Una nueva experiencia (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Fragmento de la novela "The Maestro".

El Maestro (fragmento)


Título original: The Maestro

Autor: Leo Barton (c) 2001

Traducido por GGG, septiembre de 2002

En el club... El Attico... la primera sumisión de Linda.

Dos bellas mujeres aparecieron en el escenario... Una parecía más mayor, al comienzo de la treintena, vestida tan elegantemente como el maître con un vestido de noche de seda gris. Pelo rubio, pero piel bronceada. La otra chica era más joven, probablemente veinte escasos. Tenía un pecho excesivo que destacaba en un jersey tipo polo color mostaza con cuello, y piernas largas moldeadas por medias bajo una falda corta de cuero marrón oscuro.

"La mayor, la del vestido, es Ramona, y la chica más joven es Montse."

"Ya veo," respondió Linda sin saber cómo esperaba Alfonso que reaccionase.

"Lo verás, Linda, lo verás todo," añadió María.

Las dos mujeres ocuparon sus sitios en el sofá.

Ramona besó a Montse apasionadamente en los labios, y mientras sus bocas se enganchaban, deslizó la mano hacia arriba por la pierna de Montse. Era más real y violento que la escena simulada que había imaginado Linda. Ramona había agarrado bruscamente a Montse por la cabeza y empezaba a chasquear la lengua dentro y fuera de su boca. Montse parecía genuinamente impresionada de lo ruda que estaba siendo con ella la mujer mayor.

"Aquí es donde empieza esto," dijo Alfonso entusiasmado.

Los ojos de Linda seguían fijos en el escenario. Ramona de repente se puso aún más dura con Montse, quitándole el suéter por la cabeza poniendo al descubierto un sostén de algodón rojo, antes de bajarle las copas, tomarle los pezones con la boca, estirando cada uno, reteniendo la tetilla entre los dientes. Linda podía ver claramente como Montse hacía gestos de dolor mientras Ramona apretaba la punta rosada del pecho de Montse. Los ojos asustados de Montse traicionaban la pasividad de su cuerpo, sus brazos colgaban flácidos en los costados, pero sus ojos miraban implorantes a la audiencia.

Luego juntando las dos manos de Montse, Ramona sacó un trozo de cable negro del lateral del sofá y lo enrolló alrededor de las manos levantadas de la joven, enganchándolas juntas en un nudo tosco. Ramona levantó a la apática chica hasta que estuvo arrodillada sobre el sofá.

A Linda todo le parecía bastante auténtico. La impresionó. Le impresionó pensar que estaba en semejante sitio tan pronto con Alfonso, cuando solo unas pocas horas antes había estado recordando lo que había ocurrido con Luke. ¿Cómo podía Alfonso haber sabido que efecto tendría semejante espectáculo en ella?

Tan pronto como las manos de Montse estuvieron atadas, apareció en el escenario un hombre calvo y gordo con traje blanco, la cara fijada en una mirada lasciva. Caminó lentamente alrededor del sofá mirando atentamente el espectáculo, antes de volverse para sonreír a la audiencia. Dijo, dirigiéndose aparentemente a Linda, con voz de trueno, "No puedes luchar. Si haces lo que te diga te produciré un placer que nunca has imaginado." Su ojos parecían mirar de forma incómoda a Linda, como si supiera algo que palpablemente no sabía. El presentador enfocó brevemente su mirada en Alfonso y sonrió, antes de dar la espalda a la audiencia. Agarró a Montse por el cuello y empujó el rostro de la muchacha hasta estrujarlo contra el respaldo del sofá.

Ahora no parecía haber nada simulado en la escena. Linda podía ver cuanta presión se estaba ejerciendo sobre los pezones tumefactos de Montse. Contra su voluntad, le hacía sentir excitante, muy excitante, el pensar como Ramona y el hombre corpulento podían dominar a la chica más joven. Ramona había colocado pinzas de metal en los jóvenes pezones de Montse y tiraba de ellas. Montse chilló ante la dolorosa presión. Linda pudo ver como los pezones de la joven eran cruelmente estirados por la mujer mayor.

El viejo se volvió hacia la audiencia. "Esta muchacha está en mi poder ahora, damas y caballero. Está totalmente en nuestro poder. ¿Qué les gustaría que le hiciera?" dijo en español.

"Azótala," dijo Alfonso, riendo ante la perversa pantomima que se representaba delante de sus ojos.

Durante todo el tiempo Montse luchaba inútilmente contra sus ataduras.

El hombre del escenario sonrió maliciosamente como una espantosa gárgola. Se arrodilló delante de Montse. Su falda de cuero se había subido lo bastante para revelar la parte superior de sus medias. Levantó la falda con rudeza mientras Ramona desde detrás del sofá sujetaba firmemente en sus manos las muñecas atadas de la muchacha.

Linda miró a Alfonso. Su cara estaba transfigurada por el espectáculo, sus ojos clavados en Montse, cuando el protagonista masculino del trío exhibicionista bajaba las bragas escarlata de Montse para poner al descubierto las dos esferas perfectamente bronceadas de su trasero.

"Tráeme la vara," ordenó a Ramona.

Mientras Ramona abandonaba el escenario, los rechonchos dedos del hombre se deslizaron dentro de la hendidura del culo de Montse, bajando hasta los húmedos labios de su sexo. Montse empezó a retorcerse sobre sus dedos pero él le ordenó que se estuviera quieta.

Ramona le pasó una vara.

"¿Podríamos contar con un voluntario de la audiencia, por favor?" pidió el hombre. Sus ojos cayeron de nuevo sobre Linda, esta vez invitándola a ofrecerse voluntaria.

"Creo que quiere que vayas." Alfonso le cuchicheó al oído, inclinándose sobre ella.

El espectáculo la había excitado indudablemente, pero el pensamiento de hacer algo tan públicamente, tan abiertamente, la aterraba.

"¿Qué? ¡No, por favor!" Linda habló a Alfonso pero imploró a los ojos que la miraban desde el escenario. Se sentía desnuda delante de Alfonso. ¿Qué clase de conocimiento había acumulado sobre ella en unas pocas reuniones sociales que Sebastián no había conseguido en tres años de matrimonio? Una parte de ella se sentía ultrajada y quería irse, pero Alfonso obviamente la conocía demasiado bien, había apostado por el hecho de que ella vendría, que semejante espectáculo desataría algún deseo fundamental en ella que había tratado siempre de esconderse a sí misma.

Una o dos personas de las que estaban detrás de ella gritaban para que las seleccionaran. Linda se sintió momentáneamente molesta con todo el espectáculo público, con los ojos ávidos que miraban a la pobre muchacha humillada, molesta también con la impaciencia de Alfonso por traerla aquí. Lo sentía tremendamente surrealista, como si hubiera de alguna manera traspasado los confines normales de su vida de una forma terriblemente degenerada, y quería volver adentro. Su cabeza parecía confundida, su cuerpo se sentía increíblemente ligero. Sentía que podía desmayarse.

El hombre del escenario estaba diciendo algo de que prefería una mujer voluntaria porque era más divertido ver a una mujer pegando a una chica.

Linda notó la mirada intercambiada entre Alfonso y María, y luego María penetró resueltamente en el vertiginoso y brillante haz luminoso. ¡María! La chica reticente y refunfuñona estaba tomando la vara que le pasaba el hombre. La mantuvo alta sobre su cabeza, arqueando ligeramente el brazo, bajando la mano en una veloz acción brutal. La vara segó el aire y luego hubo un nítido y revelador golpe cuando aterrizó sobre las carnosas nalgas de Montse. La muchacha, que no esperaba semejante golpe de una mujer, soltó un grito agudo y penetrante. Cada golpe era escandalosamente coreado por la audiencia del club.

María descargó una serie de golpes estridentes sobre las nalgas de la joven, las marcas enrojecidas en el trasero de Montse eran resaltadas por el brillante haz luminoso, cada golpe provocaba que la multitud que lo coreaba ahogara los gritos de la dolorida Montse.

Linda sintió que la mano de Alfonso tomaba la suya.

"Es tu turno, Linda."

"¿Qué?"

"Déjate ir, relájate. Eres muy bella. Esto es bello. No luches contra ello."

"¿Contra qué?"

Alfonso sonrió, pero no dijo nada.

"¿Qué es lo que quieres que haga, Alfonso?"

La miró mientras su mano se deslizaba a lo largo de la media de su pierna, sobrevolando el nailon, provocando las más delicadas de las sensaciones de cosquilleo a lo largo de la superficie de su piel. Ella le dejó, devolviendo todo el tiempo la mirada de sus ojos sonrientes. Su mano se arrastró hasta el borde de su ropa interior, luego se metió debajo, frotando ligeramente su suave carne. Se relajó un poco en su silla, para dejar que su dedo se deslizara más adentro por la cresta de su sexo. Sí, le quería.

Alfonso desvió momentáneamente su mirada de nuevo al escenario. Linda también miró. Montse estaba ahora abierta en cruz sobre el sofá; el hombre voluminoso que había pedido voluntarios estaba metiendo su grueso pene en su boca entreabierta, mientras María seguía azotando el curvilíneo trasero de la muchacha española.

¿Qué ocurría? Las imágenes relampaguearon en la mente de Linda. Parecía no ser consciente de nada salvo de un ardiente deseo dentro de ella.

"Alfonso ¿aquí?" preguntó Linda volviendo sus ojos a él.

"No te preocupes, aquí todo es posible. Confía en mí."

Alfonso se arrodilló entre sus piernas estiradas, sus manos sujetándola firmemente por los blancos muslos, sus dedos escarbando en la suave carne, apartando a un lado el triángulo de sus bragas, su lengua empezaba a sondear dentro de los hinchados labios de su sexo.

Miró a su alrededor. Nadie parecía interesarse en lo que Alfonso le estaba haciendo. Actos similares de cunnilingus y felación se hacían por todas partes en el club.

Alfonso la torturaba suavemente, su lengua rodeaba ahora el bulto de su clítoris, haciendo que jadeara de placer.

El presentador gordinflón la miró: "La Inglesa, ¡venga! (N.T.: en español en el original)"

De repente se dio cuenta de que otro hombre se destacaba sobre ella, luego se ponía detrás y ensartaba sus manos a través de sus brazos. Se sintió levantada hacia atrás en su silla, luego elevada. Era Alfonso y era el otro hombre que parecía haber salido de la nada, un hombre negro, un hombre negro guapo, alto y elegantemente vestido con un traje de lino negro. Podía oler su colonia. Sus ojos la perforaban.

Se sintió sin peso. La llevaban hacia el haz luminoso, hacia la luz y hacia el sofá donde había sido testigo de la varea a la que María sometió a la muchacha española. Miró hacia arriba al hombre negro que la llevaba, sus brazos enhebrados a través de los de ella; sus manos apretujando sus pechos sobre el vestido. Era consciente de una multitud que se movía hacia ella, coreando. Se sintió a la vez desconcertada y estimulada.

Un instante después estaba sobre el sofá. Observó al guapo del traje negro de lino mientras deslizaba los dedos bajo el suave encaje de su sostén. Pudo sentir el calor de sus manos sobre su pecho, frotándose contra sus gomosos y palpitantes pezones. Alfonso estaba también allí, todavía apartando el triángulo de sus bragas, su lengua enrollándose en cada uno de los labios de su sexo, sus dientes mordisqueando ligeramente los hinchados y carnosos pliegues, haciéndola sentir el hormigueo. Una de sus manos empujaba ahora su abdomen hacia abajo, incrementando el placer en su interior, provocando otra oleada de placer cada vez más desinhibido.