Una Noche, Una Mujer
El placer, así como sucede con el amor, pueden aparecer cuando y donde menos te los esperas. Aventura nocturna a bordo de un autobús.
UNA NOCHE, UNA MUJER
Si bien sé que las mujeres aman la cortesía, puedo decir que algunas veces el haber sido descortés me ha generado estupendos momentos. Era un viernes de 1997. Yo debía regresar a la Ciudad de México desde Córdoba, Veracruz para pasar acá el fin de semana con mi esposa y luego regresar a una nueva semana de labores en la cafetalera donde yo trabajaba. Había pasado las últimas horas, trasegando cerveza con unos compañeros de la oficina en un tugurio de esa ciudad llamado "La Piñata", acompañados por varias chicas que "fichaban" en ese lugar. Ya no me quedaba mucho tiempo, pues mi autobús tenía las 10:00 como hora de salida, y faltaban 25 minutos para eso.
Tomé un taxi, tras pagar mi parte de la cuenta, y en poco tiempo estaba yo abordando para situarme en el asiento numero 2 de uno de esos horribles vehículos que tenía Autobuses Unidos, los cuales, además de incómodos, retrasarían mi llegada al DF al menos 2 horas mas por ir deteniéndose en mas de una ciudad para hacer escala. Para acabar de fastidiar la situación, una mujer con un niño de brazos llegaron para ocupar a mi izquierda el primer asiento de la fila, haciéndome temer un trayecto lleno de lloriqueos por parte del infante. Esta parte de mis temores se confirmó apenas habíamos abandonado Córdoba, pues el crío lloraba y lloraba, fastidiado quizás por el calor de a bordo, por el hambre o quién sabe por qué maldita razón; pero así continuó hasta haber hecho escala en Orizaba y tomar el autobús un poco mas de velocidad al salir de nuevo a la autopista arrullando al pequeño.
En cuanto el niño quedó dormido, yo cerré los ojos intentando dormir un poco. El cansancio que llega al fin de semana cuando el stress del trabajo ha terminado se conjuntó poderosamente con la cerveza, generándome un sueño atroz. Aquella mujer, tras haber arrullado al niño hasta hacerlo dormir, se hizo un poco hacia la derecha de la butaca, para hacer un pequeño espacio donde recostar al niño junto a la ventana en lugar de cargarlo. De esa forma, quedó con sus caderas pegadas a las mías. De reojo y apenas abriendo los ojos volteé a ver a esa señora que sin pedir permiso se había arrimado y ocupaba parte de mi asiento. Su vestido blanco se mostraba ceñido a su cuerpo y a la parte superior de sus morenas piernas, descubriéndolas apenas arriba de las rodillas. Quizá por las secuelas de la farra de hacía un rato, mi mente aún logró sobreponerse a la incomodidad y pensar que al menos ella tenía un apetecible par de piernas; así que opté por no decirle nada y continuar intentando conciliar el sueño.
El movimiento del autobús me hacía remecerme un poco en el asiento, sintiendo a la vez cómo vibraba la cadera de aquella mujer pegada a la mía. Yo entendía que ella quisiera ganar espacio para que su hijo viajara cómodo, pero eso no debía implicar que fuera a costa de mi incomodidad. En el peor de los casos, bastaba con pedírmelo, pero no lo hizo, por lo que me mantuve firme en mi lugar sin cederle un solo milímetro de butaca. El sueño seguía luchando por vencerme, y solo la molestia de sentir a aquella mujer metiéndose en mi asiento me impedía el descanso. Yo sentía la presión de su pierna contra la mía, ambas empujándose discretamente, ambos queriendo ganar espacio vital.
Quiero pensar que fue porque le gustó el momento, pero al cabo de un rato, entrando a la zona de las Cumbres de Maltrata en medio de una densa neblina, ella fue moviendo su pierna, hasta casi encimarla en la mía. Obviamente no iba a hacer eso descaradamente, sino que dormitaba o fingía hacerlo. La cachondez que el rato en "La Piñata" me había dejado me hizo empujar un poco mi pierna para dejarla ir debajo de la de ella, mientras yo fingía dormir, haciendo salir de mi garganta un sordo gemido. De inmediato su carne se tensó y fue retirando su pierna lentamente de encima de la mía.
"Hasta ahí" me dije, y retiré un poco mi pierna, no queriendo conceder mas y tirando el anzuelo. Un minuto después la sentí girar dándome la espalda, y dos minutos mas tarde, arrimarse nuevamente para pegar sus nalgas a mi pierna. El calorcito que su culo me daba me provocaba muy malos pensamientos; me parecía increíble estar en esa situación con una mujer a la que desconocía por completo y que, encima, viajaba junto con su hijito. Pero el morbo de toda esa situación me excitaba más que si estuviera viendo entregarse a mí a la más maravillosa mujer que existiera sobre la Tierra.
Con un nuevo movimiento de mí "dormido", separé un poco mi pierna de su caliente trasero, y poco después, dejé caer descuidadamente mi mano al lado de mi pierna, apenas y rozando sus nalgas. No tardó mucho en que ella volvió a pegar su trasero a mi cuerpo, esta vez aprisionando mi mano entre sus nalgas y mi pierna. Dentro de mí, sonreí era para no creerlo; si alguien me lo contara no se lo creería. Moví un poco mi mano, para dejar que ella lo sintiera, y su reacción fue la de no quitarse, sino solo responder tensando un poco la carne de sus glúteos. Esa fue la señal que ella me dio para comenzar a mover mis dedos, acariciándole el cabuz delicioso que ella me ofrecía ya casi descaradamente.
No era ya posible que ninguno de los dos estuviera confundiendo las acciones del otro. Ella se estaba entregando completamente a mí y yo tenía ganas de desfogar todas las ganas acumuladas en mi cuerpo contra el de ella. Mi mano apretó una de sus nalgas, sin que ella se moviera; su carne se sentía firme y literalmente caliente. Giré mi cuerpo hacia la izquierda y con ambas manos comencé a frotar sus caderas y sus piernas ansiosamente. Ella solo se estremecía en silencio e iba aflojando la rigidez inicial de su cuerpo.
Miré hacia todos lados, decepcionándome de ver que todos dormían; hubiera sido una deliciosa sensación el descubrir algún par de ojos mirándonos a hurtadillas. Levanté entonces la manta que la cubría, encontrándome su vestido levantado a medio muslo. Me acerqué entonces a su cuerpo, escabulléndome debajo de la manta y pegándome a su cuerpo, que despedía calor como si un potente fuego lo abrazara. Su respiración se sentía agitada, pero completamente silenciosa. Ella no volteaba a verme, ni me decía nada; solo percibía yo su mirada viéndome de reojo, pero su boca mantenía la tensión que indicaba que de haberlo podido hacer ella estaría gimiendo desesperada por placer.
Pasee mis dedos por su piel, rodeando su cuerpo con mi brazo y dejando perder mi mano por en medio de sus piernas. Su sexo se sentía húmedo y completamente caliente. Hice a un lado la tela de su ropa interior y palpé directamente la entrada de su hirviente coño. Ella únicamente se empujó hacia atrás para pegarse más a mí y permitió que la abertura de sus piernas se incrementara para dejarse tocar mejor y facilitando la entrada a mis dedos para que se escabulleran por en medio de los labios de su sexo. Un tenue jadeo salió de entre sus labios cuando mis dedos resbalaron por su vulva, empapándose de sus secreciones y apenas giró un poco su cuello, para dejar ver apenas la sonrisa de gusto que su rostro mostraba.
Mi calentura era tremenda ya en ese momento. Dentro de mi ropa mi verga se tensaba más y más, erguida por la excitación y por el deseo de enterrarse en la vagina de aquella desconocida. Mis dedos entraban y salían de ella, para embarrar con su humedad cada rincón de su sexo, lo cual la hacía enloquecer, pues movía su trasero y caderas cada vez más descontroladamente.
Saqué mi falo de mi pantalón rápidamente, apenas y bajándome la ropa solo un poco. No quise penetrarla sin sentir primero sus caricias, por lo que tomé su mano y la llevé sin miramientos hacia mi verga que se bamboleaba erecta y ansiosa detrás de sus nalgas. El frío tacto de su mano recorrió mi piel rápidamente, sin dejar de explorar toda mi cadera, lo alto de mis piernas y, tras frotar con avidez mis testículos se agarró fuertemente de mi pene que urgía ya a mi mente por clavarse en su cuerpo. Su misma mano guió a mi verga a encontrar el camino directo hasta su coño. De un solo envión dejé ir toda mi carne hasta su interior, haciéndola tensarse de pronto al sentirme llenarla en su totalidad.
Era una sensación deliciosa e indescriptible. Estaba yo ahí, metiéndole la verga completamente y bombeando lo más lento posible para hacer el menor ruido, si bien yo hubiera querido desfogarme en medio de bufidos y gruñidos de placer. El movimiento del autobús contribuía a dar una ligera vibración extra a nuestros movimientos. El calor me desesperaba, el placer me invadía sin frenos. Finalmente ella giró su rostro para voltear a verme, con una expresión de deleite y de excitación que me hicieron perder los estribos y empujar mi cuerpo pegándome a su espalda. Ella acercó un poco su boca a la mía, llamándome para besarnos fogosamente mientras que acariciaba todo mi rostro con una de sus manos, especialmente mi barba. Rodeándola con uno de mis brazos, me tomé de sus senos, comenzando a masajearlos y buscarlos por debajo de su ropa.
Sus movimientos comenzaron a descontrolarse mas, haciéndome sentir una serie de sensaciones maravillosas. Colocando una de sus manos en el marco de la ventana y la otra en el descansa brazos del asiento, por encima de donde su niño dormía, comenzó a empujar hacia atrás, para ser penetrada mas profundamente. Jalándome de su cintura respondí a sus movimientos buscando clavarle todo mi falo, hasta que una serie de contracciones de su vagina me hicieron saber o creer- que por dentro el más maravilloso orgasmo la comenzaba a inundar. El placer que yo recibía y el morbo de toda esa situación me hicieron llegar también a mí al éxtasis, dándome apenas tiempo de sacarle mi verga para colocarla entre sus nalgas y comenzar a eyacular sobre la entrada de su ano. Apreté mis labios para no gritar, pues la forma en que comencé a venirme fue tremenda. Sentía como las sensaciones de placer me rodeaban las uñas, los labios, las rodillas, el cuerpo entero y ambos nos dejamos caer despacio tapados apenas por la pequeña manta, abrazados sin habernos dirigido siquiera una sola palabra.
Respirando el aroma de su cuello me quedé dormido, abrazándola por la cintura. Desperté apenas cuando la ausencia de su cuerpo generó frío en el mío. Con los ojos entreabiertos pude ver su silueta bajando los escalones del autobús hacia los andenes de la terminal de autobuses de Puebla. Ella volteó un segundo a verme, y después continuó descendiendo hasta desaparecer de mi vista para siempre; el contraluz provocado por la iluminación del andén me impidió ver si alguna sonrisa se marcó en su rostro. Tras el intercambio de pasaje, el autobús salió de nuevo a la autopista, rumbo a la Ciudad de México, a la cual llegamos hora y media mas tarde.
Mientras caminaba por los pasillos de salida de la Terminal TAPO para ir a buscar un taxi, mi mente no dejaba de revolverse pensando en las últimas horas. ¿Haría ella lo mismo con cuanto hombre se cruzara por su camino o las circunstancias la llevaron a vivir algo completamente ajeno a su forma de vivir? ¿La habría acabado venciendo la falta de un hombre amoroso en su vida diaria o el obtener placer era una constante necesidad en su vida aunque estuviera bien atendida en casa? ¿Se despertaría ella al día siguiente feliz de recordarme, totalmente arrepentida por nuestro atrevimiento o peor aún, indiferente por completo? No lo sé y sé que no lo llegaré a saber nunca; así como nunca llegaré a saber siquiera cual es su nombre.