Una noche en la playa

BALLBUSTING. Un joven da un agradable paseo por la playa que se volverá inolvidable para él y su entrepierna cuando se cruce con su pequeña y cruel vecina.

A Ramón, un joven de 20 años y 1,75 de estatura, le gustaba dar un paseo por la playa antes de cenar. Solía darlo cada noche vestido de forma cómoda, con una camiseta de manga corta y un ajustado bañador de licra tipo pantalón corto que le apretaba lo suficiente como para que se le marcara visiblemente su hombría. Aquellos paseos servían tanto para abrir el apetito como para hacer ostentación de su paquete frente a alguna vecina que pasara por allí a esa hora.

Esa noche, sin embargo, no fue una de las vecinas que más le interesaban a quien se encontró. Cuando subía las escaleras que separaban la playa de el paseo marítimo y se dirigía a sacar las llaves que abrían la puerta de la urbanización en la que veraneaba, se encontró con Andrea, su vecina, sacando a su perro de paseo y fumando un cigarro.

A pesar de su juventud, la chica tenía muy buen tipo, ya que su 1,60 de estatura contrastaba notablemente con sus desarrollados pechos, a los que se unía un cuerpo y unas piernas tonificadas por la práctica continuada de pilates. Además, ella misma se encargaba de sacar partido de su cuerpo luciendo ajustados tops, pantalones cortos de deporte o leggins. Esa noche, sin embargo, previendo que no tardaría mucho en volver, había decidido acompañar a su perro de forma cómoda con una camiseta un par de tallas más grande de la suya, de modo que le llegaba por debajo de la cintura. No llevaba nada más, excepción de la ropa interior y unas sandalias típicas de playa.

“Madre mía esta chiquilla” pensó Ramón nada más verla, pero por miedo a provocarse una erección que saltaría a la vista fácilmente, decidió poner la mente en blanco y saludar sin más.

  • Qué hay vecina.

  • Pues nada, aquí, esperando a que me invites a algo – Andrea devolvió el saludo, decidida a “jugar” un poco con su vecino.

  • Jaja,  lo que quieras, ahora mismo no tienes edad ni para poder fumar.

  • ¿Ah no? Pues mírame– Andrea aspiró una calada del cigarro y se la echó a Ramón en la cara - ¿vas a llamar a la policía, chico bueno?

  • ¿Policía? Yo mismo podría quitarte ese cigarro si quisiera.

  • Ven aquí, a ver si tienes tantos huevos como parece a simple vista…- Andrea dijo esto dirigiendo una mirada furtiva al bañador de su vecino y luego guiñándole un ojo.

  • Creo que te estás buscando un castigo, y lo vas a tener – Ramón estiró su brazo, le quitó el cigarro de la boca a Andrea y lo arrojó al suelo – Veremos a ver si no le tengo que decir a tus padres lo rebelde que te estas volviendo.

Ramón sonrió al decir la última frase pensando que seguían bromeando, pero en la cara de Andrea no podía encontrarse atisbo alguno de sonrisa. Le había fastidiado perder el último cigarro que le quedaba, pero como su estúpido vecino aún pensaba que estaban de broma decidió aprovechar el factor sorpresa y se agachó para recoger el cigarro sin decir nada.

  • Jajaja no me creo que seas tan pobre como para recoger tabaco del suelo, anda déjal…¡¡Oooh!! - La frase Ramón fue interrumpida por un movimiento inesperado: el puño de Andrea se encontraba hundido en su entrepierna. La chica se había colocado en cuclillas, pero no para agarrar su cigarro caído, si no para poder conseguir una excelente posición desde la que meterle un puñetazo en los huevos a Ramón.

  • ¿Decías algo vecino? Me parece que te has quedado a medio – Andrea se mofaba de él, sabiendo que no iba a terminar la frase. Sin duda la cara de Ramón en esos momentos era mucho más satisfactoria para ella que terminar de fumar. Y es que el dolor en los testículos había comenzado su inevitable subida hacia el abdomen, llevando a Ramón a desplomarse inmediatamente de rodillas, con sus manos agarrando sus maltrechos huevos y con la cabeza apoyada en el suelo, rozando los pies de Andrea, que nunca había estado en una situación así, uniendo a la satisfacción de humillar a un machito la excitación de la novedad.

Ramón se encontraba en una posición realmente humillante para él, pero no podía hacer otra cosa. Sus testículos estaban en posición relajada cuando llegó el terrible puñetazo de Andrea, y además los calzones ajustados que llevaba no eran la mejor protección; era prácticamente como si estuviera desnudo, puede que incluso peor, puesto que sus huevos se encontraban apretados tras una fina tela y ofrecían un blanco perfecto para su joven vecina, que no falló el golpe.

  • Maldita zorra – Fue lo único que puedo decir Ramón entre los gemidos de dolor.

  • Disculpa, ¿qué has dicho?

  • ¡Maldita zorra! – Ramón consiguió alzar un poco la cabeza y elevar el tono de voz, pensando que así conseguía salvar un poco su dignidad.

  • Así que soy una zorra eh, ahora vas a ver cómo se comporta una zorra con un tipo como tú.

Andrea le quitó la correa a su perro, testigo mudo de la escena, y lo dejó correr libre por los alrededores. El objetivo de esto era usar la correa para atar las manos de Ramón a su espalda, cosa que hizo al momento. Se agachó, agarró uno por uno los brazos del dolorido joven por las muñecas y, sacando sus manos de la entrepierna, se las llevó a la espalda e hizo un perfecto nudo que impedía a Ramón el más mínimo movimiento.

  • Vamos a dar un paseo hasta la casa de los socorristas, podremos considerarlo una primera cita jajaja – Andrea realmente iba a disfrutar de la situación. Nunca se había alegrado tanto de haber sacado al perro como esta noche. Por el contrario, Ramón empezaba a pensar si no iba a ser esta la peor de sus noches.

Mientras pensaba sobre ello, Andrea ya lo había puesto en pie. Las reticencias a la hora de levantarse y caminar hacia el puesto de los socorristas, cerrado por la noche, habían sido resueltas por la chica pasando una mano por la espalda de Ramón, bajando por el trasero, y descendiendo hasta sus huevos por entre sus piernas. Bastó con agarrarle y apretar un poco para que el joven se pusiera en marcha, ante las risas de Andrea.

La caseta se encontraba sobre un suelo de rocas sostenido por unas pequeñas columnas que la separaban de la arena. Subieron la rampa, ella con facilidad, él con gran dificultad por no poder equilibrarse con sus manos y por el dolor en los bajos que sufría, lo que fue celebrado por Andrea con grandes carcajadas. Finalmente, los dos llegaron hacia arriba, y ,apoyado Ramón contra la caseta y Andrea contra la barandilla de seguridad, se encontraron frente a frente separados por muy poca distancia.

  • Por favor, creo que ya he aprendido la lección, ugf, déjame march… ¡Oooh ooh! – Ramón volvió a verse interrumpido en medio de una frase, pero esta vez Andrea fue mucho menos sutil, simplemente agarró a Ramón de su camiseta con las dos manos y le metió un rodillazo en los huevos con todas sus fuerzas. Dejó la rodilla unos segundos incrustada en su entrepierna, disfrutando del tacto entre su rodilla y los huevos de Ramón, apenas separados por unos milímetros de fina tela. La cara del chico estaba completamente desencajada y parecía que estaba a punto de echarse a llorar, contrastando con la de Andrea, que denotaba fiereza y enfado en su mirada.

  • Hablas demasiado, chico bueno – Fue la respuesta a las súplicas de Ramón, que cayó de rodillas primero y acto seguido en posición fetal, temblando todo su cuerpo por el esfuerzo que estaba haciendo en aguantar el dolor tirado en el suelo, a los pies de Andrea, y con las manos atadas a la espalda sin siquiera poder masajear sus testículos, que parecían reclamar el auxilio de sus manos mientras él solo podía gemir de dolor y emitir sonidos que hacían las delicias de Andrea.

  • ¿Qué pasa vecino? ¿Ya no eres tan hablador? ¿O es que te he metido los huevos en la garganta?

Pasaron los minutos y la agonía de Ramón no se detenía, al igual que las burlas de Andrea. Sin embargo, al rato, se comenzó a acercar en la distancia un grupo de jóvenes hablando entre ellos y con bolsas de plástico en sus manos. Parecía que iban a hacer botellón en la playa, lo cual alarmó a Andrea, ya que si los veían podrían cortarle la diversión intentando ayudar al pobre Ramón.

  • Vecino, tenemos que movernos, pero no te preocupes, que no vas a tener que andar.

Tras decir esto, Andrea empujó a Ramón con su pie por debajo de la barandilla, arrojándole contra la arena. Luego bajó ella por la rampa y agarrando a Ramón por las piernas lo movió con dificultad justo debajo del soporte de piedra que sostenía el puesto de los socorristas, quedando así los dos ocultos de cualquier persona que pasara por allí, salvo que se metiera debajo de la caseta también.

Los jóvenes se acercaban cada vez más y se pararon a debatir sobre el mejor sitio en el que sentarse a beber, pero en principio no les habían visto. Andrea, al poder detectarlos no demasiado lejos, se tumbó encima de Ramón, que estaba tirado boca arriba con las piernas encogidas hacia el pecho para intentar pasar el dolor testicular, le colocó una de sus delicadas manos en la boca para tapársela y la otra justo en el paquete.

  • Ramón – Dijo en voz muy baja tumbada encima suyo, casi sururrándole – si intentas pedir ayuda o gritar, te reviento los huevos – Andrea acompañó la frase con un apretón en los testículos. El joven emitió un sonido ahogado que no pudo oírse muy alto, tanto por la mano que tapaba su boca, como por sus esfuerzos por no gritar demasiado y que se cumpliera la amenaza de castración de la pequeña y cruel chica.

Así se mantuvieron durante un buen rato. Andrea iba cambiando la presión que ejercía con su mano sobre los huevecillos de Ramón, mientras que este, atado con las manos a la espalda y con la chica encima, no podía hacer nada salvo emitir leves sonidos de dolor. Andrea tenía una vista privilegiada de la cara del chico, que no dejaba lugar a dudas sobre los daños que estaba sufriendo en sus partes más preciadas, y esto, unido a la situación de tensión por si los descubrían, comenzaba a excitarla como nunca antes le había ocurrido.

De repente, una pareja, chico y chica, se acercaron hacia el puesto de socorristas. Parecía que tenían intención de mantener relaciones ahí mismo por el tono acaramelado en el que hablaban y los constantes sonidos de besos en la boca que se escuchaban. Mientras subían la rampa y se ponían cómodos, Andrea y Ramón podían escucharlos perfectamente como se enrrollaban justo encima de ellos, y el miedo de Andrea a que pudieran escucharles a ellos había llevado a poner sus músculos en tensión… incluyendo la mano con la que sujetaba y apretaba los huevos de su víctima. A cada jadeo de la pareja de jóvenes, Andrea no podía evitar apretar aún más, llegando a clavar las uñas en el delicado escroto del muchacho, que estaba plenamente consciente, aguantando todo el dolor retorciendo sus piernas desesperadamente y emitiendo gruñidos. Cuando los jóvenes se fueron, la chica pudo al fin relajarse y apoyar una de sus manos en la arena.

  • Por …favor… suéltame…- Suplicó Ramón en vista de que el “peligro” había pasado de largo y Andrea no aflojaba la prisión que su mano formaba en torno a sus delicadas partes íntimas.

  • Oh sí, ahora mismo – Andrea le soltó los huevos y Ramón por fin pudo respirar tras muchos minutos. Sin embargo, al emitir un sonido de alivio excesivamente alto, Andrea se alarmó.

  • Maldito cabrón, creo que todavía no has aprendido a ser discreto. Esto te ayudará.

Dicho esto, Andrea llevó su mano hacia sus bragas, las bajó por sus piernas y cuando las tuvo en su mano se las metió a Ramón en la boca. El muchacho intentó evitarlo moviendo la cabeza hacia los lados, pero la joven sabía perfectamente cómo dominarlo: bastó con clavar su rodilla en la magullada y dolorida entrepierna de Ramón para que su cabeza quedara fijada en una posición y poder amordazarlo con la ropa interior femenina. Andrea pudo notar con su rodilla como los testículos de su vecino se habían hinchado, aumentando su tamaño y recordándole a un par de kiwis o de pelotas de golf.

Esta nueva “morfología” de las joyas de Ramón, unido a toda la tensión acumulada y la excitación previa llevó a Andrea a no aguantar más. Necesitaba aliviarse, y lo iba a hacer ahí mismo. Con un rápido movimiento, se sentó encima de la cara de Ramón, le sacó las bragas de la boca una vez se había asegurado de que su coño no le dejaría hablar, y le ordenó que empezara a trabajar su clítoris. Ramón se encontraba luchando por no desmayarse, y tener el trasero de Andrea no le ayudaba en lo más mínimo a esa tarea.

  • Si no colaboras ya sabes lo que hay, hombrecito – La chica estiró su brazo por el torso de Ramón y su mano se deslizó dentro de su bañador, agarrando sus huevos, cada vez más hinchados y amoratados.

Ramón reaccionó inmediatamente y ,a pesar de que el intenso dolor que sufría le impedía estar al 100% concentrado, comenzó a besar la entrepierna de Andrea y a intentar llevar su lengua hasta el tesoro que guardaba entre sus piernas. Ella mientras tanto, decidió llevar su mano hacia el pene de Ramón.

  • ¿Ves? Cuando haces lo que te digo hay recompensa, eres como mi perrito.

Continuaron estimulándose mutuamente en el improvisado “69” incompleto que habían formado, hasta que Andrea, viendo que los esfuerzos de Ramón iban a ser inútiles para llegar a su orgasmo, decidió terminar por su cuenta. Llevó su mano izquierda hasta el clítoris y empezó a frotarlo como solo ella sabía, mientras que su mano derecha, que se encontraba dando placer a su “amante”, comenzó a castigarlo de nuevo, cerrando su mano en forma de puño y estampándolo en los "kiwis" que le colgaban de la entrepierna.

Una y otra vez, arriba y abajo, el puño de Andrea se estrelló en los huevos de Ramón, cuyos gritos de dolor eran silenciados por el trasero de la joven que le tapaba toda la cara. El dolor, unido a la dificultad en la respiración llevaron a lo inevitable, y en el momento justo en que Andrea empezaba a correrse en el mejor orgasmo de su joven vida, Ramón se desmayaba debajo de la chica. Cuando terminó, Andrea se echó el pelo hacia atrás, miró a Ramón y, al ver que no daba señales de vida aparente intuyó que se había desmayado. Acercó su cara a la del machacado joven, le dio un beso en la mejilla mientras colocaba sus bragas encima de la cara del chico y le dijo al oído:

  • Puedes devolvérmelas mañana, si puedes…

Soltó una risilla y salió del refugio en el que habían pasado una noche inolvidable para ambos.