Una noche inolvidable

Que harías si la vida de tu novio dependiera de tu acciones?

La noche era apacible como tantas otras. Las estrellas estaban esparcidas por un cielo despejado y la suave brisa hacia ondear sus cabellos. A ella la vamos a llamar Cristina y a él Ricardo que son nombres tan buenos como cualquier otro.

Era tarde y solo las farolas de la plaza iluminaban el lugar, las calles cercanas eran bastante oscuras y el barrio no era famoso por su seguridad.

Ninguno de ellos prestó atención ninguna a ello. Estaban recostados sobre el verde césped besándose con pasión. Llevaban saliendo unos tres meses y aún no habían iniciado una vida sexual activa.

Ricardo llevó una de sus manos hasta los senos de ella. Cristina gimió de placer pero tomó la mano de su novio y la llevó hasta su cintura. No dejaban de besarse, de amarse.

Una botella cayó al suelo no muy lejos. Ella aprovechó para separarse y ponerse en pie.

-Tengo que irme –se excusó.

-¿Ya?

-Sabes como son las cosas en mi casa, ya bastante me arriesgo por volver tan tarde.

-¿No piensan que estás en lo de una amiga?

-Sí, pero no quiero tentar a la suerte.

-Esta bien-accedió él de mala gana.

Se levantó y ella sonrió al ver al abultamiento en sus pantalones.

-¿Vamos?-preguntó Ricardo sintiéndose incómodo ante la mirada.

Cristina se le acercó y le dio un largo beso en la boca. Sus curvas se achataron contra el torso de él y su miembro sintió la presión de la pierna de ella. Se sentía a punto de explotar.

-El sábado podríamos salir ¿no?-preguntó.

-No sé, tengo que ver-respondió ella y lo tomó de la mano y tiró de él marcando el camino hasta la parada del bus.

Estaban a media cuadra cuando las siluetas surgieron de la oscuridad.

-¡¡Entrega a ese bombonazo!!-gritó uno de los desconocidos.

Cristina intentó acelerar el paso.

-¿Qué haces con ese idiota? Acá hay verdaderos hombres esperando-gritó otro.

Eran cinco en total y los estaban siguiendo.

-¡¡Vamos linda, ven que te vamos a enseñar a disfrutar!!

Ricardo volteó hecho una furia.

-¿Por qué no te vas a la mierda?-gritó sin poder contenerse.

Se escuchó una risa.

Un minuto después, Ricardo tenía la nariz sangrando y dos hombres lo sujetaban. Cristina lloraba desesperada sin saber que hacer. Uno de los maleantes le había rodeado los hombros con un brazo y la amenazaba con un cuchillo.

-¿Así que tu novio es valiente?-preguntó el que la tenía agarrada-. Vamos a mostrarle lo que les pasa a los que nos tratan mal.

El cuchillo se movió a gran velocidad. La playera que Cristina usaba cayó al suelo abierta por la parte delantera.

-¡¡Hijo de puta!!-rugió Ricardo debatiéndose entre sus dos captores.

-Muy mal hablado-sonrió quien tenía a su novia. Cristina intentó gritar, pero un golpe en el estómago se lo evitó. Cayó de rodillas al suelo.

Sintió que la tomaban del pelo y que tiraban fuerte obligándola a mirar, para arriba. Vio entre sombras la cara del hombre que había golpeado a Ricardo.

-Ahora escúchame bien-le dijo-. Te voy a soltar, si corres, matamos a tu novio. Si gritas igual ¿entendiste?

Cristina asintió.

Vio el destello de malicia en el rostro del hombre. Era bastante bajo pero ancho de hombros.

Cristina se mantenía en rodillas con los brazos cruzados sobre el pecho para taparse el corpiño. Vio que el hombre entregaba su cuchillo a uno de los dos que sostenían a Ricardo.

-Si no me obedeces lo van a matar-amenazó.

Cristina asintió aterrada.

El hombre metió la mano en sus pantalones y extrajo el pene ya erecto. Cristina bajó la cabeza y apretó los labios. Volvió sentir que le jalaban el cabello y levantó sus hinchados ojos. Sintió el glande apretarse contra sus labios, chocando contra su nariz.

-Abre la boca-dijo el violador.

Ella negó.

La obligaron a girar la cabeza y vio como golpeaban a su novio. Abrió la boca.

El mal nacido la invadió con suaves movimientos. Sintió ganas de cerrar la boca y arrancarle el pene, pero no podía. Estaba aterrada y lo único que podía hacer era obedecer y pensar que estaba en otro lado, en otro lado muy lejos de allí.

Los otros reían, Ricardo lloraba y se debatía casi sin fuerzas.

-Quiero que le pases la lengua-le dijo a Cristina el violador.

Negó una vez y recibió una cachetada.

-No es difícil, es como si fuera una paleta.

Cristina obedeció sintiéndose enferma. El hombre la golpeó.

-Hasta mi perro puede hacerlo mejor-le espetó y descargó otro golpe en su mejilla-. No tiene gracia.

Los otros dos muchachos, que hasta el momento solo miraban intervinieron tomándola de los brazos. Ella se debatió siguiendo su instinto de conservación.

-Llévenselo-dijo el líder refiriéndose a Ricardo-. Si la oyen gritar mucho lo matan.

Cristina vio con desesperación como arrastraban a Ricardo hasta perderse en las sombras. No tuvo tiempo de lamentarse por él. Al poco tiempo ya la habían puesto boca arriba en la fría calle y le estaban sacando los pantalones. Gimió y lloró desesperada. Retorciéndose entre los brazos de los asaltantes. Pero no logró más que excitarlos. No tardó en quedar desnuda por completo.

Le sujetaron las piernas y le obligaron a separarlas. No tuvo forma de vencer. Sintió como el miembro del violador se introducía en ella como una braza al rojo vivo. Jadeaba la palabra no, rogando piedad, pero eso los impulsaba a seguir con mayor fuerza. El violador no tardó en acabar dentro suyo. Liberaron sus piernas, ella las encogió avergonzada. Pero otro tomó el lugar del primero.

Fue violada por los tres hombres. Ninguno duró mucho. Pero para ella el tiempo fue eterno. Estuvo una hora tirada en la calle antes de atreverse a levantarse. Se visitó como pudo y tambaleándose comenzó a caminar sin sentido. Encontró a Ricardo con la nariz sangrando, desmayado.

Lo dejó ahí y continuó su camino.

Dos días después Ricardo estaba con sus amigos del barrio.

-Bueno, la próxima vez de novio hace otro-les dijo-. Ya estoy cansado de solo poder mirar.