Una nueva vida
Probablemente la que había llamado fuese su hermana Sara, siempre tan puntual, pensó Mayte mientras se dirigía a abrir la puerta, como siempre, con un cigarrillo entre sus dedos y su esclavo a sus pies...
Probablemente la que había llamado fuese su hermana Sara, siempre tan puntual, pensó Mayte mientras se dirigía a abrir la puerta, como siempre, con un cigarrillo entre sus dedos.
PARTE I. El Comienzo.
Mayte era una belleza morena de 35 años con ojos muy oscuros que sobrepasaba el metro setenta, por lo que cuando llevaba tacones, sobrepasaba en varios centímetros a su, desde hacía ahora casi tres años, ex-marido, un hombre que aunque no muy alto, tenía mucho éxito entre las mujeres, a buen seguro por su fuerte personalidad, que también le había dado muy buenos resultados en el mundo de los negocios, gracias a lo cual la situación financiera de Mayte siempre fue mas que desahogada, antes y más aún después del divorcio amistoso. Mayte desde niña tuvo una fuerte personalidad, al igual que su esposo, con el convivió durante 16 años, y a buen seguro el choque inevitable de personalidades fue la causa por la que su, en aquella época marido, buscase en otras mujeres afianzar su ego, lo que llevó a la final separación.
Pero no sólo con Mayte tuvo problemas, también con Nuria, su preciosa hija, que no sólo había heredado de la madre el color de pelo y ojos, sino también su carácter. Desde temprana edad, ya quedó claro este punto, y las relaciones entre padre e hija se fueron deteriorando a la par que las de marido y esposa, con lo que tras el divorcio apenas veía a su familia, limitándose a transferir cada mes una fuerte suma de dinero a la cuenta de su ex.
Mayte se sintió realmente aliviada tras la separación, junto con su "niña", se sentía libre de nuevo, con muchas ganas de empezar una nueva vida. Todo pudo quedar truncado, cuando un escape de gas en el apartamento donde residían madre e hija, estuvo a punto de quitarles la vida. Gracias a la actuación de su vecino de en frente Ricardo, salvaron ambas la vida.
Este suceso fue el punto de inflexión en la vida de todos los personajes de esta historia, debido a lo que relato a continuación. Como es natural, tras salir del hospital, Mayte y su hija Nuria, estrecharon los lazos
con su salvador y hasta entonces prácticamente desconocido vecino, generándose una fuerte amistad entre ellos.
Ricardo, era un hombre de la misma edad que Mayte, ni feo ni guapo, en buena forma física y como correspondía al barrio donde residían, sin problemas económicos.
Madre e hija se sintieron atraídas emocionalmente desde el primer momento por Ricardo, ya que era un tipo generoso y siempre procurando echar una mano a todo el mundo. Las cenas en casa, salidas al cine y cosas por el estilo fueron haciéndose cada vez más frecuentes, hasta que un día, tras una de esas cenas, Mayte aprovechando que su hija había ido a dormir a casa de una de las tías de la chica, intentó concluir la noche como suelen concluir este tipo de veladas entre personas que se atraen. Sorprendentemente, Ricardo, tras extrañas excusas salió casi corriendo del domicilio, dejando a Mayte realmente confusa, ya que ella conocía en su mirada la fuerte atracción que él sentía por ella.
A partir de ese día, Mayte comenzó a observar, o deberíamos decir, a estudiar a Ricardo, y como de un experimento se tratase, para intentar hacerlo reaccionar, ella comenzó a llevar ropa mas sexy, vestidos que mostraban el canal que da comienzo a sus bonitos senos, y cuyo tejido terminaba pronto para mostrar sus inmaculadas y largas piernas, realzadas casi siempre con zapatos o sandalias de alto tacón.
Así Mayte pudo comprobar que como cualquier hombre, Ricardo posaba subrepticiamente su mirada entre sus senos, trasero o piernas, pero lo que más le llamó la atención fue la cantidad de veces que le sorprendió mirando con verdadera pasión sus pies siempre dentro de caros zapatos. Una noche, tras una de las cotidianas cenas en su casa, después de que Nuria se fuese a dormir, Mayte le preguntó directamente, mirándole a los ojos, como no podía ser de otra forma debido a su carácter, ¿por qué nunca le acompañaba a la cama cuando ella se le insinuaba? Ricardo, un buen hombre, pero de carácter tímido, enrojeció al momento y desvió su mirada al suelo, sólo para encontrarse con uno de los pies de Mayte balanceando ligeramente una sandalia de tacón bajo que a veces llevaba por casa.
Quizás fue esa imagen, por lo que Ricardo, sin pensar en lo que decía soltó
-Yo, eh, Mayte, eeeh, sabes que me gustas mucho, eeh, me vuelves loco, pero yo, bueno, yo caería a tus pies rendido si tu quisieses, yo... bueno, literalmente hablando...
A lo que Mayte respondió, intentando cazar su huidiza mirada
-Bueno Ricardo, si eso es lo que mas te gusta, ¿por qué nunca lo dices? ¿por qué no me lo pides?
y Ricardo, mirando a Mayte, ahora un tanto confundido, contestó
-Yo no... Qué quieres decir Mayte, no entiendo...
a lo que Mayte respondió
- ¿Seguro que no entiendes lo que te estoy diciendo?
Mayte, tras clavarle su mirada en los ojos la desvió hacia su pie que ahora balanceaba la sandalia más alto y con más ímpetu. Ricardo en ese instante clavó sus rodillas en el suelo junto con su mirada hacia el perfecto pie de Mayte, sin atreverse a ir mas lejos, hasta que Mayte acerco ligeramente su pie hacia su rostro dejando caer la sandalia al suelo, e incapaz de contenerse Ricardo tomó el pie entre sus manos y plantó un beso en el empeine y otro en la planta. Acto seguido elevó sus ojos hacia los de Mayte para saber si había cometido un grave error de interpretación de la situación o por el contrario era lo que Mayte le había querido transmitir. Una sonrisa de ella disipó todas sus dudas y antes de que el pudiese reanudar la adoración de su tan deseado objeto, Mayte había acercado de nuevo su pie a los labios de Ricardo para que siguiese siendo besado con total delicadeza y devoción.
Cuando a la mañana siguiente Ricardo despertó en la cama de Mayte, se sentía un hombre nuevo, la noche pasada le había ocurrido lo que había estado anhelado toda su vida. Pero también tenía miedo de cómo se presentaría ante Mayte, a la que escuchaba preparando probablemente café en la cocina, ¿qué diría ella? ¿qué pensaría de él? Con estos pensamientos Ricardo se aseó en el baño de la habitación y se encaminó hacia la cocina. Era tarde, Nuria ya se había marchado al colegio y Mayte estaba fumando y tomándose un café en la mesa, la bata blanca que llevaba dejaba ver de nuevo sus bellas piernas cruzadas, y uno de sus pies que balanceaba hoy una zapatilla corriente de andar por casa.
Mayte fue la primera que habló
-Bueno días cariño, como estás esta mañana
-Me siento como nuevo Mayte, yo...
-¿Te gustó lo de anoche?
Mayte le interrumpió
-Mucho.
Afirmó Ricardo rotundamente.
-Entonces, ¿por qué no te pones de rodillas, que te quiero hacer unas preguntas?
Ricardo, casi al momento se puso de rodillas y miró a Mayte esperando sus preguntas. Desde esa situación de ventaja mientras tomaba su café, Mayte comenzó a hacer toda una batería de cuestiones a Ricardo, que contestaba con toda sinceridad y en ocasiones con mucho rubor. Al cabo de unos minutos, Mayte se había hecho una idea bastante clara sobre los gustos de Ricardo. Éste, era un hombre totalmente sumiso, loco por los pies y zapatos femeninos, y pidiendo a gritos una mujer que manejase su vida por completo, lo que él quería, necesitaba, en definitiva, era un ama a la que yacer a sus pies.
-Si te he entendido bien Ricardo, lo que más deseas en esta vida es estar a las órdenes de una mujer y bajo sus pies, ¿me equivoco?
-No Mayte, no te equivocas, ser el esclavo de una mujer es lo que mas deseo... de una mujer como tu...
Con una sonrisa traviesa, Mayte dijo a Ricardo
-Muy bien amor, creo que podremos arreglarlo, me gustaría probar a ver qué tal es eso de ser tu ama y que hagas todo lo que yo te digo.
Ricardo con una sonrisa de felicidad dijo a su vez
-Sería el hombre más feliz del mundo, Mayte.
-Muy bien, dijo Mayte, entonces quiero que te vayas ahora a casa y dediques el día a escribir para mí, todos tus gustos y anhelos de esclavo, con los que siempre has soñado, sin omitir absolutamente nada, ya te he demostrado que soy una mujer moderna y tolerante, que no me asustan otras formas de prácticas sexuales.
Sonriendo terminó diciendo,
-Deseo un informe detallado para esta tarde. A las cuatro en punto quiero que lo deslices por debajo de la puerta de casa. Esta noche te llamaré y hablaremos.
Tras decir esto, sin esperar una respuesta de Ricardo, Mayte se levanto, se agachó, dio un largo beso en los labios a Ricardo, que continuaba de rodillas, y se marchó hacía su habitación.
Ricardo, tras unos instantes reaccionó, se levantó, salió de casa de Mayte, y cruzó el pasillo para entrar en su casa y ponerse manos a la obra con el "informe".
Al comienzo le costó, no sabía como empezar. En su ordenador, escribía algo, lo borraba, volvía a escribir y lo volvía a borrar. Tras un rato, dio con la manera de comenzar: hacerlo de una forma clara y directa, y empezó a escribir frenéticamente. Varias horas le llevó recopilar todas sus fantasías fetichistas y de dominación, pero hacia la hora de comer había terminado. Era un largo documento, en el que describía como deseaba limpiar con su lengua los zapatos
sucios de andar por la calle de su ama cuando esta llegase a casa, como oler sus pies sudados y masajearlos y lamerlos. Como servir a su ama en su higiene personal, a la hora del baño o ducha, y limpiando su sexo y ano tras hacer sus necesidades. Ser azotado con un cinturón, o con un zapato o zapatilla, o con lo que su ama desease, por realizar mal sus tareas o simplemente porque a ella se le antojase. Comer siempre las sobras de su ama, aliñadas con su saliva y a
sus pies. Procurar dar placer a su ama siempre que esta lo ordene, lamiendo su ano o sexo, o de la manera que ella requiera.
Multitud de fantasías como estas y mucho mas excéntricas y retorcidas recopiló Ricardo en el documento que imprimió y deslizó bajo la puerta de Mayte a las cuatro en punto, no sin unos momentos de vacilación, que se disipó cuando se dijo a sí mismo "Esto es lo que siempre he querido ser y hacer, por fin ha llegado mi oportunidad"
Ricardo se había quedado dormido en el sillón con sus ensoñaciones, cuando el sonido del teléfono le despertó.
Encendió la lámpara de la mesilla y descolgó el auricular:
-¿Si?
-¿Ricardo?
dijo la voz de Mayte
-Sí
-Te esperamos en veinte minutos.
Tras lo cual, Mayte, al otro lado de la línea colgó. Durante unos segundos Ricardo permaneció con el teléfono en la mano embobado, aún adormilado, pero cuando reaccionó saltó hacia el cuarto de baño. Mientras se duchaba, en su mente se agolpaban diferentes pensamientos uno tras otros. De repente, se quedó helado, ¿Te esperamos? Eso es lo que había dicho Mayte por teléfono. No dijo "Te espero", no, ella dijo "Te esperamos" Pero ¿a quién se refería? Tras unos momentos de confusión, Ricardo cayó en la cuenta que Mayte se refería a ella y a Nuria. Claro. No había pensado en ello, la chica estaría ahora en casa, así que imaginó que Mayte esperaría a hablar sobre su "informe" cuando Nuria se hubiese ido a la cama.
Cinco minutos antes del plazo, ya estaba vestido y preparado para la cita más importante de toda su vida. Con el corazón golpeando fuerte dentro de su pecho, los minutos transcurrieron lentamente, pero al final salió de su casa y llamó al timbre de Mayte. Tras unos instantes, la puerta se abrió y con sorpresa vio que no era Mayte la que había abierto, sino Nuria. Azorado sólo llegó a decir tartamudeando
-Eh, ho- hola N- Nuria, tu...
Nuria soltó una risita y dijo,
-Pasa, mi madre quiere charlar contigo, luego te veo.
Tras lo cual, Nuria cerro la puerta tras él y salió disparada hacia su cuarto.
Cuando Ricardo entró en el salón, Mayte se levantó a recibirle con un beso
-Hola amor, siéntate anda, ¿quieres algo de beber?
-No quiero nada, muchas gracias
dijo Ricardo nervioso, mientras se sentaba.
Mayte hizo lo propio, y tras dar un sorbo a una coca-cola y encenderse un cigarro le dijo a Ricardo mirándole fijamente a los ojos
-Bueno cariño, he leído tu "informe" y me ha parecido muy... interesante, no, más que interesante, me ha resultado muy excitante, y Mayte soltó una carcajada
Ricardo, algo avergonzado dijo
-Bueno, me alegro que te haya gustado.
Acto seguido, Mayte tomó un folio escrito que había sobre la mesa y lo sostuvo en sus manos. Entonces dijo
-Ricardo, quiero que leas esto detenidamente, es una especie de contrato donde describo lo que serás a partir de hoy si estás de acuerdo. No tienes que firmarlo, sólo leerlo y decirme si estás de acuerdo con todo o no. Toma.
y Mayte le entregó el folio.
Ricardo comenzó a leerlo. En él se decía que a partir de ese día Ricardo se convertiría en el esclavo de Mayte y debería hacer TODO (en mayúsculas) lo que ella le ordenase. Pero no sólo sería su esclavo, también lo sería de Nuria, su hija, debiendo obedecer por tanto en TODO lo que la chica se le antojase ordenarle. En el documento también se decía que sería usado o prestado a las hermanas de Mayte (tías de Nuria) o a las amigas de confianza de ellas. Tras varios puntos más, el documento terminaba subrayando que a partir del momento que aceptase Ricardo, el único y exclusivo fin de su existencia, sería servir en todo lo que sus amas Mayte y Nuria le ordenasen.
Cuando hubo terminado, Ricardo alzó la vista y se encontró con los ojos de Mayte, que seguía fumando, y ésta dijo
-Amor, es el momento de decidir. Si aceptas mis condiciones, será una decisión para siempre, vivirás el resto de tu vida siendo nuestro esclavo, a los pies de tus amas. Pero no te preocupes, te gustará, Nuria y yo te queremos muchísimo, salvaste nuestras vidas y eres un buen hombre. Te ayudaremos a sentirte realizado, aunque sea a través del dolor y la más absoluta humillación. Puedes pensar sobre ello y contestarme mas adelante cuando...
-Sí
dijo rotundamente Ricardo, cortando la frase de Mayte
- Seré vuestro humilde y devoto esclavo el resto de mi vida. Es lo que siempre he deseado ser. Seré el hombre más feliz de la tierra humillado cumpliendo vuestros deseos. Mi ama.
terminó de decir Ricardo.
En ese mismo instante, en cuanto acabó su frase Ricardo, recibió una sonora bofetada en su mejilla. No la había visto venir, Mayte había soltado la mano rápidamente, y él no esperaba algo así.
-Has aceptado ser mi esclavo por el resto de tus días, así que desde este momento tu sitio es la alfombra, de rodillas y con tu cabeza a mis pies, y no ahí sentado como si fueses un igual que tu ama.
dijo Mayte casi gritando.
-Sí mi Ama
dijo Ricardo, adquiriendo la posición ordenada y sintiendo gran calor en su mejilla. En ese instante casi se arrepintió de haber escrito en el "informe" lo mucho que le gustaría ser abofeteado duramente por un ama. Esa vacilación no sería la única ni la última que tendría durante los siguientes meses.
-¡Nuria cariño, ya puedes venir!
Gritó Mayte en dirección a la habitación de su hija.
-¡Ya voy mamá!
Gritó a su vez Nuria
Ricardo, con la frente pegada a la alfombra, a pocos centímetros de las zapatillas de estar por casa de Mayte, primero escuchó los pasos de Nuria dirigiéndose hacia el salón y posteriormente, cuando ésta entró y le vió en semejante postura, la risita de la chica que infructuosamente trataba reprimir.
-¡No te rías Nuria!
le reprimió su madre
-¡Esto es algo muy serio! Ricardo ha aceptado el documento que hemos escrito esta tarde y desde ahora será nuestro fiel esclavo.
-Perdona mamá
dijo Nuria
-¿Puedo darle la primera orden ya?
preguntó la impaciente chica a su madre
-Adelante,
dijo Mayte, y riéndose preguntó a su hija
-¿qué se te ha ocurrido?
-Primero quiero que se desnude, quiero ver si tiene tan buen cuerpo como parece
-Muy bien cariño, yo también siempre he querido verlo. ¡Ya has oído esclavo! ¡Desnúdate para nosotras ahora mismo!
Le gritó Mayte mientras le dio un golpetazo en la cabeza con un libro que últimamente estaba leyendo.
Ricardo se incorporó para desnudarse, pero mantuvo fija la mirada en el suelo mientras lo hacía, mas en concreto miraba los pies con los calcetines blancos con dibujos rosas de Nuria, que permanecía de pie a su lado. Cuando terminó de quitarse toda la ropa, dudó entre volverse a arrodillar o quedarse de pie para que sus amas le observasen a su gusto.
La voz de Mayte disipó sus dudas
-Permanece de pie, con las manos cruzadas en la espalda, para que podamos verte bien.
Tras decir esto, Mayte se levantó del sillón y comenzó a andar alrededor de Ricardo, al igual que hizo Nuria. Mientras era observado y tocado, escuchaba los comentarios y bromas que madre e hija hacían divertidas sobre su cuerpo
-Está un poco delgado, pero la poca carne que tiene es todo músculo
dijo Mayte
-Es cierto mamá, pero mira su pene, no es muy grande ¿verdad?
preguntó Nuria mientras pasaba su mano por el miembro completamente erecto de Ricardo
-No hija, no es muy grande, pero al menos tampoco es demasiado pequeño, veremos qué se puede hacer con él.
-¡Ahora quiero que te masturbes delante de nosotras! A ver si crece algo eso...
ordenó Nuria, refiriéndose al pene de Ricardo
Ricardo muy avergonzado, comenzó a masturbarse mientras madre e hija realizaban bromas sobre el tamaño de su miembro, riéndose con sus ocurrencias, tras lo cual Mayte ordenó
-Saca la lengua todo lo que puedas y muévela, quiero ver lo que por lo visto será nuestro principal instrumento de placer
Ricardo hizo lo ordenado, sacando la lengua todo lo que pudo moviéndola de un lado a otro. Por los comentarios alegres de las dos mujeres, adivinó que su lengua era del gusto de sus amas.
A continuación Mayte se sentó, encendió otro cigarrillo y dijo
-Bueno Nuria, ahora me toca a mí dar mi primera orden. ¡Perro, arrodíllate de nuevo y comienza a lamer la suela de mis zapatillas!
Al instante Ricardo estaba en el suelo, de rodillas, casi tumbado en una postura difícil e incómoda, chupando la suela de las zapatillas de estar por casa de su ama Mayte, como si le fuese la vida en ello.
De fondo podía oír las risas de Nuria mientras le gritaba
-¡Lame bien chucho! ¡Que las suelas de las zapatillas de mamá queden totalmente limpias! ¡Como si fuesen nuevas!
PARTE II. La Cena.
Continuando con el comienzo de esta historia, Mayte abrió la puerta del apartamento y vio que estaba en lo cierto, era su hermana Sara junto con su hija Sarita, su hijo pequeño Marcos y su marido Alberto.
Hoy era Nochebuena, y como siempre se reuniría toda la familia, este año en su casa. Su madre Julia ya estaba
confortablemente sentada en el salón, tomando champán y felicitando las fiestas por el móvil a alguien.
Sara acababa de cumplir 30 años y era la segunda de los cuatro hermanos. En un rato, probablemente tarde, aparecería la hermana pequeña Ana de 19 años, a la que su hija Nuria idolatraba, como no podía ser de otra manera, que llegaría acompañada del más pequeño de todos los hermanos, su hermano Andrés de 18.
Como correspondía a un marido obediente y al que habían ayudado a educar Mayte y su madre Julia, Alberto gentilmente quitó el abrigo de su esposa Sara y lo colgó del perchero. Tras comenzar su nueva vida como ama, Mayte descubrió todo un mundo de posibilidades para ella y para su madre y hermanas. Poco a poco y al comienzo con mucho tacto, fue instruyéndolas en el mundo de la dominación femenina. El día en que su madre y hermanas conocieron al renovado Ricardo y lo utilizaron a su antojo, fue el día en que Sara decidió que debía domar a su maridito y educar en la obediencia hacia la mujer a su hijo Marquitos. Por su lado, Ana hizo algo semejante, despachó al novio que tenía por entonces y comenzó a educar, con la ayuda de Mayte y mamá, a su hermano Andrés, del que siempre había estado enamorada, pero que las convenciones sociales impedían cualquier relación no fraternal. Ahora que la familia se había sacudido de todo eso, vio la oportunidad de satisfacer sus deseos. En poco tiempo tuvo a su hermano rendido a sus pies.
Julia había terminado de hablar con el móvil y se unió en la entrada a los besos y comentarios sobre lo guapas que estaban unas y otras. Ricardo permanecía desnudo arrodillado junto a la puerta, observando embelesado el montón de botas y zapatos que taconeaban a su alrededor. Esa noche le aguardaba un verdadero festín de pies y calzado.
-¡Mamá, el chicle!
Dijo Sarita a su madre
-¡Es verdad hija, lo había olvidado! Esclavo, quita el chicle que tiene pegado a la bota Sarita y cómetelo. Limpia bien, y cuida de que no quede nada.
Ordenó Sara a Ricardo.
Sin pensarlo dos veces, Ricardo comenzó a quitar el chicle con sus dientes y lengua de las bonitas botas de su ama Sarita. Eran unas botas marrones claras, con tacón cuadrado, bastante sucias de polvo. Probablemente Sarita había estado en algún parque cuando pisó el chicle. Mientras Sarita charlaba con su prima Nuria, Ricardo terminó de limpiar y tragar el chicle. Cuando Sarita se dio cuenta, soltó un
-¡Gracias perrito! Y junto con su hermanito Marcos, salió corriendo hacia el cuarto de su prima Nuria.
Las tres mujeres pasaron al salón y se sentaron a charlar mientras Alberto permanecía de pie rellenando las copas con champán.
-Estás guapísima mamá
dijo Sara a su madre Julia
-Esa falda larga con las botas te sienta muy bien.
-Gracias hija, la falda es nueva, la compre el Sábado pasado.
contestó Julia al cumplido
-¿Las botas también son nuevas mamá? ¡Están relucientes!
preguntó Sara a su madre
-¡Qué va! Tienen casi un año, lo que pasa es que Ricardo ha estado limpiándomelas cuando he llegado, y las ha dejado como nuevas. ¡Vamos, dile que limpie las tuyas, ya verás como quedan!
dijo Julia
-Es verdad, las llevo un poco sucias...
contestó Sara
-Ya has oído esclavo, limpia las botas de tu ama Sara y déjalas relucientes
ordenó Mayte a Ricardo
Ricardo comenzó a pasar su lengua por las botas de Sara, limpiando con ella todo el polvo y suciedad que había en su superficie. Las mujeres comenzaron una animada conversación, y durante una media hora Ricardo lamió la totalidad de las botas de Sara, que ahora se veían limpias y relucientes. Las mujeres parecían inconscientes de su presencia y podía haber estado realizando esa tarea durante mucho más tiempo si el timbre de la puerta no hubiese sonado.
Alberto fue a abrir, y en seguida Ana, la hermana pequeña, entró en el salón seguido de su hermano Andrés, con el que vivía. Ana vestía un abrigo largo, que le llegaba por los tobillos, ahora desabrochado por delante, con lo que se podía ver el conjunto negro corto que realzaba sus bonitos pechos y mostraba sus piernas enfundadas en medias oscuras. Ana había elegido unos zapatos negros de alto tacón, que le sentaban de maravilla con el resto del conjunto. Ella y su sobrina Nuria, que llevaba unos zapatos sin tacón, eran las únicas que no habían elegido botas para esa noche. El resto de mujeres, incluida la joven Sarita, llevaban todas botas.
Tras los besos, Mayte ordenó a su cuñado Alberto y a su hermano Andrés que la siguiesen a la cocina para preparar la mesa para la cena de Nochebuena.
Mientras tanto Ana se puso cómoda y empezó con el champán tras encenderse un cigarrillo. Ricardo permanecía arrodillado junto a las tres mujeres observando los bonitos zapatos negros que acababan de unirse a la fiesta.
Tras unos minutos, Mayte entró en salón e invitó a las tres mujeres a pasar a cenar. Tras llamar a su hija y sobrinos, todos se sentaron a la mesa, y sólo Ricardo permaneció de rodillas junto a la silla de su ama Mayte.
Pese a la gran cantidad de comida que había sobre la mesa, Ricardo apenas probó bocado. De vez en cuando alguna de sus amas le llamaba para que limpiase con la lengua algún plato que había quedado vacío, o depositaban en su boca comida directamente desde la boca de ellas, ya masticada y con generosa cantidad de saliva.
Aunque hambriento, a Ricardo no le importaba, él estaba más preocupado mirando bajo la mesa todas esas bonitas piernas, zapatos y botas. Ana y Nuria, las únicas que llevaban zapatos, jugaban con ellos inconscientemente mientras comían y charlaban, sacando y metiendo sus pies dentro y fuera de ellos. Ricardo apenas podía reprimir el impulso de lanzarse hacia ellos para olerlos y lamerlos.
Tras la magnífica cena, las mujeres volvieron al salón a tomar café con turrón, polvorones y mantecados, que Ricardo servía, mientras Alberto y Andrés recogían y limpiaban la mesa y la cocina.
La opípara cena, junto al café y los cigarrillos, comenzó a hacer sus efectos, y los servicios de Ricardo empezaron a ser requeridos en el cuarto de baño.
Primero fue Sara a la que acompañó hasta el aseo. Sara orinó y soltó algunas ventosidades, mientras Ricardo de rodillas preparaba el papel higiénico y una esponja con agua caliente para cuando su ama terminase. Sara comenzó a defecar con algo de esfuerzo debido probablemente a los gases que tenía en su tripa, pero al final dejó una buena cantidad de heces, que apenas olían. Cuando ella terminó, Ricardo primero con el papel y posteriormente con la esponja, limpio el orificio de Sara. Tras lo cual ésta tiró de la cadena y se sentó sobre la cara de Ricardo que yacía ahora boca arriba en el suelo junto al retrete.
Ricardo tenía la orden de terminar limpiando con su lengua el ano de sus amas, ya que eso garantizaba que las había limpiado a conciencia con el papel y la esponja, ya que posteriormente el esclavo debía recorrer con su lengua el orificio anal.
Cuando volvían por el pasillo camino al salón, se cruzaron con Julia que también necesitaba ir urgentemente al baño. Por tanto Ricardo dio media vuelta y acompañó a su ama Julia al servicio. A diferencia de su hija Sara, Julia soltó rápidamente una gran cantidad de heces, a penas sin ventosidades, pero que llenaron con un fuerte olor todo el baño. Tras repetir la operación de limpieza con el papel y la esponja, Ricardo comenzó a lamer el ano de la madre, mientras
ésta se encendía un cigarrillo, probablemente para disimular el mal olor que había quedado en el servicio. Durante cinco minutos, mientras su ama fumaba, Ricardo lamió su ano, y notó como ésta comenzaba a excitarse con tanta lengua dentro de ella.
Al final retornaron al salón donde el champán ya había reemplazado al café. Ana comentó que los tacones de sus zapatos la estaban matando. Sara sugirió a su hermana que un masaje en los pies le aliviarían, por lo que Ricardo empezó a masajearlos suavemente.
Poco duraron estos momentos de total felicidad para Ricardo, tocando y oliendo los pies de la preciosa chica, ya que Sarita entró en el salón, y empezó a quejarse de la tripa a su madre. Al parecer la niña llevaba varios días descompuesta, y la fuerte cena no le había sentado muy bien. Sara preguntó a su hija si quería ir al servicio, y ésta contestó que sí, que tenía muchas ganas y no podía aguantar más. Así que Ricardo acompañó a la chiquilla al aseo, que tras bajarse apuradamente la faldita y bragas, comenzó a soltar muchas sonoras ventosidades, tras lo cual expulsó una gran cantidad de heces en estado casi líquido, con un olor increíblemente fuerte y desagradable. Tras mucho trabajo, Ricardo terminó de limpiar a Sarita con el papel y la esponja, y ésta salió corriendo del baño para continuar jugando con su prima, sintiéndose mucho mas aliviada.
Cuando volvió al salón, Ricardo notó que el vino de la cena junto con el champán, habían comenzado a hacer sus efectos. Las achispadas mujeres habían ordenado a Alberto y Andrés desnudarse, y ahora estaban comparando sus cuerpos.
Alberto era un hombre alto y muy fuerte, musculoso, con un miembro muy grande, pero que hasta parecía pequeño en comparación del de Andrés, un muchacho un tanto delgado pero en muy buena forma, y con un miembro increíblemente largo y gordo, que al contraste con su delgado cuerpo, parecía una cosa descomunal.
Primero fue Julia, la madre, que estaba muy caliente, debido al champán, la visión de dos magníficos ejemplares desnudos y el repaso con la lengua que Ricardo le había hecho hace rato, la que ordenó a su hijo Andrés tumbarse en el suelo, sobre la alfombra, en el centro del salón, y ella se sentó no sin dificultad sobre su gigantesco pene y comenzó a cabalgar, muy despacio. Rápidamente su hija Sara se le unió y se sentó sobre la cara del muchacho que comenzó a lamer ávidamente el sexo de su hermana.
Por su parte, Mayte y Ana tomaron a su cuñado Alberto, al que tumbaron también sobre la alfombra y comenzaron a masturbarle con sus manos y bocas.
Mientras tanto, en el cuarto de Nuria, ésta se divertía junto con su prima Sarita, torturando a Marcos. Nuria había guardado sin lavar para ese día los calcetines que había usado durante varios días en clase de gimnasia y ahora obligaba a su primo Marcos a olerlos y chuparlos. Marcos sabía que no se podía negar a nada, si no, su madre le daría una buena zurra, y él ya había probado muchas de esas para saber que no quería más. Mientras tanto Sarita pisaba con sus botas el pene y testículos de su hermano animándole así a oler y chupar con más devoción.
En el salón, Ricardo estaba ocupado con la pequeña orgía, sus amas le ordenaban constantemente diferentes trabajos de lengua. Debía chupar los diferentes sexos y anos de sus amas, así como los penes de los hombres, para elevar el grado de excitación de todos ellos.
Sus amas, una tras una fueron alcanzando sus orgasmos, y cuando todas concluyeron y se sentaron a fumar y tratar de recuperar poco a poco el aliento, Alberto y Andrés yacían sobre la alfombra agotados, cubiertos de sudor y con sus miembros en erección, ya que sus amas no les habían autorizado a eyacular aún.
Fue Julia, la madre, la que comentó
-Estos dos muchachos se han portado muy bien, ¿les permitiréis eyacular hoy?
Dirigiendo la pregunta hacia Sara y Ana.
Sara coincidió con su madre en lo bien que lo habían hecho ambos, y dijo que ella permitiría a su marido que eyaculase. Sin embargo Ana, dijo que no quería que Andrés eyaculase esa noche, y que le premiaría permitiendo que bebiese una o dos copas de champán.
Julia preguntó a su hija Mayte si le iba a dar algún premio a Ricardo, por lo bien que había trabajado con su lengua, y ésta, sonriendo maliciosamente dijo que le daría como premio a su esclavo una copa de champán, pero aliñada, eso sí, con el semen de su cuñado Alberto.
Todas rieron ante la maldad de Mayte y le urgieron para que diese el regalo a su esclavo cuanto antes. Mayte ordenó a Alberto que se pusiese de pie junto a ella y comenzó a masturbarle con su mano derecha, mientras que con la izquierda aguantaba una copa de champán vacía.
Sara colocó a Ricardo junto a Mayte y Alberto, de rodillas con su cara a la altura del pene de este último. Tras varios minutos de frenética masturbación por parte de Mayte, Alberto soltó un rugido y su pene comenzó a expulsar grandes cantidades de leche dentro de la copa de champán que Mayte sujetaba. Cuando hubo terminado, Mayte mostró al resto de mujeres la enorme cantidad de semen que Alberto había derramado en la copa, probablemente porque llevaba bastante tiempo sin ser autorizado a eyacular por su mujer. Mayte vertió un poco de champán en la copa y se la ofreció a Ricardo para que la bebiera. Éste tomó la copa y la apuró hasta el fondo, tras lo cual fue ordenado limpiar con la lengua el interior hasta que no quedó resto alguno.
Las mujeres, muy animadas se sirvieron mas champán y comenzaron a discutir sobre el juego con el que se entretendrían el resto de la noche.
Ana, que había ido sola al baño para orinar, regresó al salón con el gesto torcido y pidió a Mayte que la acompañase al aseo para mostrarla algo que la había disgustado. Al poco Mayte volvió a la habitación con aspecto de estar muy enfadada y ordenó a Ricardo que fuese al servicio con ella, e invitó a Sara y a su madre Julia que le acompañasen también. Cuando Ricardo llegó al baño, Mayte le cogió dolorosamente de la patilla y puso su cara frente al retrete y le preguntó por qué demonios la loza blanca, normalmente inmaculada, estaba tan sucia ahora. Unos segundos le tomó a Ricardo percatarse que las manchas en la loza eran de restos resecos de heces, a buen seguro originados tras que Sarita hubiese defecado rato antes. Como la chica estaba tan descompuesta, había salpicado todo el retrete al usarlo, y Ricardo afanado en limpiar lo mejor posible a su amita, no se había dado cuenta de lo sucio que había quedado.
-Perdón ama, he olvidado revisar el retrete cuando he acompañado a Sarita al servicio esta noche. Lo siento muchísimo ama.
-¡No me sirve que lo sientas!
Rugió Mayte
-¡Me has dejado en evidencia ante mi madre y mis hermanas! ¡Ana ha estado a punto de sentarse sobre semejante suciedad! Mañana pensaré un castigo ejemplar para que no se te vuelva a olvidar. Ahora mismo quiero que dejes el retrete brillante usando tu lengua para limpiarlo, para que Ana pueda orinar como es debido.
Ricardo miró a su ama Mayte, con unos ojos que imploraban piedad, pero Mayte, mas enfadada aún ante la vacilación de su esclavo, le propinó dos sonoras bofetadas y le gritó
-¡Límpialo! ¡YA!
Ricardo tardó casi diez minutos en dejar completamente limpio el retrete, y se tuvo que ayudar de su cepillo de dientes, que también solía hacer las veces de escobilla, ya que había restos que no salían por mucho que restregase una y otra vez la lengua. Toda la operación fue seguida bajo la atenta mirada de las cuatro mujeres, que le iban indicando dónde tenía que limpiar y le daban fuertes azotes en su desnudo trasero para estimularlo.
Cuando hubo terminado, Nuria se sentó en el ahora impecable retrete y comenzó a orinar. Mientras tanto, Mayte limpio la boca y dientes de Ricardo a conciencia, utilizando para ello el cepillo con el que acababa de limpiar el retrete, cepillando con energía la lengua y dientes de Ricardo, usando una gran cantidad de pasta dentífrica. Su boca y lengua debían estar limpias ya que aún le quedaba mucho trabajo por hacer esa noche. Una vez que hubo terminado Ana de orinar, puso su sexo sobre la boca de Ricardo, que volvía a yacer boca arriba en el suelo, y lo frotó repetidamente contra su lengua hasta que quedó completamente limpio.
PARTE III. El Juego.
Mayte fue al cuarto de Nuria para avisar a su hija y a su sobrina que el juego iba a comenzar en el salón. Allí estaban las dos, divirtiéndose frente al ordenador, mientras que Marquitos yacía en el suelo boca arriba, bajo la mesa, oliendo los pies de las chicas.
-Chicas, vamos a empezar a jugar, ¿venís?
Preguntó Mayte
A las chicas se les iluminaron los ojos cuando lo escucharon, y dejaron a medias lo que estaban haciendo para ir corriendo al salón, aunque antes Nuria tuvo tiempo de ordenar a Marquitos
-Marcos, mientras que nosotras jugamos, quiero que limpies a conciencia esas zapatillas y botas de ahí, dijo la chica señalando la esquina de la habitación, donde se encontraban unas zapatillas de deporte completamente embarradas junto a unas botas altas llenas de polvo y costras de barro resecas en la suela.
-Sí Nuria
alcanzó a decir Marquitos, que se dirigió hacia la esquina donde se encontraba el calzado para comenzar inmediatamente su tarea
En el salón estaba casi todo listo. Ricardo se encontraba en el centro, arrodillado sobre la alfombra y frente a los cómodos sillones donde estaban sentadas Julia, Sara y Ana. En una esquina estaban, también desnudos y arrodillados, Alberto y Andrés, mirando la escena y atentos por si alguna de las mujeres quería algo de beber.
Mayte entró junto a las dos chicas, y éstas tomaron asiento a su vez. Sólo Mayte permaneció de pie, se situó detrás de Ricardo, y tomando una cinta negra, se la pasó a éste por los ojos. En ese momento, completamente privado de visión, el corazón de Ricardo comenzó a latir rápidamente, él sabía que el juego que tanto le gustaba, y que al mismo tiempo tanto temía, había comenzado.
Mayte preguntó a las demás participantes del juego
-Bueno, ¿qué cinturón queréis que use para cuando falle?
-Yo he traído uno nuevo que compré a propósito para el juego
dijo Ana, que se levantó, se quitó el cinturón y se lo entregó a su tía Mayte
Mayte observó el cinturón negro, bastante caro por lo que parecía, con una gran hebilla de metal, y lleno de tachuelas con diminutos pero innumerables pinchos a lo largo.
-Es una monada Ana, perfecto para el juego creo yo. ¿Qué pensáis chicas?
Dijo Mayte dirigiéndose al resto de mujeres.
Todas echaron un vistazo al cinturón, y coincidieron con ella de que resultaba perfecto para el juego.
-Muy bien.
dijo Mayte, situándose detrás de Ricardo mientras que el resto se sentaban en distinto lugar del que habían estado hasta ahora.
-Comencemos a jugar entonces. ¿Quién quiere ser la primera?
Ana sonriendo, alargó su pie en dirección de Ricardo, y Mayte cogiéndole del pelo le ayudó a encontrarlo. En cuanto su cara tocó con el zapato de Ana, Ricardo comenzó a lamer la suela del mismo. Sabía por otras veces, que en esta parte del juego sólo podía chupar la suela de las botas y zapatos que le alcanzasen, y no el empeine, ni siquiera el tacón.
Durante casi un minuto recorrió con su lengua una y otra vez la suela que tenía ante sí, con los cuatro sentidos que le quedaban intentando descubrir alguna pista que le ayudase a acertar la dueña del zapato o bota que estaba lamiendo. Si hubiese sido alguno de Mayte, e incluso de Nuria, hubiera acertado casi seguro, ya que de tanto chuparlos conocía muy bien su tacto a la lengua, a pesar de la gran cantidad de calzado que tenían las dos. Pero Mayte hoy no jugaba, sólo se ocuparía de conducir su rostro hacia los pies de las demás, e impartir los castigos cuando él se equivocase.
El tiempo, que un tanto aleatoriamente le daban, se estaba agotando y Ricardo no tenía ni idea de quién era la dueña de esa suela. Descartó a Nuria, esa suela no correspondía a los zapatos bajos que hoy llevaba. También descartó a Sarita, creía que la suela correspondía a un zapato o bota con un número de pie de mujer, mas grande que el que utilizaba la chica. Por tanto sólo quedaban tres opciones. Julia, Sara o Ana.
Repentinamente, la suela se alejó de su lengua, y la voz de Mayte inquirió tras él
-¡Vamos esclavo, quién es la dueña de la suela que acabas de lamer!
Ricardo que conocía bien el juego, contestó rápidamente, sin dudar, aunque no tenía ni idea y eligió un nombre al azar. Sabía que si dudaba mucho y hacía esperar a sus amas una respuesta, sería castigado. El nombre que salió de sus labios fue "Sara".
Varias risas llegó a sus oídos, Sarita y Nuria se reían sonoramente. "Eso no es buena señal", pensó Ricardo, y en ese momento una tremenda bofetada aterrizó en su cara, proveniente de la mano de Ana, que le gritó
-¡Era mi suela la que has lamido, estúpido!
-Pues sí que empiezas bien, ¡imbécil!
Escuchó que decía Mayte, tras lo cual el cinturón comenzó a caer golpeando con dureza su espalda. Cerca de veinte fuertes correazos le costó este primer error a Ricardo. El esclavo yacía ahora en el suelo gimiendo de dolor, con la espalda marcada con el dibujo de las pinchantes tachuelas del cinturón. Acababa de comenzar el juego, y ya tenía la espalda muy enrojecida y con puntitos de sangre en algunos lugares.
Escuchaba la respiración de Mayte sobre él, ya que el ejercicio de dar veinte duros correazos, rápidamente infligidos, uno tras otro, había agotado algo a su ama.
Un fuerte tirón de pelos le hizo erguirse de nuevo. Y notó la presencia de una nueva suela a lamer justo delante de su nariz. La operación se repitió de nuevo. Ricardo supo que la suela no correspondía al calzado de ninguna de las chicas, ni tampoco eran los zapatos de Ana que acababa de chupar. Por tanto tenía que ser la bota de Julia o Sara, pero no sabía de cual. Cuando le ordenó Mayte que diese un nombre, sabía que su probabilidad de acertar era del 50%.
-Sara
volvió a decir Ricardo, y ahora escuchó todo un coro de carcajadas, con lo cual supo que había vuelto a errar.
Tras dos tortazos por parte de Julia, Ricardo recibió en esta ocasión casi el doble de correazos que la vez anterior, ahora por todo el cuerpo, aunque la mayor parte volvieron a aterrizar en su espalda. Debido a los gritos de dolor de Ricardo, Mayte había tenido que parar cuando llevaba veinte propinados, para quitarse las bragas e introducirlas en la boca de Ricardo para ahogar sus gritos. Tras sellar su boca con cinta adhesiva, Mayte reanudó el trabajo propinándole casi otros veinte.
Los puntos de sangre en su espalda se habían multiplicado, y ahora tenía varias heridas que sangraban copiosamente, por lo cual durante unos minutos Mayte limpió e impregnó estas zonas con alcohol, mientras que el resto de mujeres observaban divertidas los ahogados gritos de Ricardo por el escozor del antiséptico y el lamentable estado de la piel, ya morada en algunas zonas, sobre todo por encima de las costillas.
El juego se reanudó cuando las heridas dejaron de sangrar, y aturdido por el dolor, y aterido por el temor de errar por tercera vez, Ricardo comenzó a lamer la suela de la bota de Sarita. Mientras lo hacía se recordaba que según las reglas del juego, si fallaba tres veces seguidas recibiría lo que sus amas llamaban "Castigo Ejemplar", que ellas consensuarían en ese mismo momento. Éste podría ser cualquier cosa, extinción de cigarrillos sobre su piel, ingestión de orines, o cosas aún peores.
Pero por suerte para él, en seguida adivinó a quién pertenecía la bota que estaba lamiendo. Por tanto, según las reglas del juego, en esta ocasión habría premio. Éste consistía en que la dueña del pie acertado, depositaría un generoso escupitajo en una copa, que se iría llenando con el resto de salivazos y mucosidades de amas a las que acertase, y que como si de un exquisito néctar fuere, Alberto bebería al final del juego.
La joven Sarita, llevaba un rato preparando su premio, en caso de que Alberto acertase con ella. Sonriendo con la boca cerrada e inflada, depositó una gran cantidad de saliva en el vaso. Entre la saliva flotaba algún resto de comida, ya que Sarita no se había lavado los dientes después de cenar. Sólo Ricardo se había (le habían) lavado esa noche la boca...
Como Ricardo acertó también con los zapatos de Nuria y por último con las botas de Julia, el nivel de la larga copa fue subiendo. Pero por ahora para Ricardo, el verdadero premio era haber evitado el cinturón durante un rato.
Tras haber chupado todas las suelas, ahora llegaba la segunda parte del juego, que consistía en que cada ama se descalzaba y ponía junto a las fosas nasales de Ricardo su zapato o bota. Éste debía adivinar, sin tocarlos con su nariz, a quién pertenecían. En principio ésta era la parte del juego más sencilla para él, ya que conocía a la perfección el olor de los pies de todas sus amas. Pero siempre cometía algún fallo, ya que el problema residía en que sólo le permitían una aspiración por cada zapato, con lo cual debía estar muy concentrado al hacerlo, para asociar el efímero olor con el ama correspondiente.
Pese a todo Ricardo lo hizo bastante bien, y sólo tuvo un error al confundir los olores de Ana y Sarita. Por supuesto recibió una buena tunda de correazos, unos 25, que le reabrieron las heridas, por lo cual Mayte tuvo que aplicar de nuevo alcohol sobre ellas.
En esta ocasión Mayte había sido previsora, y le había tapado la boca con las bragas antes de impartir el castigo, ya que sabía que a Ricardo le dolería más que la vez anterior debido al estado de su espalda, con lo que gritaría aún más que antes, como así ocurrió.
Con el vaso ya con una considerable cantidad de saliva, debido a la cantidad de aciertos que había tenido en la parte anterior, comenzó la tercera parte del juego. En esta ocasión Ricardo debía lamer los pies desnudos de sus amas y adivinar de quién era cada cual. Era la parte más complicada del juego y donde recibía más castigos, debido a que resultaba casi imposible saber de quién era el pie que estaba chupando, ya que debía hacerlo con la nariz tapada con una pinza para evitar que el olor del pie delatase a la dueña, y únicamente podía aplicar la lengua sobre la palma del pie, sin tener acceso al talón o a los dedos. Mayte dirigía su cabeza al punto exacto y sólo entonces le daba la orden para que comenzase. Ricardo sabía que si hacía trampas, queriendo o sin querer, recibiría 50 correazos, por lo tanto se cuidaba mucho de chupar sólo la parte permitida.
Pese a todo, era la parte del juego que mas le gustaba, ya que podía lamer cada maravilloso pie de sus amas, y éstas le permitían hacerlo durante alrededor de un minuto con cada.
Pero esta parte le dejó destrozado. Tuvo tres fallos, por fortuna para él no seguidos, ya que fue intercalando fallos y aciertos. Pero en total recibió unos 100 correazos, que por fortuna habían bajado bastante de intensidad, ya que Mayte estaba cansada y sudando visiblemente por el esfuerzo. Además su ama había rebajado conscientemente la intensidad de cada golpe con el cinturón, y ya no centraba el castigo en la espalda, sino que golpeaba en cualquier zona, porque sabía que si no, su esclavo no llegaría al final del juego. Con todo, el cuerpo de Ricardo estaba ya muy castigado, intensamente enrojecido por todos lados, con amplias zonas amoratadas y varias heridas que había que curar tras cada castigo. Además comenzaba a estar ronco de tanto gritar inútilmente.
Ante semejante estado de su querido esclavo, Mayte se planteo terminar el juego en ese momento, sin pasar a la cuarta y última parte. Pero la visión del miembro en erección de Ricardo le disipó sus dudas. Nunca había visto el miembro tan grande, lo que mostraba que aunque estuviese sufriendo terriblemente, también estaba disfrutando como nunca.
Las invitadas de Mayte aquella noche estaban disfrutando muchísimo también. Todas estaban muy excitadas, con sus sexos mojando generosamente tangas y braguitas, ante la visión de aquel hombre sometido a humillaciones y durísimos castigos. Bebiendo, fumando, riendo y comentando el desarrollo del juego, todas estaban disfrutando de una divertidísima Nochebuena.
Así comenzó la cuarta y última parte del juego. El sentido del gusto, que había trabajado el la parte anterior, era ahora reemplazado de nuevo por el olfato. Ricardo ahora debería oler el ano, sexo y axilas de sus amas. Cada una podía elegir que el esclavo le oliese uno, dos o los tres puntos de su cuerpo.
En caso de fallo al adivinar, cada punto valía 20 correazos. Si por ejemplo un ama permitiese a Ricardo olerle su ano, sexo y axila, y éste fallase, recibiría un total de 60 golpes. 40 en caso de fallar tras haber olido sólo dos puntos, y 20 si erraba tras oler sólo una de las zonas del cuerpo.
Por tanto Ricardo nunca sabía si prefería que el ama con la que estaba jugando en ese momento, le permitiese oler mas o menos zonas, ya que mas significaba mas pistas para acertar, pero si fallaba recibiría nada más y nada menos que 60 golpes en una sola vez.
Mayte le ordenó que se tumbase boca arriba en la alfombra, e instantes después de hacerlo notó cómo la primera mujer se acercaba a su posición. Al momento, su nariz quedó enterrada dentro del orificio anal, y Ricardo comenzó a oler ávida y profundamente para tratar de descubrir dentro de quién tenía su nariz. Tras un minuto, Ricardo pudo oler aire fresco, el ama se había levantado, pero en seguida su nariz volvió a quedar enterrada de nuevo, en esta ocasión dentro del sexo. Tras otro minuto respirando el interior de ese cuerpo, su nariz quedó liberada, y escuchó la voz de Mayte ordenando
-Ponte de rodillas de nuevo, para oler la tercera pista.
Aterrorizado Ricardo hizo lo ordenado, ya que el ama que estaba jugando en ese momento le iba a dar las tres pistas, que se corresponderían con 60 correazos si fallaba, y aún no sabía a quién estaba oliendo. Mientras que pensaba en ello, la axila se acerco a su nariz y el esclavo comenzó a oler lo mas intensamente que podía, para dar con la respuesta correcta. Cuando la axila se retiró, Ricardo pensó rápidamente "No es el mismo, pero es un olor parecido al del ama Nuria, un olor de una mujer muy joven, por tanto quizás sea el del ama Ana o el del amita Sarita"
-¡Vamos, responde ya! ¿A quién acabas de oler?
Preguntó impacientemente Mayte
Sin tiempo para pensar mas, Ricardo se la jugó y dijo
-Creo que es el cuerpo del Ama Ana.
-¡No tonto! ¡Era yo!
Escuchó decir a Sarita, mientras que recibía un fuerte capón en la cabeza, propinado por la muchacha.
Ese fue el momento en que Ricardo se derrumbó. Iba a recibir 60 correazos de una tacada nada mas empezar la última parte del juego. Pensó que no lo resistiría, no sería capaz de terminar el juego que tanto divertía a sus amas.
Cuando Mayte terminó de darle los 60 correazos, Ricardo ya no gritaba, sólo gemía derrumbado en el suelo. Aunque los golpes eran bastante suaves, comparados con los primeros del juego, a Ricardo le seguían doliendo terriblemente, quizás por el estado de la piel de su cuerpo, de un rojo intenso cuando no morado oscuro, o quizás porque ya se había rendido mentalmente.
Julia y Sara fueron las siguientes que jugaron. Conscientes del estado del esclavo, que ya no podía aguantar muchos mas correazos, sólo le dieron a oler ambas el ano.
Ricardo ya no pensaba con claridad, le dolía terriblemente todo el cuerpo y su mente estaba confusa. Por tanto no es de extrañar que confundiese el ano de Julia con el de Sara, y el de Sara con el de Ana. Pese a ello sólo recibió los 20 correazos del primer error, porque tras el segundo, escuchó que su ama Mayte decía al resto de mujeres
-Bueno chicas, qué os parece si le perdonamos los 20 que le tocan ahora y terminamos ya el juego aunque todavía quede una más. Ya veis cómo está el pobre.
Todas las divertidas mujeres coincidieron con ella en que lo mejor era terminar en ese momento. Por tanto Mayte despojó a Ricardo de la cinta que había estado cubriendo sus ojos durante todo el juego, y tomando asiento dijo
-Muy bien, entonces está terminado. Eso sí, quedan un par de cosillas pendientes, dijo riendo. Primero debemos aplicarle el "Castigo Ejemplar" ya que en esta última parte ha fallado tres seguidas.
Las mujeres comenzaron a debatir qué castigo se le impondría al esclavo, mientras éste, con la mirada fija en el suelo, sólo pedía para sí mismo que no le azotasen más. En esos momentos le daba igual el castigo que decidieran, siempre y cuando éste no fuese más correazos.
Tras un rato, y como en esta ocasión no se ponían de acuerdo, Mayte sugirió que cada una le aplicase el castigo que se le antojase, lo que todas saludaron como una gran idea. Sarita eligió obligar al esclavo a beber su orín de una copa de champán. Ana pisotearía el cuerpo de Ricardo, y Julia y Sara por su lado, apagarían sus cigarrillos sobre la piel de Ricardo. Por último Nuria decidió que aplicaría el resto de la botella de alcohol, llena aún en sus tres cuartas partes, con el que Mayte había estando curando las heridas de Ricardo, sobre la piel del esclavo.
Esto último hizo estremecerse a Ricardo. Gustosamente bebería la orina, ya que no era gran cantidad y además no era ningún castigo sobre su malherido cuerpo. Los cigarrillos ya eran otra cosa, sería muy doloroso, pero al menos, se dijo, la agonía sería breve. Lo peor era lo de ser pisoteado y sobre todo lo del alcohol, éste escocería horriblemente al ser aplicado sobre la piel en carne viva.
La voz de Sarita le sacó de estas reflexiones
-¡Vamos perrito, acompáñame al baño! Yo soy la primera, no puedo aguantar mas las ganas de orinar. No olvides traer tu copa.
Ricardo siguió por el pasillo a la mas joven de sus amas, a cuatro patas y con la copa cogida con los dientes, seguido a su vez por el resto de mujeres, que muy achispadas por tanto champán, reían mientras hacían bromas a su costa.
Sarita se bajó los pantys y las braguitas, y situándose sobre el retrete, pero sin sentarse en él, comenzó a orinar con gran alivio.
Ricardo, en cuanto vio aparecer el chorrito, alargó la copa para llenarla. Cuando ésta empezó a rebosar, la retiró y la dejó, y se tumbó en el suelo boca arriba, con la lengua preparada, para limpiar a su amita cuando hubiera acabado. Cuando terminó de limpiarla, Mayte le ordenó que se pusiese de rodillas en el centro del cuarto de baño y le dijo
-Venga, bébete la copa de champán caliente que Sarita te ha regalado Pero nada de hacerlo de un trago, puntualizó su ama, bébetela poco a poco, saboreando bien y hasta la última gota.
Así lo hizo Ricardo, que daba pequeños sorbos y los mantenía durante unos momentos en la boca antes de tragarlo, hasta que al final la copa quedó totalmente vacía.
Durante el tiempo que duró la operación, las mujeres se carcajeaban con los comentarios que iban haciendo, y al terminar Sarita le dijo bromeando a su vez
-Buen chico, veo que te ha gustado mucho, cuando quieras mas, sólo tienes que pedírmelo.
Y rieron al unísono con el comentario de la joven.
Mientras todas se sentaban en la sala de estar ya de vuelta, Nuria permaneció de pie y tomó el alcohol junto con el algodón, y le dijo a Ricardo sonriendo
-Bueno cariño, para veas que soy muy buena, ahora voy a extender alcohol por toda tu piel para que no se te infecte ninguna herida. Pero como eres muy desagradecido y vas a empezar a gritar de nuevo, voy a tener que taparte la boca antes.
Y dicho esto, se quitó las braguitas y las depositó en la boca de Ricardo, para luego dar varias vueltas de cinta adhesiva para fijarlas bien. A continuación ordenó al esclavo que se tumbase boca abajo, y sin mas preámbulos comenzó a echar alcohol sobre la maltrecha piel de la espalda de éste.
Un desgarrador grito de dolor, sofocado por las braguitas de Nuria, salió de la garganta de Ricardo cuando el alcohol empezó a caer por toda su espalda. A éste siguieron muchos más, ya que Nuria echó alcohol por todo el cuerpo, especialmente por las zonas más sensibles, y en ocasiones restregaba con fuerza un poco de algodón impregnado de alcohol por las zonas mas irritadas.
Hasta que no terminó todo el bote de alcohol, la chica no paró. Entonces Nuria recuperó sus braguitas de la boca de Ricardo, que estaba derrumbado en el suelo, respirando agitadamente, sintiendo un terrible escozor por todo su cuerpo.
A continuación escuchó la voz de Ana diciendo mientras se levantaba
-Bueno esclavo, ahora me toca a mí. Ponte boca arriba.
Sara y Mayte se pusieron a un lado y a otro de Ricardo, para ayudar a su hermana a mantener el equilibrio mientras subida sobre el esclavo, ésta le pisoteaba sin ninguna piedad, dejando la huella de sus tacones por pecho y piernas.
Mientras tanto Nuria, que era una experta en este tormento, se levantó hacia la cadena de música, la encendió, y puso un compact disc de música dance. Cuando la música comenzó a sonar dijo a su prima
-Échate un baile sobre él, Ana
Nuria solía hacer esto cuando estaba de muy buen humor, a menudo antes de salir por la noche los días que quedaba con sus amigas. En su cuarto, ponía su música favorita, techno o dance, y comenzaba a bailar y cantar sobre el pecho de Ricardo.
La diferencia, es que Nuria siempre lo hacía descalza, pero nunca con zapatos de tacón como lo estaba haciendo ahora Ana.
Todas las mujeres reían mientras Ana bailaba como una auténtica go-go sobre Ricardo, sembrando de marcas de tacón su ya maltrecho cuerpo, que respirando con dificultad, intentaba por todos los medios retener los gritos que escapaban de su garganta.
Cuando terminó la primera canción, Ana ordenó al esclavo que se diese la vuelta, y cuando Ana subió sobre su espalda, se le escapó un terrible grito que quedó ahogado en las braguitas de su boca. El dolor que producían los zapatos sobre su piel en carne viva era tremendo, y así tuvo que resistir el baile de Ana durante otra animada canción.
Al terminar el segundo tema del cd, Ana ordenó a Ricardo que se pusiese boca arriba de nuevo, se quitó los zapatos y subiéndose sobre su pecho comenzó a dar pequeños saltitos al principio, que fueron ganando altura poco a poco.
Gracias a sus duras abdominales, Ricardo aguantaba bien esta parte, ya sin tacones. Ana se dio cuenta de ello, y bajándose de él, ordenó al esclavo que se acercase un poco hacia el sillón donde había estado sentada. Una vez allí, Ana se subió de pie al sillón, y se lanzó contra el pecho de Ricardo. Las abdominales ya no eran suficientes, y cada vez que caía su ama con todo su peso, era como si le diesen un tremendo puñetazo en el estómago, privándole de respiración.
Un buen rato estuvo Ana saltando, siendo jaleada por el resto de mujeres, sobre todo cuando caía sobre el punto exacto donde mas daño hacía al esclavo y éste se retorcía intentando llenar de aire sus pulmones.
Cuando la chica comenzó a agotarse de tanto salto, se sentó de nuevo en el sillón y propinó una patada a Ricardo, dándole a entender así, que su castigo había terminado.
El fin de la agonía de Ricardo estaba cerca. Ya sólo faltaba el castigo de Julia y Sara. Esta última le ordenó que se tumbase sobre la alfombra boca arriba.
Cuando el esclavo estuvo en posición, Sara se levantó del sillón, y tras subirse un poco la falda, se sentó con todo su peso sobre la boca de Ricardo. Aunque la nariz quedaba parcialmente tapada, podía respirar no sin cierta dificultad, era la boca la que quedó hundida bajo las bonitas bragas de la mujer.
A continuación escuchó como Julia se levantaba del sillón a su vez, e iba a sentarse sobre la parte inferior de su vientre, rozando su pene, que llevaba ya muchas horas en una constante erección.
Las mujeres habían adoptado una cómoda postura para poder aplicar su castigo. Desde ahí podían recorrer todo el torso de Ricardo, con innumerables marcas de correazos, y aplicar la punta de los cigarrillos donde deseasen. Además, con Sara sobre su boca, evitarían que los vecinos escuchasen los gritos de dolor del esclavo. Con las dos mujeres sobre él, también evitarían que éste moviese el cuerpo para escapar de las quemaduras.
Ricardo oyó como madre e hija, entre risas, se encendían sendos cigarrillos. Al poco las dos comenzaron a recorrer su pecho con la punta de los cigarrillos, al principio las mujeres no se detenían en un punto específico, sino que estaban en movimiento, pero al poco comenzaron a dejar la parte incandescente de los cigarros detenida sobre un punto concreto durante unos pocos segundos, y cuando Ricardo soltaba un grito ahogado, la retiraban, sólo para buscar otro nuevo punto donde aplicarla.
El atormentado esclavo soltó un rugido de dolor, cuando Sara situó la ardiente parte directamente sobre uno de sus pezones. Todas las mujeres rieron mucho con esto, y volvieron a reír, cuando Julia imitó a su hija sobre el otro pezón.
Ricardo intuyó que el primero de los cigarrillos iba a ser extinguido sobre su piel, cuando Sara se movió un poco sobre su cara para asentarse mejor y aplastar aún mas su boca, empujando con sus manos su pecho, a la altura de los pezones. Se estaban preparando para evitar el movimiento mecánico de su esclavo para intentar escapar de la quemadura.
Sudando bajo Sara y con todos sus músculos en tensión, Ricardo notó en su tripa, no en el centro sino un poco hacia un lado, como la brasa del cigarrillo de Julia hacía contacto con su piel.
Julia se tomó su tiempo para apagar el cigarrillo. No le importó que Ricardo aullase de dolor bajo su hija, y que encorvase su cuerpo para tratar de evitar la quemazón. Sara le empujaba con fuerza hacia abajo, por lo que el pobre esclavo no tenía apenas espacio de huida. Cuando Julia terminó de apagarlo, la colilla del cigarro quedó de pie sobre su pecho. Había sido una operación perfecta, aplicada sobre un mismo punto en todo momento, el cigarro se había hundido quemando y perforando la piel.
Todas las mujeres aplaudieron la operación. Se habían situado alrededor del cuerpo de Ricardo para verlo de cerca, y durante el proceso de extinción de la brasa, habían permanecido en completo silencio, extasiadas por lo que estaban contemplando.
Sin apenas tiempo para recuperarse, Sara echó un par de rápidas caladas a su cigarrillo, y aún mas lento que su madre, comenzó a apagarlo también sobre su tripa, en el lado opuesto a donde lo había hecho Julia.
Ricardo como no podía ser de otra manera volvió a aullar y a retorcerse de dolor, pero como en esta ocasión Sara no podía empujar su pecho hacia el suelo ya que tenía las manos ocupadas, en uno de los bruscos espasmos del esclavo, el cigarrillo se movió ligeramente del punto donde estaba siendo aplicado, y la brasa se desprendió del cigarro, quedando separada de la colilla sobre el punto quemado.
Sara, disgustada por ello, no se molestó en retirar o apagar la pequeña brasa, sino que puso sus manos sobre el pecho del esclavo para mantenerle fijo en el suelo, mientras su piel se quemaba. El resto de mujeres mientras, hacían comentarios de cómo la brasa estaba quemando la piel y el olor que se desprendía de ello.
Apiadada por los terribles gritos ahogados bajo su peso que producía Ricardo, por fin Sara aplicó la colilla del cigarro sobre la brasa para extinguirla. Los últimos gritos de aquella noche, fueron proferidos por Ricardo. Tras ellos y cuando la brasa quedó totalmente extinguida, sólo se oían leves gemidos bajo el trasero de Sara.
PARTE IV. Los premios.
Las mujeres volvieron a aplaudir, bromeando, cuando Sara terminó. A continuación retiraron las colillas y la ceniza de los dos agujeros, para observar las heridas. Verdaderamente habían hecho un buen trabajo, porque habían producido dos profundas quemaduras que tardarían tiempo en curar, sobre todo la producida por la brasa del cigarro de Sara llevaría mucho tiempo. Cuando alguna de ellas pasaba su dedo para tocar alguno de los agujeros y comprobar su tacto y profundidad, los gemidos bajo Sara aumentaban en intensidad.
Cuando terminaron el estudio de sus heridas, Sara y Julia se levantaron de su cuerpo, y Ricardo pudo volver a respirar con normalidad. Todas las mujeres estaban de pie rodeándole, con expresiones mezcla de excitación y piedad. No sólo su cuerpo tenía un aspecto lamentable, sino que también su rostro, donde se podía leer todo el dolor que había sufrido durante las últimas horas.
-Bueno, es hora de premiar a este esclavo tan bueno, ¿no creéis chicas?
Dijo Mayte dirigiéndose al resto de mujeres.
Sarita ya tenía el vaso preparado en la mano. A la joven le divertía mucho ver cómo el esclavo bebía una generosa cantidad de escupitajos.
Ricardo se puso de nuevo de rodillas y recogió el vaso de manos de Sarita diciendo
-Gracias amita Sara. Gracias amas por recompensarme con su maravillosa saliva.
-Adelante, puedes empezar
contestó Mayte
Ricardo echó un rápido vistazo antes de comenzar a beber. El vaso estaba lleno hasta algo más de la mitad. En su interior, entre la saliva, se podía reconocer algunas mucosidades y algunos restos de comida.
Recibir la saliva de sus amas era algo que le hacía muy feliz al desdichado. Siempre agradecía cuando Mayte o Nuria soltaban un salivazo sobre su boca o cara, o cuando aderezaban su comida con ella. Por tanto no era de extrañar que el pene de Ricardo estuviese a punto de explotar al comenzar a degustar todo aquel montón de saliva.
Ricardo disfrutó este momento, saboreando todo el contenido del vaso. Para apurar hasta la última gota tuvo que ayudarse de sus dedos, ya que algo de mucosidad había quedado depositada en el fondo y se resistía a deslizarse hacia su boca.
-¿Te ha gustado cariño?
Preguntó Mayte
-Si mi ama. Nunca había probado nada mejor.
Contestó Ricardo.
Las mujeres rieron ante la respuesta del esclavo. Fue Sara, la que mientras acariciaba el maltrecho cuerpo de Ricardo, sugirió al resto
-La verdad es que hoy le hemos dado una buena zurra, y el pobre la ha aguantado bastante bien. ¿Qué os parece si le damos permiso para que chupetee nuestros pies y zapatos a su gusto de aquí a que nos marchemos? Ya sabéis lo que le gusta hacerlo.
Todas estuvieron de acuerdo con Sara, así que Mayte dijo al esclavo
-Ya has oído perro, puedes chupar pies, botas y zapatos cuanto desees durante el resto de la velada.
-Gracias mis amas, seré el hombre mas feliz del mundo al hacerlo.
Contestó Ricardo.
Las mujeres tomaron asiento, y mientras fumaban comenzaron a charlar sobre lo divertida que había sido la noche, comentando aspectos del juego. Ricardo, que conocía por otras ocasiones que le habían dado permiso, sabía que tenía plena libertad para jugar con los pies de sus amas.
Mientras sus amas hablaban animadamente, Ricardo se acercó a los pies de Sara. Primero retiró sus botas y a continuación comenzó a oler sus pies enfundados en oscuras medias. Después tomo una de sus botas y aspiró el olor que desprendía su interior. Tras hacer lo propio con la segunda bota, el esclavo retiró las medias de su ama y enterró su nariz entre los dedos de uno de los pies, por la parte inferior del mismo. Un buen rato estuvo Ricardo oliendo y recorriendo con su lengua los dos pies del ama, hasta que volvió a ponerle las medias y las botas para evitar que se le enfriasen los pies antes de pasar a los siguientes.
En un completo estado de éxtasis, Ricardo repitió la misma operación con las otras cinco mujeres. Casi todas ellas visitaron el baño durante este tiempo, pero exoneraron a su esclavo del deber de acompañarlas y le permitieron permanecer en el salón entretenido con sus queridos pies. Mucho disfrutó Sarita cuando tuvo al esclavo oliendo y chupando sus pies. Se reía mucho debido a las cosquillas que éste le producía cuando los recorría con su lengua, y tras meter la mitad de uno de sus pequeños pies en la boca de Ricardo, comenzó a jugar con la lengua de éste con sus deditos.
Todas evitaron tocar con sus pies el pene de Ricardo, ya que tras mucho tiempo sin eyacular y en el estado de extrema excitación en que éste se encontraba, hubiese explotado a las pocas fricciones.
Cuando Alberto terminó de lamer los pies de Ana, que eran los últimos que le quedaban, las mujeres pusieron fin a la velada. Sara ordenó a su marido Alberto y a su hermano que se vistiesen para marcharse.
Nuria fue a su cuarto para avisar a Marquitos de que ya era hora de irse a casa. Allí comprobó que el chico continuaba lamiendo una de sus zapatillas de deporte, innecesariamente, ya que al igual que la otra zapatilla y las botas, estaba completamente limpia. Marquitos había estado varias horas limpiando el calzado a conciencia de su prima, y ésta le felicitó por ello con un beso y se lo dijo a su tía Sara, que prometió a su hijo algún premio al día siguiente.
Las mujeres comenzaron a despedirse dándose besos y abrazos, y todas felicitaron a Mayte por la magnífica velada de Nochebuena que habían pasado. Mientras Ricardo, en el suelo, aprovechaba los últimos momentos chupando las botas y zapatos de las invitadas. Todas se despidieron también de él, ya con un beso, ya con alguna palabra amable, o dándole palmaditas en la cabeza como si de un buen perrillo se tratase.
Cuando todos se hubieron marchado, Nuria dijo a su madre que estaba muy cansada y que se iba directamente a la cama. Le dio un beso de buenas noches y ordenó a Ricardo estar en su cuarto a la mañana siguiente, y esperar a que ella se despertarse. Cuando lo hiciese, recibiría un premio por haberse portado tan bien esa noche. Ricardo dio las gracias a su ama, que tras besar sus pies se fue a descansar, y pensó alegre que el día de Navidad lo empezaría probablemente lamiendo el sexo de su ama Nuria.
Cuando Nuria se marchó, Mayte dijo a Ricardo mientras observaba el salón lleno de copas de champán y ceniceros con colillas.
-Ya recogerás el salón mañana por la mañana. Ahora sígueme al baño.
A cuatro patas siguió Ricardo a su ama hasta el aseo, donde ésta le aplicó yodo con toda suavidad en las peores heridas, la mayoría en la zona de la espalda, y en los dos agujeros quemados de su tripa. Tras ello, tomó el cepillo-escobilla de dientes de Ricardo y con una generosa cantidad de dentífrico, comenzó a cepillar durante varios minutos los dientes y sobre todo la lengua de su esclavo.
Tan concienzudo trabajo sólo podía significar, pensó feliz Ricardo, que su ama iba a requerir un trabajo oral antes de dormir.
Cuando terminó, su ama le ordenó que se enjuagase la boca, que ya le escocía bastante a Ricardo por tener durante tanto tiempo tanta pasta dentífrica dentro de ella, y cuando éste terminó, apagó la luz del baño y se dirigió a su cuarto, seguida gateando por su esclavo.
Ricardo hacía tiempo que había dejado el trabajo, alquilado su apartamento y se había ido a vivir con sus amas. La renta que percibía cada mes por el alquiler, la entregaba en su totalidad a Mayte, en concepto de manutención, que se limitaban a las sobras de la comida de ellas, y a los gastos generales de la casa. No necesitaba dinero para ropa, con la que tenía le sobraba, ya que sólo salía para hacer la compra o para cumplir algún recado que le ordenaban. El día lo pasaba realizando las tareas domésticas si no estaban sus amas, o sirviéndolas si estaban. De todas maneras, Mayte todos los meses guardaba en una cuenta a nombre de su esclavo la mitad del dinero de la renta, por si algún día éste lo necesitase.
Normalmente dormía sobre la alfombra a los pies de la cama de Mayte o Nuria, en más ocasiones con la primera, a no ser que estuviese castigado por alguna razón, teniendo que mal dormir en el duro y frío suelo del cuarto de baño. Pero éstas eran las menos, ya que aparte de ser un obediente esclavo, sus amas preferían castigarle de otras maneras, debido a que les gustaba tenerle cerca por la noche. Era una cuestión de comodidad, si tenían ganas de orinar, o raramente defecar, en mitad de la noche, allí estaba su esclavo para sostener el orinal mientras se aliviaban y limpiarlas posteriormente, y así no tener que desplazarse hasta el cuarto de baño.
En la habitación, su ama le ordenó desvestirla. Mientras retiraba sus botas y medias, Mayte le dijo
-Como te has portado bien hoy, esta noche puedes dormir con mis botas y medias junto a ti.
-Muchas Gracias ama.
Contestó Ricardo, lleno de felicidad. Esa noche podría quedarse dormido saboreando las preciosas botas de su ama, y embriagándose con su olor.
Cuando el esclavo terminó de desvestir a su ama, ésta, totalmente desnuda, se echó en la cama y extendiendo sus piernas le ordenó
-Vamos.
Ricardo subió de inmediato a la cama y enterró su cara entre las piernas de su ama. Él se sentía seguro haciendo este trabajo, tenía ya amplia experiencia en dar placer oral a sus amas. Era realmente todo un experto con la lengua, y por ello, Nuria y Mayte le usaban muy a menudo, en muchas ocasiones varias veces al día cada una.
Al principio sus amas habían probado con su pene, pero éste, aunque tenía un tamaño normal, no resultaba suficiente para ellas, que estaban acostumbradas a penes mucho más grandes, como los de Alberto y Andrés. Además, en el constante estado de extrema excitación en el que siempre vivía, Ricardo no conseguía permanecer mucho tiempo sin eyacular.
Todo esto le costó unas cuantas palizas al principio. Tras eyacular varias veces sin permiso y dejando a medias a sus amas, tras ser abofeteado, pateado y azotado, sus amas exigían que terminase su obligación con la lengua.
Cuando ellas vieron que el esclavo trabajaba mucho mejor con ella que con su pene, comenzaron a usar siempre el húmedo apéndice.
Día a día fue mejorando Ricardo en su habilidad oral. Hasta que con el tiempo, se convirtió en un lamedor nato. Era incansable, podía estar trabajando con su lengua un ano o un sexo durante horas. Además conocía las particularidades de cada una de sus amas. A Nuria le gustaba que le hiciese unas cosas y a Mayte otras diferentes.
Pocos minutos le costó proporcionarle un buen orgasmo a su ama esa noche. A Mayte le gustaba tenerle durante un buen rato aún, lamiendo lentamente su sexo y alrededores, tras el orgasmo, ya con la luz de la habitación apagada. Esto la relajaba mucho y la ayudaba a quedarse dormida plácidamente. Cuando tenía suficiente, cerca ya de caer dormida, empujaba a su esclavo fuera de la cama con su pie.
Cuando fue expulsado fuera de la cama esa noche, Ricardo se echó sobre la alfombra, y comenzó a lamer y oler en completo silencio las botas y medias de su diosa.
Poco después pudo escuchar la respiración profunda, tranquila de su ama, que ya había quedado dormida. Mucho mas tiempo le tomó quedarse dormido a él, ya que aunque estaba agotado, el dolor de su piel en carne viva al rozar con la alfombra se lo impedía. Además seguía tremendamente excitado, por todos los acontecimientos de la noche.
Hasta el albor del día de Navidad, Ricardo permaneció oliendo el interior de las botas de su ama, y sólo entonces quedó dormido.
Cuando cerca de las doce de la mañana despertó Mayte y miró hacia el suelo, pudo ver a su esclavo profundamente dormido, con la nariz dentro una de sus botas y el cuerpo tremendamente magullado. Mayte sonrió y se dispuso a despertarle para comenzar un nuevo día.