Una nueva Vida (05: La Pulsera de la Lujuria)

EL adolescente descubrirá que es inevitable sentirse atraído por ese profesor canadiense con la mirada lujuriosa.

Una Nueva Vida ::V::

(La Pulsera del la Lujuria)

Les aconsejo que lean los otros tres para que sigan la historia; y no olviden escribirme a: leopoldo_relatos@hotmail.com o dejar sus comentarios aquí; para decirme que tanto les gusta o para darme ideas y sugerencias. Son muy importantes para mí.

La Pulsera

Al día siguiente todo transcurrió con normalidad, incluso Santiago me informó que ese día no había ningún servicio planeado, por ahora. El caso es que estaba esperando el momento en que Juan Carlos me liberase de esta nueva vida y pudiera volver a ser normal. No es que no disfrutaba dando o que me dieran placer, pues aunque no quisiera aceptarlo me gustaba; es sólo que la humillación de convertirme en una puta o en una perra me aterraba.

Durante la clase de inglés, el profesor canadiense empezó a dar su clase normalmente. El Profesor tendría aproximadamente unos 30 años, totalmente güero y con una barba de candado de encantaría a cualquiera. El susodicho macho canadiense se acercó a Santiago y le ordenó que se quitara su pulsera pues estaba prohibido portarlas en la escuela. La pulsera negra acabó en el fondo de un bolsillo interno del saco de profesor. Santiago estaba furioso por haber perdido esa pulsera.

La solución de Santiago fue muy simple, para él claro está. Le escribió una nota al profesor de inglés y se la dio al terminar la clase. Supe, por sus miradas y gestos, que Santiago había encontrado la forma perfecta de recuperar su pulsera: le daría un servicio con mi cuerpo a cambio. Me imagino que el profesor no sabía a quién penetraría mientras gemía y pensando en esto no sólo me aterré, sino que un extraño tipo de vergüenza me inundó. Empecé a pensar cual sería la mejor manera de deshacerme de este "servicio" que debía dar; tenía mil excusas en mente, pero sabía que ninguna funcionaria porque la susodicha pulsera, por más descuidada y rota que se veía había sido un regalo del difunto abuelo de Santiago. ¿Su abuelo también sometía putas como él? ¿Era este un negocio familiar? Definitivamente no había forma de responder a esta pregunta.

Nada de Errores

Cuando la campana para salir al recreo sonó, yo sabía muy bien que lo que iba suceder a continuación era inevitable. Me quedé sentado en mi banca, impotente, viendo a todos salir del salón, pero fijándome especialmente en Javier y en Juan Carlos. Santiago se quedó sentado en su banca también. No había forma de escapar de esta; por hoy estaba condenado a ser una puta más que sólo sirve para dar placer.

Santiago se acercó a mí para besarme como lo había hecho antes, como lo hacía siempre. Luego me miró a los ojos, sus ojos brillantes y llenos de vida; nuestras miradas se cruzaron. Santiago se aclaró levemente la garganta.

  • Puta mía –dijo susurrante con una sonrisa dibujada en sus labios- necesito que me hoy des un excelente servicio. Hoy no quiera nada de errores.

Yo asentí con la cabeza, sabiendo que lo hacía hipócritamente. Santiago me tomó de la mano y salimos del salón caminando por los pasillos de una famosa escuela del Distrito Federal de México. No quería ir, quería gritarle a Santiago y librarme de todo eso, pero algo me controlaba para que no le gritara; algo hizo que siguiera caminando por los pasillos detrás de Santiago hasta llegar a una pequeña oficina ubicada cerca de las escaleras.

Santiago tocó y un gruñido dentro le indicó que podíamos pasar. Él abrió la puerta y entro a la pequeña oficina. Yo, en cambio, entré torpemente pues tenía miedo de lo que fuera a pasar. Dentro de la oficina, el macho canadiense nos saludó en inglés y le hizo, con la mano, un gesto a Santiago. Él cerró las persianas para que nadie nos pudiera ver y luego salió de la oficina. Nos dejó solos al profesor canadiense y a mí. Yo sonreí nerviosamente y empecé a trabajar.

Mi Primera Vez

Me acerqué al canadiense, recargado en una silla detrás de un escritorio, y lo miré nerviosamente mientras él me sonreía lujuriosamente. Era la primera vez que hacía esto con alguien mayor de edad; así como era la primera vez que hacía esto con un extranjero. Sin duda había aprendido de mis errores y estaba dispuesto a que todo saliera bien esta vez. Para evitar castigos de Santiago y para ayudar a que Juan Carlos intercediera por mí antes el "Consejo Único de Machos."

Le quité el saco al profesor y cuidadosamente lo dejé sobre la mesa. Luego me senté sobre él, más bien estaba como arrodillado justo frente a él, y empecé a masajear su pecho lleno de vello rubio. Era extraño, pero estaba deseoso en ese momento de saborear a ese rico extranjero frente a mí, por lo que me incliné para besarlo mientras que él cerraba sus ojos para aceptar el beso. Ese beso sabor a cigarro fue delicioso, como ninguna que había hecho antes.

Aún besándonos dejé de masajearlo para empezar a desabotonar su camisa y aventarla al otro lado de la oficina. Por fin tenía ese pecho desnudo sólo para mí, para que lo disfrutara como yo quisiera. Sin separar mi boca de su cuerpo, fui bajando besando su barbilla perfecta y besando su cuellos hasta llegar a mi meta: su fornido pecho. Es obvio que como cualquier macho decente su pecho estaba musculoso, pero no lo parecía por lo velludo que estaba su pecho. No había sudor que chupar, nada. Estaba molesto y por eso seguí besando en lugar de lamer; mis manos masajeaban las hermosas y curveadas caderas del canadiense mientras que las manos del profesor se mantenían en ocupadas para desvestirme.

En poco tiempo quedé en tanga y medias mientras seguía besando. El extranjero se desabotonó su pantalón y le dejó caer; lo mismo hizo con su bóxer amarillo liberando su venoso pende de 19cms

  • Prepárate para ser llenado por mi pene –me dijo en un perfecto inglés mientras me despojaba de mi tanga.

Sin decir nada más me empujó cayendo mi culo de lleno en su pene. Estando mi culo tan acostumbrado a estar ocupado por machos deliciosos dejó entrar fácilmente al mástil erecto del canadiense. Era difícil mantener el equilibrio mientras me cogía sentado en su silla. El macho empezó a mover su pelvis para arriba y para abajo.

  • Ah, Ah, Ah. Me voy a caer –gemía yo en inglés

  • OH sí, así se hace puta –contestó él.

Aceleró su movimiento metisaca, parecía no estar saciado. Nunca antes, alguien había tardado tanto en correrse en mi interior. El culo me estaba empezando a doler, pero al profesor extranjero no le importaba porque estaba disfrutando mucho de mi cuerpo.

Finalmente llegó el éxtasis a su rostro soltando toda la leche que pudo en mi interior con un gran gemido. Pero no había acabado porque me empujó, cayendo al piso de nalgas.

Otra Primera Vez

Ya en el piso, el macho canadiense se abalanzó sobre mí y se metió mi pene en su boca. Era la primera vez alguien hacía eso, pensaba que ningún macho podía tragar leche. Y estaba en lo correcto. El profesor mamó y mamó hasta que en mi pene sentí un cosquilleo y solté todo mi semen en su boca. Él se inclinó y en medio de un beso me pasó toda mi leche. Mientras la saboreaba me di cuenta de lo enfermo, y de lo macabro que estaba haciendo y me excité por esto.

El profesor me levantó, cargándome en sus poderosos brazos como si fuera su tierno bebé para prometerme que por hacerlo tan feliz tendría diez de calificación siempre. Fue en ese momento que empecé a considerar que ser una puta no era tan malo.

Después de todo lo que había pasado el cuerpo de mi nuevo macho goteaba a sudor destilando ese olor que sólo los machos tienen por lo que le pedí que me bajara. Tiré, entonces, todas las cosas que tenía en su escritorio y luego empuje a mi profesor para que se recostara en la mesa. Me incliné para saborear todo el sudor sobre el vello de su pelo, sus axilas y sus muslos. Pero no gimió porque estaba enojado porque había tirado sus cosas del escritorio. Me tomó de la cabeza y me llevó hasta su pene para me le metiera a la boca. Esta vez pasó poco tiempo para que se corriera, pero eso no le quitó el enojo.

El Castigo

Me puso con las manos sobre el escritorio, levantando el culo. Estaba listo para aceptar mi castigo. El macho canadiense empezó a nalguearme cada vez más fuerte; a pesar del dolor yo lo disfrutaba. Eventualmente se detuvo y con su perfecto inglés me ordenó que recogiera todo lo que había estado en su escritorio; sus libros, exámenes y plumas. Pero no quedando satisfecho tuve que arrodillarme para besar sus sucios zapatos negros de charol que no se había quitado en ningún momento.

Luego tuve que vestirlo como estaba, su rostro parecía complacido y eso hizo que me diera la pulsera. Había dado otro servicio y había dado más placer. ¿Que más aventuras me esperaban? Por lo pronto sabía que algo se avecinaba el fin de semana...