Una nochevieja nueva

No imaginaba que una Nochevieja podría ser al mismo tiempo triste y alegre.

Una Nochevieja nueva

1 – Los inocentes

Faltaba ya poco para la Nochevieja cuando me hallaba tomando café con Jordi, un chico que me tenía loco pero, aparte de ser bisexual, era duro de pelar. Algunas veces, cuando habíamos salido por las noches a tomar copas hasta el amanecer, en el punto álgido de la noche, me besaba apasionadamente en cualquier sitio, sin esconderse y, cuando me soltaba viendo estrellitas, siempre le preguntaba por qué hacía aquello. Su respuesta era siempre la misma: «¡Me apetecía!». Un día quise hablar en serio con él de mis sentimientos, pero se limitó a decirme que sabía perfectamente que yo debería estar pasándolo mal, pero que él no podía solucionar eso. Él andaba como un loco detrás de otro chico, Miguel. Pero también saboreaba a diario el amargo sabor de las «calabazas».

Aquella mañana, me dijo que todo el grupo de chicos y chicas que nos conocíamos, había pensado en celebrar la Nochevieja en algún sitio:

  • ¡Mira Ben! – me dijo -, si ponemos un poco de dinero cada uno, compraremos tantas cosas que sobrará de todo.

  • Creo que sí – le dije -, es el sistema. Yo puedo poner mi casa. No es muy grande, pero es muy cómoda y está bastante aislada como para no molestar a los vecinos. Te digo la verdad. Me acojona mucho celebrar esto estando tú. Sabes que lo voy a pasar muy mal.

  • Tú sabes que Miguel no querrá ir – me aclaró -; tampoco voy a pasar yo una noche para tirar cohetes.

En esos momentos, entró un chico no muy alto y bastante ancho, muy bien trajeado y de sonrisa llamativa. Se acercó a nosotros y Jordi me lo presentó. Se llamaba Lorenzo y, después de hablar un buen rato, me pareció que no apartaba la vista de mí. No lo imaginaba yo como mi pareja, la verdad. Era guapo y estaba bueno, pero… no era de mi estilo y, teniendo a Jordi a mi lado, para mí pasaba desapercibido. Hablamos muchísimo y nos tomamos bastantes copas. Cuando salimos, Lorenzo propuso ir a otro bar, pero yo puse la excusa de que necesitaba irme a casa a descansar, le dije a Jordi que me avisase de aquella idea de la fiesta, tomé el autobús y me fui a casa. Afortunadamente para mí aquel día, la parada del autobús estaba a un buen paseo de mi casa y me fui andando tranquilo con el alcohol y Jordi mezclados en mi cabeza.

Al día siguiente, sobre medio día, me llamó Jordi para decirme que había hablado mucho con Lorenzo y que estaba por mis huesos. Sentí mucho mi respuesta, pero le dije que a mí Lorenzo no me interesaba un comino, sino él. Que no me importaba pasarlo mal porque, incluso estando un ratito a su lado iba a ser más feliz que estando varias noches en la cama con Lorenzo. Me di cuenta de que Jordi se sintió cortado y mal. Quería ayudarme; lo sabía. Pero ese tipo de soluciones no eran de mi agrado.

Unas chicas y chicos del grupo, según Jordi, habían pensado en ir al hipermercado a comprar todo lo necesario y establecimos el día y la hora. No se habló más, pero me envió un beso por teléfono. Me dio el día.

2 – La fiesta comienza

No puedo describir el malestar que me produce entrar en un hipermercado. Traté de que las compras se hicieran lo antes posible y oí a Tere y Viki murmurar:

  • Este tío nos hace venir a este hiper porque hay menos gente, pero es más caro. Un céntimo de aquí y otro de allí

Me entraron ganas de volverme y decirles que les pagaba la diferencia y que se buscasen otra casa, pero sabía que Tere estaba enamorada de mí (no me iría con esa tía ni harto de cubatas) y no quise ser la nota discordante. Tere era de las que arma un escándalo por un céntimo.

Llegó la Nochevieja, como era de esperar. Retiré yo solo todos los muebles y los pegué a las paredes y puse el equipo de sonido en una esquina y distribuí los altavoces. Preparé hasta tres dormitorios y pasé hasta tres veces la fregona, limpié el servicio y puse toallas para todos. Necesitaba que encontrasen un lugar preparado y limpio para una fiesta, aunque me dolió que nadie se ofreciera a ayudarme.

Comenzaron a llegar cuando pasó más o menos una hora de la cena (yo cené sólo ese año) y Jordi me besó sin demasiado interés en la mejilla. Se presentaron unas quince personas. No sabía a quién atender y pensé que cada uno se sirviera y se atendiera como más le gustase. No puedo negar que tenía que disimular mi mal humor.

Jordi comenzó a poner música y me dijo que él se encargaría de ser el DJ. Todos empezaron a beber y a comer como cerdos y atenué un poco las luces.

Tere me miraba insinuante; Jordi no hacía más que seleccionar el próximo disco y yo me encontré casi solo y sentado en un rincón.

En cierto momento, se me acercó Silvia y me invitó a bailar. No puedo negar que se me olvidó un poco el mal humor. Después de algunos bailes con Silvia, se acercó a mí Rocío, que es una chica de muy buen ver a la que le cantan bastante los sobacos. Así, estuve bailando bastante tiempo y bebí refrescos sin alcohol. Cuando uno observa el comportamiento de los demás estando fresco y los otros están muy bebidos, aún parece que están más bebidos y resulta ridículo ver ciertos comportamientos.

En un momento dado, acababa de bailar otra vez con Silvia y me di cuenta de que Jordi atenuaba aún más las luces. A continuación, me quedé solo en medio de la pista y vi a Jordi acercarse a mí cuando empezaron a sonar los acordes de mi canción preferida. Me miró en la penumbra y, delante de mí, hizo un gesto invitándome a bailar. Pensé en un momento en toda aquella gente que nos iba a ver, pero no podía rechazar su invitación; ni por él ni por mí. Le hice un gesto de aprobación con la cabeza y, aunque pensé que se agarraría a mí normalmente, me abrazó pegando mi cuerpo totalmente al suyo y poniendo su cabeza sobre mi hombro. Durante la canción, en varios momentos, levantó su vista y me miró sonriente besándome con pasión. Olvidé que nos estaban mirando. Pero cuando acabó el tema, oímos aplausos de todos, Jordi se retiró a su rincón y siguió el baile. No puedo describir la cara de mala leche que le vi a Tere sentada en un rincón del sofá.

3 – La fiesta termina

Estuvimos bebiendo y bailando hasta muy tarde. Volvió a sonar la música con marcha y se llenó mi «improvisada pista de baile». Todos comenzaron a moverse otra vez, pero yo fui a por un refresco y me volví a ver solo, con un vaso de plástico lleno de porquería, en medio de la pista.

Me pareció oír el timbre de la puerta y Jordi corrió a abrir. Apareció un grupo de cinco amigos más que se habían dedicado a ir de fiesta en fiesta (sin pagar nada, claro). Entraron dos chicas que me eran conocidas y las besé. Luego entró un chico muy alto y fuerte con barbas y me besó (lo que hace el alcohol en una Nochevieja). Me presentaron a otro chico que yo ya había visto muchas veces: Rafi; un chico muy lindo de unos 17 años, que también me besó y me quedé extrañadísimo mirando a mi alrededor. Finalmente, todos se pusieron a besarse y a charlar sentados y el chico jovencito, Rafi, se quedó en un rincón de pie mirándome. No sabía qué hacer hasta que me di cuenta de que, detrás de la puerta del salón, había alguien que no quería entrar. Me acerqué despacio y me asomé ¡Oh, sorpresa! Allí estaba escondido Lorenzo.

  • ¡Pero, hombre pasa! – le dije - ¿Te piensas quedar aquí?

Me miró primero sorprendido y en silencio y luego me tomó por la cintura y me besó en la penumbra del recibidor.

  • Prefiero no entrar – dijo -, ya estoy harto de ir de fiesta en fiesta, pero tenía ganas de verte.

  • Tú decides – puse la mano en su hombro -, estás en tu casa. De todas formas, la fiesta ya está decayendo y como se pongan a hablar, empezarán a irse.

  • Déjame quedarme aquí, si no te importa – se echó en la pared -. En realidad sólo me interesaba verte, lo sabes.

  • Como quieras, tío – me volví hacia el salón -; yo voy a seguir pendiente de lo que hacen estos. ¡Nos vemos!

La música volvió a ser suave; Jordi puso un disco de baile lento y se fue también a hablar y yo volví a quedarme en el centro del salón. No me equivoqué. Al poco tiempo ya había más de uno levantándose, cogiendo el abrigo y despidiéndose. Las miradas de Tere seguían siendo demoledoras, se levantó y me dijo que si quería bailar, pero la verdad es que no me apetecía estar junto a ella y le dije que era mejor terminar con la fiesta. Se volvió con soberbia, cogió su bolso y su abrigo y habló con otros dos chicos para irse. Ni se despidió de mí. En muy poco tiempo, fueron saliendo en grupos pequeños y se quedaron sentados en el sofá Lolo y Pedro, que eran pareja y se les veía muy juntitos cogidos de la mano. Cuando me vine a dar cuenta, salió el último grupo y se acercó a besarme Jordi sin mucho interés. Al final se quedó la pareja allí sentada, pero me extrañó mucho que Rafi no se moviera de su sitio.

Me acerqué a los enamorados y les dije que no tenían por qué irse, que tenían un dormitorio donde quedarse. Lolo se puso en pie y me dio las gracias. Dijo que Pedro no tenía muchas ganas de salir a la calle.

  • Es muy friolero – me dijo -; si no te importa nos quedaríamos ¿Vas a quitar la música ya?

  • Creo que sí – le dije -; ya está bien hoy de bailes ¿no?

  • Nosotros no vamos a bailar – me contestó -; si quitas la música nos iremos al dormitorio.

  • Pues ven que te indique en cuál os podéis quedar – lo hice pasar adentro -; este es cómodo y, además, (le guiñé un ojo) tiene cama de matrimonio.

Me sonrió y me apretó el brazo.

Volvimos al salón y me fui despacio para el equipo de música y me sorprendió ver allí a Rafi mirando los discos.

  • ¿Vas a quitar la música ya? – me preguntó casi sin mirarme -; me gustaría oír una canción de este disco.

  • Iba a quitarla – le dije –, esos dos enamorados dicen que se quedarán a dormir.

  • ¿Te importa que la ponga? – me miró con timidez -; bajaré el volumen.

  • No hace falta – le dije - ¡Mira, ya van para el nido!

  • Me encanta esta canción, ¿sabes? – tenía el disco en sus manos -; aunque me gustaría bailarla con alguien.

  • Siento no ser ese alguien – le dije -.

  • ¿Piensas que me refiero a alguien en concreto? – contestó casi riéndose -; no tengo pareja.

  • Pues entonces… - pensé un poco lo que iba a decir -, si quieres yo la bailo contigo.

Me miró y sonrió abiertamente.

  • ¿Quién sabe? – abrió la cajita -, tal vez ese alguien seas tú.

  • No me importaría – le dije -; no me conoces bien. Eres guapo y no estaría mal un último baile.

  • ¿Bailarías conmigo? – se extrañó -.

  • ¡Venga! – le dije -, pon tu disco preferido y bailemos aquí, en el rincón.

Quitó la música que sonaba y buscó su canción. La puso y se volvió hacia mí casi mirando al suelo. Me acerqué a él y lo abracé cuando empezó a sonar. Sus brazos fueron subiendo por mi espalda muy lentamente hasta que me abrazó con calidez y una de sus manos se fue a mi cuello y comenzó a acariciarlo. Poco después, nuestros cuerpos estaban lo suficientemente juntos para darme cuenta de que estábamos los dos empalmados.

4 – La noche nueva

  • ¡Qué morro tengo, dirás! – me habló al oído -; he dejado que todos se vayan. No te preocupes. Me echaré, si no te importa, en el sofá. Cuando amanezca me iré.

  • Rafi – le dije también al oído -, hay otro dormitorio con dos camas. No te voy a dejar dormir en el salón apestoso.

  • No, no importa – me miró de cerca - ¿Para qué deshacer una cama?

  • Bueno… - me atreví -, tengo cama de matrimonio. Si no te importa dormir más calentito

Se rió y me dio un golpecillo en el hombro.

  • ¡Tú sí que tienes morro! – me dijo abrazándome -, pero no sabes cuánto deseaba oír eso.

  • ¿Te apetece dormir conmigo? – le mordí la oreja - ¡Soy como el lobo feroz!

  • Y yo como caperucita – me tiró de los pelos -, pero me dejo.

Cuando acabó la canción, encendí el dormitorio y apagué el salón cogiendo a Rafi por la cintura:

  • ¡Anda! – le dije -, que la cama nos espera.

  • Y… - se quedó dudoso - ¿Ya vamos a dormir?

  • Tú entra en el dormitorio – le susurré -, y ya veremos lo que pasa.

Entró y cerré la puerta. En cuanto me volví, me tomó en sus brazos y empezó a hablarme al oído:

  • Cuando me dijeron que venían a tu casa, me apunté. En realidad esta gente quería emparejarme con Lorenzo. Pero es que ese tío tiene algo… No me gusta. Y tú eres diferente.

  • Pues tú eres muy guapo – le dije -; me encanta tu pelo ondulado y rubio y tu forma de ser, pero eres muy joven. Nunca me había planteado tirarte los tejos.

  • Entonces… - se retiró de mí - ¿no te gusto para ti?

  • ¡Yo no he dicho eso! – le cogí las manos -; lo que quería decirte es que eres menor y no me lo había planteado siquiera. Pero eres muy guapo; vamos, que me encantas.

  • Pues tengo una sorpresa para ti, ¿sabes?

  • ¿No me digas? – bajé la voz mucho -; después de una Nochevieja tan aburrida

  • No sólo me hace ilusión dormir contigo – apretó mi cabeza -, sino que esta misma noche he cumplido los dieciocho, pero quiero serte sincero; no soy virgen.

  • ¿Y a quién le importa eso? – lo besé -; un problema menos ¡Vamos a desnudarnos! Estoy deseando de estirar la espalda contigo.

Nos desnudamos uno frente al otro y muy cerca y me di cuenta de que me miraba de vez en cuando para ir viendo mi cuerpo. Nos quedamos en calzoncillos y nos metimos en la cama. Hizo como que las sábanas estaban frías y se abrazó a mí tiritando. Pero después de una breve mirada hipnotizadora, comenzamos a besarnos y a dar vueltas y a pellizcarnos y a acariciarnos los cabellos. Hice un gesto con mi mano rozándole el vientre y se quitó los calzoncillos al momento. Yo hice lo mismo y seguimos revolviéndonos entre las sábanas y besándonos y acariciándonos hasta que se unieron nuestros miembros y nos quedamos parados mirándonos.

  • ¡Cuánto tiempo he esperado esto! – me dijo - ¡No sabes las pajas que me he hecho a diario pensando en ti! Me parece que estoy soñando.

  • Tío, eres guapísimo y encantador – le dije -, pero, sinceramente, nunca había puesto mis ojos sobre ti porque me parecías un chiquillo. Pero veo que eres un adulto; en todo. Ya tienes tu mayoría de edad, pero eres maravilloso moviéndote en la cama.

  • Yo tengo que confesarte que he tenido cuatro aventurillas sueltas – dijo -; nada, un juego de niños. Esto es mi estreno en realidad y estoy haciendo exactamente lo que me apetece y se me ocurre ¡Enséñame!

Sólo con mirar su expresión, me di cuenta de que deseaba que lo penetrara, así que aproveché que estaba sobre él y le hice un masaje con los dedos para dilatarlo un poco. Gemía y se reía; se levantaba y me besaba. Por fin, levanté con cuidado sus piernas y entré en él. Aquella cópula fue larga y muy placentera y me encantó hacerle una paja, pero cuando nos corrimos los dos, no podía dejar de besarme. Seguimos retorciéndonos y rozándonos uno contra otro y acabamos agotados pero masturbándonos. Así, poco a poco, nos quedamos dormidos abrazados.

5 – La mañana feliz

Al abrir mis ojos, encontré los de Rafi clavados en los míos y me sonrió.

  • Buenos días, cariño – me dijo - ¿Has dormido bien?

  • ¡Ufff! – le dije medio dormido -, como los ángeles.

  • ¿Quieres que te prepare yo el desayuno? – preguntó -. Esos dos «enamorados» se han hartado de follar en tu cama, te la han dejado toda manchada de semen y se han ido antes de que nos levantásemos.

  • No importa, Rafi – le dije -, ya casi estoy acostumbrado a esto. Sólo me alegro de haber pasado esta Nochevieja así por haber intimidado contigo. Los demás han puesto el mismo dinero que yo, pero no han puesto casa ni me han ayudado a nada. Creo que el año que viene tendrán que buscarse a otro gilipollas que les sirva.

  • ¿Sabes? – me acarició la cara -; me jode que te hagan esto, pero me tienes a mí para ayudarte. Voy a prepararte un poco de café y lo que encuentre en la cocina. Sigue en la cama. Luego ya veremos cómo limpiamos esta pocilga.

  • No quiero comprometerte a nada, Rafi – le dije -, prepara algo de café si quieres, dúchate, vístete y te acercaré a tu casa.

  • ¡No! – contestó levantándose -, yo no soy como los demás. Sí puedo confesarte que me siento inseguro de poder llevar una relación estable, pero mientras no ocurra nada especial, y si tú quieres, estaré a tu lado.

  • ¿Estás seguro de lo que dices? – me incorporé para mirarlo

  • ¿Hablas de que serías capaz de intentar hacer una pareja estable conmigo?

  • Sí, querido Ben – me contestó tranquilo -; ya lo tengo demasiado claro. Ahora depende todo un poco de ti.

  • No lo dudaría ni un solo instante – le sonreí - ¡Rafi mi pareja! ¡Joder!

  • Voy a hacerte el café – dijo -, ya me he levantado antes y he visto lo que te han dejado en la casa. Mierda y desorden. Cuando descanses, te ayudaré.

Se fue a la cocina y me quedé en la cama pensando que estaba soñando. Aquel chico jovencillo que sólo algunas veces se había encontrado conmigo en algún bar, me estaba diciendo que quería estar conmigo y que había pensado mucho en mí. Me sentí mal. Era muy guapo, simpático y muy amable, pero siempre lo había subestimado porque era un chiquillo. No, no era tan chiquillo. Los «adultos» se habían comportado como cerdos egoístas y él me había hecho feliz aquella noche y había sido feliz conmigo ¿Cómo podía yo no haberme fijado en él antes? ¿Porque era un jovencillo?

Me ayudó a limpiarlo y ordenarlo todo, tiramos mucha basura y ordenamos el piso.

  • No quiero que me malinterpretes, Ben – me dijo -; yo no quiero aprovecharme de tu casa ni de ti de ninguna manera. Decide tú. Yo me ofrezco a venirme aquí contigo siempre que pueda, a compartir nuestras vidas, no sólo la cama. Dime sólo que me admites como compañero y espero no fallarte jamás.

  • Yo no voy a fallarte, Rafi – le dije -, pero si un día el destino nos separa, no te sientas culpable. Eso es normal. A veces se acaba el amor y es mejor dejarlo.

  • ¿Quieres decir que me quieres?

  • Déjame asegurarme – le contesté -, pero ahora mismo te diría que me he enamorado de ti de una forma que no esperaba.

Se abrazó a mí muy contento y me besó en la mejilla con toda naturalidad.

  • ¡Gracias Ben, gracias! – dijo -; yo sí que no esperaba esto.

Cuando salimos a la calle para llevarlo a casa, encontramos mi coche con la luneta rota.

  • ¡Hijos de puta! – dije - ¿No se pueden divertir de otra forma?

Rafi me apretó por la cintura con su brazo:

  • No te preocupes, cariño – me consoló -, la gente no sabe guardar la compostura cuando está borracha.

Acercándome a ver el golpe en la luneta, me pareció que le habían dado un martillazo y Rafi me miró asustado.

  • No, Ben – exclamó – ¡No es un martillo! Es la forma del tacón de esa hija de puta de Tere.

  • Te aseguro entonces que tanto el seguro como ella misma – le dije caminando hacia la avenida -, van a pagar los desperfectos.

Levanté el brazo y paré un taxi.

  • ¿Qué haces, Benito? – me agarró Rafi por el brazo - ¡Eso te va a costar un ojo de la cara! Yo me iré a casa.

  • ¡Aquello – le señalé el coche -, aquello sí que le va a costar un ojo de la cara a Tere!

Tomamos el taxi y lo llevé a su casa. Vivía en un barrio muy bonito y tranquilo. Nos dimos los números de los teléfonos, nos besamos y pensamos ambos que íbamos a empezar una vida donde íbamos a estar bastante tiempo juntos.