Una nueva vida contigo (I)

Esta podría ser una historia de una chica joven que conoce a un maduro y se enamora perdidamente de él, pero de esas ya hay muchas. Él tiene todo muy claro y ella se deja llevar.

Acabamos de cenar y me levanté para ir al aseo. Él con cara seria me miró y en seguida entendí que no iría a hacer pis allí. Habíamos pasado una velada de lo más agradable en nuestro restaurante favorito. Hasta ese momento no fui consciente de todo lo que, sin darme cuenta, había bebido durante la cena. Tenía la vejiga a punto de reventar. Apreté las piernas y le supliqué con la mirada que me dejara ir a deshacerme de todo el líquido que había tomado. Imposible, cuando se pone serio no hay quien le haga cambiar de opinión, ni siquiera mi mejor cara de niña buena. Pagamos y salimos del local.

Me costaba seguir su paso, sentía que en cualquier momento iba a dejar de controlar mi esfínter. Unas manzanas más adelante encontramos un bar y le rogué que me dejara entrar al baño. Recibí su negativa, otra vez. No podía más, la cabeza empezaba a darme vueltas. En nuestro paseo hacia casa atravesábamos una calle estrecha y solitaria, miró una esquina poco iluminada y con varios contenedores de basura y señalándola, muy serio dijo

-Ahí, ahora, perra-

Yo dudé, no me lo podía creer, pero estaba tan desesperada que me acerqué medio a escondidas, me agaché y empecé a bajar mis braguitas.

-NO- dijo rotundamente y sin un atisbo de duda.

  • Pero, ¿y entonces? - pregunté impaciente.

  • ¿Quieres mear o no, puta perra? - su orden era firme.

Subí con cuidado mi falda larga y en cuclillas empecé a soltar mi pis, bueno, su pis porque ahora todo lo mío es suyo. La situación era de lo más humillante, sentía cómo las braguitas se iban empapando de pis caliente que salía incontrolado por la cantidad que había estado reteniendo todo ese tiempo. Salpicaba en el suelo mojándome los pies y mis sandalias recién estrenadas. Cuando terminé y me levanté, el pis acumulado en la tela de las braguitas seguía bajando por el interior de mis muslos. Me bajé rápido la falda intentando ocultar lo que acababa de pasar. Una vez recompuesta y dispuesta a seguir nuestra ruta, me cogió el bolso y sacó mi collar de perra. Bajé la mirada y él agarrándome del pelo me acercó a su cara y me dijo al oído

  • Eres mía para siempre, no lo olvides nunca. - y me colocó con cariño el collar que posteriormente enganchó a una fina correa que colgaba hasta su mano. Estaba claro que la noche no acabaría así.

Continuamos nuestro camino, cada poco paraba por indicación de mi Amo que daba un pequeño tirón a mi correa para acercarme más a él.

Siempre la misma pregunta - ¿Qué eres? -

Solo escucharla, susurrada y firme en mi oreja, ya sentía como mi coño, su coño, se contraía. Y con el mismo tono y la cabeza gacha, mi respuesta era siempre la misma.

– Tu puta perra, tu cerda meona, te pertenezco –

Cada vez que decía esas palabras un escalofrío recorría mi cuerpo empezando desde el cuello, pasando por mis pezones que se endurecían debajo de la ropa y terminando directa en mi clítoris, sintiendo algo así como

una descarga

.

Esto lo repetimos un par de veces más, casualmente cuando nos cruzábamos con alguien. A los ojos de los viandantes podíamos parecer una pareja enamorada, o eso trataba de pensar para no quedarme paralizada en medio de la calle.

De repente y sin esperarlo, paramos en un portal que estaba abierto y me metió dentro del edificio de un tirón que me dejó de rodillas. Abrió la cremallera de su pantalón y en voz alta dijo

– Come, puta – le saqué la polla obediente y me la metí en la boca.

No me dejó muchos minutos para disfrutar comiéndosela, se retiró, se cerró el pantalón y salimos de aquel portal como si nada hubiera pasado. No fue el único portal en el que entramos, cada vez el tiempo mamándosela era más largo, su polla estaba más dura y prácticamente al límite para correrse. Yo cada vez estaba más caliente y lamía y absorbía con ansias.

En el tercer portal, a pocas manzanas de casa, me sorprendió diciendo:

– Dame tus bragas, cerda.

Me las quité; estaban empapadas ya no solo de pis, también llenas de los jugos que habían salido por la excitación de mi coño. Me las pasó por la cara, hizo una bola con ellas y ordenándome que abriera la boca, las colocó dentro. El olor era intenso y todavía contenían algo de mi pis que, al presionar la tela, chorreaba entre las comisuras de mis labios. Nerviosa, ansiosa, excitada, sucia y con la boca llena, volví a salir con él a la calle. Iba mirando al suelo y rogando a Dios no encontrarnos con ninguna vecina, amiga o con mi madre que vivía en el portal de enfrente.

  • Levanta la cabeza, puta, luce orgullosa tu collar, eres de mi propiedad y te uso como quiero.

Y de un tirón me metió en un portal que no era el mío. Esta vez me empujó contra una pared y colocándose delante repitió las palabras mágicas

  • ¿Qué eres?

Yo no podía más, se me escapó un gemido que quedó silenciado por las braguitas que seguían en mi boca. Me las sacó por un momento, esperando mi respuesta

– Tu puta perra, tu cerda meona, te pertenezco

volvió a introducirlas de golpe.

  • No quiero que todos los vecinos se enteren de lo guarra que puedes llegar a ser. Estás meada y por lo que puedo notar con muchas ganas de que tu Amo, Dueño y Señor te use. -

Mientras decía esto, introdujo dos dedos de golpe en mi vagina. Los sacó y, arrodillándose, se metió debajo de mi falda

– Eres una cerda, tienes el coño asqueroso, puta. -

y abriéndome un poco más las piernas, empezó a lamer lascivamente. Sentía como la pasaba separando cada pliegue de mi coño perfectamente depilado y recreándose especialmente en mi clítoris haciéndome gritar y estremecerme de placer. Iba limpiando cualquier rastro de pis y quedándose con todo el flujo que aumentaba con mi excitación. Cuando estaba a punto de correrme, frenó en seco y salió de mi falda.

  • Sabes a hembra y a meados, mi sabor preferido. – exclamó mientras se relamía.

Se levantó y quedándose a mi altura me dijo:

– Prueba –

y empezó a besarme de forma intensa, enlazando su lengua con la mía y dejándome la boca llena de saliva mezclada con el sabor de mi coño.

Después de un rato largo se separó y me miró fijamente de arriba abajo, estaba vestida y sin embargo me sentía completamente desnuda, era suya y estaba ahí delante de él, humillada y sometida en un portal que no era el mío. Respiró profundamente y cuando ya creía que nos iríamos a casa me giró rápido contra la pared y me agarró de la cadera sacando mi culo hacia fuera. me quedé prácticamente de puntillas y apoyada en la pared con las manos.

Sin esperarlo, me dio un sonoro azote que con el eco del portal y el silencio de la noche debió escucharse en todo el edificio. Intenté recuperar la posición vertical pero no me lo permitió y se metió por debajo de la falda detrás de mí. Me separó violentamente los cachetes del culo y lanzó un escupitajo directo a mi ano, paso la lengua presionando el orificio para luego introducirla hasta lo más profundo de mis entrañas. Jugó con su lengua dentro y tras un par de minutos la sacó e introdujo de golpe un

plug

que me pareció enorme; me pegó otro sonoro azote y tirando de la correa me ayudó a ponerme de pie.

Mi aspecto era terrible, más propio de una furcia después de una larga noche de trabajo que de una chica de bien que había salido a cenar. Tenía el pelo revuelto y sudado, el maquillaje de los ojos corrido, la boca abierta, ocupada por mis braguitas y saliendo de las comisuras una buena cantidad de babas que llegaba hasta mi camisa y resbalaba por mis pechos. Levanté la mirada buscando en él algo de compasión que no encontré. Me atusé el pelo y con un pañuelo usado de papel que encontré en el fondo del bolso, limpié como pude los restos de rímel y lápiz de ojos que se habían difuminado por los párpados y parte de mis mejillas. Poco más se podía hacer. La situación debajo de la falda no era mucho más digna; las piernas pringosas con restos de pis, flujo y babas que habían ido cayendo, el coño sucio y, como colofón, el

plug

que dilataba intensamente las paredes de mi esfínter.

Salimos fuera del portal y un golpe de aire fresco me hizo sentir mejor a pesar de lo sucia, humillada y avergonzada que me sentía. Él, sujetó la correa que me colgaba del cuello y empezó a andar impasible por la acera. Yo le seguía con la cabeza gacha, dando pasos lentos y torpes. Me iba autoconvenciendo de que pronto llegaríamos a casa, sin embargo, giramos y nos metimos por un pasadizo subterráneo que cruzaba una avenida. Es un lugar oscuro, con las paredes llenas de grafitis y maloliente por las meadas de los que pernoctan allí.

  • A cuatro patas, perra – fue una orden firme, como todas las que salían de su boca.

Miré a un lado y a otro, había alguien tumbado, aparentemente dormido, cubierto por cajas de cartón y unas mantas. Cumplí y me puse a cuatro patas, él tiro de mi correa y dio un par de pasos, se giró, dio una vuelta a mi alrededor, se agachó y me levantó la falda hasta la cintura dejando al aire mi culo con el

plug

a la vista.

  • Las perras no llevan falda.

y como si no hubiera ocurrido nada, volvió a tirar de la correa y seguimos avanzando. Pasamos por delante del hombre, que apestaba a alcohol y a pis de varios días. Cuando ya lo habíamos dejado atrás, oímos un silbido provocador y paramos; soltó la correa y dejándome ahí, escuché como retrocedía y se dirigía al mendigo.

  • ¿Le gusta mi perra, caballero?

No pude oír la

respuesta,

pero sí lo que él dijo a continuación.

  • Hace unas mamadas

espectaculares

y veo que usted está bastante solo. ¿Quiere que se la traiga? No le costaría nada y seguro que ella lo disfruta –

Me quedé paralizada, temblando y sin poder creerme lo que había escuchado, volvió, recogió mi correa del suelo y me dijo

– Volvemos, perrita, tienes trabajo.

Continuara... ¿o no?