Una noche lluviosa

Nos amamos con pasión, con violencia, con amor, con cariño, con ardor, con cada caricia, cada beso, aprendimos el alfabeto de nuestros cuerpos y hablamos con la palma de la mano y la punta de los dedos

Apenas habíamos estado dentro una hora, pero nos faltaba tiempo para irnos. Fuera de la discoteca hacía un poco de frío y caían pequeñas gotas de agua. Sacaste tu paraguas y yo lo sujeté entre los dos, mientras te echaba el brazo por encima y te apretaba contra mí.

Andábamos pegados, intentando no dejar escapar el calor que fluía por nuestros cuerpos. Tú me guiabas por una ciudad que yo no conocía, y yo me dejaba llevar, intentando que no te tocara ni una sola gota de agua. Llegamos a una rotonda y esperamos el taxi, sin perder la ocasión de enlazarnos en un preludio de besos robados. El primero se nos escapó, y al segúndo andábamos más precavidos, pues el deseo se desbordaba como la gotera que colma un cubo improvisado. Ese deseo que actuaba por nosotros, nos cogía de las manos y nos las unía, nos acercaba las cabezas y nos fundía en un impúdico beso en el asiento de atrás de un taxi camino al Paraíso.

Llegamos a tu casa. Saludaste a tu compañero de piso, que yo ni siquiera llegué a ver, y me metiste en tu habitación. Encendiste el flexo de la mesa del escritorio, aunque toda la luz que yo necesitaba la bebía de tus ojos ardientes. Aquella puerta que tú cerraste fue la señal que los dos esperábamos para perder el control y encontrar la escalera que sube hasta el cielo estrellado de una noche clara de verano sin luna.

Adán y Eva expulsados del paraíso. Galatea bebiendo en el río de Acis. Romeo y Julieta en el jardín del balcón de los Capuleto. Eros y Afrodita. Teseo y Ariadna antes de llegar a la Isla del Abandono. Ulises y Penélope tras la vuelta de la Odisea.

Nos amamos con pasión, con violencia, con amor, con cariño, con ardor, con cada caricia, cada beso, aprendimos el alfabeto de nuestros cuerpos y hablamos con la palma de la mano y la punta de los dedos, con los suaves labios y cada pedacito de tu piel era un poema sin palabras con miles de matices, tu cuerpo era el instrumento musical más perfecto que jamás ha creado el hombre, y el sonido de tus cuerdas vibrantes al tocarlas se fundía con el murmullo de mi canto enamorado y el eco del gozo de los amantes en el lecho rompía las dimensiones espaciales y temporales que atan los sentidos de los hombres...

Dormimos, entrelazados, soñando que nos abrazábamos, abrazándonos mientras soñábamos, un solo cuerpo y una sola respiración, un solo latir y un solo gozar.

Una noche lluviosa te conocí.