Una oferta imposible de rechazar.

El joven Alex recibe una oferta de trabajo con unas condiciones inmejorables. ¿Lo malo? deberá volver a su ciudad natal, llena de malos recuerdos a causa de unas ex-novias terribles. Sin embargo, una mano en la sombra empieza a cambiar las cosas para que su vuelta sea muy distinta a como imagina.

I

El interior del coche era muy estrecho. Paula apenas tenía espacio para moverse bien, y el techo la obligaba a doblar el cuello de una forma un poco dolorosa, pero no le importaba. No necesitaba mucho, y aquella noche solo importaba el.

Cada movimiento de sus amplias caderas provocaba un húmedo y agradable sonido cada vez que el duro miembro de su novio se hundía en ella. Era fácil. Sus cuerpos sudorosos se acoplaban con la naturalidad de la experiencia y el deseo compartido, pero aquel día ella había ido mas allá de lo normal. Se movía con entusiasmo al cabalgarle, a pesar de los calambres en las piernas y los ocasionales golpes contra el techo, pequeñas torpezas que hacían que ambos sonriesen.

Era una mujer grande, de pueblo, con una constitución rotunda y exuberante, pero eso no la hacía menos atractiva. Sus curvas eran vertiginosas, y sus pechos... A el le encantaban sus pechos y ella no dudó en usar eso a su favor, atrapándole con sus brazos y hundiéndole el rostro entre la calidad acogedora y sudorosa de sus senos.

-Muérdeme- le susurró mientras el la llenaba -Muérdeme como a ti te gusta...-

El le hizo caso. Haciéndola gemir con abandono mientras le marcaba otro chupón amoratado en la piel. Había perdido la cuenta de cuantas llevaba, pero sus pezones, gruesos y oscuros, hacía tiempo que estaban enrojecidos, en carne viva por las rudas atenciones que el les prestaba.

No importaba. Hoy era su día.

Ambos se miraron, el con unos ojos oscuros como la noche, ella con un par de joyas que oscilaban entre el verde, el gris y el color de la miel en función de la luz. Aquella mirada cargada de intimidad los inflamó a ambos. Su mano se cerró en torno al cuello de Paula, sano, fuerte y pálido. Ella le dejó a hacer, disfrutando de aquel gesto de dominación.

-Soy tuya...- susurró.

El respondió con un brusco movimiento, tumbándola con violencia sobre el asiento trasero del coche y colocándose encima mientras ella la abrazaba con sus gruesos muslos.

-Lo se- respondió el.

Paula conocía a la perfección la sensación de sentir a su chico dentro de ella. Ese calor, una barra candente ardiendo en su interior. Aquella leve curvatura hacia arriba, que al moverse le permitía tocarle sitios que... un gemido se le escapó, entreahogado por la presión en el cuello. El empezó a moverse como una máquina, haciendo que su espalda se arqueara y sus pies se agarrotaran por el placer. El roce del vello púbico, fiero y enzarpado como el pelo de una bestia, contra su clítoris la hacía morderse el labio hasta reventárselo.

Sintiendo que el clímax se acercaba Paula separó aun más las piernas, levantándolas en el aire para permitirle entrar hasta lo mas profundo, como si fuera a lograr tocarle el corazón con la siguiente embestida. Su respiración se había convertido en un resuello irregular y sonoro. Sus dedos, en garfios que alternaban entre acuchillar el torso de su chico, dejándole largos zarpazos enrojecidos, o entre jugar con sus propios y maltratados pechos, buscando ese ápice de placer que la llevara mas allá de...

El orgasmo vino con la inexorable lentitud de una presa abriendo sus compuertas. Paula era alguien sumamente sexual, conocía los signos de su cuerpo y se abandonó a ellos. Su pierna izquierda empezó a temblar incontroladamente, poseída de una vida propia y amenazando con un doloroso tirón si Paula no la estiraba, cosa que la obligó a golpear la ventanilla con violencia. Perdió el control de la parte superior de su cuerpo, como si una miel cálida y húmeda se extendiera por sus huesos, durmiéndolos con una flojera que le hubiera gustado sentir toda su vida. Sus caderas se movieron como un lento engranaje, frotándose contra el bajo vientre del hombre que la poseía, como si su cuerpo quisiese más y más, como si quisiera devorarlo, unirse a el, fundirlo con su calor y hacer que se derritiese sobre ella. El clímax la sacudió como una ola que amenazase con pararle el corazón. Su espalda se arqueó y su garganta se convirtió en gelatina, lanzando incoherentes ruiditos a través de sus labios.

Finalmente sus ojos temblaron y bizquearon mientras todo su cuerpo era zarandeado por los últimos estallidos nacidos de entre sus piernas. Era algo que siempre la había acomplejado, hasta que descubrió lo mucho que a el le gustaba. Hasta que vio como sonreía al ver como ella perdía el control de su cuerpo en aquellos breves instantes en los que el cielo parecía poder tocarse con las caderas.

Cuando los fuegos de aquellos preciosos instantes se apagaron ella era incapaz de moverse, incapaz de nada que no fuese abrazarse débilmente a su hombre con brazos y piernas mientras el seguía entrando en ella a un ritmo irrefrenable, buscando su propio orgasmo.

-En mi cara...- susurró ella -Córrete en mi cara-

Aquella sonrisa lo valía todo, todo. Al notar como salía de ella cerró los ojos, disfrutando del olor, aquel olor a hombre y mujer que emanaba de su miembro, como el vapor de un hierro al rojo vivo. Sus gemidos le parecieron lo mas placentero de la vida cuando los oyó, al menos hasta que sintió aquella lluvia cálida y espesa golpeando sus rasgos.

El se vació sobre ella mientras sus gruesos labios esbozaban una sonrisa de paz, paz al sentir aquel cálido líquido deslizándose por su piel. Era una sensación a la que se había vuelto adicta. Aquel espeso cosquilleo del semen al caer, desde sus pómulos hasta su sonrisa, desde su sonrisa hasta su barbilla, desde su barbilla a sus pechos... era como la caricia sutil de un amante, una caricia llena de sumisión, de humillación, que la hacía sentirse dócil... y traviesa.

El se dejó caer a su lado, y durante unos segundos Paula se sintió en el paraíso. Sintiendo el fuego de sus cuerpos abrazándose, lubricados por el sudor, sintiendo su respiración en su cuello, sus labios, su semilla, secándose en su cara...

-Te quiero Paula- susurró el besándola donde sabía que la hacía temblar.

-Y yo a ti, Alex- respondió ella en un suspiro. Le encantaba como sonaba en sus labios... Alex. Salía con facilidad, como si perteneciese allí, a su voz y no a ninguna otra.

-No quiero que te vayas- le susurró. El respondió con un beso. Besaba con suavidad, acariciándole el cuello y aquel trozo de piel detrás de las orejas que siempre la estremecía. Su lengua se movía en el interior de la boca de Paula con experiencia y dulzura, sumiéndose en una dulce danza con la lengua de la chica, sin que a ninguno de los dos le importase el semen que aún cubría sus labios.

-No voy a irme- el chico se tumbó a su lado, acariciándola con la punta de los dedos, recorriendo con ellos las curvas de sus pechos, su vientre, sus caderas... -solo es una oferta de trabajo, si resulta bien... es mucho dinero-

-Si pero tendrás que volver a... allí, me preocupa que...-

-Es solo una ciudad- cortó el -y hace cinco años ya desde que dejé a esa loca y te encontré a ti-

Sonrió al decirlo, y por un segundo ella creyó que podría follárselo otra vez solo por eso.

-Será bueno- continuó el -volver, y afrontarlo, y si me la encuentro a ella o a la otra pues mira, cada uno por su lado-

Ella sonrió a su vez al oírlo, haciendo que un grumo de semen temblase en su barbilla -Eres alguien muy fuerte ¿sabes? Y me siento orgullosa de ser tuya- Mientras le susurraba esas dulces palabras al oído guió su mano vientre abajo, deteniéndola justo sobre el espeso vello rubio sucio que cubría su sexo. Allí donde una pequeña A de tinta la marcaba como a una esclava. Paula aun recordaba su cara cuando se la había enseñado por primera vez, aquel fuego ardiendo en sus ojos... sus amigas le habían dicho que estaba loca, que se arrepentiría, pero ella las había ignorado. Era suya, su mujer, y de nadie más, y quería gritarlo bien claro a cualquiera que se pusiera por delante.

El la masajeó con suavidad, haciéndola separar las piernas de forma instintiva. La tocaba como un instrumento, un virtuoso de sus gemidos y ella simplemente se abandonó a sus manos.

-No te preocupes. Voy a volver allí a triunfar, y a ganar dinero, y cuando puedas, vendrás conmigo allí, y tendremos una vida capaz de demostrarle a todos los que no creen en nosotros lo fuertes que somos, porque juntos somo muchos mas que dos ¿vale?-

Acompaño sus sonrisas, sus miradas y sus palabras hundiendo sus manos en ella, tocando su interior como si lo conociese de memoria.

Ella solo respondió atrapando su mano con los muslos, y acariciando su semierecto miembro con manos férreas y rudas.

-Fóllame- le dijo -Fóllame como si no hubiera un mañana-

II

El interior de la habitación olía a sudor y a sexo. El olor era intenso, y se había acumulado allí durante mucho tiempo. Hacía semanas que Ana ni pensaba en abrir las ventanas, distraída por la voz en su cabeza. El olor no había sido la única consecuencia, claro, la ropa llevaba acumulada en los mismos montones desordenados del suelo desde hacía un mes, hasta que los armarios se habían quedado vacíos. Su almohada en medio de la desordenada cama estaba manchada y casi crujiente de tantas veces que la había cabalgado y se había corrido sobre ella, luchando luego desesperadamente por absorber los fluidos de su coño impregnados en la tela. Hacía semanas que la chica tampoco pensaba en dormir, la voz en su cabeza no le dejaba ,y eso se notaba en las profundas ojeras que rodeaban sus ojos.

La chica estaba desnuda salvo por una camiseta interior que el sudor adhería a su cuerpo como una segunda piel. Se la había puesto hacía cuatro días, cuando un breve descanso de la voz le había permitido darse cuenta de que tenía frío. La había roto el día anterior, cuando la excitación causada por la voz le había provocado el deseo de retorcerse las tetas pero al mismo tiempo había convertido el subirse la camiseta o el quitársela en un acto demasiado complicado.

Tenía unos muslos gruesos, con algo de celulitis en la parte de atrás pero sin que ello le quitase ese encanto natural que la chica regordeta poseía. Aunque siempre estaba acomplejada, como cualquier otra mujer perteneciente a esa sociedad que se alimentaba de sus inseguridades, lo cierto es que tenía un encanto blando, atractivo y lleno de curvas. Le había sido facil encontrar novio, aunque hacía muchos días que no lo veía. Tenía cerca de treinta llamadas perdidas en su teléfono pero no importaba, la voz decía que no importaba así que no importaba.

Sus piernas estaban totalmente separadas, alzándolas y apoyadas en su desordenado escritorio, como si quisiera abrazar con ellas a la pantalla del ordenador.

Su coño era plenamente visible. Enrojecido por las atenciones imparables que venía sufriendo, brillante por las sucesivas corridas con las que lo había impregnado todo de aquel líquido espeso, brillante y dulzón, lleno de placer.

Con gestos mecánicos hundía un zumbante vibrador en su palpitante interior. Diez o doce juguetes sexuales más yacían esparcidos por la habitación, usados y descartados en la búsqueda por el siguiente orgasmo, que a esta altura era lo único que importaba, lo único que la voz decía que importaba.

Un pequeño plug llenaba su ano y hacía que sus caderas se retorciesen de placer con cada movimiento. No recordaba la última vez que se lo había quitado.

Su rostro era redondeado, bonito aunque algo anodino, con una nariz respingona que le había valido el mote de “cerdita” años atrás y unos ojos grandes y honestos escondidos detrás de unas grandes gafas de pasta. Un nuevo orgasmo la hizo chillar y gruñir como una auténtica cerda. Se retorció levantando las piernas y disfrutando de la sensación de su interior plegándose para abrazar a aquel par de amantes de plástico. Su pelo, rizado y sucio, se movió al compás de sus sacudidas, salvo allí donde la capa de sudor que la recubría lo atrapaba en un húmedo abrazo.

Después de aquel apresurado clímax que le hizo poner los ojos en blanco, su cuerpo fue incapaz de hacer nada más que temblar. Durante aquellos segundos largos como años ella buscó algún estímulo con la mirada mientas rezaba porque el vibrador no se le saliera del coño en mitad de aquellos estertores de placer. No tenía fuerzas para agarrarlo. Le había pasado hacía dos días y había tenido que dejar de sentir algo en su coño durante una eternidad hasta que lo recogió. No quería eso por nada del mundo, la voz le había enseñado lo que de verdad importaba y lo que no.

Su mirada confusa quedó atrapada por la imagen de la pantalla. Su ex novio la tenía bloqueada en facebook, lo cual significa que solo podía ver su foto de perfil y un par de fotos más. Era suficiente. La primera vez que la voz le había hecho masturbarse viendo aquellas imágenes se había sentido disgustada y sorprendida. Pero la habían atrapado como un imán. Había acabado masturbándose en el trabajo, ignorando sus deberes tan solo para ver esas dos o tres fotos una y otra vez mientras se follaba a si misma. Eso había sido antes de simplemente dejar de ir. La carta de despido aun estaba en la entrada bajo la puerta, ignorada desde hacía días. Las había mirado en el móvil con tal de no dejar de verlas mientras salía a comprar comida. Eso había sido la última vez que salió, antes de simplemente pedir a domicilio para ahorrarse el trabajo y el sufrimiento de no verlas. No había dejado de mirarlas ni cuando se le acabó el dinero para pagar la comida y la voz le hizo ofrecer su cuerpo como pago.

En cuanto las escasas fuerzas que era capaz de reunir volvieron, las usó en mover de muevo el vibrador, follándose a si misma con un ritmo lento y cansado mientras la voz de su cabeza volvía a educarla.

“Eres gorda”.

-Soy gorda- repitió Ana con voz ronca. Ni siquiera lo dudó. Un pequeño rescoldo de su mente recordaba un tiempo, cuando las voces habían empezado... ¿había habido una vida antes de las voces? Resultaba tan difícil pensar... Antes había luchado contra esa idea, ella no estaba gorda, no... pero había entendido la verdad pronto. Fuese donde fuese miles de mujeres más delgadas que ella la miraban, desde los carteles publicitarios, desde las revistas, desde la televisión. Miles de mujeres perfectas que la miraban con ojos acusadores, recordándole a Ana que no era como ellas.

“Eres fea”.

-Soy fea- dijo mientras hundía el enorme vibrador hasta lo mas profundo de su coño. Sus ojos parpadearon con la pesadez del plomo mientras miraba las fotos de Facebook. Ella no era guapa, no era como la nueva novia de su ex, alta, rubia, con esas tetas tan grandes... Al mirarle los pechos en aquella foto de ambos, sonrientes en la playa, su sexo se contrajo, ávido, y ella se masturbó aún mas fuerte. Ella era perfecta, perfecta, una diosa...

“Nadie te quiere”

-Nadie me quiere- repitió. Por eso ella no tenía fotos felices con su ex. Por eso la había abandonado. Por eso ella estaba allí encerrada metiéndose pollas de plástico en el cuerpo mientras esa diosa rubia gozaba con su cuerpo. Era gorda, fea, y estaba sola. La mera idea hizo que silenciosas lágrimas le corrieran por el rostro mientras se retorcía los gruesos pezones, mirando aquellas sonrisas en la pantalla.

“Hay una salida”

La voz en su cabeza la alivió. Cortando las lágrimas y haciéndola sonreír. Había una salida, solo necesitaba escuchar a la voz, obedecerla, y todo iría bien.

“No pensar”

-No pensar- gimió ella mientras el placer la hacía retorcerse. Pensar era malo, pensar dolía. Había tardado mucho en entenderlo, al principio, cuando las voces aparecieron. Pero ahora lo entendía. Pensar era complicado y aburrido, pensar la convertía en quien era, en Ana, y Ana era una gorda horrible y despreciable.

“Obedecer”

-Obedecer- Ahora su voz era ansiosa, igual que los movimientos de su cuerpo, que se acompasaban con las embestidas del vibrador, como si un amante invisible la estuviese poseyendo. Sonreía. Sonreía porque sabía que obedecer significaba estar libe de responsabilidades. Lo convertía todo en algo sencillo, como si no hubiese fracasado en la vida convirtiéndose en una fea horrible. Obedeciendo todo podía quedar atrás, obedeciendo podía ascender y ser como la chica rubia. Obedeciendo podía ser feliz.

“Rendirse”

-Rendirse- Su voz se había convertido en un grito agudo y entusiasta, como si quisiera proclamar a cuatro vientos que había dejado de luchar. Que todo su mundo se había reducido a aquella voz que le decía que hacer, que pensar y que sentir.

El orgasmo vino como un mazazo. Una recompensa primaria, animal, a aquella rendición sin condiciones. El día de Ana se convirtió en una repetición de ese ciclo. La excitación de las imágenes, el adoctrinamiento de la voz, erosionando su autoestima y su fuerza de voluntad hasta convertirla en un trozo de carne. Los orgasmos eran la herramienta con la que la voz la moldeaba. ¿Cuantas ideas eres capaz de concebir durante un orgasmo?, ¿cuantos pensamientos complejos?, ¿que eres capaz de hacer salvo retorcerte de placer en esos segundos de clímax? Para Ana los segundos se habían convertido en minutos, y luego en horas. Su coño había sustituido a su cerebro, y ante ese bombardeo solo las ideas que la voz plantaba en su cabeza podían arraigar en su confusa y fragmentada mente. Y así, poco a poco, orgasmo a orgasmo, aquellas palabras se convertían en realidad.

Seis horas de ciclo después, la mente de Ana se rompió. Incapaz de resistirse más al placer, todas las barreras que la ataban a la realidad se derrumbaron. Todas las reservas, todas aquellas sombras de consciencia que le hacían pensar que había algo raro, algo malo en pasar un mes en casa, masturbándose, quedaron en nada. Cada centro de placer de su cerebro se encendió a la vez y ella se colapsó al sentirlo, como si tuviese un orgasmo en cada poro de su piel. La corta duración del orgasmo es un mecanismo evolutivo de defensa. Una criatura no puede defenderse durante un clímax, el placer debía ser contenido, recortado, aplicado de forma precisa para que sirviese de acicate a la reproducción. Todas esas barreras biológicas y sociales se quebraron ante el incansable trabajo de la voz.

Y la mente de Ana se fundió bajo esa presión.

Irónicamente, su rostro recuperó algo de paz mientras los temblores del orgasmo cesaban. Todo parecía mucho mas claro. El frío del suelo, la calidez de su sexo, la humedad corriendo por sus muslos, la dulce sensación de la sonda en su culo. Su mundo se reducía a aquellas sensaciones, no había nada detrás que las interpretase, que les diese un significado, que conectase lo que pasaba con un significado. Solo estaba la voz, y eso hacía que esas sensaciones pareciesen mucho mas intensas. No había nada mas.

Su rostro estaba inexpresivo, dominado por una sonrisa suave, tranquila, y unos ojos vidriosos y privados de cualquier emoción. Como una marioneta moviéndose al son de sus hilos, se levantó de forma mecánica y caminó hasta el salón de la sucia casa.

Su mejor amiga, Carmen, estaba allí, tirada en el sofá. Desnuda salvo por el vestido que llevaba una semana arremangado en torno a sus caderas. Se frotaba el clítoris como si quisiera encender fuego mientras sus confusos ojos miraban a la película porno barata que llenaba la tele. Ignorando por completo a su novio, de pie sobre el sofá, moviendo torpemente las caderas. Solo de vez en cuando era lo suficientemente afortunado como para atinar e introducir su enrojecido miembro en la boca de la chica, que ni siquiera parecía darse cuenta. Tras unas cuantas torpes embestidas el inerme chico, que parecía mirar solamente a la pared, volvía a salirse y convertía sus movimientos en un torpe restregar sobre el rostro de Carmen. Eso no le había impedido correrse decenas de veces hasta hacer el rostro de su novia irreconocible.

Ana los ignoró. Habían venido hacía una semana, alarmados por la falta de noticias y la preocupación del novio de Ana. Había sido irritante. Habían tratado de sacarla de casa, de alejarla de las fotos de su ex y la chica rubia, habían hablado y hablado hasta que oír las voz de su cabeza se había vuelto algo difícil. Así que había cogido el teléfono y había llamado al número que había aparecido en el interior de su cerebro. Dos hombres habían venido, Ana aún recordaba sus pollas, en algún fragmentado rincón de su memoria, y habían hecho que Carmen y su novio escuchasen también a la voz y la comprendiesen. Llevaban en ese sofá haciendo lo mismo durante tres días, parando tan solo para devorar alguna de los trozos de pizza fría que llenaban la mesa y el suelo.

Al principio Ana los había mirado, pero no había tardado en olvidarse de ellos. Había cosas mas importantes. Ahora, mientras se dirigía de nuevo al teléfono, veía a su amiga, veía su cuerpo desnudo y cubierto de semen mas o menos reciente, pero era incapaz de asociar esa visión a los recuerdos, a la identidad y los sentimientos que su amiga debía de despertarle teniendo en cuenta que se conocían desde el instituto.

Ni siquiera era capaz de reconocerla, mas que como una fuente de placer.

Dándole la espalda a los torpes y vacíos amantes, Ana cogió el teléfono y sus dedos marcaron mecánicamente el número que apareció en el interior de su mente. No bajó los ojos para mirar al teclado. Su sonrisa calmada no se movió un solo milímetro mientras oía los pitidos de la conexión primero, y la voz de un hombre después.

-¿Número de serie?-

-Uno-Uno-Dos-Tres-Tres- dijo Ana al son de la voz.

-¿Estatus?-

La sonrisa de 11233 se hizo aún mas amplia.

-Puta sumisa lista para recogida y procesado-

III

El despacho era tan amplio como un piso pequeño. Las estanterías de lujosas maderas se fundían con el cristal que delimitaba aquel lujoso espacio, permitiendo disfrutar de una de las mejores vistas de la ciudad desde su lugar mas alto.

Emile paseó sus ojos por la bahía mientras llenaba un par de copas con hielo y bourbon. Muchos otros hombres lo pedían a sus interiores pero a el le gustaba hacerlo por si mismo. Un pequeño ritual con el que se relajaba.

No era la única persona en el despacho, ni el único que estaba haciendo algo para relajarse. Andrea Súarez había sido una modelo de éxito en su juventud, miss de su país y enviada a los mas grandes certámenes de belleza del mundo. Antes de cazar a un buen marido en el mundo empresarial. Un buen ejemplo de quien tuvo, retuvo. La sonrisa bonita, vacía y artificial que decoraba su rostro redondeado no se diferenciaba mucho de la que la había hecho famosa en las pasarelas. Solo Emile, con su experiencia, era capaz de distinguir lo que la hacía distinta. Los marcados tendones del cuello, haciendo fuerza para mantener la sonrisa, los ojos, excesivamente abiertos, con una mirada vacía y ausente... pequeñas señales que mostraban a cualquier que supiese ver como su cerebro había sido moldeado. Asociaba el estirar los labios con una sonrisa pero esta estaba desprovista de naturalidad, era como una máscara ¿Cómo podía ser de otra forma si era incapaz de recordar las risas de pequeñas, su primera sonrisa tímida ante un hombre, o lo que significaba siquiera ser feliz? Era como tratar de hacer sonreír a un maniquí, moviendo sus rasgos con las manos.

Estaba desnuda, a excepción de unas medias oscuras y unos zapatos de tacón. Su cuerpo de piel oscurísima y caderas estrechas se movía con la fluidez repetitiva de un mecanismo. Cabalgando incansablemente el sybian que llenaba su interior de frío plástico vibrante. La fuerza que ejercía con sus interminables piernas hacía que estas se marcasen de una forma atractiva bajo la piel. El maduro hombre la contempló durante unos segundos, disfrutando del movimiento de sus pechos, o de la visión de su sexo devorando sin problemas a aquella máquina de placer. La visión hizo que su miembro temblara ligeramente, pero se contuvo, la chica ya era propiedad privada, como bien dejaba claro el tatuaje que decoraba aquel trocito de piel justo encima de su coño.

Con un gesto casual el pasó la copa de Bourbon al propietario de la muñeca, un hombre más joven que el, aunque con el vientre destensado y el pelo en retirada de quien empieza a adentrarse en los cuarenta sin cuidarse mucho.

-¿Satisfecho señor McKenzie?-

El hombre asintió con una sonrisa fascinada y perversa mientras daba un pequeño sorbo a su copa.

-Nunca había sido tan abiertamente sexual- musitó -Verla así...-

-No tendrá quejas ahora- le aseguró Emile -No tendrá nada, salvo lo que usted quiera que tenga-

McKenzie movió lentamente una mano a escasa distancia del rostro de la ex-modelo, sin que esta reaccionara.

-Este es el modelo mas básico, hemos limpiado y vaciado su mente. En este estado es totalmente incapaz de cualquier iniciativa propia, ni siquiera es capaz de entender conceptos. Poniendo un ejemplo prosaico, es capaz de ver la mesa que tiene delante, y sabe asociarla a la palabra en el diccionario que la define, pero es incapaz de entender que hay otras mesas en el mundo-

La explicación hizo sonreír a su interlocutor, quien paseó su mirada de la mesa a la mujer con la que había compartido gran parte de su vida.

-Mmmm ¿ya no somos tan arrogantes, verdad Andreíta?-

-La obediencia es total, aunque eso requiere un grado de atención mayor. Si no le ordenase que parase seguiría cabalgando esa polla de plástico hasta romperla. En este modo necesitan algo de supervisión, pero lo esencial lo tienen claro-

Emile se giró hacia la chica en cuanto hubo acabado de hablar.

-Puta, ¿Qué eres?-

-Soy una zorra sumisa y dócil- dijo la chica sin dejar de moverse arriba y abajo- Su voz sonaba extraña e infantil, incapaz de entender cosas como la tonalidad o la construcción de las frases, escupía las sílabas de forma aislada. Escucharla era como escuchar una mezcla de un viejo robot y una niña pedante que estuviese aprendiendo a hablar.

-Soy un trozo de carne vacío- continuó -Soy agujeros para mis amos-

McKenzie se mordió el labio, atrapado por la escena. La erección bajo sus pantalones era mas que patente.

-El pack básico incluye un modo adicional- prosiguió Emile -mas cómodo, que puede adaptarse a las situaciones sociales que un hombre de su estatus necesitará afrontar. Puta, ven aquí-

-Si, Amo- respondió la chica, obedeciendo sin asomo de duda. Al levantarse y andar el brillo de sus corridas se hizo patente en sus muslos.

Se plantó ante ellos con la misma sonrisa. Los brazos extendidos y las manos extendidas, a unos cuantos centímetros de distancia de sus caderas. La postura de una muñeca.

-Puta, Asciende- ordenó Emile.

Los ojos de la desafortunada modelo parecieron girarse y tornarse completamente blancos mientras todo su cuerpo se estremecía bajo un ligero temblor. Su cerebro se reconfiguró. En unos instantes pasó a convertirse en otra persona y eso se hizo evidente en su lenguaje corporal. Sus hombros se relajaron y los brazos pasaron a descansar detrás de sus caderas, en una postura completamente sumisa. Su sonrisa se tornó dulce, suavizada con naturalidad. Parpadeo mientras su transformación se completaba y sus ojos volvían a aparecer. Ahora era una esclava, no una muñeca.

-En este modo son autosuficientes, cuidan por si mismas de su salud, su higiene... y son capaces de mantener conversaciones casuales, propias para cualquier cena elegante, aunque siempre es bueno supervisarlas-

Como si quisiera confirmar las palabras del responsable de su transformación, la chica habló con voz tímida.

-¿Cómo puedo servir, Amo?-

McEnzie respondió a la pregunta cogiéndole de la mano con cierta delicadeza y colocándole un anillo que sacó del bolsillo. Años atrás repitió el mismo gesto en la misma mano, ante un altar, pero esas memorias, igual que el cuerpo que las habitaba, pertenecían a otra persona totalmente distinta.

La esclava que era ahora parpadeó, perpleja.

-Gracias, Amo-

-No hay de que querida, es lo menos que puedo hacer por mi esposa-

La expresión de confusión de la chica se hizo aun mayor.

-No soy su esposa, Amo, soy su zorra-

La respuesta provocó una sonrisa cómplice en ambos hombres.

-Mis hombres los llevarán a casa en un vehículo discreto, si me disculpa debo atender el negocio, aunque estoy seguro de que mientras tanto sera usted capaz de recompensar el... cambio de mentalidad de la señorita.

-Si... algo se me ocurrirá- respondió el rico empresario con una sonrisa cruel.

IV

Cuando las pesadas puertas de acero se abrieron con un pequeño estruendo, Ana fue de las primeras en entrar. La habitación era alargada, cubierta de azulejos que le daban un aspecto sanitario, rotos tan solo por un cristal de espejo en uno de los lados. El suelo estaba salpicado por desagües que coincidían con las parejas de duchas y mangueras metálicas que pendían del techo. Había treinta, tantas como chicas acompañaron a Ana. Por supuesto esta no tenía ni idea del dato. No sabía contar.

El cuerpo que había pertenecido a Ana se colocó debajo de una de las duchas. Se colocó debajo de una de las duchas sin dudarlo, con la misma certeza con la que antes había sabido quien era, lo que le gustaba, o lo que quería hacer con su vida. Ya no había pasiones, deseos, sueños, gustos... las órdenes que emanaban de su cabeza habían sustituido todo eso y en aquel instante, colocarse bajo aquella ducha era lo único que le importaba en la vida.

No todas lo llevaban igual de bien que ella. Eso era evidente. La sonrisa de Ana no desapareció ni aún cuando el agua helada empezó a caerle encima súbitamente. Estaba fría, si, pero su entumecida mente no era siquiera capaz de recordar que se suponía que eso significaba.

A su lado su antigua amiga Carmen bizqueaba y temblaba con fuerza bajo el chorro de agua. Sus manos habían cobrado vida propia y no dejaban de acariciar su enrojecido y maltratado clítoris ni de retorcerse sus grandes pero irregulares pechos.

-Coño... Follar....Coño...Coño- repetía con voz rota, como si no supiese muy bien como se pronunciaban esas palabras.

Pronto sus manos dejaron de ser suficientes y la chica regordeta se salió de debajo del chorro de agua para acercarse a la chica que tenía a su lado, una belleza pálida y pelirroja, cubierta de pecas, a la que abrazó por detrás. Empezó a frotarse contra ella con fuerza, restregando su ávido coño contra los muslos y el culo de la chica, que llevaba todo el rato riendo con una risita aguda y estúpida.

-Jijijiji... Jijijiji...- repetía mientras no hacía el mas mínimo esfuerzo para resistirse a ser usada como una mera superficie contra la que frotar un coño. Nada salvo llorar, unas lágrimas que le corrían el rimmel rostro abajo y que contrastaban con su perturbadora sonrisa.

Frente a Ana, al otro lado de la habitación, una chica con la piel negra y unas rastas que empezaban a deshacerse bajo la presión del agua miraba aterrorizada a su alrededor, moviendo los ojos con desesperación.

-No... por favor... yo no he hecho nada... por favor-

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando un espasmo la sacudió como un mazazo. Su rostro se deformó con una sonrisa extrema como si alguien le tirase de la comisura de los labios. Sus ojos se tornaron hacia la parte de atrás de su cráneo, quedando blancos como perlas que contrastaban con lo oscurísimo de su piel.

-¡Soy una perra sumisa y obediente!- proclamó con sonriente entusiasmo -¡Follar, chupar, pajear!, ¡Follar, chupar, pajear!-

Otro espasmo de nuevo y su rostro volvió a la normalidad, como si la mascara hubiese caído, dejando al descubierto a una chica joven y asustada.

-¿Que... que está pasando... por favor?-

Giró el cuello, sin ser capaz de moverse mas por culpa de la lucha interna que la azotaba, buscando respuesta en la chica de al lado, una mujer ya madura, aunque con un cuerpo envidiable, tan solo roto por la cicatriz de la cesárea que marcaba su vientre. Estaba de rodilla mientras el agua le caía justo encima, con la boca hecha una O y moviéndose para devorar una polla que estaba tan solo en su imaginación.

El agua paró tan rápidamente como había llegado y la puerta volvió a abrirse, permitiendo entrar a varios hombres con ropas impermeables.

Uno de ellos se plantó frente a Ana, cogiendo la manguera del techo.

-Separa los brazos, puta- ordenó.

-Si, amo- respondió la chica antes de obedecer, dejando sus brazos en cruz.

Silbando una cancioncilla, el hombre la cubrió con varios chorreones de jabón y empezó a limpiarla concienzudamente. Por supuesto no se cortó de deslizar sus manos por los grandes pechos de Ana, o de aventurarse entre sus piernas, acariciando sus húmedos labios.

Unos ahogados gemidos se escaparon de los labios de Ana antes de girarse y mirar al hombre a los ojos.

-Gracias, Amo- el operario alzó la vista. Su misión era tanto desinfectar a las recién traídas como esbozar un primer borrador del estado de las destrozadas psiques de las esclavas. Era raro que a un nivel tan básico fuesen capaces de reunir la consciencia suficiente como para distinguir a una persona de otra, mucho menos dirigirse a ella directamente.

-Soy una puta gorda, fea e inútil. Un despojo- prosiguió con voz tranquila y una sonrisa llena de paz -Gracias por tocarme, Amo-

-Esta se ha tragado la programación bien tragada- rió el hombre a sus compañeros. Uno de ellos estaba penetrando con violencia a la pelirroja, que seguía llorando, mientras Carmen besaba al hombre y restregaba su coño contra el humedecido cabello de la chica. El otro había doblado 90º a la negrita y disfrutaba de sus prietas nalgas mientras su personalidad seguía cambiando cada pocas embestidas, aunque gracias a la sobrecarga de placer los periodos de consciencia duraban cada vez menos. Pronto se correría y echaría su cerebro por el coño y allí se acabarían las quejas.

Desde el otro lado del cristal, Emile contempló con aprobación como el operario levantaba uno de los muslos de Ana y empezaba a penetrarla mientras se sostenía con una sola pierna. La chica recibía las embestidas sonriente e imperturbable, el refuerzo sexual en aquella fase no parecía ni necesario.

-Ha asimilado muy bien la reeducación-

-Cuadra con su perfil psicológico- la respuesta provino de una silueta femenina envuelto en un caro conjunto ejecutivo. La falda de tubo se adhería a sus caderas como una segunda piel, coronando unas piernas interminables y prietas como el mármol, envueltas en medias de la mejor calidad. Emile la contempló de arriba a abajo mientras hablaba. Jasmine había sido una de sus mejores creaciones.

La chica, de rasgos asiáticos, miraba la escena desarrollándose en las duchas sin el menor rastro de empatía por las chicas cuyos cuerpos y mentes estaban siendo violados a escasos metros de distancia.

-Inseguridad, miedo, una gran cantidad de complejos físicos... en las relaciones se junta todo en un cóctel horrible de celos y maltrato, ataques de ira... ha golpeado a todos sus novios. Es una joyita-

-¿Conclusión?-

-Es más feliz sin mente, y lo sabe-

El dueño de la compaña sonrió ante el acertado resumen y se acercó a Jasmine. -Eres perfecta, ¿sabes?- dijo acariciándole su suavemente bronceado rostro.

Ella se estremeció mientras un silencioso orgasmo la sacudía, impregnando sus medias con el dulce líquido del placer.

-Soy... lo que has hecho de mi... Amo-

-Me alegra ver que lo tienes tan claro. Eres una buena esclava, y ella también lo será. Quiero que te encargues personalmente de su entrenamiento-

La asiática miró al otro lado del cristal, donde el operaros había acabado con Ana y pasado a la siguiente chica. Ella aun seguía con la pierna levantada, con el agua corriendo por su cuerpo y aquella sonrisa.

-¿Tanto le gusta?- dijo con una voz no exenta de celos.

La mano del amo se movió con rapidez hasta envolver el delicado cuello de la esclava. Arrancándole un suspiro que era tanto de sorpresa como de placer.

-¿Cual es la primera regla?- preguntó con fiereza.

Jasmine tardó unos segundos en calmar sus respiración y poder responder.

-Todas las mujeres os... pertenecen- dijo, sonrojada y deseosa. Su mirada volvió a centrarse en la escena al otro lado del cristal -La educaré para ti, Amo-

-No, para mi no...- respondió Emile con una sonrisa.