Una noche en la oficina, con mi compañera

Cuando me creía sólo en la oficina, descubro a Rosaura, mi voluptuosa compañera de trabajo. Pensé que no me aburriría, después de todo. Y así fue, sólo que de una manera que no esperaba.

Estaba que me llevaba el diablo. Era fin de semana. Mis amigos, estaban de seguro emborrachándose, y yo, preso en mi oficina. Trabajaba en una pequeña empresa textil como asistente del gerente. Había conseguido el empleo por ser amigo de éste. Llevaba apenas un par de semanas en el puesto, para mi poca suerte, justo las más ocupadas del año. Me la pasaba gran parte del día sentado detrás de mi escritorio. Terminaba con los dedos y la vista cansada, de tanto redactar reportes frente a la computadora. No podía quejarme, me pagaban cada una de las horas extras, lo que significaba sumar una muy buena cantidad a mi sueldo. Además, no quería quedarle mal a Gustavo, como se llamaba mi jefe y amigo. Él, aprovechándose de esto, me pidió que me quedara ese sábado por la noche. Los asuntos pendientes eran muchos, no saldría hasta entrada la madrugada, pero no había otra opción, no una en la que conservara mi trabajo. Me senté en la silla, resignado. Traté de ponerme de mejor humor. Encendí el radio y empecé a trabajar.

Al mismo tiempo que cantaba los éxitos románticos del momento, revisaba los informes de producción. Estaba en el cuarto de ellos, cuando se abrió una ventana sin yo tocar nada. Era una de esas, a veces inoportunas, ventanas de sitios pornográficos. Odiaba que eso sucediera en horas de trabajo. Si bien no eres tú el que las abre, no puedes evitar sentirte un poco incómodo cuando te sorprenden acompañado, más aún, cuando es tú jefe el que está con tigo. Pero estaba solo, no tenía de que preocuparme. Me olvidé un poco de mis deberes. Terminar un poco más tarde no me haría más daño, ya me había perdido la noche de fiesta de cualquier modo. Decidí explorar tan atractiva página. Me merecía un poco de distracción.

Me encontré con fotos de toda clase de mujeres. Algunas eran pelirrojas, otras rubias, morenas, de cabello lacio, rizado, o hasta sin él. El punto en común, era que todas tenían buenas tetas, grandes, redondas y firmes. Era muy probable que el bisturí o la programación tuvieran que ver en ello, pero a quien le importaba. Un par de pechos son un par de pechos, y nada más los estaba viendo. Entré a una sección de videos. De entre una gran lista de títulos divertidos, escogí el de "Que rica paleta".

En el video aparecía una jovencita de muy buen ver, mamándosela a un negro impresionante. No se si estaba poniendo más atención a la chica, o a las dimensiones del tipo, que me provocaban gran envidia, pero igual me excitaba. La muchacha, introducía en su boca la enorme verga del hombre con facilidad. La chupaba, la besaba, la masturbaba, era toda una experta. De sólo imaginar que era a la mía a quien le hacía el trabajito, se me empezó a endurecer. Me la sobaba por encima del pantalón. Ella seguía con lo suyo. Luego de unos minutos, se levantó la falda y pude ver su depilada concha. Que delicia de mujer. Se colocó encima de la polla de su compañero, y se sentó ensartándosela entera.

Inició un violento sube y baja que terminó por ponérmela tiesa. Me bajé el cierre de los pantalones y dejé a mi miembro salir. Mientras la linda niña se comía tan descomunal pedazo de carne, yo me acariciaba el mío, que no era tan grande como ese en la pantalla, pero si él único que tenía. Al principio lo hacía con cierto recato, el que me daba estar en mi oficina. A los pocos segundos, me bajé los jeans hasta mis tobillos y me la cascaba con toda libertad. Me olvidé hasta del video. Lo único que quería, era descargar lo acumulado en mis testículos. Por tanto trabajo, tuve que despedirme de mi novia a mitad del mañanero.

Me encontraba totalmente concentrado en el placer que mi mano me daba. De repente, una sombra cruzó el pasillo. Mi primera reacción fue esconderme tras el escritorio, como un niño al que atrapan haciendo travesuras. Después recordé, que desde fuera no se podía ver lo que pasaba dentro. Ya con un poco más de calma, me vestí. Creía que era el único trabajando hasta tarde, pero estaba equivocado. Me preguntaba de quien sería esa sombra. Salí de la oficina para averiguarlo.

La luz del cuarto de copiado estaba prendida. Caminé hasta allá, y me encontré con Rosaura, la subgerente de recursos humanos. De inmediato vino a mi mente, la idea de que la noche no tendría que ser tan aburrida después de todo. Rosaura era una mujer muy atractiva. Su belleza no se ajustaba a los cánones modernos, no era un esqueleto andando, pero eso era precisamente lo que me gustaba de ella, que fuera carnosa. Sus senos eran prominentes, tal vez exagerados para algunos, no para mí. Caderas amplias y trasero grande. Piernas largas y torneadas, gruesas. Cintura pequeña, voz dulce. Rostro fino y hermoso, cabellera larga y oscura. Era toda una mujer. Más de uno andaba a su acecho, pero desde mi llegada, era yo al único que le hacía caso.

Cuando se presentaba la oportunidad para un buen magreo, no la desaprovechábamos. Me la mamó varias veces, de una forma increíble, permitiéndome incluso acabar en su boca, lo que nunca otra mujer había hecho. Lo que no me permitía, era tocar su entrepierna. Y follar, ni pensarlo. Era un poco extraño que aceptara practicarme sexo oral apenas conociéndome, y no quisiera ser penetrada, pero no le di mucha importancia al detalle, al fin y al cabo yo gozaba, y no éramos novios o algo parecido. Pensé que quizá estando solos, aceptaría. Entré al cuarto para al menos, intentar convencerla.

Ella estaba dándome la espalda, recargada en la copiadora. No se había percatado de mi presencia, por lo que pude sorprenderla. La abracé apretando sus generosos senos. Restregué mi dureza contra sus nalgas. De inmediato supo que era yo, por lo que no se quejó ni se apartó. Sobaba sus tetas por encima de la blusa y me movía como si la estuviera penetrando. Besé su oreja y dio media vuelta. Nuestras bocas se juntaron en un apasionado beso. Mi humor había mejorado, no cabía duda, y podía estar mejor, si Rosaura aceptaba coger conmigo.

-Creí que estaba solo, pero me alegra encontrarte aquí. - Le dije mientras besaba su cuello.

-¿Ah sí? Y, ¿por qué te alegra tanto el que yo también me haya quedado a trabajar? - Me respondió con voz nerviosa.

-Porque podemos hacer cositas.

-¿Qué clase de cositas?

-Las que nada más tu preciosa, sabes hacer. - Le susurré al oído.

-¿Quieres que vuelva a comerme tu caramelote Pablito? - Me preguntó al mismo tiempo que apretaba mi pene por arriba de la tela.

-Bueno, sí, eso y algo más. - Le comenté, e intenté tocar su entrepierna.

-Ni lo pienses, ya te dije que no. - Gritó empujándome.

-Pero, ¿por qué no? ¿Qué tiene de malo? No vas a salirme con que te da vergüenza o algo parecido, ¿o sí?

-El porque no es algo que te importe. Simplemente no quiero, punto final.

-Está bien, no te alteres. No voy a insistir. ¿Pero al menos podemos hacer lo otro verdad? - Volví a acercarme.

-Nada más porque en verdad me gustas mucho, pero debería mandarte al diablo. - Abrió los brazos, se desabotonó la blusa, y sus tetas me recibieron.

Hundí mi cara en ellas. Tiré la blusa y el sostén. Las besaba deleitándome con su suavidad y sabor único. Mis manos se ocupaban de sus pezones. Al igual que sus pechos, eran más grandes de lo normal, me encantaba sentirlos cada vez más duros entre mis dedos. Estar entre la exquisita y enloquecedora textura de sus senos, cubrirlos de saliva con la lengua, y cerrar las manos sobre ellos sin poder abarcarlos por completo, era todo un viaje. Ella suspiraba de placer. Me bajó los pantalones y acariciaba mi trasero, siempre lo hacía, le fascinaba sobar y apretar mis glúteos. Que rico culo tienes, me decía. Yo lo veía muy normal, a todas las mujeres les gustan los hombres con buena retaguardia, y yo tenía una de las mejores.

Rosaura estaba en verdad caliente. Podía saberlo, porque sus uñas se clavaban en mis nalgas, eso era lo que hacía cuando su excitación era mayúscula. Pensé que si actuaba en ese momento, ella no se quejaría. Estaba tan prendida, que creí accedería a subir de nivel. Sin dejar de besar sus pezones, bajé rápidamente mi mano, hasta tocar por encima de la falda, lo que yo pensaba sería el sexo de una mujer. Lo que encontré en el sitio donde se supone, está la entrada a la vagina, me dejó mudo. Paré de acariciarla. Extendido sobre su pierna izquierda, oculto bajo sus pantaletas, sentí lo que sin duda era un falo erecto. Aún no me reponía de la impresión, cuando Rosaura golpeó mi rostro con gran fuerza, tirándome al suelo.

-Te dije muy claramente, que no iríamos más allá que otra ocasiones. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué si te dije que no? - Me reclamaba enfurecida, al mismo tiempo que pateaba mi abdomen, dejándome sin aire.

-Per...dó...name por favor, yo...yo no...sa...bía. - Balbuceé con muchos esfuerzos.

-Ya para que pides perdón, mejor habría sido que me hubieras hecho caso. Pero, ¿querías coger no? Pues vamos a coger. - Dijo levantándome del piso.

-No, por favor no. - Le rogaba. Tenía miedo y hasta empecé a llorar.

-Vaya, está llorando el hombrecito. Pues de nada te va a servir. Ya te dije, querías coger, eso vamos a hacer. - Hablaba entre risas.

-No... - El miedo y los golpes no me permitieron decir más. Lo único que se me ocurrió, fue pedirle a Dios que se apiadara de mí, que no permitiera lo que estaba a punto de sucederme, pero no sirvió de nada.

Rosaura me inclinó sobre la máquina de copias, con las pompas al aire. Enseguida metió un dedo entre mis nalgas. Traté de zafarme, pero estrelló mi cabeza contra la cubierta de la copiadora. Era más fuerte que yo, sin contar que me encontraba débil por la golpiza. No tenía más opción, que hacerme a la idea de que sería yo, el penetrado. Mi ano luchaba por cerrarle al paso a su invasor, pero al igual que yo, perdió la batalla. No tardé en tener tres dedos metidos en el culo. Más allá del ligero ardor que eso me provocaba, la sensación no era tan desagradable. "¿Estaba convirtiéndome en un maricón?", me pregunté. Con clara desesperación, intenté de nuevo zafarme.

Rosaura, o cualquiera que fuera su nombre, me dijo que me calmara y no opusiera resistencia. Si lo hacía sería más doloroso, me dijo. Según ella, o él, sería mejor para mí, gozar el momento, tomarlo como una nueva experiencia. Creí que sus palabras, y su lengua jugando con el lóbulo de mi oreja me habían tranquilizado, pero la verdad era que me estaba gustando aquella situación. Sus dedos estimulaban mi próstata, proporcionándome sensaciones nuevas, pero no por eso menos placenteras. Mi pene, que se había dormido por el susto y los golpes anteriores, se encontraba firme otra vez. Sentí una mano apoderarse de él, empezar a masturbarlo con delicadeza. Fue imposible aguantarme las ganas de gemir.

-Muy bien, veo que seguiste mi consejo. Ya estás disfrutando. Espera a que te atraviese con mi monstruo. - Me dijo en voz baja, calentándome de manera extraña.

Sus dedos en mi culo seguían frotando mi próstata, y su otra mano continuaba haciéndome una paja deliciosa. Cual puta ansiosa de verga, mi cadera se movía instintivamente, sin que yo se lo ordenara. Realmente me estaba gustando todo aquello. Cuando Rosaura retiró sus dedos, a punto estuve de pedirle que no lo hiciera. Me sentía vacío, pero no sería por mucho tiempo. Sentí la punta de su falo, tocar a mi puerta trasera. Se movía en círculos, esperando a que mi ano se dilatara lo suficiente para atravesarlo. Sin previo aviso, y presumiendo gran rudeza, me metió cerca de la mitad de su miembro. Fue como si me hubieran apuñalado, el dolor era insoportable. Mi pija regresó a su estado de flacidez. De mi boca salían alaridos tan fuertes, que parecía estar muriendo. Con el placer fuera, regresé a la realidad. Me estaba follando quien creí, era una mujer. A mí, que me sentía tan hombre y odiaba tanto a los que no lo hacían. Las lágrimas, las de indignación y coraje, aparecieron de nuevo en mis ojos.

Esperó un rato para introducir lo que faltaba de su falo, pero cuando lo hizo, no paró hasta que sus huevos se toparon con mi cuerpo. Quería que me tragara la tierra. Nunca aprecié el calibre de Rosaura, pero cualquiera fuera éste, me estaba desgarrando. No se movió hasta pasado un buen lapso, por lo que el dolor fue desapareciendo paulatinamente. Cuando ya no me quejaba, empezó a follarme.

Las sensaciones que me provocaba el roce de su polla, saliendo y entrando en mí, eran nuevas y deliciosas. Era un cosquilleo extraño, que se incrementaba cuando su glande chocaba con mi próstata. A los pocos segundos de haber empezado su viene y va, Rosaura me tenía en la gloria. Adiós miedo, indignación y coraje. Ya no esperaba a que su poderosa verga me embistiera, movía mi cuerpo para recibirla. Nuestros movimientos se sincronizaron a la perfección. Ambos respirábamos aceleradamente. Después de todo, estábamos gozando como lo deseé desde un principio, claro, con algunas pequeñas diferencias.

Al notar que me había dejado llevar por mis sentimientos, Rosaura aumentó la velocidad y la fuerza de sus penetraciones. Se dejó caer sobre mí. Sus tetas estaban prisioneras entre mi espalda y su cuerpo. Llevé mis manos hacia ellas, para tocar su suave piel otra vez. Con un poco de trabajo, pude alcanzar sus pezones y retorcerlos entre mis dedos. Eso le gustó, tanto, que me estaba dando con todo. Su miembro dejaba vacíos mis intestinos, para luego llenarlos con más ímpetu. La punta de su falo tocaba fondo, arrancándome expresiones de satisfacción.

-Te dije que te gustaría. - Dijo con voz entrecortada

-Ah, si. - No podía decir más, estaba sumamente excitado.

-Siempre me encantó tu culo paradito y abultado. No sabes cuanto quería metértela, justo como lo hago ahora. - Se detuvo un segundo.

-Pues entonces no pares, dámela toda, hasta el fondo, rómpeme el culo. - Le exigía, olvidándome de mi hombría. Lo único que me importaba en ese instante, era tener su palpitante pija dentro de mí, dándome placer.

Obedeciendo mis órdenes, Rosaura me penetró con más ganas que antes. Sus estocadas eran implacables, no podía resistir más. Me vine en medio de gritos y expulsando grandes cantidades de semen, como nunca antes. Tuve el que sin duda había sido, el mejor de los orgasmos. Manché el piso y la copiadora. Mi esfínter se cerraba con cada chorro que salía de mi verga, presionando la suya. Me tomó por la cintura y me la clavó por última vez. En cuanto tocó fondo, me llenó el culo con su corrida. Sentí el calor de su leche invadir mi cuerpo y resbalar por mis piernas. Aquel había sido el mejor sexo de mi vida.

La polla de Rosaura fue perdiendo dureza, hasta que se salió de mí. Me volteé y la besé en la boca, con más ganas que nunca. Nuestras lenguas se entrelazaron como animales, como nosotros minutos atrás. Mis manos podían acariciar todo su cuerpo con libertad, ya sabía su secreto. Ella tomó mi pene, y se hinco para meterlo en su boca. No tardó mucho en devolverle la vida. Se puso de espaldas contra mí, y me lo sobó con sus redondas y blancas nalgas.

-Ahora te toca a ti, mi amor. Quiero que me folles como a una perra.

-Lo que tu digas.

Le separé los glúteos con mis manos y se la ensarté entera. Estaba muy apretada, las paredes de su intestino cubrían de maravilla mi miembro. Nunca antes había penetrado a alguien por detrás, pero era maravilloso. Desde un principio arremetí con todas mis fuerzas. Ella gritaba de placer. Me decía obscenidades que me calentaban más, "Que rica la tienes papi", "Soy tu puta, dame toda tu verga". Aún no se bien porque lo hice, pero dirigí mi mano a su entrepierna. Su pene era sin duda más grande que el mío, estaba durísimo y bastante grueso. Me agradó el tocar otra pija que no fuera la mía. Como agradecimiento, se movía como una diosa del sexo. En pocos minutos me vacié en su interior. Ella lo hizo embarrando mi mano con su semen.

Los dos quedamos exhaustos. Me senté en el piso, ella a un lado de mí, con su cabeza recargada en mi hombro. Terminado todo, la realidad golpeó lo que solía creer y pensar. Acababa de tener sexo con un hombre, uno que parecía mujer, pero hombre al fin y al cabo, con una polla como la mía. Y lo más asombroso, es que me había gustado demasiado, no recordaba haber gozado tanto, nunca antes, ni siquiera con mi novia. Estaba confundido. Miles de preguntas rondaban mi cabeza. ¿Era gay y nunca me di cuenta?, o ¿sólo fue el momento? No sabía ni que pensar. Rosaura, a diferencia de mí, se veía muy tranquila. Me miró a los ojos y me hizo una pregunta.

-¿En qué tanto piensas?

-En todo lo que pasó. Es demasiado, me cuesta trabajo digerirlo.

-Y, ¿por qué te complicas tanto la vida? ¿Te gustó? ¿O no?

-Sí, eso es lo peor de todo.

-Pues si te gusto, ¿para qué tratas de buscarle explicaciones? ¿Para qué darle tantas vueltas a las cosas?

-Tal vez tengas razón.

Me levanté y salí del cuarto. Ambos regresamos a nuestras labores. Por más que pensaba en qué me había pasado, y qué había significado todo lo que viví esa noche, no encontré una respuesta que me agradara por completo. Opté por hacerle caso a Rosaura y no darle más vueltas al asunto. Seguí con mi novia después de ese día, pero no fue la última vez que tuve un encuentro con mi compañera. Seguimos viéndonos en el cuarto de copiado. Cada vez que ella me penetraba, o yo entraba en su apretado culo, las preguntas se alejaban, hasta que se fueron definitivamente. No me compliqué más la vida. Si era gay, un depravado o un loco, ¿a quién le importaba? Decidí simplemente, disfrutar el momento.