujer— No son las orgias lo que nos apetece, entendiendo por orgias el sexo en grupo. Es cierto que es algo muy parecido, o sea que nos lo montamos en plan distinto, pero sin grandes alardes de folleteo con mucha gente y escenas estridentes del estilo de todos con todos. Simplemente tenemos la libertad de hacerlo con otro, sin prejuicios absurdos.

Mi amigo quería ir ordenando los conceptos:

—Vamos a ver si me entero. ¿Queréis decir que si a uno de los dos os apetece follaros a otro o a otra los hacéis sin problemas? O sea que cada uno vais por libre y os acostáis con quien esté dispuesto o dispuesta.

—Tampoco eso es exacto— le contesté yo—. Se trata solo de mi mujer; si a ella le apetece echar un polvo con otro lo hace y ya está. Pero en mi caso no; primero porque a mí lo que me satisface es que ella disfrute, y es lo que me pone. No me apetece conseguir follarme a otra mujer porque mi mujer lo haga con otro hombre; no necesito follarme a otra mujer que no sea la mía; pero me encanta que a ella se la follen cuando mi mujer lo desea. Si estamos en compañía de alguien que se anima y a mi mujer le viene bien, pues nos divertimos. Puedes llamarle orgía si quieres, pero con el jaleo justo para disfrutar de nuestras fantasías haciéndolas realidad, sin más fiesta que la que nos complace.

—Pero entonces…, ¿si tu mujer tiene ganas lo busca y si lo encuentra lo hace? ¿Y tú la ayudas a encontrarlo?— insistió mi amigo sin salir de su confusión .

—Tampoco eso es así, dijo mi mujer. Se trata de que si nos sale la ocasión mi marido no pone impedimentos, y además disfruta, porque una de las condiciones que pone es presenciarlo. En realidad no se trata exactamente de que ponga condiciones, sino que expresa lo que le gusta, y lo que le gusta es verme disfrutar y con ello él disfruta, así de fácil; es lo que tratamos de decirte. No necesariamente voy a buscarlo como perra en celo, ni ando por ahí a lo que salga poniéndome en una esquina a ver quién quiere satisfacerme. Lo que ocurre es que, si se nos presenta una oportunidad la aprovechamos, porque para nosotros representa un buen rato al salirnos de lo ordinario. No te puedes imaginar lo bueno que es contar con dos frutas que te saben distintas cuando llega el momento, saboreándolas a tope.

Ahora mi amigo ya sí que se exaltó del todo:

—     O sea que hacéis tríos y te follan los dos…Y yo que creía que eso solo ocurría en las películas porno.

A esto fui yo quien respondió:

—     Tampoco es así precisamente. Está siendo dificil explicártelo; y con ello no quiero decir que tengas que comprenderlo. Seguramente incluso te escandalice. Verás: a mí me gusta verlo pero no participar demasiado. Estoy presente, y si me apetece me masturbo viendo gozar a mi mujer, simplemente. Algunas veces participo de las maniobras previas…ya sabes.

—     Ya voy aclarándome algo. Lo que quieres decir es que tú lo consientes y no pones ningún impedimento.

—     Ya te he dicho que yo no tengo que consentir o no consentir lo que quiera hacer mi mujer. Primero porque es de mutuo acuerdo, porque los dos lo pasamos bien. Segundo, porque si a mí me ofendiera pues no tendrá más remedio que largarme. Ten por seguro que en nuestro caso no hay nada de eso. Se trata de un juego más de nuestra sexualidad que nos resulta gratificante y ya está. ¿ Vas entendiendo ?

—     Bueno, si eso es así…debe ser bueno si tanto os gusta—accedió a intentar comprenderlo sin dejar de estar estupefacto y un poco nervioso.— Si lo pasáis bien, perfecto. Hay que ver como disfrutáis la gente que sabéis de estas cosas. Sin embargo yo me tengo que conformar con meneármela de vez en cuando pensando en que me estoy tirando a una tía… que cosas. Vamos, que uno no se acuesta sin saber algo nuevo cada día. Y os lo digo sin ningún tipo de ironía. No me lo habría imaginado, pero según me estáis hablando hasta me apetece imaginarlo, porque debe ser una gran suerte coincidir con uno de esos momentos en que os apetece hacerlo, ya lo creo.

—     A veces la realidad supera a la ficción y no hace falta imaginarlo; muchas veces es proponérselo y listo.—dijo mi esposa en una clara provocación a la vez que parecía dedicarnos el perfecto dibujo de sus muslos a través de sus ajustadas mallas.

De pronto:

—     ¡Eh…! La paella se está agarrando, huele a que se está quemando ya—gritó mi amigo a la par que se precipitó para separar la paellera del fuego.

Aquello interrumpió tan cálida conversación. Nos dedicamos a servirnos los platos para disfrutar de la suculenta paella, que estaba exquisita a pesar de haberse socarrado un poco. Antes, mi amigo propuso que mientras se enfriaba algo el arroz, nos tomásemos un vermut para brindar por este encuentro. Sacó tres copas, la botella de Martini y unos cubitos de hielo. Cuando sirvió a mi mujer, esta le hizo un comentario que vino muy bien para recuperar la conversación que habíamos dejado sobre tan excitante tema:

—No me eches mucho, que yo con el Martini me pongo muy tonta y no respondo de mí. Pierdo de pronto el sentido de la vergüenza, y soy muy peligrosa cuando pierdo el pudor, y siento algunos escalofríos por todo el cuerpo…por algunas partes más que por otras.

Mi amigo se limitó a sonreír, pero pude observar que por primera vez miró a mi mujer de forma distinta, fijándose principalmente en la entrepierna que sus ceñidas mallas dibujaban, marcando su rajita perfectamente.

—Pero eso no puede ser malo, digo yo, si entendemos por ponerte tonta el que te pongas alegre, o más que alegre.—respondió nuestro hombre, con evidente intención.

Detecte también un tono distinto, más acaramelado a la vez que excitado en las palabras de mi amigo.  Mi mujer también se dio cuenta y lejos de disimular simplemente añadió:

—Además debo tener cuidado porque beber me provoca hacerme pis rápidamente, y no quiero manchar las mallas.

Mi amigo volvió a fijarse en el dibujo ,que se adivinaba en la tela, de dos labios verticales perfectamente señalados y añadió, por decir algo:

—Bueno, mojarías un poco las bragas, y no se notaría.

Mi mujer respondido urgentemente:

—No las llevo. No me pongo bragas con las mallas.

Entonces intervine yo:

—Por eso se le nota lo que tiene ahí; a mí me gusta que se le note, y a ella también, pues es agradable ver como los tíos se ponen al mirarla, es excitante. ¿no te parece?

Mi amigo entonces siguió la corriente:

—Pues eso, que uno no es de piedra, y lo que se nota se nota…y tengo la sensación de que lo que se nota debe estar muy bueno. Claro que es excitante.

Mi mujer intervino, consciente de que nuestro compañero de tertulia se estaba caldeando:

—No pasa nada. Que lo que se han de comer los gusanos lo disfruten los cristianos, no hay mejor cosa que relamerse antes de comer lo que vas a comerte…Por ejemplo, esa paella que está esperando a que la hinquemos el diente.

Nuestro amigo insistió:

—Suele ocurrir cuando ves lo que te apetece, que quieres hincarle…el diente.

En una pequeña tregua a la que ya iba siendo una febril situación, sugerí un brindis, y brindamos por nosotros, porque ocasiones como esta se repitiesen cuando nos apeteciera. Comenzamos a degustar la paella, que estaba riquísima, como riquísima estaba mi mujer metida ya en ciertas ideas que pude detectar perfectamente. Nos conocemos suficientemente para saber que nos estaba pasando por el pensamiento. A todo esto, mi amigo se soltó un poco y gastó un chascarrillo:

—La paella está buenísima, pero permíteme, amigo, que te diga que tu mujer no lo está menos. A ello respondí con entusiasmo:

—Eso solo se sabe cuándo se saborea. Como la paella, si no la catas no puedes saberlo.

—Es verdad—respondió mi amigo ya con ningún rubor— No hay como tener hambre y que te ponga la comida delante...

Después de un breve silencio durante el que él no sabía que decir, yo añadí:

—Precisamente a eso me refiero cuando los hombre la miran y se relamen; si no se mete la cuchara al plato no se puede opinar.

Mi amigo dio un paso más adelante siguiendo el comentario:

—Hombre, pues qué quieres que te diga, a mi si me gustaría meterle…la cuchara para probarlo.

Noté cierto escalofrío en mi entrepierna, como si algo se estuviera despertando, y seguía el hilo de sus insinuaciones:

—Pues tienes razón, metiéndola es como se prueba. ¿A ti te gustaría probarlo?

Cuando le hice esta pregunta miro a los ojos de mi mujer para decir:

—Supongo que depende de si el plato se deja.

De contestar, se ocupó mi mujer. Acercándose con cierta coquetería a mi amigo, dijo:

—Tienes razón, lo mismo lo que tiene el plato está muy caliente y te puedes quemar la lengua. Nuestro amigo no supo qué responder en ese momento. Fui yo quien le ayudó un poco:

—Pues si quema se sopla un poco y se sigue. Una vez en la boca todo se enfría.

Mi amigo pareció descender del limbo y exclamó:

—Yo creo que si está caliente por mucho que soples seguirá quemando.

—Pero por intentarlo que no quede— añadió mi mujer.

Nuestro amigo pareció cambiar de tono repentinamente y, sin llegar a estar enojado, si alzó algunos enteros su voz:

—¡Me estáis poniendo malo! No os hacéis cargo de que llevo sin meterla en buen sitio desde hace más de un mes, y me contáis estas cosas que me están poniendo más caliente que las ascuas de ese fuego.

Fue mi mujer quien tomó la palabra:

—¡Cualquiera se pone delante de ti entonces!

Y yo añadí:

—Quita mujer, que si te coge por banda te destroza.

Mi amigo se mosqueó solo un poco:

—No os estaréis burlando de mi ¿verdad?

—Nada más lejos— contesté—. Realmente lo estamos pasando bien con estas cosas, que no son una burla, y mucho menos por el aprecio que te tenemos; esperamos que no te enfades. Solo pretendemos divertirnos, pero con la intención de que nos divirtamos los tres.

Decididamente no se enfadó sino que optó por seguir el juego:

—No, si yo no me enfado, solo os recuerdo que ahí dentro hay un par de camas…por si queréis divertiros mejor.

Mi mujer volvió a aproximarse a él. Esta vez tan cerca que sus cuerpos se rozaron, y le dijo:

—Con una cama nos vale y nos sobra.

A pesar del ambiente que habíamos creado, mi amigo volvió a sorprenderse entendiendo la insinuación y ya fue más directo:

—Espero que la comida os haya gustado, y si queréis nos comemos ahí dentro…el postre.

Mi mujer se acercó a su boca casi besándole, y acariciando con su aliento le dijo:

—A mí no me vendría nada mal una siestecita, pues ya te he dicho que el Martini me deja un poco tonta y me da por hacer tonterías.

Yo me separé un tanto, pero pude oírle lo que respondió:

—Una tontería como la de echar un polvo conmigo. Una tontería como clavártela hasta donde tus ganas lo permitan. Una tontería como pasarnos lo que queda del día follando. Si quieres empezamos la tontería comiéndome el postre entre tus piernas.

Mi mujer le largó un beso mordiéndole los labios y le dijo:

—A mí también me apetece comerme un postre, o dos si son necesarios. Y una de mis frutas preferidas es la banana, madurita pero tersa.

Mi amigo observó cual podría ser mi reacción y al comprobar que no me inmutaba, la agarró por la cintura y la mordió la boca casi desesperadamente, al tiempo que apretaba su culo con las dos manos atrayéndola como si quisiera perforarla, aún vestida, con su polla, cuyo abultado volumen ya se hacía evidente a través de su pantalón, y que procuraba hacer coincidir con la vulva cada vez más definida de mi mujer. Por un momento creí que abriría su bragueta y le bajaría las mallas a mi mujer para clavársela allí mismo y correrse en un instante. Yo empecé a notar que mi entrepierna ya se había desperezado del todo y tenía mi pene más duro que el tronco del árbol que nos dio sombra durante la paella.  Ella, excitadísima, me miro con ojos de complicidad, dedicándome ese momento. Después de morderse la boca cada vez más convulsos, se separaron evidenciando la fatiga de su calentura. Sin mediar más palabras, mi mujer se encaminó hacia la casa y mi amigo la siguió a cierta distancia, esperando quizá a ver qué hacía yo. Como ignoré sus movimientos, él también se metió en la casa siguiendo los pasos de mi mujer, que se fue directa a una de las habitaciones. Cuando llegó, mi mujer ya se había despojado de la blusa y dejaba sus pechos libres para su deleite. Sin dudarlo se abalanzó sobre ella y despojándose del pantalón y los calzoncillos, puso su pene entre las piernas, aun con mallas, de mi mujer. Yo entre despacio para contemplarles desde el umbral de la puerta de la habitación. Cuando llegué, ella ya se estaba bajando las mallas, descubriendo unos apetecibles muslos que invitaban a ser besados, lamidos, mordidos, degustados poco a poco. Bajó la prenda hasta los tobillos para, por fin, quedarse totalmente desnuda, besando con pasión a mi amigo, que buscaba con ansiedad aquella húmeda raja que le invitaba a clavarle todo lo que podía entrar en su cavidad.

Indescriptible la escena erizando mis sensaciones; momento de irresistible excitación contemplar como tu mujer se entrega a la pasión de un pene desaforado, acerado por el deseo, precipitando desatinadas embestidas hacia la profundidad de las entrañas de una mujer con todo fervor al sexo, con todas las ganas dispuestas a ser satisfechas por un varón increíblemente enardecido. Indescriptible la inmensa circunstancia de la multiplicación de los besos, de los mordisquitos en sus inquietas y afiladas lenguas de deseo. Estremecedora figura la compuesta por sus cuerpos fundidos el uno en el otro, queriendo quemar su ansiedad en un solo acto de locura incontenida. Nada puede igualar a esta circunstancia de puro éxtasis para mi mente desde sus cuerpos, como si vertiesen sobre mí la exhalación abrasadora de su desenfreno. Inigualable en cualquier caso observar una penetración como esta desde la perspectiva de mi propia inquietud porque lo hagan sin límite alguno. Mirar sin perder detalle, como si cada acometida fuese empujada por mi propio gozo, mejor que si lo hiciera yo mismo, sintiendo las palpitaciones de aquella vagina perfectamente ocupada por la estallante polla de mi amigo.

No obstante, ya he dicho que esta ocasión no fue una de esas con grandes cambios de posturas, comidas de coño o infinitas mamadas. Bastaba con ver presionado el cuerpo de mi mujer debajo de aquel hombre, abriendo sus piernas en una entrega total de sí misma, queriendo derretirse en su calentura. Solo comenzaron a follar convulsivamente, mientras me desabrochaba el pantalón para poder disfrutar de la escena a la vez que me masturbaba. No dejar de mirar ni un solo segundo para no perderme nada, no perder detalle. Quería yo que no acabase nunca; estaba soñando despierto un sueño extraordinario. Y me repetí a mí mismo que siguieran con cada acometida para continuar pareciéndome que todo ello me llegaba como un inusitado placer; acometidas feroces como aquellas, viendo follar a mi mujer con otro hombre en esta sencilla pero palpitante ocasión de estupendísima pasión, culeando aquel macho como si en ella cupiera todo él. Sí, era como si quisiera penetrar su cuerpo entero dentro de ella, besando sus pechos como si en ello le fuese la vida, mientras me parecía que yo estaba muriendo de tanto gozar estos instantes.

No tardó en correrse mi amigo la primera vez, vaciándose durante los intensos segundos que duraba cada borbotón que manaba, quizá demasiado precoz, que parecía estallar dentro de un coño que lo recibía con alguna ansiedad por tan temprana eyaculación cuando le estaba pidiendo que empujara más y más fuerte  antes que la inundara aquella deliciosa crema que agradecía su interior,  proyectando más semen del que se podrá pensar en un hombre de su edad, cuya retención parecía evidente a la vista de tal caudal.

Siguieron, no obstante, y pude observar cómo mi mujer tenía continuos orgasmos; su respiración la delataba. Mi amigo, no se había dado cuenta de mi presencia; cuando lo hizo se sobresaltó, a lo que reaccioné inmediatamente:

—Tranquilo; cuando termines me lo dices, que yo se esperar; estoy muy bien aquí mirando.

Mi esposa, sin embargo, si sabía que yo estaba allí desde el primer momento, ya que de alguna forma, sin haberlo hablado, sabíamos que algo así podría pasar, pues no desaprovechamos nunca ocasiones como esta, con las que tanto disfrutamos. Claro que ella sabía que yo disfruté con lo que estaban haciendo, y de alguna forma me lo brindó mezclando frases entre sus jadeos que sabe que me excitan al máximo. Abundaban sus expresiones cada vez más aceleradas:

—Me lo estás haciendo muy bien. Me gusta como la metes, me llega hasta donde yo quiero. Córrete a tope y me llenas de tu leche calentita otra vez, que mi coño lo está esperando ansioso para guardármelo dentro toda la que eches. Le voy a pedir a mi marido que me folle cuando tu acabes para que note todo lo que me has dejado, para que se vacíe también como tú, para que su semen se confunda con el tuyo ahí dentro mientras me abraso de gusto. No me gusta que me follen con condón por eso; prefiero sentirlo todo junto.

Transcurrieron algunos minutos más hasta que, con cierta confusión o timidez, y con su polla aun chorreando, se retiró de encima de mi mujer, lo que me permitió que me pusiera yo. Era una sensación sin par, notar como empujaba su semen y a veces se salía un poco impregnando mi propio pene. Tampoco yo pude resistir demasiado y eyaculé muy pronto mientras ella se corría una vez más diciéndome, entre jadeos, al oído:

— ¿ Te ha gustado lo que has visto? Me ha follado de forma genial… la tenía tan dura como a ti se te ha puesto la tuya y me he corrido estupendamente. Te he visto mirándonos y me he fijado que la tenías inmensa como nunca, y he pensado en que luego también me la meterías tú, y eso me ayudó a disfrutar más…¡ Ha sido estupendo! Tu amigo la mete perfectamente; ha sabido darme en el sitio justo por ahí dentro…Me ha dejado su cremita para que tú disfrutes lubricándote con ella… ¡Por favor, échame la tuya, para gozar de la mezcla de vuestro semen. Córreme como él me ha corrido cuando se le ha puesto tan gorda que creí que no me cabía. ¡¡Échamelo ya…por favor, échamelo que reviento de gusto!!

Efectivamente, mi mujer me había recibido empapada del polvo que acaba de echarle aquel miembro hambriento y me pidió que terminara , tal como he descrito. Mi amigo se quedó durante un momento mirando como yo penetraba donde él lo dejó lleno de su corrida, y también me gustó que nos estuviera viendo. Pensé por un momento que se uniría a nosotros para compartir la gelatinosa caricia de la vagina de una mujer absolutamente entrega a todo. Pero entonces mi amigo salió, tal vez atónito por mi convulsa pasión. Disfrutamos durante un rato, hasta corrernos intensamente de nuevo, y surgieron nuevas frases de mi esposa, como aquellas que están entre mis preferidas, las que me dice para calentarme a tope,  cuando quiere que me vacíe totalmente impulsado por las convulsiones que sus palabras me provocan:

—Cariño, me encanta que ocupen mi coño antes de metérmela tú, y que se corran dentro de mí, pues sé que nada te gusta más que ver cómo se follan a tu mujer de esta manera. Te lo brindaré cada vez que tú quieras, con quien a mí me plazca y para que reviente tu polla de verme hacerlo delante de ti. Y algún día te contaré algunas cosas que aún me guardo…ya verás. Te juro que un día te las contaré; no podrías imaginar cómo son. Me las reservo para un día especial, un día en que nos queramos morir los dos follando.

Solo de escucharla casi perdía el conocimiento. Oírla decir que aún tiene cosas que contarme me elevan al maravilloso mundo de lo que constantemente imagino: que alguien, como hoy mi amigo, le rompió las bragas a mi mujer para follársela y que ella nunca se atrevió a contármelo. Y pienso que un día lo hará con todo detalle para matarme de placer, y efectivamente morirse ella conmigo por no poder soportar tan magnifica explosión de escalofríos.

Ya vestidos, mi amigo nos esperaba recogiendo las cosas para marcharnos. Con toda normalidad nos acercamos a él. Mi mujer le ayudó a volver a la realidad de la que parecía haberse ausentado:

—Espero que estés satisfecho; esto tenemos que repetirlo. Me gusta como follas y quiero que lo vuelvas a hacer. La próxima, si tú quieres, sabiendo los tres lo que queremos hacer. A mi marido le encanta ver cómo me follas; le pone burro y, como has visto, le gusta follarme también.  Le ha encantado como me has penetrado sin límite, y siempre que quieras me lo puedes hacer delante de él, como te apetezca, tú solito follándome mientras él nos mira ¿Puedes imaginarlo? Nunca nos molestará; nos dejará hacer lo que queramos. Es a lo que nos referíamos antes; supongo que ahora ya lo entiendes mejor. Tómatelo con toda naturalidad y cuando quieras, como te digo, repetimos. No vamos más allá, a mi marido le gusta verme follar, a mí me gusta que me follen delante de él y así va la cosa. No pretendemos nada más, ni te vamos a sorprender con cosas nuevas.

—Claro que me ha gustado. Nunca me habían follado así…porque hoy eres tú quien me lo ha hecho. Yo andaba un poco despistado—respondió nuestro amigo.

A mi esposa le pareció que debía insistir para sacarle de su letargo debido a que parte de su extrañeza perduraba.

—Creo que te estamos hablando claro: sencillamente a mi marido le gusta que me la metan, a mí me gusta que me la metan y nada más. Solo es eso. Esto es como lo has visto y disfrutado. Me lo has hecho muy bien pero puede ser mejor si tú quieres. Hemos dejado cosa por hacer que podemos estrenar cuando quieras, y por eso no me importaría repetir, insisto; que me hagas cosas nuevas, que a ello estoy dispuesta. Nuestra orgía consiste en esto y nos encanta.

Mi amigo no supo que contestar, simplemente asintió. Miró a mi mujer y añadió:

—Eres muy buena en la cama…muy buena

A lo que mi mujer respondió:

—Me gusta follar, estrenar nuevos hombres, y me gusta mucho ver lo bien que lo pasa mi marido cuando me follan. Si nos vemos otra vez intenta contagiarte de su intensidad y disfrutarás también. Tampoco pasa nada porque participemos los tres, aunque tenemos algunas condiciones pactadas. Una de ellas es que nunca me la metan por el culo. Lo del griego no me parece que pueda satisfacerme, ni deseo averiguarlo…

—¿ Lo has probado alguna vez?—la preguntó él.

—Nunca me ha hecho falta, ni lo he intentado siquiera en mis más calientes momentos. He estado con otros hombres que me lo han pedido y he rechazado siempre su propuesta, y a quien lo ha intentado sin mi permiso le he parado inmediatamente.—contestó ella.

—Dices que lo has hecho con otros hombres…como hoy conmigo o eso me ha parecido entender  ¿lo habéis hecho otras veces?— preguntó como si supiera cual sería la respuesta.

—Parece que no te has enterado del todo todavía cuando sigues preguntando eso. Pues claro que lo hemos hecho alguna que otra vez— le contestó mi mujer

¿ Siempre lo habéis preparado de esta forma? —insistió nuestro amigo a modo de cierta ironía.

—Si insinúas que te hemos preparado una trampa, te equivocas. Solamente hemos aprovechado una buena oportunidad que tú nos has concedido. Ni siquiera lo había hablado con mi marido. Ha salido así, como nos ha salido otras veces que también hemos aprovechado porque esto es lo que nos gusta. Sí, lo hemos hecho en más ocasiones, con distinto resultado. Lo tuyo ha sido muy especial. Se notaba que tenías muchas ganas de descargarte y ha sido muy bueno que lo hagas en mi coño, que se queda a disposición tuya para que me inundes otra vez. Quédate con eso.

A ello respondió mi amigo:

—Sois la leche. No creo que tarde mucho en ponerme en contacto con vosotros; vendré más preparado y lo pasaremos mejor.

—Seguramente—admitió mi mujer—. Siempre se puede mejorar y hacer cosas que se han quedado pendientes, ya te lo he propuesto antes. A mi marido le gusta y disfruta con ello, recuérdalo siempre, para que no estés tan cortado como has estados en algunos momentos hoy… Nos lo pasamos muy bien así y a nadie le hacemos mal con ello. En tu caso, mucho menos. Tú estás separado y espero que te haya venido bien este revolcón, que efectivamente mejoraremos en la próxima ocasión, aquí o en tu casa o en la nuestra. Te damos las gracias por haber participado.

—Yo también espero que no te haya importado—exclamé yo, apareciendo de pronto en la conversación—Como ves, merece la pena echarle un polvo a mi mujer. Yo creo que ya te hemos dicho lo que pensamos y lo que queremos, y no hace falta insistir más sobre ello.

—No me interpretéis mal, yo creo que es que todavía no me creo lo que ha pasado. Y por supuesto que me encantaría repetir, estoy deseando que eso ocurra para disfrutar de una mujer como la que hoy me ha elevado al cielo…deseo más que nada repetirlo, por favor—respondió muy sincero y entusiasmado quien realmente no le habría importado volver a empezar en ese momento.

— Pues perfecto, cuando quieras repetimos…Me encantará que volváis a follaros delante de mí y espero que la próxima la disfrutes más si cabe. Que la próxima paja que te hagas sea pensando en cómo has disfrutado follándotela. Si tienes algún inconveniente, nos lo dices y no lo hacemos nunca más. ¿Alguna duda todavía?

Mi amigo pareció estar ya de vuelta del limbo y dijo:

—Me lo he pasado muy bien. Tu mujer folla como pocas de las que yo he conocido. Mejor dicho, como ninguna con las que he pasado algún rato, y no me refiero solo a las putas que pago, sino alguna que otra de las que puedo presumir que les ha gustado. Pero nunca he sentido lo que hoy me habéis hecho sentir… me ha gustado. Perdonarme la desconfianza, pues esto me ha pillado de sorpresa y no estaba preparado.

Menos mal— bromee yo— que si llegas a estar preparado se la sacas por la espalda.

Reímos los tres, y nuestro amigo añadió:

—Sois increíbles, pero me ha parecido extraordinario… Hacía mucho tiempo que no sentía lo que he sentido hoy al follar con vosotros.

—Has follado con ella— rectifiqué.

ÉL rectificó para evitar confusiones:

—Si, claro, he folllado con ella… pero hubo algo que nunca había experimentado, y es ver a un hombre tan excitado contemplando cómo se la metían a su mujer. Solo tengo una duda, y es que espero que esto no tenga otra novedades, ya me entendéis, que no vayáis más allá con otras cosas que tal vez no me gusten.  Que sea como ha dicho ella: sin sorpresa ni novedades.

—No te preocupes, respondí yo. No hay mejor cosa para mí que ver follar a mi mujer gozando de otra polla, te lo estamos diciendo constantemente, y es de lo que se trata. Pero veras que ni me he acercado. No nos acaban de convencer los tríos. Que no digo yo que no nos animemos y participe en algún momento. Pero nunca se me ocurriría ni interrumpirte ni intentar nada contigo. Mi mujer es capaz de follarse a dos tíos, o más, seguidos, pero de uno en uno…le gusta que la cubran un solo agujero (Volvimos a reír los tres).

Mi mujer le agarró por la cintura y dándole un suave y contenido beso le dijo:

—No te preocupes…siempre es para mí sola, sin más. Mi marido nunca atacará por la retaguardia, tú ya me entiendes. Ni te pedirá que lo hagas con él. Solo quiere verme bien penetrada, como lo has hecho tú. Le gusta que se muevan encima de mí, por detrás de mí…que me coman, que me devoren.

— Por supuesto— respondió más convencido— Yo estaré dispuesto cuando queráis. La próxima será mejor, pues hoy no acababa de centrarme.

—Menos mal— bromee distendido— que si te llegas a centrar no se la sacas, la has inundado; la tenías clavada hasta los huevos y le has llenado bien la cosa.

MI amigo añadió:

—Me lo he pasado genial. Para mí ha sido algo tan nuevo. ¡ Y yo que pensaba que ya lo sabía todo! Solo lo conocía de las películas porno. Había visto dos hombre con una mujer, o dos mujeres con un hombre, pero nunca me las había creído como posibles. Perdonar mi ingenuidad. Posiblemente no lo haya disfrutado del todo como debiera, por la sorpresa, pero tened la seguridad de que hacía tiempo que no lo había pasado así. No se me olvidará nunca en los años que viva. Me alegro de haber organizado esta ocasión, que nunca podía haber imaginado que acabara así. Me ha encantado follar con vosotros.

Volví a interrumpirle:

—Quieto amigo… te repito que lo de follar ha sido con ella, mientras yo me he retorcido de gusto; luego también he follado yo, pero cada uno en su momento, que ya te digo que a mi mujer le gusta de uno en uno, es verdad que uno detrás de otro, seguidos, pero de uno en uno. Y te prometo que cuando quedemos para una fiesta como la de hoy, tú serás el primero en gozarla, hasta que te hartes, hasta que caigas rendido y desgastado. Me encantará esperar mientras disfrutas, que luego me tocará a mi hacerlo…ella tiene para los dos de sobras.

Recogimos todo y nos dispusimos a marcharnos. Yo me adelanté un poco; ellos dos se quedaron atrás dándose unos besos, diciéndose algo al oído. Estoy seguro de que a mi mujer esta nueva aventura la satisfizo y estaba dispuesta a repetirla y seguramente le dijo a mi amigo algo sobre esa próxima vez. Espero que siempre sea estando yo presente, pues me gusta estar invitado a ver cómo se corre de aquella manera mi mujer, haciéndome disfrutar, quizá en la próxima ocasión de alguna otra manera. Os prometo que os lo contaré.