Una noche sin censura PARTE 1
Un buen relato de gran extensión para que podais disfrutar de una amena lectura durante esta cuarentena.
Hoy me quedaba en mi camita bien a gusto… Es un fastidio el tener que madrugar solamente para abrirle la puerta a un desconocido que tiene que venir a ponerme un limitador eléctrico. Estoy en un piso de alquiler nuevo y, por eso, he tenido que andar con papeleos para dar de alta la electricidad y el agua. El hombre de la compañía de agua ya vino y no me enteré porque no le hizo falta s
ubir a mi casa, ya que lo hizo todo desde el cuarto de contadores. Miro mi reloj que tanto me gusta (comprado en IKEA por 1,75€) que tengo colgado en una pared de la cocina, la de al lado de la nevera concretamente, y me doy cuenta de que son las nueve y algo de la mañana nada más. Pienso que es un poco pronto para que venga el electricista, aunque ya se sabe que este tipo de personas te dicen a una hora y suelen venir antes o después, nunca a la hora exacta. Prometió que estaría aquí a las nueve y media. Voy a desayunar algo para hacer tiempo. Un vaso de Nesquik y unas galletas Príncipe creo que será suficiente. Me encanta echar las galletas a la leche. Bueno, galletas, bizcochos, cereales… todo lo que sea que se pueda mojar para desayunar. Como veo que sigue sin venir y ya he terminado con mi primera y riquísima comida del día, voy a fregar los platos, vasos y demás. También aprovecho para barrer un poco la cocina porque anoche llegué tan tarde a casa que a esas horas no era buena idea andar haciendo tanto ruido con las tareas del hogar.
– ¡Mierda, mierda! – susurro malhumorada. Acaba de sonar el telefonillo y dice que ya sube. ¡Y yo ni me he cambiado de ropa todavía! ¡Si sigo con el pijama y los guantes de fregar puestos!
Me pongo un vaquero elástico muy ajustado sin bolsillos, rápidamente, una camiseta ajustada negra de tirantes, también rápidamente, y me quedo con las zapatillas de andar por casa, por falta de tiempo. Da lo mismo, ya está llamando al timbre y me dirijo a abrirle la puerta.
– Buenos días, soy Miguel, el electricista – dice él.
– Hola, pasa, pasa, por favor – le digo amablemente mientras le indico con la mano que entre a mi casa.
– Vengo a poner el limitador. Será solo un momentito – contesta él con mucha serenidad, pero observando detenidamente mi reacción. Creo que me ha notado en la cara lo poco que me gustan las visitas… y madrugar.
Cuando estamos en el hall se queda mirando el cuadro eléctrico, sube el interruptor general y empieza a poner cara de sorpresa. Se gira y me dice:
– ¿Ya tienes electricidad en casa?
– Sí, digo… no. Bueno, no sé. Es que, a ver, yo tenía un fusible puesto pero lo quité porque me aconsejaron unos vecinos que lo hiciera por si se enfadaba el electricista… digo… ¡jeje! – acabo de meter la pata y ya estoy con la dichosa risita tonta. ¡Mira que soy bocazas!
– ¡Jajajaja! No, mujer, no soy ningún ogro, ni nada por el estilo. No te pongas roja que no ha sido nada, ¡jaja! – me guiña un ojo, como gesto de consuelo. Odio ponerme colorada. – Entonces tengo que bajar antes al cuarto de contadores a ponerlo porque, si no, no te servirá de nada el limitador solo, ¡jaja! Dame el tuyo, si aún lo conservas, que te lo pongo y ahora mismo vuelvo. – Hago un gesto afirmativo con la cabeza y me voy hacia el dormitorio para coger el fusible de mi mesilla.
– Toma – le digo mientras se lo doy.
– Muy bien. Entonces, bajo a ponerlo. Hasta luego – se despide saliendo por la puerta.
– Te dejo la puerta abierta porque voy a estar en la cocina algo ocupada. Hasta ahora.
– De acuerdo. ¡Hasta luego! – me grita mientras le oigo bajar por las escaleras a toda prisa.
¡Qué vergüenza! ¡Tierra, trágame! Qué metedura de pata con el consejito de mis vecinos. Voy a ver si ordeno algunas cosas de la cocina mientras él se pone a lo suyo.
Al cabo de un momento, siento a Miguel entrar por la puerta y escucho que abre el cuadro eléctrico para ponerme el aparato que mencionó antes. Yo sigo a lo mío, que es la limpieza, en la cocina a cuatro patas. He tenido que buscar algún producto fuerte para quitar unas manchas del suelo. Parece algún tipo de pegamento o grasa que utilizaron los albañiles, los pintores… no sé, el que haya sido. Lo que sí sé es que ahora mismo me estoy acordando de su mamá porque esto no sale nada bien y yo me estoy dejando los riñones, la espalda, las piernas y las manos echos polvo. Cuando me levanto para coger otro estropajo, la nana de aluminio para frotar mejor, me da por mirar a la ventana. Al ver el reflejo del interior de la casa en los cristales, me doy cuenta de que Miguel me estaba espiando mientras limpiaba. ¿Habrá terminado ya su trabajo y, por eso, se aburría? Voy a ver si es que necesita alguna cosa y no se ha atrevido a decirme nada. Cuando me doy la vuelta ya no le encuentro parado donde antes, ni mirando en la misma dirección. Parece que ha vuelto a la faena. Es extraño pero cierto porque estoy viendo que el limitador está colgando de los cables y sin atornillar. Yo juraría que no se tarda tanto tiempo en una tarea así. ¿En qué se habrá estado entreteniendo este hombre? Ahora que le miro, es bastante mono. Miguel: pelo negro, piel morena, ojos negros, muy redondos y bastante grandes, mide poco más que yo, lleva un pendiente en la oreja, huele de maravilla, parece un poco más mayor que yo… Mejor paro, que bastante calor hace ya hoy como para añadirle más al asunto. Quizás me estén afectando un poco los vapores de los productos quitamanchas-imposibles.
Al cabo de un momento, se da cuenta de que estoy parada detrás suya, apoyada en el marco de la puerta de la cocina, la que está justo en frente de la puerta de la salida, y empieza a preguntarme cosas típicas como que si soy nueva en el pueblo, que cuántos años tengo, que dónde vivía antes… Mi mente está suspirando mucho por dentro y diciendo a gritos: ¡Qué voz tiene! ¡Y ese ligero acento gitano tan encantador! Es la típica conversación que empieza todo el mundo para romper el hielo, pero me alegro mucho de estar teniendo una de esas en este mismo instante.
Vaya, ahora que lo recuerdo, tengo un pequeño y extraño problema eléctrico en mi cuarto (ha sido como un flash en mi cabeza, como si de un aviso se tratara). Está hecho un poco desastre por la mudanza pero no pasa nada, son todo cajas apiladas.
– Miguel, te quería comentar una cosa. A ver si tú sabrías decirme qué puedo hacer… o si me lo puedes arreglar – se lo suelto intentando ocultar la vergüenza que siento, porque yo no soy de pedir favores y me da mucho palo, que quede claro.
– Sí, dime, ¿de qué se trata? – me dice mientras se da la vuelta y se queda mirándome fijamente a los ojos.
– Pues, es que, hay una bombilla en la casa que parpadea estando apagada.
– Qué extraño, es imposible que suceda eso. No lo había oído en la vida – pone una cara muy sorprendida y me mira extrañado con los ojos abiertos como platos.
– Mira, ven si quieres y lo ves tú mismo. Sé que es raro y por eso me preocupa un poco. Pero pienso que es posible que esa luz consuma estando apagada y no quiero dejarla así y que, al final del mes, mi factura haya engordado por su culpa.
– Entiendo. Déjame que le eche un vistazo – me dice mientras coge una herramienta.
Voy delante de él para que me siga, desde el hall hasta el dormitorio, pasando por el salón y el pasillo, hasta llegar a mi habitación. Le indico con la mano que entre y me preparo para explicarle el problema mientras enciendo la luz.
– Pues la cosa es que por la noche, cuando me acuesto, veo que hace pequeños destellos de luz esa bombilla de ahí – la señalo con el dedo. – Y mira que la he probado en más sitios de la casa y, sin embargo, no hace nada de nada. Después, cogí la bombilla de la cocina y la puse aquí y, también esa, parpadeaba estando apagada. Solamente me pasa en esta habitación, ponga la bombilla que ponga.
– Yo no veo nada ahora mismo – dice rascándose la cabeza con el dedo índice de su mano derecha.
– Cierto, pero va a ser porque ahora no es de noche. Yo lo veo cuando me acuesto, cuando está todo a oscuras, claro.
– Es curioso – dice entre susurros. – Pues no tengo ni idea de lo que podría ser.
– Espera, que tengo una idea. No te muevas y observa. – Me dirijo hacia la ventana pasando por delante de él. Parece muy concentrado en el techo. Bajo la persiana para poder demostrar mi problemita eléctrico, me vuelvo hacia la puerta, donde está el interruptor, y apago la luz. – A ver si lo ves ahora.
– Ni se inmuta – me comenta.
– Vaya, pues te aseguro que parpadea. Espera, voy a cerrar la puerta también – me dirijo hacia la salida para dejarlo todo en la absoluta oscuridad y ver si así la estúpida bombilla no me hace parecer una tonta de nuevo. Me acerco a Miguel para observar si hay parpadeo o no desde su misma posición. Cruzo los dedos mentalmente, pero la cosa sigue igual. Tengo que parar esto ya porque Miguel se va a creer que le estoy tomando el pelo y puede que, incluso, se empiece a cabrear.
– Bueno, será que la bombilla me tiene miedo – me dice, riéndose burlonamente. Parece que le divierten los sucesos inexplicables.
– No, más bien es un poco puta y se está riendo de mí. No te muevas que voy a encender la luz – le digo mientras por mi cabeza pasa fugazmente una descabellada idea.
– Vale, tranquila, no le tengo miedo a la oscuridad.
– Bueno saberlo – le contesto riéndome de su gracia.
Mi brillante plan va a ser un proceso muy rápido y debe salir perfecto. Voy lentamente en dirección a la puerta para encender la luz mientras realizo la difícil operación, haciendo el menor ruido posible. Me alegro de llevar solamente dos prendas puestas porque me va a facilitar mucho la tarea. Ya está todo listo y puedo encender la luz. ¡Clic! Se ha hecho la luz. Lástima que no haya reventado la maldita bombilla de mierda.
– Pues si ves que otro día te vuelve a parpadear – me explica, mirando todavía al techo – lo deberías grabar y… – gira la vista hacia mí para mirarme a la cara mientras me habla. – ¡Hostia! Eso no me lo esperaba – abre los ojos de par en par, con cara de susto y a la vez sorpresa, que parece ser bien recibida por su sonrisa picarona que le delata.
Bien, veo que mi idea ha surtido efecto. Se ha quedado con la boca abierta. Me quedo donde estoy y solamente espero a ver su reacción. Lo único que hago es limitarme a mirarle haciéndome la inocente, indefensa y avergonzada. No le miro fijamente como está haciendo él conmigo, sino que miro al suelo y de vez en cuando subo un poco la mirada hacia sus ojos. Le sonrío varias veces como invitándole a decir algo y, por fin, empieza a emitir sonidos por la boca:
– ¡Madre mía! Niña, tienes mejor pinta que un Happy Meal para un crío de tres años.
– Me alegro de que te guste tanto lo que ves – le respondo entre risas.
– Pero, ¿cómo has hecho eso? – dice, más bien, para el cuello de su camisa. Ahora sus ojos están recorriendo todo mi cuerpo.
– Oh, solamente me quité la camiseta y el pantalón en el tiempo justo que tardé en darle al interruptor – le explico mirando al suelo en su dirección. – Me salió tan rápido gracias a que no uso ropa interior en casa.
– Ya veo, ya – su forma de mirarme se ha vuelto seria, llena de deseo y me da escalofríos. Incluso un poco de miedo, diría yo, por desconocer totalmente cuál va a ser su reacción.
– Creo que esta va a ser la mejor instalación a la que me han enviado hacer nunca en el trabajo – me dice mientras se desabrocha la bragueta del pantalón negro de trabajo. Me encantan esos pantalones que les hacen llevar a muchos en algunas empresas.
No digo nada, le observo atentamente y él se va acercando a mí con la mano metida por dentro de su ropa interior. No se ha quitado nada, solamente dejó paso libre para que su mano pudiera entrar y palparse a sí mismo. Parece que quiere hacerse de rogar. Con las ganas que tengo de verle desnudo y que me… No aguanto más. Me empuja de pronto contra el armario empotrado de mi habitación, pillándome tan desprevenida que de mi boca sale un grito ahogado, que él pareció entender como un gemido de placer (en parte lo era, lo confieso). Me acorrala y me aprieta fuerte contra la madera. Noto su rostro frente al mío, pero no lo veo porque me ha causado cierto temor y un acto reflejo que me ha hecho apartar la vista de él y cerrar los ojos. Ejerce cada vez más presión mientras me posiciona y sujeta las muñecas con los brazos extendidos hacia el techo. Puedo notar perfectamente su miembro entre mis piernas, apretándose de forma enloquecedora contra mi sexo. Quiero que se la saque, quiero verla, tocarla, lamerla… ¿A qué espera? Forcejeo un poco con él pero no consigo detener su juego y hacer que pase a la acción. Ahora me suelta una muñeca para poder sujetarme con esa mano la barbilla y dirigir mi boca hacia la suya. Sin embargo, lo que hace es pasar olímpicamente de mi boca y tomarla con mi delicado cuello. Lo besa, lo lame y luego lo muerde mientras yo me estremezco. La fuerza que está ejerciendo ahora empotrándome contra el armario se debe a que tiene que evitar que me desplome del placer que siento. Me flojean las piernas y me siento mareada. Se da cuenta de que mi cuerpo no aguanta más con su propio peso y se detiene para dejar que me tranquilice un poco.
– Ven – me susurra haciéndome gestos con los brazos de querer que vaya a sus brazos.
Me abrazo a él y lo que hace es darme la vuelta. Me pone de frente al armario, de manera que estoy dándole la espalda a él.
– Quiero verte así, de espaldas entera – me dice.
Parece que le gusta dar órdenes. Yo no digo nada. Me limito a obedecer y a dejarme hacer. Comienza acariciándome la espalda, bajando hasta las nalgas, para luego abrirme las piernas un poco más. Me produce escalofríos. Yo intento agarrarme al armario inútilmente porque es una textura completamente lisa, así que apoyo las manos a la altura de mis hombros y así me quedo, acorralada. Se detiene en mis nalgas para estrujarlas con fuerza y darme alguna que otra palmadita bastante sonora. Es como si me estuviera cacheando. Ahora solamente utiliza sus dedos para dar pellizcos y enrojecerme la zona. Cuando se cansa de ello comienza su ataque a mis labios. Los roza despacio con el dedo corazón y de vez en cuando me introduce la punta del dedo en la vagina.
– Parece que te está gustando – indirecta y sutilmente quiere decir que estoy segregando gran cantidad de fluidos corporales. Yo le respondo con gemidos porque en estos momentos no soy capaz de pronunciar palabras.
Jadeo y jadeo porque no soporto esta tortura. Encima ahora es mi ano el que sufre su ataque. Lo roza de manera tan suave que no puedo evitar cerrar las piernas de vez en cuando por las cosquillas que me hace en esa zona tan sensible. Lo curioso es que ha decidido no meterme el dedito por ese orificio ni una sola vez. Nos interrumpe el tono de llamada de su móvil.
– Siéntate en la cama mientas yo voy al salón a responder. Ahora vuelvo, que tengo que decirle a mi compañero por teléfono que no me espere porque él estaba en casa de un vecino tuyo mientras a mí me tocó venir a la tuya. No tardo.
– Vale, no te preocupes, así me tomo un respiro porque no sabes lo excitada que estoy – ambos notamos que mi respiración está muy acelerada y la voz algo ronca.
Sale de la habitación y cierra la puerta, dejándome sola, a oscuras y con el calentón en el cuerpo. Estoy atenta a cualquier sonido pero no consigo captar nada de la conversación. A los dos minutos regresa con cara de pícaro y se me queda mirando de arriba a abajo. Cierra la puerta y se para delante de mí.
– Veo que eres una buena chica y has esperado sentadita.
– Claro que sí porque quiero que sigas lo que empezaste y si me porto mal seguro que no lo harías, ¿verdad?
– Así me gusta – asiente con la cabeza. – Sigue en esa posición y haz lo que yo te diga.
Se acerca más a mí y comienza a bajarse el pantalón. Me hace una señal para que le dé mi mano izquierda. Se la doy y él la pone sobre el bulto caliente de su calzoncillo. Está muy duro. Me deja palparlo durante un buen rato. Lo agarro fuerte, notando su envergadura, sus venas y toda su longitud y luego me baja la mano para que pruebe con sus testículos. Conozco muy bien la zona que hay entre el ano y los testículos y sé que si se presiona causa placer, así que yo lo hago y a ver qué pasa. Le gusta, sí, he acertado. Se estremece de placer. Decide terminar con este jugueteo de tocamientos y comienza a bajarse la ropa interior. Por fin, puedo ver su pene, olerlo, notar su textura, su calor, ver esas brillantes gotitas que salen de la punta…
– Quiero que te lo metas en la boca y lo chupes. Si me gusta mucho cómo lo haces no tardaré en darte lo que quieres. Además, yo también he planeado algo para ti y estoy ansioso por saber si te gustará o no.
– Sí – digo en voz baja, como muestra de mi sumisión. Estoy tan extasiada que apenas he podido entender lo que me ha dicho.
Deseosa de poder saborear su miembro se lo cojo con una mano y con la otra le acaricio la zona de antes y los testículos. Voy alternando mamadas con masturbaciones y le pellizco el trasero cuando me apetece. Él me coge los pechos y los toca de una forma que me vuelve loca. Juguetea con mis pezones, a veces con pellizquitos y otras veces deslizando el lateral del dedo índice sobre el pecho de manera que tropiece con el pezón. Me coge las manos y me las sitúa en su trasero. Él con las suyas me sujeta la cabeza y comienza a moverse lentamente, penetrando mi boca. Primero lo hace suave y luego va aumentando el ritmo poco a poco mientras yo me excito cada vez más con cada gota que noto saliendo de su boca. Es un sabor salado nada desagradable. Quito una de mis manos de donde me las colocó él y me la llevo hacia el clítoris para incrementar mi placer. De pronto deja de mover su pelvis y me la saca de la boca. Miro hacia arriba para ver qué es lo que sucede.
– No te muevas, voy a apagar la luz. Me apetece estar un rato a oscuras.
– Bueno, como tú quieras. Siéntete como en tu casa.
– De acuerdo. Y así si la bombilla se pone a hacer cosas raras la podremos pillar con las manos en la masa – me dice riéndose.
– Eh, que lo de la bombilla es cierto. No era parte de mi brillante estrategia.
– Claro, claro – bromea mientras pulsa el interruptor.
¡Clic! Se fue la luz. Oigo sus pasos y puedo sentir su respiración. Ahora está tan acelerado como yo. Viene hacia mí y me tira de las manos para que me levante de la cama. Me da la vuelta y me empuja, de manera que tengo el trasero en pompa y la cara contra la cama. Me levanto un poco para colocar mejor mi sexo invitándole a entrar dentro de mí. Él me empieza a acariciar la zona, luego me agarra las nalgas y las abre a más no poder. Comienza a rozar el glande en la entrada de mi ano y voy notando cómo se me abren más tanto el ano como la vagina deseosos de ser complacidos. Su sexo está tan mojado que resbala perfectamente. Acto seguido, noto que empuja su peso contra el mío, sujetándose en mi cintura, para hacer que su polla se me introduzca por el ano. Como veo que no atina con la dirección correcta de su miembro, me levanto y se lo agarro con una mano, mientras con la otra me abro un poco tirando de una nalga. Saco más el trasero empujando hacia él y por fin se me mete su sexo. Miguel me da una embestida para procurar que llegue bien al fondo y yo respondo con un enorme gemido de aceptación. Me soba todo el cuerpo mientras me embiste y me revienta con su deliciosa polla. Ahora me siento como si estuviera drogada. Él se da cuenta de ello y procede a manejar mi cuerpo y colocarme a su antojo. Se sienta en el borde de la cama y a mí me sienta de espaldas directamente mi ano sobre su falo. Sin darme cuenta estoy botando sobré él mientras me agarra de la melena con una mano a modo de cola de caballo y con la otra me coge un pecho. Mis piernas ya no pueden seguir y me paro. Él se echa hacia atrás hasta quedar tumbado y me lleva encima de él sin sacármela del culo. Lo siento cansado y con ganas de expulsar esa enorme polla que no lo deja descansar. Tiene ganas de cerrarse y no deja de palpitar. En esta posición me deja descansar un ratito pero sin sacarla de mi interior. Empiezo a sentir un ligero adormilamiento y no lo puedo consentir. Mejor me doy la vuelta y me pongo a horcajadas sobre él. A ver si ya accede a darme por delante. No me he equivocado, lo va a hacer. Inclino mi cabeza hacia su cara para besarle. Por debajo de mí noto que está cogiéndosela para dársela de comer, por fin, a mi hambriento sexo. No se anda con rodeos y la mete con una fortísima embestida seguida de más de lo mismo. Lo estaba deseando tanto… No puedo evitar gritar: ¡fóllame!, ¡más!, ¡así!, ¡no pares, por favor! Me falta el aire, es demasiado, se me va a salir el corazón y ya no puedo sentir ni mis propias piernas. Solamente siento calor y mucho placer ahí abajo. No sé si pretende matarme a polvos o qué, pero no quiero que pare, ¡es un vicio! Creo que intenta calmarme un poco porque noto que ha posado sus manos en mi cintura, como frenando mis movimientos. No me había dado cuenta de que mi cuerpo se estaba moviendo con tal frenesí hasta que he notado su presión para pararme. Me está volviendo a juguetear en la entrada del ano. Su dedo está moviéndose en círculos, repasando el anillo. Me siento tan mareada que me da igual lo que haga a continuación. Me mete un dedo, lo mueve, lo saca, mete dos, hace lo mismo, mete su pene despacito y lo va moviendo lentamente, de manera que mi ano puede notar perfectamente su longitud. Me encanta cuando tropieza el pliegue que separa el tronco del glande. Noto que en mi vagina también hay algo grueso dentro. No puede ser… no he notado cuándo me la sacó del coño para metérmela por el culo. ¿Habrá cogido algún objeto para hacerme una doble penetración? Me giro un poco para mirar hacia atrás pero no puedo ver debido a la oscuridad. Pruebo a palpar con una mano y noto algo caliente en mi ano. Dentro de mi vagina está la polla de Miguel pero no sé qué es lo que tengo por detrás. Sigo tocando un poco más pero esta vez me inclino mejor para llegar bien. ¡Oh, madre mía, no puede ser…! ¡Estoy tocando vello púbico! De repente, los dos hombres que hay en la habitación conmigo se empiezan a mover más y más, embistiéndome contra cada uno de sus cuerpos. Yo grito hasta quedarme sin voz, gimo hasta que mi respiración no me lo permite más y me masturbo hasta conseguir un impresionante orgasmo que me hace temblar de los pies a la cabeza. Miguel se para y el otro hombre le imita. Es como si pudieran leerse la mente.
– Víctor, levántala un momento que ahora vengo. Pero sigue con ella mientras, no te pares, que quiero verlo bien todo – creo haber escuchado a Miguel decirle algo al otro hombre pero entre mis gemidos no lo he podido oír con claridad.
Estoy cachondísima, no lo puedo evitar. Esta intriga y confusión me ha puesto malísima. ¡Clic! Miguel ha ido a encender la luz, estaba claro que lo haría, ya que ha dicho que quiere verlo todo bien. Si miro detrás de mí puedo ver al misterioso hombre que se apuntó a la fiesta sin yo saberlo y que se encuentra ahora follándome por el culo. Pero, para mi sorpresa, a quien encuentro en su lugar es a Miguel beneficiándose mi cuerpo. No entiendo nada, él se supone que está en la puerta porque ha ido a encender la luz para… Miro hacia el interruptor de la luz y veo a… ¿Miguel otra vez? ¿Qué sucede aquí? El Miguel que tengo ahora mismo detrás se detiene, me saca su miembro, erecto y duro como una piedra, del culo y se dirige hacia el Miguel de la puerta para ponerse a su lado. Se miran, me miran y me sonríen mientras cada uno se masturba ligeramente. Puedo ver cómo suben y bajan sus prepucios, tapando y destapando sus glandes y haciendo que los testículos boten. Un momento, creo que escuché a Miguel decir, ¡Víctor! ¡Son gemelos! Increíble, es la primera vez que me topo con gemelos, sobre todo en una situación así. Solamente los había visto en televisión. Los cuatro ojos negros me miran lascivamente sin pestañear. Ahora entiendo por qué parecía que cada uno sabía lo que pensaba el otro en todo momento. Se dice que los gemelos se compenetran así de bien. Ya lo creo que sí, pero que muy bien se han compenetrado estos dos. Me siento tan hechizada por esos profundos ojos oscuros que no soy capaz de moverme. Mi mente los desea, mi cuerpo quiere ser poseído por ambos a la vez, pero esta vez siendo consciente de todo. Me incorporo, me siento al borde de la cama y con el dedo índice les indico que se acerquen a mí. Ahora soy yo quien manda aquí. La adrenalina me ha subido de golpe, al verlos juntos a los dos, tan idénticos, tan irresistibles…
– Miguel, ponte a mi derecha y, Víctor, tú a mi izquierda – doy la orden al aire porque no soy capaz de saber cuál es cuál. En el momento en el que se coloquen como he ordenado que lo hagan sí lo sabré.
Cuando están los dos junto a mí les agarro las pollas y se las empiezo a masturbar. Las acerco cada vez más a mi boca, puedo olerlas. Y ahora voy a ir alternando mamadas con pajas, primero a Víctor, después a Miguel, así sucesivamente. Llega la hora de cambiar de juego porque necesito tenerlos dentro de nuevo, como sea. Me detengo, me levanto y le como la boca a Víctor. Miguel se arrima más a mí para acorralarme contra su hermano mientras me soba todo lo que tiene a su alcance. Víctor se excita cada vez más y me besa desenfrenadamente sosteniendo mis pechos mientras yo le paso las manos por todo el cuero cabelludo. Suerte que no tienen el pelo demasiado corto porque me encanta meter los dedos cuando beso a alguien de esta forma. Mientras tanto, Miguel se dedica a separarme las nalgas para metérmela de nuevo. Le sigo el juego poniendo el culito en pompa. La desliza por mi ano lentamente, la saca y la introduce por mi vagina. Repite el proceso unas cuantas veces y yo siento que me muero de placer. Necesito llevarme algo duro a la boca, así que, separando mis labios de los suyos, empujo a Víctor para hacer que retroceda y me agacho para comérsela. A Miguel parece encantarle esta escena, ya que sus movimientos se vuelven más rápidos y potentes. Víctor se deja llevar hasta correrse en mi boca. Siento su espeso chorro de semen recorriendo mi garganta. Es bastante suave al paladar. La saca despacito de mi boca y observa cómo se divierte su hermano con mi trasero. Se toca hasta conseguir ponerla dura de nuevo. Cuando veo que la tiene bien firme hago parar a Miguel. Todos los labios de mi cuerpo están ardiendo.
– Miguel, ahora te toca a ti llenarme.
Ninguno de los dos dice nada, solamente cogen a su presa como si de animales salvajes se tratara. Aprovecho que Miguel se sienta en la cama para empujarlo hacia atrás y hacer que se tumbe. A horcajadas me pongo encima de él y con una mano se la cojo y me la meto por el coño. Le digo a Víctor que me penetre por el agujero libre. Ambos obedecen y responden muy bien con movimientos profundos y bien acompasados. Me están volviendo loca, los manoseo por todos lados hasta que Miguel explota y noto sus convulsiones. Víctor no se detiene, sigue moviéndose a pesar de haber sentido también a su hermano terminar. Tengo la vagina llena de semen, noto ese líquido cremoso resbalando, buscando una salida que está siendo taponada por una polla que comienza a relajarse. Cuando sale por su propio peso, cae toda esa mezcla de líquidos deslizándose por mi vagina, mi ano y llegando a caer sobre el sexo de Miguel. Víctor no se corre dentro de mí, la saca cuando está preparado para eyacular y me lo echa por toda la rajita del culo. Me encanta ese cosquilleo que se siente. Tengo los bajos empapados y no puedo evitar reírme de gusto. Nos quedamos un rato en la cama tumbados para relajarnos y minutos más tarde se levantan y comienzan a vestirse. Los dejo un momento a solas porque tengo que ir al baño a limpiarme mientras acaban. Cuando vuelvo me miran intrigados.
– Ya me ha contado Miguel lo de tu problema eléctrico, ¡jaja! Si sigues sufriendo por ello podemos venir otro día a echarte un cable.
– ¡Jajaja!, ¡oye!, no te lo tomes a broma tú también, que es cierto. No lo habéis notado antes porque no estabais mirando precisamente al techo. No hace falta que os llame para eso porque ya no me preocupa. Después de todo, gracias a ello le he dado a mi cuerpo un buen capricho.