Una noche en una casa rural
Esta noche estoy cachonda, cariño. Muy cachonda. Esta noche necesito algo más que tu polla y tus manos. Y tú también tendrás más que mi coño, mis tetas o mi lengua.
[Este relato lo publiqué hace algunos meses pero, por error, lo borré de mi cuenta. Lo cuelgo de nuevo]
El día que mi mujer me dijo que lo había arreglado todo para poder pasar una noche fuera, ella y yo, sin los chavales, no sospeché nada extraño. Hacía algunas semanas que habíamos hablado de tomarnos ni que fuera una noche libre, para desconectar de la rutina diaria.
El lugar elegido por mi mujer era un hotel rural, a no muchos quilómetros de nuestra ciudad. El sitio era bonito y, sobretodo, se respiraba mucha tranquilidad. Pasamos la tarde conversando sobre un montón de cosas, más bien triviales. Fue una tarde muy agradable. Antes de cenar, subimos y nos pusimos los dos en la ducha para asearnos. Mi mujer estaba hermosa, siempre había tenido un culo estupendo, con curvas y firme. Empecé a tocárselo y ella me apartó la mano. Al cabo de pocos minutos empezó a enjabonarse el cuerpo. Primero los brazos, el cuello, las piernas. Mi mujer sabe como atraer a un hombre, sin duda, y sabía que yo esperaba ver como se enjabonaba sus magníficas tetas ante mi. Lo sabía y por eso disimuladamente no lo hacía, para acrecentar mi deseo, mi interés. Evidentemente yo hacía como si nada pero sin quitarle ojo. Pero al final lo hizo. Agarró su pecho izquierdo con la mano derecha y se masajeó el contorno del seno lentamente, asegurándose que yop no perdía detalle. Su mano izquierda, libre, se deslizó sobre su sexo suavemente. Eso duró un instante, justo para que yo notara como mi miembro se ponía erecto. Luego, pellizcó suavemente su pezón, asegurándose de reojo que la veía hacerlo. He hizo exactamente la misma operación en el pecho contrario. Acto seguido se ubicó debajo del agua, de espaldas a mí, y se quitó al jabón al tiempo que sus manos se deslizaban por su culo para que yo contemplara como lo hacía, rítmicamente, suavemente. Cuando quise echarme encima de ella, me miró severamente y me dijo:
- Ahora no, que debemos ir a cenar.
No me quedó otra que enfriar el agua que salía por la ducha e intentar rebajar esa erección que, por lo visto, mi mujer no tenía intención de sofocar, al menos por el momento.
Bajamos al comedor. La casa rural contaba con un cocinero reputado al que gustaba servir comida a un número reducido de clientes. Había siete mesas en todo el comedor, aunque solamente había cuatro ocupadas, sin contar la nuestra. En dos de ellas comían apeteciblemente famílias con dos niñas en una y una niña y dos niños en la otra. Las otras dos mesas estaban ocupadas por dos parejas jóvenes, más o menos de nuestra edad.
La camarera, una chica joven de veinte y pocos, vino y nos tomó nota. Al cabo de pocos minutos apareció el somelier, un chico de treinta y pocos, muy agradable, que nos aconsejó esmeradamente en relación al vino que debíamos tomar con la comida elegida. Mientras la camarera nos servía los entrantes, mi mujer me comunicó, susurrando, que no llevaba el tanga puesto y que justo en ese instante se introducía unas bolas chinas para hacer de la cena un acontecimiento aún más interesante. Vi su gesto hábil con el brazo derecho por debajo la mesa mientras me sonreía. Entonces me dijo:
¿Te has fijado en el somelier?
¿Qué le pasa?
No lo has visto. Cariño, pensaba que últimamente te fijabas en esas cosas.
¿De qué me estás hablando?
Te estoy hablando de su pene. O tiene una erección de caballo o un pene más que considerable. Ya verás, llámale.
¿Qué dices?
Por favor, somelier! gritó- Quería preguntarte sobre qué opciones tendríamos para un pescado a la plancha acompañado con risotto de calamar, es que dentro de poco tenemos una comida especial en casa y
El chico, amablemente, empezó a teorizar sobre qué vinos se ajustarían mejor según la hora, las características de los comensales, etc. Mi mujer clavó sus ojos en sus pantalones y decidió dejarlos ahí, sin reparos. Yo no podía más que intentar disimular preguntando cualquier tontería con el fin que el tipo no se percatara de lo que mi mujer estaba haciendo. Al final, sin embargo, el chico se miró a mi mujer dispuesto a saber si la había convencido y se la encontró inspeccionándole la verga con sus ojos. Se sonrojó y al instante mi mujer levantó sus ojos y le dijo:
- Perfecto. Gracias.
La cena estuvo fantástica. La comida excelente y el trato mejor. Justo antes del café, con una botella de vino que ya había desparecido, mi mujer estaba realmente deshinibida. El vino, las bolas De pronto me miró fíjamente a los ojos y me preguntó:
¿Te gustaría tirarte a la chica morena de la mesa de enfrente?
¿Cómo? le dije yo.
Mi mujer y yo, como algunos sabrán, habíamos pactado que el sexo lo practicaríamos juntos, aunque fuera conjuntamente con otras personas, y, además, que ninguno de los dos no se follaría a nadie. Estaba permitido cualquier cosa (o casi), pero nada de penetración. En consecuencia su pregunta me sorprendió.
- Si te la tirarías. Si lo harías, por ejemplo si no estuvieras conmigo. ¿Te la follarías?
La chica de la que hablaba mi mujer era una chica morena, delgada, con rasgos algo orientales. Sin duda se trataba de una mujer bella, cuidada, muy atractiva. Estaba sentada al lado de un tipo fuerte, bien vestido y afeitado, atractivo también.
Yo a él, me lo tiraba. Está bueno y seguro que tiene una buena polla.
Cariño -dije.
¿Qué pasa? ¿te incomoda? Lo digo por decir ¿tú crees que se la folla por el culo? Parece de las chicas finas que no se dejan por ahí.
No sé le contesté sin pensarlo.
Quizás que le diga que conmigo sí podría probar un buen culito, a ver si se anima ¿qué te parece? me dijo riendo. No respondí - ¿qué te pasa, preferirías tirarte a la chica de la mesa del fondo?
Ahora mi esposa se refería a una chica de cabello cobrizo que vestía un top blanco que le marcaba unos pezones grandes, guinda de unos pechos considerables. De ella uno podía imaginarse un buen culo y unas piernas fuertes. Su pareja era un tipo vestido sport, sin cabello (rasurado sin duda), moreno de piel que charlaba amigablemente. Parecía un tipo interesante.
Harto de tanta pregunta decidí atajar el tema:
- ¿Sabes? dije- me las follaría a las dos y a tí te obligaría a pajearte mientras lo hacía.
Justo en ese instante, sin yo haberme dado cuenta, se había colocado detrás de mí la camarera. Vi como mi mujer sonreía divertida ante tal situación.
Disculpen, les sirvo los postres dijo la chica casi con descaro y media sonrisa en la boca. Otra como mi mujer, pensé, le iba la marcha.
Gracias bonita. ¿Te han dicho que te queda muy bien el uniforme? respondió mi mujer - ¿Verdad que sí carinño?
Sí Claro, muy bien. dije avergonzado.
Gracias. Cualquier cosa es poco para satisfacer a los clientes.
Cuando nos trajo el café, cinco minutos más tarde, me lo dejó encima de la mesa rozando uno de sus pechos en mi hombro, y cuando se desplazó hacia la zona de mi mujer, pude ver que se había desabrochado un botón de la blusa y al agacharse para dejarle la taza, mientras también a ella la rozaba con uno de sus pechos, dejó entrever un escote más que bonito, sin dejar de sonreir.
Subimos a la habitación. La escena de la camarera me había puesto cachondo y estaba dispuesto a agarrar a mi mujer solo cruzar la puerta y tomarla sin más. Pero justo en la puerta mi mujer me dijo que se había olvidado el bolso a bajo. Que entrara y la esperara.
- Ponte cómodo amor. Ahora vengo.
Al volver mi mujer, yo ya estaba en la cama echado, desnudo, esperándola. Ella me vió, sonrió, se fue al baño y al cabo de dos minutos salió apenas con unas medias de rejilla y sus zapatones de tacones. Se acercó a la cama, se echó encima mío y, de debajo de la almohada sacó un pañuelo. A mi mujer y a mi nos gusta jugar, así que no me extrañó y dejé que cubriera mis ojos con él. Entonces deslizó su lengua desde mi cuello hasta mi sexo. Empezó a lamerme los testículos y, entonces, llamaron a la puerta.
Esta noche estoy cachonda, cariño. Muy cachonda. Esta noche necesito algo más que tu polla y que tus manos. Y tú también tendrás más que mi coño, mis tetas o mi lengua. Eso, siempre que no hagas nada que yo no te diga. Si lo haces, se acabará. Esta noche mando yo. La próxima ya lo harás tú, pero esta noche está bajo mi dirección. ¿De acuerdo?
Sí dije terriblemente excitado, al instante que me incorproraba por los nervios.
He dicho que no hagas nada sin que te lo diga. Échate y no te muevas o se acabará.
Evidentemente me eché, con el pañuelo en los ojos y una erección acrecentada por la sorpresa. Sin duda, mi mujer había invitado a alguien para satisfacer su fogosidad y eso a mi me producía una enorme excitación.
Se abrió y cerró la puerta y se oyeron unos pasos. A continuación oí una cremallera desabrochándose y sonido de ropa cayendo al suelo, quizás alguien quitándose unos zapatos. Muy bien no sé. La sensación de estar expuesto a la mirada de alguien que no conocía, y que además no podía ni ver, era extraña. ¿Qué estaría pasando? ¿Quién estaría en la habitación a parte de mi mujer y yo? ¿Sería una sola persona o más de una? Pensé en la camarera. Sin duda se nos había insinuado. Pero, por otro lado, aún debía estar trabajando, ¿no? Habría inventado alguna excusa para salir antes. Sin duda era ella.
Sentí un leve sonido, y a continuación un ligero suspiro. Mi mente dibujó a mi esposa sobando las tetas de la camarera mientras ésta le acariciaba el coño. Esa idea me puso a cien. Nunca había visto a mi mujer con otra, aunque muchas veces lo había imaginado. Igual era mi mujer quien le estaba comiendo el coño o tocándole el culo mientras la camarera abría las piernas para ofrecerle su sexo caliente. De pronto me asaltó la duda de si mi mujer pretendía que yo me quedara ahí, interpretando como disfrutaba de otra mientras yo ni siquiera podía verla. Pero no.
En ese justo instante, a lado y lado de la cama se colocaron cerca de mi ese par de mujeres. Menos mal, parecía que yo también tendría lo mío. Y entonces, cual fue mi sorpresa que oí a mi mujer, desde el centro de la habitación proponerme que alargara los brazos. Lo hice y dos manos, una para cada una de mis manos, me conducieron hasta donde estaba indicado. Mi mano izquierda notó unos labios mojados, abiertos, dispuestos a ser explorados. No cabía duda que esa no era mi mujer, pues el pubis estaba casi sin ningún pelito. Mi mano derecha fue conducida hasta unos testículos. Los agarré, estaban rasurados y subí algo más hasta notar una polla ya tensa por la situación. Mi mujer había decidio hacerme saber que estábamos acompañados por un hombre y una mujer. Que detalle.
Entonces varias manos se pusieron a recorrer todo mi cuerpo, sin detenerse en especial en ninguna parte. El tórax, el cuello, la barriga, el pecho, la polla, las piernas. Mi mujer, estoy seguro que era ella, empezó a lamer uno tras otro los dedos de mis pies. Aturdido por la excitación empecé a mover como pude mis manos intentando dar placer a esa mujer y a ese hombre que me sobaban. Mal del todo no debí hacerlo porque empezó a notarse respiraciones que se aceleraban. De pronto mi mujer habló:
- Tú, ven aquí conmigo y tú se la comes.
"Se la comes", pensé. ¿Pero quién? Nunca me la había comido un tío. Pensé que sería la tía porque mi mujer no dejaría que me la comiera un tío sin yo verlo al menos. Aunque, luego pensé que más de una vez mi mujer me había comentado cuanto le excitaría ver como me la comía un tio . Sea como fuere, sin más noté la humedad de una boca capturando mi polla erguida. Una fuerte sensación recorrió mi estómago y cuando una lengua vigorosa empezó a lamer cada centímetro de mi pene pensé que me correría a los dos minutos y lo echaría todo a perder. Había oído que cuando te la come un tío notas que lo hace con más fuerza multiplicando las sensaciones. La idea me ponía mucho y no sé si por eso o porque en realidad era un tipo quien me estaba haciendo gozar me quedé con esa idea.
- Joder, como te la comen dijo mi esposa- ¿te gusta mi amor? Disfruta cariño. Yo ahora mismo tengo dos dedos clavados en mi coño me dijo- así, así, muévelos le dijo al dueño de los dedos.
Al cabo de unos segundos la oí diciendo:
- Ahora yo. Deja que te coma.
E imaginé a mi mujer chupando la verga que hacía un rato yo había masturbado. Aunque, por otro lado, si quien me estaba comiendo el rabo era el tio, no podía ser. Bueno, que lío. Decidí intentar no imaginar quien hacía qué y disfrutar al máximo.
La mamada que me estaban haciendo era de las mejores que había recibido. Quien fuera el autor de dicha comida ahora había decidido centrarse en mi glande pasando la lengua por su alrededor en movimientos ágiles. De fondo oía suspiros, pequeños gemidos y de vez en cuando a mi mujer diciendo "como me gusta" o "¿así lo quieres?". Estaba a punto de correrme, mi esperma se apretaba en mis testículos esperando la señal para descargar en la boca que tan bien me estaba trabajando. Y entonces mi mujer ordenó:
- Un momento la lengua dejó mi glande- venid los dos.
Entonces oí como mi mujer susrraba algo a los dos compañeros de experiencia. Y luego, para que yo lo oyera dijo:
- Tú te quedas aquí. Enséñame de qué eres capaz. Y tú tú, te lo follas.
Eso me intranquilizó. Eso significaba que mi mujer, no solo había decidio romper nuestro pacto, si no que además quería que se me follara un tío! La verdad es que esa idea no me atraía, lo de masturbar a un tío me excitaba, igual hasta chupársela, pero que se me follaran
- Cariño, relájate y diusfruta oí que decía mi mujer que sin duda debía haber captado mi incomodidad- estáte tranquilo, ya sabes que siempre hemos disfrutado juntos, nunca hemos hecho algo que no nos gustara, ¿verdad?
Tenía razón. No era la primera vez que en medio de una sesión de sexo surgía algo que de entrada a alguno de los dos no nos convencía, pero que había acabado siendo un gran descubrimiento. Sin tiempo a más divagaciones sentí como unas manos separaban mis nalgas y una lengua se clavaba en mi ano. Ahí estuvo medio minuto, quizás. De pronto se separó y unos dedos pringosos repartieron lo que, sin duda, era un lubricante anal. El tacto frio me estremeció un momento, pero un ligero masaje me relajó y noté como un dedo se introducía en mi orificio, se movía circularmente y, con cuidado se retiraba.
- Espera, lámeme el coño oí que susurraba mi mujer- sí, sí, tocame el culo, tocámelo! Deja que yo también te toque -seguía susurrando entre gemidos.
Y entonces, de nuevo, dos manos separando mis nalgas. Había llegado el momento. Lentamente se fue abriendo paso en mi recto. Debí emitir alguna clase de ruido porque mi esposa se percató del momento.
- ¿Ya estás dentro? dijo- Bien. Venga, follátelo.
Y así fue, esa polla empezó a moverse dentro mío, primero lentamente y después algo más rápido. No me dolía, siempre había pensado que me haría daño, pero no. Estaba muy caliente. Tener eso dentro de mi culo me estaba poniendo a cien. Con mis dos manos abrí aún más la raja de mi culo para que entrara mejor y empecé a gemir, a gemir como pocas veces antes había hecho. De pronto noté que mi polla era capturada de nuevo por una boca húmeda mientras mi culo seguía recibiendo embestidas rítmicamente. Me desconcerté. ¿Cómo era posible?
¿Eres tú cariño? dije.
¿Cómo?
Si eres tú quien me come la polla.
No, amor. Yo me estoy comiendo otra polla, una polla muy dura y muy gorda.
¿Entonces?
Te están follando con el consolador que usamos en casa. ¿Qué te pensabas?
Claro. No había caído. La situación estaba tan alterada que no había sido capaz de identificar que me estaban penetrando con un consolador, con el consolador que mi mujer solía meterme. Bueno, eso, y que como nunca había tenido la polla de un tío dentro
- Eres un guarro, pensabas que se te estaban follando. Igual debería dejar de lamer esta polla y dejar que te follara el culo. ¿Qué te parece? Aunque si así fuera, romperíamos el pacto y, en ese caso, yo sería la primera de metérmela hasta el fondo. ¿Qué te parece?
Solo pude decir una cosa: "Me corro". Ya no podía más, en ese momento la propuesta de mi mujer, que no sé hasta que punto era sincera, no hizo más que alterarme definitivamente. Noté que había un movimiento rápido a mi alrededor. Un coño anegado se montó sobre mi verga y dos manos cogieron las mías y las pusieron de nuevo en un coño y una polla, ahora mucho más gorda. Mi sexo palpitaba al igual que los otros sexos que tenía en mis manos.
Quien subía y bajaba de mi verga hinchada era, sin duda, mi mujer.
- Chúpame las tetas le dijo a alguno de los dos y tú métete en el culo la verga de plástico.
Por el movimiento comprendí que la verga de plástico, mi consolador, se alojaba ahora en el culo de la chica y que el chico era quien se deleitaba con los pechos de mi mujer. Empecé a mover mis manos cada vez más rápido. Una penetraba una vagina que no oponía resistencia a la entrada de tres de mis dedos. Otra apretaba con fuerza un pene al que se le marcaba las venas y que se notaba cada vez más excitado. De pronto un gemido agudo. Sentí como algo caliente caía sobre mi pecho y comprendí que el tipo se estaba corriendo.
- Joder, se está corriendo, se está corriendo, deberías ver su cara, cariño. No pares, haz que escupa toda su leche.
Por supuesto que no paré. Al momento mi otra mano notó como la chica de al lado también se estremecía de placer.
- Ven, ven, que te la chupo oí gritar a mi mujer mientras el tipo a quien había masturbado se levantaba de mi lado Dame tu polla que quiero correrme con una polla en la boca.
Y me corrí. Nos corrimos ambos. Mi leche saltó disparada y mi esposa empezó a moverse frenéticamente y a emitir gemidos distorsionados por la verga que tenía amarrada con su lengua. Cayó encima mío y tal cual nos quedamos dormidos.
La mañana siguiente, bajando las escaleras para ir a desayunar nos cruzamos con la pareja del tipo calvo y la chica del top ajustado que nos saludaron con una gran sonrisa, que consideré algo excesiva para alguien que no se conoce. En la mesa de al lado estaban sentados la otra pareja. Nos saludamos educadamente y me pareció ver que la chica hacía algún gesto a mi mujer, aunque no pude verlo bien.
Hola, ¿qué tal la noche? nos preguntó la camarera.
Bien, ¿y la tuya? contestó mi mujer.
Fantástica y mientras se iba se cruzó con el somelier, a quien besó.
Después de desayunar nos fuimos. Nunca he preguntado a mi mujer con quien compartimos esa noche. No lo hice entonces ni lo haré ahora. Total, para qué.
Saliendo de la casa nos cruzamos con una pareja a quien no pude distinguir. Mi mujer les saludo con la mano.
¿Quién eran? pregunté.
Jaime y Esther, los dueños de la casa. ¿No te los presenté?
No dije.
[Gracias por la lectura. Me encantaría conocer vuestra opinión. Saludos.]