Una noche en el Juli II

Un breve interludio para tomar una copa

Había como un pequeño vestíbulo que comunicaba con una de esas puertas que se cierran solas, una silla abandonada en un rincón parecía sugerir que allí faltaba alguien. Tampoco lo pensé mucho más, necesitaba sentirme a cobijo, necesitaba serenarme y poner en orden todo lo que había pasado, necesitaba recobrar mi serenidad y empezar a gestionar las decisiones adecuadas.

Abrí la puerta y entré. Era un bar musical, dividido en dos partes; a mi izquierda una pequeña pista albergaba a un par de clientes que se movían siguiendo las notas de Johnny and Mary una antigua canción de Robert Palmer que no me costó reconocer. La canción hablaba de una pareja romántica destinada al fracaso, lo que no dejó de parecerme muy oportuno. A la derecha, al fondo una barra con siete u ocho taburetes vacíos aparecía sumida en una sugerente penumbra. Hacía allí me dirigí sorteando mesas vacías, testigos tal vez de tiempos mejores. Por un momento me dio la sensación de que se había detenido el tiempo y que me encontraba en otro momento de mi vida, mucho antes de que ésta saltase hecha pedazos. En el aire flotaba una cierta aura de atemporalidad, como si el local no perteneciese a este tiempo.

Me senté en un rincón, al momento una chica de ojos castaños y curvas prometedoras se dirigió hacia mí. No pude evitar dirigir mi mirada a su escote, donde unos senos plenos, maduros danzaban al ritmo de la música o al menos así me lo pareció.

-          ¿Vas a tomar algo o tienes bastante con mirar? -me preguntó la camarera, una chica de mi edad, pero que no desentonaba en absoluto en el local.

-          Lo siento… -  murmuré avergonzado que me hubiera pillado, mientras notaba como mis mejillas se sonrojaban.

Parecía que volvía a mi adolescencia, a esa época en la que tanto me había costado mantener unas mínimas relaciones con el sexo opuesto. Quizás hoy había perdido mucho más de lo que estaba dispuesto a asumir.

-          Un whiskey… bourbon… Jack Daniels… doble.

Joder, como me había costado; pero al final lo había hecho. En aquel momento me sentí como Humphrey Bogart en el Rick’s café. Creo que siempre había querido decir esa frase y por fin lo había conseguido. Al momento volvió la camarera y depositó ante mí un posavasos con el nombre del local y un vaso ancho con una generosa porción de licor.

-          ¿Puedes ponerme un par de cubitos, por favor?

-          Los tipos duros, lo toman solo.

Como por arte de magia apareció una pequeña cubitera y me sirvió un par de cubitos, mientras observaba como sus ojos se reían de mí, tal vez me pasaba factura por mi intento de aparentar ser un tipo duro.

-          No das el tipo del que se pasa por aquí a estas horas. ¿Te has perdido?

-          Creo que sí, me he perdido. He salido de casa hace unas horas; pero ahora no sé a dónde voy ni tan siquiera si quiero volver.

-          ¿No estarás intentando ligar, verdad? Porque lo tienes crudo, cielo. Desde detrás de esta barra ya lo he visto todo y no creo que a estas alturas consigas sorprenderme. Por cierto,  ¿Cómo te llamas?

-          -Albert

En ese momento noté, como algo se rompía. La seguridad que había demostrado la camarera se desvaneció, una sonrisa indecisa apareció en su cara al preguntar:

-          ¿Alberto querrás decir, no?

-          Pues, no. Me llamo Albert y estoy un poco harto de repetirlo cada dos por tres - En otras ocasiones simplemente lo dejaba pasar, pero aquella noche sentí la necesidad de aferrarme a mi nombre, a mis raíces - Soy de Barcelona, hace unos años que nos trasladamos a la capital. ¿Y tú como te llamas?

-          Lara…., me llamo Lara – repitió titubeante.

-          Encantado, Lara.

Algo había pasado y no era consciente de lo sucedido; pero en cuestión de segundos, Lara había perdido todo su aplomo; sus años tras la barra se habían consumido mientras pronunciaba mi nombre.

-          ¿Y a qué te dedicas? ¿No serás abogado? -preguntó con un punto de duda en su voz.

-          ¿Abogado? No, por Dios. Dios me libre – dije cruzando mis dedos, apelando al viejo gesto de protección contra los malos augurios- soy neurocirujano. Me dedico a salvar vidas, no a machacarlas.

Creo que la sentí suspirar, como si se hubiera liberado de un enorme pero al sentir mi profesión. Había oído gente que no profesaban ninguna simpatía a los abogados, como si estos tuviesen la culpa de todo lo que pasa en el mundo; pero no esperaba encontrarme una acólita tras la barra de aquel bar.

Lara se retiró a la esquina opuesta de la barra, no sé bien si para darme mi espacio, o para ganarse el suyo; pero se lo agradecí. No tenía muchas ganas de hablar aquella noche, necesitaba todas mis fuerzas para no derrumbarme, para no llorar, para no ponerme a gritar.

Creo que fue en ese momento cuando me di cuenta que mi mano izquierda seguía aferrando con una fuerza anormal al sobre que se había convertido en mi compañero de fatigas aquella noche, Creo que fue entonces cuando me di cuenta que lo había mantenido pegado a mí en todo momento, que lo había sujetado como si mi vida dependiera de él: Había preferido perder mi billetera con mi documentación y mis tarjetas de crédito, las llaves de mi Cayanne antes que desprenderme de aquellas malditas imágenes, de aquel infame informe.

Poco a poco, fui sacando las fotos. Las iba depositando sobre la barra mientras mis ojos se iban nublando, mientras sentía que las primeras lágrimas empezaban a anegar mis ojos. ¿Por qué? Una y otra vez esa pregunta iba carcomiendo mi corazón, iba adueñándose de la poca serenidad que me quedaba, que me mantenía lúcido. Entre tanto, los recuerdos se mezclaban en mi mente, me castigaban sin piedad. Las imágenes de nuestras primeras veces, sentí como mi mano apretaba la suya mientras ella empujaba con sus músculos pélvicos y vi aparecer la cabeza de nuestra primera hija. La sentí correrse, mientras mi semen se desperdigaba en su vagina; sentí su alegría, mientras apartaba su pelo y la acariciaba después de haber hecho el amor.

La ví reír mientras me declaraba y el miedo me había paralizado sin saber muy bien lo que decía; sintiéndome ridículo mientras daba un espectáculo a los camareros y comensales de aquel restaurante de la costa, rozando la histeria y rogando a todos los dioses que no me rechazara. Sentí su gratitud cuando decidí abandonar mi lugar de trabajo y acompañarla a Madrid donde la había desplazado una oferta de trabajo que por fin le permitiría desarrollar su profesión . Sentí el sabor salado de sus lágrimas mientras la besaba el día que murieron sus padres un año atrás en un trágico accidente de coche.

-          ¿Estás bien?

-          Claro, perfectamente – contesté mientras me pasaba la manga por mis ojos acuosos- Está un poco cargado el ambiente, ¿no?.

Lara miró en todas las direcciones antes de sonreírme. Quizás había olvidado que ya habían pasado  muchos años desde la prohibición de fumar en lugares públicos.

-          Mira, todo tiene solución – dijo con esa sabiduría sobre la vida que te da la barra- hay que hablarlo, hay que luchar por lo que quieres. Todo, menos…., la muerte

En ese momento Lara se vino abajo. Lo noté, sentí una presencia que cruzaba la sala, una ausencia que lo ocupaba todo. Poco a poco fue retirándose y entonces en  sus ojos se dibujó la sorpresa, mientras una mueca de incredulidad se apoderaba de su cara. No podía ser y sin embargo...

Giré la cabeza y entonces vez la vi.