Una noche infernal

Camila no imaginaba cuánto cambiaría su tranquila noche, al irse a dormir.

Era de noche y Camila había tenido un largo día. Al llegar a su casa, realizó su misma rutina diaria: dejó las llaves sobre la mesa de entrada, se quitó los zapatos, se deshizo de su abrigo. Ese día llevaba puesta una falda ajustada que le llegaba hasta las rodillas y una camisa blanca, desabrochada hasta la altura del busto.

Fue caminando hacia su habitación, desabrochándose lentamente la camisa blanca mientras se bajaba el cierre de la pollera. Llevaba puesto un conjunto de encaje blanco, que permitía apreciar el peso del frío sobre sus pezones, que estaban erectos.

La ventana de atrás estaba levemente abierta, para que su gato pudiese entrar y salir del hogar sin problema. Ella jamás imaginaría que habría alguien observándola desde allí.

Esa noche llegó demasiado cansada como para chequear que todas las ventanas quedaran bien cerradas.  Se dirigió hacia su habitación, y se abalanzó sobre su cama.

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Eran pasadas las 00 horas. Todo el vecindario estaba en absoluto silencio, y Camila yacía absorta en un sueño profundo; pero desde aquella pequeña ventana de atrás, alguien esperaba ansioso.

Alguien había estado siguiendo a Camila las últimas semanas. Sabía a qué hora salía y en qué horario volvía. Conocía cada ventana y puerta de aquella casa. Era un hombre moreno, alto, fuerte, con ojos intensos del color de la noche, y manos enormes.

Aquella noche decidió dejar de ser un simple espectador, y comenzar a desarrollar el plan que había ideado por tanto tiempo. Esperó hasta que Camila estuviese profundamente dormida, y comenzó a trabajar en abrir aquella ventana para ingresar. Aquel sujeto no era un ladrón; no ingresaba a esa casa con intenciones de quitarle nada a aquel hogar, más que a Camila.

Tras un largo y cuidadoso trabajo, logró finalmente abrir completamente la ventana, sin hacer ningún ruido alarmante.

Camila yacía en la cama, bajo unas frazadas, vistiendo sólo aquel conjunto de transparencias blanco que dejaba al descubierto sus curvas imponentes. Ella era una muchacha de 27 años que medía 1,71, morena, con labios seductores y cabello ondulado, y protuberantes caderas y muslos.

El intruso llegó hacia su habitación, y se decidió a contemplarla un largo rato desde la oscuridad. Hasta que, finalmente, decidió acercarse lentamente. Comenzó a correr una a una las capas de frazadas y sábanas que lo separaban del cuerpo semidesnudo de aquella morena que él había estado observando por semanas. La adrenalina y exitación de ese momento ya estaban latiendo también sobre su miembro, erecto, firme como una roca, bombeante y deseoso.

Camila dormía profundamente, pero sintió un escalofrío recorriendo su columna y abrió sus ojos. El horror de encontrarse con aquel hombre, observándola y acariciándola, en su habitación, se tradujo de inmediato en su rostro, pero no alcanzó a emitir sonido. Una de las grandes manos de aquel hombre le aprisionó los labios, y la otra le sostuvo sus brazos. En un santiamén se encontraba atada a su cama, desesperada, sin entender del todo qué estaba sucediendo.

  • "Shhh, shh. Tranquila, morocha. Cuanto antes te predispongas a disfrutar, más rápido va a pasar todo para vos."

Las lágrimas le brotaban por los ojos y no podía contenerse. Tenía cada extremidad atada a cada extremo de su cama, y la boca amordazada.

El intruso la contempló unos segundos antes de abalanzarse sobre ella, y comenzar a recorrer con su lengua cada una de sus piernas, subir por su abdomen, recorrer cada uno de sus senos, realizando círculos sobre sus pezones, y subir hasta su cuello. Sus movimientos no eran apresurados, tampoco bruscos. Se movía con delicadeza, con total control del tiempo que utilizaba para satisfacer sus ansias acumuladas. Desabrochó su pantalón, y sacó su miembro. Ya no podía seguir esperando.

Rápidamente se colocó entre las piernas abiertas y atadas de Camila. Ella lo observaba absorta, aún sin comprender cómo todo eso le estaba sucediendo. Pero aquel hombre deseaba que ella disfrutara de ese momento tanto como él. Se inclinó sobre su vientre, le corrió la delicada tanga blanca de encaje, y se limitó a recorrer sus labios suavemente con su lengua, para proseguir succionando su clitoris. Ella comenzó a sentir un calor subiendo por su entrepierna. Realmente no quería, pero estaba comenzando a estremecerse con aquel movimiento de la lengua del intruso, bailando sobre su sexo. Comenzó a humedecerse. No quería hacerlo, pero gemidos brotaron desde su garganta. En ese punto, él supo que era tiempo de arrancarle su braga: lo hizo de un solo rápido movimiento. Ella se sobresaltó, pero sólo consiguió sentir más calor y deseo. Él colocó su miembro en el ingreso a su vagina, y comenzó un lento vaivén. Primero, con delicadeza, comenzó a ingresar en ella; luego, comenzó a adquirir un ritmo más acelerado, mientras los gemidos de ambos se elevaban en la oscuridad de la noche, al compás del movimiento. Él la embestía con fuerza, y ella ya no podía ignorar ni ocultar cuánto estaba disfrutando aquella bestialidad.

En medio de las embestidas, él sintió cómo las paredes de su vagina se comprimían y lubricaban, mientras ella comenzaba a temblar y a gemir, en un orgasmo celestial. En ese momento decidió que ya no sería su prisionera. Desató las piernas y brazos, y finalmente, advirtiéndole primero, le quitó la mordaza de la boca. Ella estaba deseosa por más. No terminó de quitarle la mordaza, cuando ella ya se abalanzaba sobre él, mordiéndole los labios y besándolo ferozmente. Lo volteó, empujándolo hacia la cama, y subió sobre él. Lo desnudó completamente. Comenzó a besarle todo su cuerpo, empezando por la boca y siguiendo por su cuello, mientras dibujaba figuras con su lengua, y bajando hasta sus pectorales, cubiertos de vello. Siguió su recorrido hasta su miembro, todavía cubierto de los fluidos que ella había desprendido gozando instantes atrás. Lo sostuvo con sus dos manos, y ferozmente comenzó a subir y bajar su cabeza, absorbiendo el pene, con las venas salientes, a punto de explotar. Cuando comenzó a sentir el calor, dejó de hacerlo. Le observó la cara a quien yacía retorciéndose de placer, y le sonrió. Él la miró.

  • Viste que te gusta, putita- le dijo, mientras ella se acomodaba ahora sentándose sobre sus caderas.

Con su mano acomodó el pene del extraño en la entrada de su vagina, y con movimientos lentos, ascendentes y descendentes, comenzó a montarlo. Arriba y abajo, ella olvidó todo en aquellos minutos. Olvidó que aquel era un extraño, que aquello había comenzado como una especie de secuestro: lo olvidó todo. Él colocó sus manos en su cintura, y ayudando con el movimieto fue sumando intensidad en la cabalgata. Ella comenzó a estremecerse nuevamente, vibrando cada célula de su cuerpo, y esta vez él la acompañó también. Mientras la pared de su vagina se estremecía y humedecía, y su cuerpo temblaba, el miembro del intruso explotó en un río de semen dentro de ella, llenando el hueco de un calor húmedo y espeso, y su pene estremeciéndose con él dentro. Aquello fue un éxtasis de placer que alcanzó a ambos, dejándolos extenuados, tumbados en la cama.

CONTINUARÁ...