Una nueva familia
Como una tragedia me llevo a una conversión.
Fue una tragedia lo que originó todo esto, un accidente automovilístico me dejó solo en el mundo, murió mi madre, mi padre, y mis dos hermanos. Esto paso cuando tenía 9 años. Como entenderán me impacto demasiado, de un chico alegre y extrovertido, algo malcriado, me convertí e un chico tímido y sumiso, que me dejaba llevar por las situaciones.
Si sobreviví fue porque no quise ir a donde iban, mi madre me dejó con una amiga. No tenía parientes cercanos, y me destino iba ser en algún albergue u orfanato, esperando que alguien me adopte. Pero aquella amiga de mi madre, Diana, se sintió casi con la responsabilidad moral de cuidarme, pues me quede en su casa esa noche.
Su casa era el típico lugar donde la presencia masculina no existía, pues a pesar de que tenía dos hijas, Andrea y Alejandra, era separada. Además, luego de vivir un tiempo en esa casa me entere que era lesbiana. No puedo quejarme, se aperturaron casi de inmediato a mí. Hacían cualquier cosa para que no me sintiera solo. Así me fui encariñando con ellas, al punto que eran con las únicas con quien me juntaba, pues no hablaba con nadie en el colegio. Al cabo de un año fui identificándolas como mi familia, pero a su vez, tanto a Diana como a sus hijas, también me unían lazos de amistad. Pero indirectamente, de manera inconsciente, al tener poco contacto con presencia masculina, pues ni Diana traía hombres a su casa, ni sus hijas tenían muchos amigos hombres, así que mi contacto con lo masculino era casi nulo. Esto hizo que poco a poco baya afemenizándome tanto en mi trato como en mis movimientos. Al punto de que Andrea y Alejandra se divertían vistiéndome con sus ropas. Me maquillaban, y hasta me habían puesto un nombre femenino, Adriana.
Como dije, tenía un comportamiento sumiso, así que dejaba que hiciesen lo que quisieran.
Si bien recibía mucho cariño de parte de mi nueva familia, no pasaba lo mismo en el colegio. Los chicos, por ser afeminado, no me dejaban tranquilo, me metían la mano, me escupían; eso al comienzo, luego me empezaron al golpear, no era que no podía defenderme, porque a pesar de mi delicado cuerpo, era fuerte. Solo que no me defendía, ni siquiera lloraba, eso los enfurecía. -Llora marica- me gritaban, pero atrás de esa apariencia de delicadeza y sumisión ocultaba una sonrisa de demonio.
A pesar de que nunca le dije nada a Diana, las marcas de los golpes eran inocultables. Lo único que ella no podía soportar era que me maltraten o que sufriera. Con mil formas intentaba sacarme lo que me estaba sucediendo, pero siempre le mostraba una leve sonrisa. Al final se entero por Alejandra.
En parte se sentía culpable, mi afeminamiento era parte por el entorno que me había dado, a demás aunque sabía del juego de sus hijas con migo no hizo nada para evitarlo, ella también disfrutaba verme como niña. Creo que hasta le excitaba, pues de vez en cuando se unía al juego, era el muñequito de la casa, mejor dicho la muñequita.
Ya no había paso atrás, era inevitable mi afeminamiento, así que me saco del colegio y comencé a estudiar en casa. A demás lo que paso de ser un juego, ahora ya era casi una cotidianidad, ya no me decían Alfredo, sino Adriana. Había desaparecido toda mi ropa de hombre. En mi guardarropa solo había ropa femenina.
A los doce años mi identidad como hombre, al menos como apariencia, había desaparecido.
De pronto paso algo que me resulto extraño, mi cuerpo comenzó a transformarse. Mi piel se ponía más tersa, mi caderas se ensanchabas, mi cintura se moldeaba de manera femenina, y de mi pecho masculino comenzó a formarse unos senos. Lo que pasaba es que Diana comenzó a poner en mi comida hormonas femeninas. Luego me explicó lo que me estaba pasando, y me pregunto que si podía seguir con el tratamiento. Como siempre yo le decía sí a todo. Así yo mismo me comencé aplicar el tratamiento. Crema de estrógeno para desarrollar los senos y para que se me moldee la cintura de manera femenina, depilaciones con láser, y cuando cumplí 15 años unos senos de silicona y algunas cirugías al rostro para hacerlo más femenino. Me sometí a una rígida dieta y ejercicios aeróbicos hacían de mi cuerpo esbelto. Diana estaba obsesionada con mi cuerpo, cada adelanto en la transformación me lo aplicaba, aunque siempre dejo mi pene donde estaba
Pronto me convertí en una linda señorita. Con unas medidas de 92, 63, 97, un culito formadito por los ejercicios y los tratamientos, una ropa muy sexy, toda apretadita. Mi pelo largo y ondulado, por la casa siempre en baby doll, le encantaba a Diana verme así. Lo extraño era que a pesar de la cantidad de hormonas femeninas que me aplique mi pene no se redujo de tamaño, por el contrario, su tamaño era magistral, largo y ancho, cosa que al principio me trajo problemas porque me era difícil ocultarlo al transvestirme... Dime tu mi lector si quieres que siga la historia escríbeme a: