Una noche en el Juli III (fin)
El fin del principio o el principio del fin
Se había detenido unos instantes junto a la puerta, oteando el ambiente, dejando clara su papel de depredadora. Fueron apenas unos segundos mientras sus ojos se acostumbraban a aquella semioscuridad y reconocían lo que buscaban.
Inmediatamente se puso en movimiento hacia la barra, sorteando grácilmente las mesas que se interponían entre nosotros. Su figura felina destacaba entre las paredes del local, no solo destacaba, te obligaba a seguirla; como si con su presencia todo cobrará sentido. Durante esos pocos segundos había pasado a ser el centro del universo y sentías que no podías apartar tu mirada de ella. Haciendo un esfuerzo aparte mis ojos y miré a Lara, ella parecía haber caído en su embrujo también.
Caminó hasta situarse a mi lado, obviando todos los demás asientos que permanecían vacíos en la barra. Desanudo el cinturón de su gabardina, revelando un vestido de seda que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel con unos tirantes en los que brillaban unos cristales sobre ellos.
La miré. Ojos negros, oscuros que destacaban en una faz blanca, un punto pálida; enmarcada entre una media melena de cabellos negros y lacios. Sentí un estremecimiento, ella no me miraba, miraba dentro de mí. Por un momento sentí un miedo atávico, irracional que se iba apoderándome de mí, hasta que escuche su voz; una voz que tardaría en olvidar, dulce, cálida que prometía placeres secretos.
- Hola, Lara. ¿Cómo estás? ¿Cómo va el embarazo?
- ¿Cómo lo has sabido? No se lo he dicho a nadie.
- Bueno ya sabes que las mujeres notamos esas cosas. ¿Me guardas la gabardina, por favor? – pidió mientras le pasaba el abrigo por encima de la barra.
- Creía que no volverías por aquí. – respondió Lara mientras colgaba la prenda en unos ganchos en el rincón.
- Yo también, pero ya ves. La vida es caprichosa.
En ese momento giró su cabeza y posó sus ojos en mí mientras tomaba asiento.
- ¿Me invitas a una copa? – me preguntó con la voz más sexy que había oído en mi vida, imposible de rehusarla, parecía que fuera ella quien te estaba invitando.
Por unos momentos creí que era una puta y que iniciaba sus movimientos de seducción para que acabara pagando una noche de placer en cualquier hotelucho de mala muerte.
Pareció adivinar mis pensamientos cuando tras apoyar su muñeca en la barra exclamó:
- Ja, ja me han dicho muchas cosas; pero hasta hoy no me habían llamado así.
El Cartier de oro que adornaba su muñeca, con una banda de diamantes que simulaba un leopardo disipaba toda duda. El reloj valía más que el local donde nos encontrábamos. Curiosamente observe que era la única joya que adornaba su cuerpo.
Bajo su mirada desde mis ojos hasta su muñeca, antes de explicarse:
- El tiempo es lo más valioso que poseemos, el reloj me lo recuerda. Sabes, hay mucha gente que lo ha olvidado. A veces me dedico a recordárselo.
En ese momento se acercó Lara a preguntar qué quería tomar.
- Ponme un tequila, así recordaré viejos tiempos… Siempre es bueno recordar- dijo fijando su mirada en mis ojos otra vez.
- ¿Cómo te llamas? – Le pregunté
- Puedes llamarme Martha, de hecho, hace mucho tiempo me solían llamar así.
Lara se acercó con un vasito con tequila y en un pequeño plato una rodaja de limón y un poco de sal
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?- le pregunté
- He tenido un mal día, como tú. He venido a rectificar un error o a tratar de atenuarlo. Control de daños, creo que lo llaman. Vienen tiempos difíciles y tú ayudarás, estarás allí, creo que voy a darte otra oportunidad; aunque me voy a llevar una reprimenda del jefe.
- Te vi la semana pasada. Le observabas cuando bailaba. Te vi cuando él salió para ir hacia el complejo industrial- nos interrumpió Lara- No hiciste nada.
- Era su momento, Lara. Él lo eligió así….
- ¿De qué estáis hablando? No entiendo nada - interrumpí a las dos mujeres. ¿No será esto un programa de cámara oculta?¿Os estáis riendo de mí?
Martha se ensalivó entre el pulgar y el dedo índice y echó un poco de sal sobre la piel, entonces mirándome fijamente a los ojos lamió la sal, tomó un trago de tequila y después chupó la rodaja de limón. Fue algo tan erótico que casi me provocó una erección.
Entonces dejó el vaso y cogió las fotos que estaban sobre la barra, las miró detenidamente sin decir nada y me las tendió todas juntas.
- Ahora no lo entiendes, pero ella te quiere.
- ¿Tú qué sabes? – pregunté molesto, molesto por esa extraña solidaridad de género. Ella no conocía a Anna, no me conocía a mí, no conocía nuestra historia.
- El tiempo, cielo. He visto tantas cosas. Si supieras…, por eso sé que ahora no puedes creerme. Algún día, cuando comprendas mi regalo. Solo te pido que lo utilices bien. No todos tenemos una segunda oportunidad.
- No sé de qué estás hablando
- No es necesario que comprendas ahora, pero no te preocupes, nos veremos….
Y con esas palabras se levantó, pidió su gabardina, se puso delante mío y me beso en los labios, un beso que apenas duró unos segundos, pero que me pareció eterno.
- Adiós Lara, era uno de esos hombres que solo podía amar a una mujer; aunque tú lo merecieras más, llegaste tarde.
La vimos abandonar el local tal como había entrado, todo parecía detenerse a su paso, como si estuviera por encima del bien y del mal y cuando llegó a la puerta nos lanzó un beso de despedida y nos dejó sin palabras; como un par de tontos que no saben que decirse; hasta que Lara en voz baja como si no quisiera romper la magia del momento murmuró:
- Vamos a cerrar. Invita la casa. Espero que vuelvas por aquí, algún día…
Me gustaría pensar que entendí todo lo que pasó aquella noche, pero la triste realidad es que cuando abandoné el Juli, me encontraba más confundido de lo que entré, que tenía más preguntas que respuestas, qué no sabía que hacer, ni a dónde ir, que lo único que parecía tener claro es que se había cerrado una etapa de mi vida y que debía ser fuerte, por mí, por mis dos pequeñas: para que aquello no se convirtiera en una tragedia y pudiéramos rehacernos.
Estaba en uno de esos puntos, una encrucijada, un momento que hace que tu vida cambie y no podía permitirme el lujo de no seguir, tenía que seguir…
El autobús se abalanzó sobre mi mientras cruzaba distraído la M-30, solo soy consciente de que una mano me agarraba y tiraba de mi hacia atrás. Apenas vislumbre aquel reloj de oro y diamantes antes de sumergirme en la negrura.
Me golpeé la cabeza, estuve unos minutos sin sentido. Hasta que oí unas personas que intentaban despertarme, que me preguntaban cómo me encontraba. Poco a poco todo fue volviendo a mi consciencia. Nadie había visto nada, tal vez me había golpeado contra algo. Lo cierto es que mi apariencia no ayudaba, parecía que salía de una noche loca , mi ropa olía a sudor y a alcohol
Pedí un Uber para que me llevara hasta la comisaría de policía más cercana. Tenía que empezar a poner orden en mi vida y lo primero era denunciar la perdida de mi documentación y las llaves de mi coche.
Tras tomarme los datos, una amable funcionaria me hizo pasar hasta el interior de la comisaria donde una subinspectora me tomaría declaración.
- Siéntese, por favor – me pidió aquel pedazo de mujer con un acento indudablemente de las islas afortunadas- Usted, dirá…
Durante unos instantes me permití el lujo de perderme en sus ojos trigueños, mientras arrancaba una sonrisa condescendiente, la de una mujer que sabe el efecto que causa en los hombres y se permite el placer de perdonárselo.
- Me han robado la chaqueta donde tenía la documentación y las llaves de mi coche, bueno creo. La verdad es que no sabría decirle si me robaron o simplemente lo perdí.
- Empecemos por el principio. Me tendría que proporcionar sus datos para formalizar la denuncia.
- Claro, me llamo Albert, Albert Benaixes
- Me podría decir su DNI, por favor.
Número a número se lo fui recitando, al igual que le deletreaba mi apellido, de difícil ortografía para alguien de la Meseta, mientras observaba como sus dedos se movían gráciles introduciendo los datos en el ordenador. Al acabar una mueca de incredulidad se dibujó en su cara y procedió a introducir los datos nuevamente. Algo no acababa de estar en su sitio.
- Pues, según consta Sr Benaiches, usted está muerto. Ha tenido un accidente hace unas horas y su Porsche se ha estrellado contra uno de los pilares de la M-30. Al parecer los bomberos han tenido que sacarle del coche y su rostro ha quedado prácticamente irreconocible como consecuencia de la gran cantidad de cristales que han quedado clavados en su cara; aunque hemos recuperado su documentación. Posteriormente ha sido trasladado al anatómico forense desde donde se ha avisado a su mujer para que pase a reconocer su cadáver una vez que reconstruyan su cara
- Bueno he tenido mejores días, pero yo diría que estoy vivo- respondí obviando mi cambio de apellido. Ya estaba acostumbrado.
- Supongo que el que se ha estrellado ha sido el hombre que le sustrajo su chaqueta. ¿Quiere que avisemos a su mujer?
- No, gracias. Ya lo haré yo mismo. ¿Puedo marcharme, entonces?
- Por supuesto, nos mantendremos en contacto; pero por lo que parece hoy ha vuelto de entre los muertos.
- Sí, eso parece, literalmente. Lo que no sé, es si se trata de una oportunidad o simplemente es una maldición.
- Seguir vivo siempre es una oportunidad, debería dar gracias, no lo dude.
- Sí, supongo que tiene razón, subinspectora. ¿Por cierto me ha dicho su nombre, ahora mismo no lo recuerdo?
- Tania, me llamo Tania.
- -Encantado de conocerla, ha sido un placer- dije mientras me levantaba para abandonar las oficinas.
Había estado casi una hora dentro de la comisaría. Al abrirse la puerta automática me di cuenta de que algo había cambiado.
Los primeros tímidos rayos de sol cegaron mis ojos. Amanecía en Madrid. Pedí un nuevo Uber que me llevara a casa. Mi viaje de una u otra manera había acabado. Un nuevo día comenzaba, también para mí.
Abrí la puerta despacio como queriendo salvaguardar el silencio que presentía en mi hogar. Efectivamente no había nadie, estaba vacía. Pero era una soledad extraña, un vacío inexplicable, como si nunca hubiera estado allí. De alguna forma entendía que ya no me pertenecía, que me había convertido en un extraño.
Entré en la habitación de mis hijas, las camas vacías me dolieron, me llegaron al corazón. Hubiera dado parte de mi vida por encontrarlas dormidas en sus camitas, por poder besarlas, por poder acariciar sus caritas inocentes.
Caminé hasta el final del pasillo y me detuve en la puerta de nuestra habitación. ¿Nuestra? Sí algún día lo había sido. Desde allí oíamos a nuestras niñas cuando empezaron sus primero miedos nocturnos, habíamos compartido dudas y proyectos, habíamos hecho el amor como adolescentes enamorados, habíamos sido felices.
La abrí poco a poco como temiendo molestar a los fantasmas que ahora la habitaban. La cama deshecha, el camisón en el suelo atestiguaban que Anna había salido deprisa. Ella que era tan ordenada.
Me senté en la cama, extendí la palma de mi mano por su lado de la cama. Inmediatamente noté su tibieza, aspiré su perfume, me embriagué de su presencia mientras mis ojos se resistían a liberar un último par de rebeldes lágrimas que todavía pugnaban por abandonar mis lagrimales. Cogí el sobre y lo deposité en su mesita de noche, no hacía falta nada más, aquellas fotos servirían para cerrar nuestra historia. Me levanté y del armario superior saqué mis dos maletas de viaje y me dispuse a llenarlas con mi ropa . Mi viaje empezaba.