Una Noche Perfecta: Diversión, Masajes y Fantasías
Una salida solos después de mucho tiempo, una noche sin niños en el hotel, un masajista y una experiencia deliciosamente erótica y satisfactoria que compartir con ustedes
Salimos esa noche, me vestí linda, sexy y salimos a disfrutar después de mucho tiempo. Tomamos, bailamos, jugueteamos, me sentía viva nuevamente, sexy. Esa noche era especial, habíamos quedado en que cumpliríamos alguna fantasía así que apenas pude me acerqué a su oído y le dije: No traigo sostén y tengo ganas. Su cara fue un canto, sus ojos encendieron la líbido y era claro que tenía ganas de comprobar si no mentía. Se acercó a mi escote, lo dejé ver y comprobó que esa noche estaba re puta. Esta vez era yo quien pisaría el acelerador. Bebimos, bailamos, coqueteamos uno con el otro como no lo hacíamos desde hace mucho tiempo, disfrutando de esa noche libre, lejos de los deberes de padres, y la verdad es que lo pasamos genial. Salimos temprano de vuelta al hotel, bebidos, riendo, como si tuviéramos 10 años menos. Volvimos a la habitación y por más calentura que tuviera me dio un poco de vergüenza encontrarnos con el desconocido que habíamos contratado para mi sesión de masajes, después de todo, es claro que me vería desnuda y eso era intimidante y excitante, nunca habíamos hecho algo así, era precisamente esa la idea, pero ya viéndolo de frente me entró la duda. Mi esposo me miró y rió divertido, saludó, abrió la puerta de la habitación y nos invitó a entrar.
Qué diablos, un masaje es un masaje, el niño era guapo, y aunque no era mucho más alto que yo tenía un bonito cuerpo, espalda ancha en V, brazos fuertes, una sonrisa educada y tenía 10 años menos que yo, justamente como me sentía en ese momento: Diez años más joven. Estaba tomada, excitada, viva y decidí meterme a la ducha, pero mi esposo no lo permitió, me dijo, no así, sudadita te ves más hermosa, quiero ver tus jugos y olerte. El chico lo oyó y sonrió complacido. La frase me encendió así que rápidamente decidí jugar y tomar el control de la situación. ¿Cómo quieres verme amorcito? Le pregunté desabotonando el vestido. Calatita y sudada me respondió. ¿Así? Dije abriendo el escote esperando que me detuviera, pero no lo hizo, su cara era evidente, quería verme las tetas y ya que estábamos en el cuarto del hotel me pareció que sí. Daría el paso y mostraría mis tetas frente al completo desconocido que tenía parado junto a mi marido.
Más de una vez habíamos hablado de eso en nuestros juegos de cama, ya saben, la idea de exhibirme ante un extraño era parte de una universo fantasioso en el que a menudo acabábamos invitándolo a cachar con nosotros, y que aprovechaba yo para chuparle el pene y darle lo mejor de mi repertorio oral, pero aunque la idea había estado muy frecuentemente presente cuando de hablar de fantasías se trataba no sentía que era mía realmente, eran meras palabras, de esas que dice una cuando se pone arrecha y quiere jugar, pero no, yo era de gustos más sencillos, quería los masajes, exhibirme, calentar, y eso mismo iba a disfrutar, pero no más. Hablar así me hacía sentir como una zorrita, como una perra viciosa y oírme así calentaba a mi esposo tanto como a mí, pero esto era distinto, era real, tenía las tetas al aire, los pezones erectos, muchas ganas, la mente hambrienta de sexo y un masajista profesional chiquillo y de buen cuerpo como invitado ocasional. Yo estaba decidida a jugar con fuego, avivarlo pero sin quemarme.
El chiquillo se portaba respetuoso, pero me miraba las tetas con la misma hambre que mi esposo, y no dudó en decirme que tenía un cuerpo muy bonito, a lo que agradecí diciéndole que no había visto aún lo mejor. Me mordí los labios, miré coquetamente a ambos, me quité el vestidito y ya que no tenía más que mi calzoncito quedé semidesnuda, desafiante, lista para mi primera sesión de masajes, para dejar que las manos de ese mozalbete me masajearan toditita y disfrutar de un momento de relajo y morbo que a decir verdad necesitaba.
Por entonces mi esposo tenía una evidente erección, disfrutaba verme excitada y a decir verdad lo disfrutaba más yo, después de todo, hacía mucho que no me sentía así. Hacía mucho que había mandado al rincón a la putita que hacía de todo en la cama y el juego de traerla de vuelta me gustaba.
¿Ahora? Me acuesto en la cama, ¿verdad? Sí, por favor, dijo el joven masajista y mientras tanto me acosté boca abajo, tapándome la cola con una toalla del hotel. Mientras él chico se fue a baño llamé a mi esposo, ¿Estás seguro que no te molesta? Ya estoy muy excitada, podríamos prescindir de los masajes, mandarlo a su casa y hacer el amor salvajemente. Y lo haremos, me respondió, pero tenemos toda la noche para cachar, antes vamos a calentar aún más las cosas, vamos a jugar, después de todo es sólo un masaje, ya mostraste las tetas, estas preciosa y me gusta la idea de verte excitada, de probar una tontería así y verte esa actitud de putita, un masaje no es nada del otro mundo, pero cuando él se vaya, vamos a cumplir alguna fantasía mía ya más seria. ¿Te parece? Me parece justo, respondí, la que quieras. ¿La que quiera? Ok. y me da un beso muy hot deseándome buena suerte y me recordó: Esta es tu fantasía, vívela como quieras, hasta donde quieras. Disfrútala, pero cuidado de no excitar mucho a tu chibolo, estás super cachable y yo creo que va a aprender lo que es masajear a una putita traviesa. Le tomé el pene por encima del pantalón con ganas de sacárselo rápidamente y hacerle una mamada mientras estábamos solos, pero hubo sonido en el baño, era obvio que se nos acabó el tiempo de privacidad.
En eso se abrió la puerta, instintivamente me tapé las tetas. El chiquillo salió sonriente con una batita blanca encima de manga corta que llevaba abierta en el pecho y cerrada bien debajo de sus abdominales quedándose semi desnudo, el cuerpo que tenía era espectacular, muy bien formado y trabajado seguramente después de muchas horas de gimnasio, pero casi me desmayo cuando observé ese pedazo de carne que se insinuaba golpeando libremente la tela colgando entre sus piernas, era una verga monumental. No estaba acostumbrada a algo así. Sus pechos y abdomen super marcados eran algo que no se ve todos los días, igual que sus brazos fuertes y masculinos. Ojalá sepa hacer masajes, pensé.
¿Lista? Por favor, cierre los ojos, relájese y disfrute cada uno de sus sentidos, dijo con voz joven pero agradable. Encendió un incienso aromático, colocó su celular en una mesita y apareció una melodía como de house japonés envolvente y sensual, pero en lo que pensaba yo era en lo extraño y erótico que era ver a este chico con su batita, esa que apenas escondía el rebote de ese pene enorme tan cerca, conmigo borracha echada en una cama sin sostén y mi esposo bebido y excitado.
En ese momento pidió permiso a mi esposo, se acercó hacia mí, se arrodilló a un costado de la cama y comenzó su trabajo. Al principio mi corazón latía fuertemente, me sentía como tiesa, estaba rígida de los nervios, el chico se dio cuenta y me dijo que me relajara y empezó a frotarme suavemente la espalda ante la atenta mirada de mi marido que al percatarse me dijo tiernamente que disfrutara los masajes, porque me quería lista para más tarde, en evidente alusión al sexo que tendríamos cuando se fuera el intruso que para entonces tenía en las manos un aceite con una fragancia exquisita. El aroma era realmente delicioso y sus manos eran un encanto, frotaba y aplicaba una presión precisa que rápidamente desanudaba cada rastro de tensión que llevaba encima, yo sentía placer y alivio, de verdad era un gran masajista, sus dedos eran sabios, qué duda cabía, era un profesional, todo esto hizo que la situación sea muy agradable y poco a poco fui relajándome y aflojando un poco las piernas entregádome al placer del contacto. Sentía el roce de esos huevos jóvenes cercanos así que ubiqué mi cabeza de costado, de tal manera que veía su entrepierna moviéndose al ritmo de sus movimientos, no podía apartar la vista de su verga que a pesar de estar flácida era realmente gigante. Aunque traté de disimularlo un poco.
Mi esposo se sentó en el borde de la cama sujetando mi pierna preguntándome si se sentía rico, yo sólo exclamaba con alivio un sí nacido de bien adentro de mi vientre, me alegro, goza que te has ganado este masaje y me miraba mientras el chiquillo pingón acariciaba mi cuerpo. Yo le devolví una sonrisa pícara mientras él me giñaba un ojo. El masaje continuó por toda la espalda, cuello, hombros, piernas y brazos, realmente tenía unas manos espectaculares, por momentos era suave y por momentos intensificaba sus movimientos, lo que provocaba que muy suavemente mientras me masajeaba me frotara muy sutilmente la verga por mis brazos, los cuales tenía uno a cada lado de mi cuerpo, estratégicamente ubicados, para que me rozara con su falo cada vez se acercaba a mí. El alcohol había hecho efecto y en ese momento tenía unas ganas tremendas de agarrársela, pero me contuve para no parecer tan desesperada, además, aunque había bromeado sobre eso con mi esposo, sabía que no se molestaría y el chiquillo tenía un cuerpo como para desear no estar casada, la verdad es que no quería que la cosa llegara a mayores. Ya el solo masaje, el estar así semidesnuda en la cama con un chico 10 años menor que yo era una experiencia nueva y excitante que me complacía y que daría para tener un gran sexo con mi esposo cuando el chiquillo se fuera. Pero dejarme llevar y provocar algo más me haría sentir mal, lo sabía, y no quería problemas.
Luego los masajes llegaron a mi cola, el chiquillo preguntó a mi esposo ¿Puedo? Y seguramente asintió con ña cabeza porque sin previo aviso corrió la toalla, y empezó a acariciarme los cachetes de una manera muy sensual. Aunque sabía que eso era parte del masaje me sorprendió, excitó y me tomó desprevenida, sobre todo por lo rico que me amasaba el culo y lo excitante de la situación. Mi esposo me piropeo el culo y yo tranquilizada por su reacción me dejé ser, mis nalgas subían y bajaban apretadas por sus manos, se abrían y cerraban y estaba segura de que mi ano se dejaba ver por debajo del hilo dental, luego, el chiquillo metió sus manos aceitadas y firmes entre mis piernas y masajeó la parte interna de mis piernas, primero bajó hasta mis pies, con los que se entretuvo acariciándome los dedos y entre ellos, aplicando una presión deliciosa en la planta, luego se echó más aceite y subió nuevamente por mis piernas, por mis muslos, abriéndolos un poco más, yo no quise pero instintivamente subí un poco el culito, mientras él masajeaba nuevamente mis nalgas. Sentí como su mano aceitada resbalaba por mis muslos y rozaba disimuladamente con sus dedos la zona anal y los labios vaginales, haciéndome erizar todo el cuerpo, a esa altura mi conchita chorreaba de excitación, mi mente sólo pensaba en sexo. Me sentía reputa, quería cachar, se sentía riquísimo.
Levanté la cabeza y vi como mi marido observaba la escena frotándose el bulto por sobre el pantalón. Yo estaba tan excitada que sentía que tendría un pequeño orgasmo ahí mismo. Estuve a punto de acabar cuando el chiquillo me pidió que me diera vuelta y me ponga boca arriba, mi esposo me animó girando una de mis piernas, giré mi cuerpo y nuestro joven desconocido con sus manos agarró las tiritas de mi tanguita y me la bajó muy suavemente hasta sacármela por completo, ya a esa altura estaba tan excitada que no me importaba nada el que me viera así, desnuda, con la conchita mojada toda para sus ojos y no me resistí en ningún momento a que me acariciara como quisiera, su masaje por mi pecho fue de lo más excitante que había sentido en meses, me tomaba las tetas, las movía de un lado para otro, de arriba abajo, las apretaba, las estrujaba, jugaba con mis pezones, mi esposo se sacó la verga del pantalón y empezó a masturbarse lentamente ahí mismo, extendí mi mano para llamarlo con ganas locas de chuparle la pinga ahí mismo frente a este habilidoso extraño que tan bien lo hacía acariciándome las tetas, pero me dijo que no, que cuando terminen los masajes. Decepcionada giré el rostro al sentir en mi hombro el pene ya erecto del chiquillo. Dios, fue increíble, el pene había levantado la tela y se exhibía a la altura de mi cuello, era enorme, como de 20 centímetros de largo, anchísimo, inclinado hacia arriba, grueso, venoso y colorado, dando saltitos desquiciantes mientras asomaba depilado. Fue turbante, juro que tuve ganas de agarrarlo y metérmelo a la boca en ese instante, pero me controlé, tratando de enfocarme en lo que sentía, pero era difícil, porque el masajista apretaba deliciosamente mis tetas y los pezones con una mano, mientras con la otra seguía acariciándome la zona interna de mis muslos, hasta que muy suavemente comenzó a subir su mano hasta apoyarla en mi conchita que estaba ardiendo de deseo, lujuriosa, jugosa. Penétrame le dije a mi esposo, penétrame que no aguanto, necesito una pinga adentro. Aún no me dijo, haciendo del masaje una deliciosa tortura, la más sexy y salvaje de mi vida. Mientras tanto, los masculinos dedos del calato me acariciaron el clítoris y ya no aguanté más, estiré mi brazo y acerqué mi mano muy despacio hacia su verga y cuando logré alcanzarla comencé a acariciarla muy suavemente, la frotaba tiernamente con movimientos de arriba hacia abajo, y sentía como ese pedazo de carne iba creciendo incluso más aferrado a mi mano lo que me invitó a perder el poco de pudor que me quedaba y masajear frenéticamente. El pedazo de carne era fabuloso. Se sentía grueso, carnoso, apetecible. Te dije que esta noche chuparía 2 pingas, le dije a mi esposo, mientras acercaba mi lengua su colorado glande que rápidamente ingresó hasta mi garganta, caliente, tibio, buenísimo. Mientras mi esposo se acercó y yo lo masturbaba. Soy una puta, le dije, tu puta, y esta noche quiero comer doble. Lamí sus huevos, los del chico, los de mi esposo, sus culos, sus pingas, me dejé ser, me sentí una puta, una cerda, una mujer sexual y viví una noche que no olvidaré jamás.
¿Me caché al masajista? Eso lo dejaré a su imaginación. A la hora y media se fue el chico, cobró lo suyo y me dejó ahí, más puta que nunca, con la conchita agradecida, el corazón palpitante, super sudada y a merced de la fantasía de mi esposo, que ya que me había visto más puta que nunca quería verme igual de cerda porque un trato es un trato, me sentía 10 años más joven y una mujer de verdad; por más puta que sea, siempre tiene palabra.