Una novia dominante es humillada y sometida

Juan sufre el enfado de su novia cuando es humillada por la amante de su amante.

MI NOVIA DOMINANTE ES HUMILLADA POR LA AMANTE DE SU AMANTE

El despertador sonó a las 7 de la mañana, sólo una vez emitió ruido ya que tenía la orden expresa de que a ella no la podía despertar semejante desagradable ruido. Por eso Juan dormía con el despertador bien cerca de su oído y así evitar enojar a Ana. Una vez apagado Juan se desperezó y estiró sus agarrotados músculos, eran las consecuencias de tener que dormir en el suelo, como Ana, su ama, le había ordenado. Pero no se quejaba ya que eso era preferible a tener que dormir, como aquella lluviosa y fría noche, en el balcón.

Cada vez que cerraba los ojos para dormir en el suelo se reconfortaba pensando que en el balcón estaría peor. Aquella noche Ana había discutido con su amante y llegó a casa de mal humor. Estaba claro que su novio, a la vez que esclavo, iba a pagar las consecuencias; aún no sabía cómo, sólo sabía que nada más llegar a casa Juan recibiría una paliza. Ahora bien, pensaba Ana, más le vale que todo en casa esté perfecto, porque el mínimo fallo desencadenará en mi más ira aún. Y vaya si encontró un fallo, nada menos que el tonto estaba sentado en el sofá hablando con Luisa, la íntima amiga de Ana, que era la única que estaba al tanto de la relación.

Ahí estaba él, tan tranquilo sentado el sofá tomando un refresco y charlando con Luisa como si tal cosa. Evidentemente, al ver entrar a su, Juan corrió a postrarse a su pies y besar sus zapatos, pero en cuanto se irguió recibió una fuerte bofetada en la mejilla y, aún sin reponerse del dolor, de la sorpresa y del susto, recibió una patada en la entrepierna. La tormenta estaba desatada y Juan lo sabía, el miedo recorría su cuerpo de tal modo que le hizo olvidar el dolor en sus partes. Sabía lo que tenía que hacer, así que tumbó en el suelo boca arriba a la espera de más correctivos. Pero Ana lo dejó allí y se fue a sentar con Luisa a contarle lo que había pasado con Pedro.

  • Joder Luisa –dijo Ana–, ya sé que me gusta la vida que llevo con Juan, que no la cambiaría por nada del mundo. Todo lo que hacemos es sólo un juego, pues lo importante es que nos amamos y, dentro de este juego, nos respetamos. Y como quiero esto no quiero tener otras relaciones con implicaciones amorosas. Sexo sí, amor no, pues amor es sólo para Juan. Y si no puedo tener relaciones amorosas, sé que tampoco puedo obligar a Pedro a serme fiel. Pero es que el muy cerdo…

En ese momento Ana empezó a llorar y no pudo seguir hablando, por lo que Luisa le pasó una mano por el cuello y atrajo su cabeza hacia su hombro para consolarla. Pasados unos segundos, Ana se apartó y continuó hablando.

  • El muy cerdo… Llegué a su casa, toqué el timbre y me abre desnudo y empalmado. No me extrañó lo de que estuviera desnudo, pues le había avisado que iba para su casa ¿pero empalmado?  Le pregunté que pasaba y el sin decirme nada me hace pasar y me da un beso en los labios, me coge del culo y me lleva a su habitación… Y allí, sobre la cama, una tía en la cama en pelotas. Le pregunté que a qué venía aquello y me dice que es una de sus amigas y que me dejara de preguntas y participara. El cabrón ya tenía la mano en dentro de mi coño…

  • ¿Dentro de tu coño? –preguntó Luisa extrañada.

-Sí –contestó Ana–, ya sabes que a Pedro le gusta que vaya sin nada debajo de la minifalda –para confirmar tales palabras, Ana se levantó la minifalda y le enseño a Luisa su perfectamente depilado coñito.

  • Joder, Ana, que coño más bonito tienes.

Estas palabras hicieron que brotara una sonrisa de los labios de Ana y, en agradecimiento, se acercó a Luisa y se fundieron en un beso.

  • Bueno, como te decía –continuó Ana– Pedro con un dedo dentro de mí, tocando en ese punto que tanto me gusta y que me vuelve loca, invitándome a unirme a ellos en la fiesta.

  • Y claro, te enfadaste y te fuiste dejando la fiesta.

  • No, qué va, cómo quieres que me vaya. El dedo de Pedro jugando en mi coño y su preciosa polla apuntando a mi cara era obstáculos que me impedían ir. Es cierto que por un poco de dignidad me hice la ofendida e hice amago de irme. Pero me salió mal la jugada, porque Pedro se enfadó y señalando la puerta me dijo que me fuera, mientras el muy cerdo se iba para la cama con su amiga.

  • De verdad, Ana, que no sé cómo lo aguantas.

  • Pero cómo te atreves a decir eso, Luisa. Si las dos sabemos que si Pedro te llamara ahora irías corriendo. Venga, tía, que te mueres por echar un polvo con él.

  • Sí, es verdad, pero no seas mala conmigo recordando que él pasa de mí.

  • Vale, no lo haré. ¿Te apetece algo de tomar?

  • Una cerveza –contestó Luisa.

  • Esclavo, rápido, dos cervezas.

Casi antes de terminar la orden, Juan corrió a la cocina a por las cervezas y a por un cenicero, pues sabía que a las dos les gustaba fumar mientras bebían cervezas. Aunque sabía que mucha de la ceniza iría a parar a su boca. Sirvió las cervezas a las dos chicas y al observar la señal con el dedo de su ama, supo que la orden era la de tumbarse en el suelo a sus pies. Eso le dio alegría, pues así podría estar en contacto con los pies de su ama, pero también algo de miedo, pues si bien los pies de Ana podrían ir a su cara para que los besara, también podrían ir hacia su polla y sus huevos. Y en el estado de enfado que estaba Ana, era muy arriesgada su posición. Además, todavía tenía puestos los zapatos de tacón fino, así que supuso que sería pisado. Y así fue, Ana tomó la cerveza y posó el tacón de su pie izquierdo en la barriga de Juan, mientras cruzaba su pierna derecha por delante de su cuerpo apoyado en el sofá. La minifalda caía sobre su vagina, impidiendo que Luisa disfrutara de la visión, pero, a la vez, excitando la imaginación de su amiga. En esa posición continuó Ana con el relato:

  • Pues nada, que no me quedó más remedio que pedirle perdón. Allí, de pie, en la puerta de la habitación, plantada como una tonta, veía a Pedro en la cama besando a una rubia y sin decirme nada. Tras unos segundos me miró y me preguntó que qué hacía allí. Le dije que quería quedarme, que me perdonara por ser tan infantil. No me dijo nada, me miró con aire de superioridad, siguió besando a la rubia y señaló su polla para que fuera a chupársela.

Mientras contaba esa historia, la polla de Juan empezó a crecer, de lo que se dieron cuenta tanto Luisa como Ana.

  • Pero serás cerdo –gritó Ana–. Te excitas oyendo como un tío humilla a tu novia. Te vas a enterar.

Y sin previo aviso clavó el tacón en la polla de su esclavo, la cual, lejos de esconderse, se puso más dura aún. Juan se mordía los labios, pues no tenía permitido emitir ningún sonido si su ama no se lo ordenaba, así que reprimió el gemido de dolor y transformó la sensación en placer. Era su truco para cumplir la orden de su adorada ama.

  • Cerdo cornudo, pues sigue excitado, cabrón, que me estás poniendo muy contenta. Bueno, como te decía –siguió hablando Ana dirigiéndose a Luisa–, me fui a la cama, me arrodillé en el suelo y cuando le iba a chupar la polla me dijo que me subiera a la cama y me pusiera a chuparla a cuatro patas y con el culo en pompa. Cuando me la metí en la boca el muy capullo me dice que no sólo le falté el respeto a él, sino que también a su amiga y eso a ella no le gustaba. Y en ese momento, zas, la muy puta me da una nalgada. Joder, y encima fuerte. Pero no pude levantar la cabeza para protestar porque Pedro me había agarrado la cabeza y había metido la polla bien adentro. La rubia me dio otra nalgada y luego otra más, y yo con la cabeza bien sujeta por la mano de Pedro. Sabía que no podía hace nada, así que lo asumí, aflojé mi presión de cabeza y subí más el culo. Pedro se dio cuenta y, echándose a reír, soltó mi cabeza y seguí mamando su polla. La puta de la rubia seguía pegándome. Joder, creo que todavía tengo el culo.

En esto Ana se levanto, apoyando su tacón en la barriga de Juan, y se dio la vuelta, levantando la falda. El culo, efectivamente, aún tenía marcas rojas de las nalgadas de la rubia. Luisa estaba excitada, la historia le gustaba, adoraba a Pedro como un ser superior y también le gustaba Ana, pero sabía que sólo podía tocarla cuando ella quisiera, y ese parecía que no iba a ser el momento.

  • Sí –dijo Luisa– tu adorable culo está rojo.

  • Pues más rojo va a quedar el culo de alguien aquí.

Juan sabía que esa amenaza era para él. No conseguía que el miedo saliera de su cuerpo. Desde que la vio entrar tan enojada por la puerta, sabía que la noche acabaría mal para él. Ana volvió a hablar:

  • Y allí seguía yo, chupando la  polla y recibiendo nalgadas. Y cuando más contenta estaba, la rubia me empuja, me tira al suelo y se pone a follar con Pedro. Sabía que no podía decir nada, que tenía que esperar mi turno. Pero llega la puta y me dice que había sido muy mala y desconsiderada con ella y con Pedro, y que, como castigo, me fuera para mi casa. Que no fuera para ningún sitio, que no me parara para nada, sino directa a casa castigada. Que llamarían a casa para ver si estaba y que hasta mañana no saliera. Así que aquí estoy.

Justo en ese momento sonó el teléfono y Ana se levantó disparada, clavando el tacón en la polla de Juan, quien se retorció de dolor no pudiendo evitar emitir un leve gemido de dolor, que no pasó inadvertido a Ana, si bien en ese momento su única preocupación era coger el teléfono inmediatamente. Ya castigaría al llorica más tarde.

  • Hola ¿quién es?

  • Hola celosa –contestó una voz de mujer al otro lado de la línea.

  • Ah! Hola Ruth, encantada de saludarte –contestó Ana, disimulando su rabia, pues si bien sabía que la llamada provenía de la casa de Pedro, esperaba encontrar su voz y no la de la puta rubia al contestar. Pero supo que debía ser agradable, las cosas serían mejor así.

  • Así me gusta, que estés encantada, pues eso me hace suponer que has aprendido la lección.

  • Sí, la he aprendido.

  • No sé yo, no lo tengo tan claro. A ver, dime qué lección has aprendido.

Ana dudó al contestar pues sabía que era humillante. No le importaba humillarse ante Pedro, eso no lo podía evitar pues era un macho dominante y ella no se resistía a ninguna orden de él. Tampoco le importaba que su esclavo la viera humillada, pues eso también a Juan le gustaba, le excitaba. Pero no quería ser humillada delante de Lucía y, sobre todo, no quería estar por debajo de otra amante de Pedro. Podía aceptar que Pedro follara con otras, pero esas otras, al menos, debían estar, como mucho, a su nivel. Que otra fuera la preferida era superior a sus fuerzas. Y si encima, por su actitud celosa, ahora tenía que sufrir estar humillación, la situación se transformaba en insoportable.

Los segundos pasaban sin que Ana fuera capaz de articular palabra, por lo que Ruth, al no oír contestación, tomó de nuevo la palabra.

-          ¿Por qué no contestas? ¿Estás acompañada?

-          Sí –contestó Ana-

-          ¿Por quién? –inquirió Ruth

  • Estoy con Lucía –no sabía por qué, pero prefirió omitir que estaba con Juan.

Esta vez fue Pedro quien habló:

  • No has oído la orden de Ruth, di de una vez la lección que aprendiste y, además, por desobedecer, has de explicar también cómo aprendiste la lección.

La cosa se estaba poniendo fea, la decisión era complicada. Si contestaba lo que le pedían, podía iniciar una vorágine de sometimiento a la puta rubia. Esa Ruth de los cojones la iba a atormentar con el consentimiento de Pedro. Y si no contestaba y colgaba el teléfono, que era lo único que podía hacer para salvar su dignidad, perdería a Pedro. Y eso era muy duro; no estaba enamorada de él, sus sentimientos de amor sólo estaban en Juan. Era un sentimiento de necesidad, de estar sometida a un macho, de ser follada por un macho. Juan la follaba bien, muy bien incluso, pero sólo follaban cuando ella quería. En cambio con Pedro el sexo era cuando y como él quería. Y esa sensación la necesitaba de vez en cuando.

En esta lucha, su coño pudo más que su dignidad y se oyó a si misma contestar:

  • Gracias a la sesión de azotes de Ruth en mi culo he aprendido a no ser celosa, a disfrutar viendo y participando del sexo que hay entre mi macho Pedro y su hembra Ruth. Ha sido un honor y un placer que Ruth fuera tan amable de querer enseñarme tan importante lección, por lo que siempre estaré en deuda con ella y muy agradecida. Ruth no sólo es la mujer más guapa, sino la mejor persona que conozco.

La cara de Luisa al oír estas palabras tornó roja de vergüenza y de excitación. Su amiga, su mejor amiga, la amiga del alma por la que haría cualquier cosa, ese ser superior que tenía un esclavo, estaba siendo humillada por la amante de Pedro. Era muy fuerte y muy excitante también

Del mismo color era la cara de Ana cuando decía estas palabras, pero más roja, esta vez de enfado, tornó su cara cuando oyó a Pedro decir:

  • Dile a Lucía que se ponga.

A duras penas balbuceó Ana un sí mientras le pasaba el teléfono a Lucía y le decía:

  • Toma, dice Pedro que te pongas.

Esas palabras casi provocan un orgasmo en Lucía, que corrió a por el teléfono.

  • Hola, soy Lucía.

  • Ven ya a mi casa –se limitó a decir Pedro, a la vez que colgaba el teléfono.

Esa sorpresa no se la esperaba, la alegría y la excitación le recorrieron todo el cuerpo, hasta que fue consciente de que tenía que decírselo a Ana. Pero no tenía tiempo que perder, así que soltó el teléfono, se levantó y mientras corría hacia la puerta gritó:

  • Adiós, me voy corriendo, que Pedro quiere que vaya.

Ana se quedó de piedra, no podía creerlo, no se podía caer más bajo en un solo día. Pedro la echaba de casa para quedarse con otra tía que la había azotado, la había llamado a la casa para humillarla…y ahora le había dicho a su amiga que fuera a su casa. A Lucía y no a ella. Miró a Juan y le dijo:

  • Qué mal lo vas a pasar hoy –y en ese momento volvió a sonar el teléfono, viendo que el número era el de la casa de Pedro. Eso la animó de nuevo y contestó con una sonrisa y con voz alegre– ¿Diga?

  • Hola, ¿cómo está tu culito? Se me olvidó preguntarte antes –era la puta rubia otra vez, qué ganas de matarla. Pero mejor ser prudente y contestar suave, pensó Ana:

  • Gracias por preguntar, eres muy amable. Bueno, todavía está un poco rojo y me duele, pero no me quejo porque sé que lo hiciste por mi bien y que lo merecía. –eran las palabras que había enseñado a decir a Juan cada vez que la castigaba, así que supuso que a esa zorra le gustaría oírlas también.

  • Muy bien, me alegro de que lo asumas así. Te llamo porque antes se me olvidó decirte que no salgas hoy de tu casa, sigues castigas. Ya sé que has aprendido la lección, pero mejor que repases tu actitud esta noche en tu casa. Y no llames a tus amigos, sabes que podemos comprobar tus llamadas. En casa hasta mañana.

Ruth colgó sin dar tiempo a Ana a decir nada. Era humillante que fuera Ruth quien le prohibiera salir, aunque en el fondo no tenía pensado salir. Tenía a Juan para satisfacerse, quien seguía en el suelo empalmado, excitado y atemorizado. Sin casi dignarse a mirarlo, Ana se alejó de allí y le ordenó que preparase la cena, pero sólo para ella, él, de momento, no cenaría. Juan se levantó del suelo y salió corriendo hacia la cocina, temía que Ana cambiara de opinión y decidiera azotarlo. Seguro que lo haría, pero si se libraba de esta, pues mejor.

Una vez preparada la cena y puesta la mesa, sólo quedaba avisar a su ama para que fuera a cenar, así que se acercó hasta su habitación, donde imaginó que estaría. Tocó suavemente a la puerta pero la voz de Ana le llegó desde el baño, así que se acercó y le anunció que la cena estaba a punto para ser servida.

  • Pasa, mi amor –oyó que le decía su ama.

No se hizo esperar y entró como le había enseñado su ama, a cuatro patas como un perrito. Ella estaba sentada orinando, así que en esa postura se arrastró hasta llegar donde estaban sus pies, que besó con respeto, dejando su cara apoyada en el suelo esperando alguna orden. Y ésta llego en forma de patada en el costado, lo que significaba que su ama le concedía en enorme honor de limpiar su vagina tras haber orinado. De inmediato llevó su lengua hasta la vulva y los hermosos labios vaginales de su adorada diosa y besó, chupó y aspiró lo que allí había. No había sabor y olor que más le gustara, se pasaría horas y días comiendo y bebiendo, oliendo y degustando lo que en esa cueva del placer había. Sobre todo le gustaba como estaba hoy, sin el olor de Pedro, sin su semen, sin el sudor de después de follar. Por supuesto, no le daba asco degustar el coño de su novia tras una sesión de sexo salvaje con Pedro, con el coño inundado de semen. En esas ocasiones lo limpiaba con esmero y deleite. Pero si le daban a elegir, prefería el coño limpio para él solito.

Pero todo tiene un fin y éste fue el levantamiento brusco de su ama, dejando caer su cabeza sobre el borde del inodoro, su culo en pompa y las piernas abiertas, como sabía que ella quería que estuviera. Estaba claro que esa postura era una tentación para Ana, quien no se hizo esperar y le dio una patada por detrás en los huevos, no muy fuerte, pero lo suficiente para que Juan se retorciera de dolor y Ana se pudiera reír un poco.

  • Venga, llorica, vamos a cenar, que parece que quieres beber mi pis del retrete, cada día eres más guarro.

A cuatro patas caminó Juan detrás de su ama, quien se había quitado toda la ropa y andaba desnuda por la casa. Así fueron hasta la cocina, ella se sentó en la mesa y su esclavo le sirvió la cena. No hablaron durante un buen rato, la tele estaba puesta pero Ana ni se fijaba en ella, su mente estaba puesta imaginando el trío de Pedro con la puta rubia y la vendida de su amiga.

Su coño húmedo la llevaba a analizar lo que había pasado y a preguntarse cómo reaccionaría la próxima vez. Había que reconocer que Ruth estaba muy buena por lo que estar con ella no era desagradable. Además, no le importaba compartir a su macho ya que tenía capacidad para satisfacer sexualmente a dos mujeres a la vez. Lo que la jodía era ser humillada por esa puta rubia. Más bien, que esa humillación fuera a más, porque si la humillación era delante de Pedro, no había problema. Pero si esto iba a más, no sabría cómo reaccionar.

Sus pensamientos se interrumpieron por el sonido del teléfono, que la hizo saltar e ir corriendo. En otras ocasiones habría ido Juan, pero esta vez tenía claro que iría ella. Efectivamente, el número era el de la casa de Pedro, así que de nuevo la asaltaron las dudas, los celos, el enfado, pero sobre todo la excitación.

  • Hola –dijo suave y sumisamente.

  • Hola celosa –era la voz de Ruth, cada vez con tono más autoritario. ¿Estás sola?

  • Sí, Ruth –tenía que mentir, no le quedaba otra; era humillante, le temblaban las piernas de la vergüenza, pero también del miedo a que todo se le escapara de las manos, de perder a Pedro, de no volver a follar con él, de no poder chuparle la polla de nuevo, de no llegar otra vez a casa con su semen en su coño o en su culo–. Sí, Ruth, estoy sola como acertadamente me ordenaste para que aprendiera la lección y no se me olvidara.

  • Joder, qué obediente se ha vuelto –dijo Ruth–. Me gusta ese cambio. Pues sigue sola en casa, pero para que veas que no soy mala, te voy a dejar ver por el ordenador lo que estamos haciendo. Ahora te llamo por el ordenador, pero antes ponte unas pinzas en los pezones.

  • Sí, Ruth, lo que tú digas, muchas gracias –las palabras salían atropelladas de la boca de Ana, con esa mezcla de odio, celos, excitación y cabrero. Pero no podía ni quería desobedecer, así que se puso las pinzas que Pedro le había regalado, que estaban unidas por una cadena de la que colgaba el nombre de su macho.

Al poco notó el sonido del portátil al recibir la llamada, así que se sentó en sofá con las tetas al aire mostrando sus pezones con las pinzas. Al conectarse vio la cara de Ruth en un primer plano, aunque rápidamente sus ojos buscaron a su macho, que estaba sentado en el borde de la cama lanzándole a Lucía una pelota de tenis, haciendo que a cuatro patas, como un perro, fuera a por la pelota y se la trajera. El premio era chuparle la polla. A Lucía la cara le resplandecía de placer. Pero no pudo ver mucho más porque toda la pantalla quedó cubierta por la cara de la rubia, llegando ahora su voz:

  • Hola celosa, ¿te gustaría ser tú la perrita?

  • Hola Ruth –contestó Ana, agachando la cabeza pues no se atrevía a mirarle a los ojos ni siquiera a través de la pantalla del ordenador.

  • Dime, ¿te gustaría ser tú la perrita de Pedro? ¿O a lo mejor querrías ser la mía y de premio besar mi clítoris?

Qué puta era la rubia esta, pensó Ana. Estaba hurgando en la herida y en la envidia de no poder estar allí. Eso sí, lo que tenía claro era que de poder elegir, ella sería la perrita de Pedro y a la rubia que le dieran por culo. Pero su instinto le decía que eso no lo podía contestar, así que optó, de nuevo, por la sumisión:

-          Me encantaría estar ahí y ser la perrita de quien Pedro o tú manden.

Una sonrisa afloró en la cara de Ruth demostrando satisfacción por la respuesta. Sin embargo no dijo nada, sino que se levantó de la silla y caminó hacia Pedro, montando sobre él y posando sus brazos sobre los robustos hombros del su macho.

  • Lucía –oyó como Ruth se dirigía hacia su amiga– chúpame el culo mientras me follo a Pedro. Y tú, celosa, mirando quietita y sin tocarte.

Esa orden sabía que era de difícil cumplimiento, pues la escena la excitaba mucho. Encima tenía a su novio tirado en el suelo, pero sin poder hacer nada con él, pues había dicho que estaba sola en casa. La hora y pico que duró la sesión de sexo fue dura de ver sin poder tocarse. Pedro y Ruth follaron en varias posturas, mientras Lucía chupaba lo que le decían: el coño de ella, la polla de él, el culo de los dos, lo que le ordenasen. Hasta que al final Pedro se corrió y tras limpiarle la polla le tocó limpiarle el coño a Ruth.

Ana se volvía loca de excitación y de celos. Le hubiese dado igual tener que limpiarle el coño a Ruth con tal de poder disfrutar de la polla de Pedro. Estaba claro que el castigo estaba surtiendo efecto, por lo que al ver que Ruth se acercaba de nuevo al ordenador, mostrando un espectacular cuerpo, con unas tetas de infarto, un vientre plano con las abdominales algo marcadas, su coño sin pelos y un andar de diosa, decidió ponerse de rodillas sin que nadie se lo ordenara. Tenía que hacer lo que fuera con tal de poder estar con ellos. Sin embargo, lo único que Ruth dijo fue:

  • Así me gusta, celosa. Ahora sigue pensando solita en casa.

Ana se quedó con el ordenador en negro, sin imágenes y sin sonido y su cerebro en blanco. No estaba sola, había mentido, estaba con Juan, pero algo en su interior, un calor que provenía de su cerebro más perverso, la obligaba a obedecer. Pero antes tenía otra cosa que hacer, luego cumpliría de alguna manera la orden.

Volvió a la cocina y allí estaba Juan tumbado en el suelo.

  • Como ya sabes me han obligado a estar sola hoy para pensar. Eres tan poca cosa que pegan y humillan a tu novia y tú no solo no haces nada sino que encima te empalmas. ¿Te gusta que le peguen a tu novia? –la pregunta fue acompañada de una patada en los huevos, esta vez más fuerte, pues el enfado de Ana era evidente.

Juan yacía en el suelo boca arriba con las piernas abiertas lo que permitía fácil acceso a las patadas de Ana, que se repitieron varias veces mientras inquiría con cada una de ellas si le gustaba saber que alguien pegaba a su novia. Era evidente que no buscaba una respuesta, no le había dado permiso para hablar.

  • Mira, pedazo de cornudo, tengo que cumplir la orden, así que no vas a estar en casa, bueno, no vas a estar dentro de las paredes de la casa. Vas a pasar la noche en el balcón.

Esas palabras hicieron temblar a Juan; pasar la noche en el balcón era duro, pues haría frío por la noche. Pero lo más duro era tener que dormir sin su ama al lado. Es cierto que desde hacía algún tiempo no dormía en la cama, pues cuando terminaban los juegos sexuales de la noche, como buen perrito se acostaba en el suelo, con el tanga de su ama cerca de su nariz y, a veces, con el tacón del zapato metido en el culo. Pero era feliz sabiendo que ella estaba allí cerca. Pero pasar la noche lejos de ella no le hacía gracia.

  • Pero como no soy tan mala –continuó hablando Ana– te permitiré que cenes algo esta noche. Pero antes el castigo.

Ana se agachó y con suavidad empezó a acariciar la polla de Juan que de inmediato reaccionó poniéndose dura. Con su mano izquierda Ana apretó fuertemente los huevos de Juan, lo que hizo que su dura polla quedar bien erguida lo que facilitaba que con la mano derecho la abofeteara primero con la palma, luego con el dorso de la mano, repitiendo la operación varias veces. Luego cambiaba y pajeaba el miembro un poco, a veces lo chupaba, luego seguía con la paja. Y sin previo aviso lo golpeaba otra vez. Ese tormento duró un tiempo infinito para Juan, que se retorcía del dolor cuando le pegaban y enloquecía del placer cuando lo pajeaba. En ese juego estuvieron hasta que Ana notó que Juan estaba a punto de correrse, momento en que golpeó sin piedad en la punta del prepucio, soltó los huevos que tenía agarrados con la mano izquierda  y los golpeó con el puño cerrado como si de un saco de boxeo se tratara.

Mientras Juan se retorcía de dolor en el suelo, cogió su plato donde quedaba restos de la cena, se puso de cuclillas antes su esclavo y se llevó parte de la comida a la boca, la masticó y la escupió de nuevo en el plato, dejando que la saliva cayera con los restos. Se levantó, tiró de los pelos de su esclavo, lo llevó hasta el balcón y abrió la puerta. Tiró los restos de la comida al suelo, y dándole una fuerte patada en el culo lo sacó al balcón.

  • Que aproveches y pases una buena noche –dijo su ama a modo de despedida. Y sin más se metió dentro de la casa, con la minifalda y las tetas al aire con las pinzas en los pezones.

Esa imagen fue su compañía en aquella lluviosa y fría noche. Por supuesto, se comió toda la cena dejando el suelo limpio con su lengua. Sabía que su ama se enfadaría si lo veía sucio o encontraba algún resto. Pero durmió poco y mal. El frío y la añoranza del olor y la compañía de su ama no le dejaron descansar. Así que cuando su ama a la mañana siguiente le abrió la puerta del balcón, él ya estaba a cuatro patas moviendo el culo a modo de saludo y de demostración de alegría por ver a su adorada diosa. Ella no le dijo nada, sólo abrió la puerta, salió al balcón, se puso sobre él, abrió las piernas y orinó. Le daba igual si se lo bebía o no, hoy no estaba de humor para juegos, por lo que ni siquiera le dejó que le limpiara cuando terminó.

  • Si quieres lamer algo mío, mira el suelo.

Y sin más, cerró la puerta y se metió en la casa de nuevo. Una hora más tarde, cuando Ana estaba ya lista para marchar, le abrió la puerta y le dejó entrar en la casa.

  • Limpia bien todo, plancha las camisas de Pedro, haz la compra y no rompas anda –fueron las únicas palabras que le dijo su ama antes de marchar.

Así que cada vez que al despertar estaba en el suelo de la habitación era feliz. Y esta vez, como todas, despertaría a su ama besando y lamiendo su clítoris, luego la llevaría al baño a esperar su ansiado y deseado líquido con el que empezar muy bien un nuevo día.