Una noche en el hospital

Una visita nocturna a un paciente, una mujer que esconde un volcán y un anciano conocedor de las debilidades humanas. La fórmula perfecta para que el sexo explote con furia.

Una noche en el hospital

Se desperezó levantando las manos y un largo bostezo de sus hermosos labios exteriorizó el sopor que la invadía. El sueño la vencía y tenía mucho trabajo por delante, con decenas de muestras que tenía que tomar, aparte de los análisis e informes a preparar. Llevaba varias noches en que había dormido poco y eso le estaba afectando ahora. Se levantó y se preparó un café, intentando así espantar el sueño que la dominaba.

Sentada con la taza de café en la mano, sus pensamientos recorrieron los últimos acontecimientos, que la tenían con su ánimo al  nivel de los pies, con un matrimonio rutinario en que no había un incentivo que lo mantuviera despierto, una rutina hogareña que la aplastaba y, lo peor de todo, unos cuarenta años que le habían traído como regalo una crisis existencial que la tenía sumida en una depresión de la que no lograba salir. Se había metido de lleno y con todas sus energías en el trabajo, pero a pesar de terminar agotada después de cada turno en el hospital, al llegar a la casa la invadía invariablemente la apatía y una desazón que terminaban por robarle el sueño durante casi toda la noche. Con los ojos cerrados, como si durmiera, para evitar las preguntas de su marido, se sentía como si estuviera frente a un túnel sombrío en el que se internaba inexorablemente, sin poder hacer nada para librarse. La angustia la invadía y al final solo podía rendirse al sueño por efecto del cansancio, para dormir un par de horas solamente. Y al final de cuentas, cuando despertaba ante un nuevo día, se le presentaba ante sí otra jornada con la misma rutina, las mismas sombras, la misma falta de incentivos.

Ni el trabajo le ayudaba para sobrevivir a esta crisis que la agobiaba. Ella, que tanto amaba lo que hacía, ahora no encontraba en la toma de muestras y los análisis, la sensación de triunfo que sentía antaño cuando lograba desentrañar un misterio oculto entre los glóbulos sanguíneos. Su desafección de ahora le preocupó en un principio pues pensó que tal vez era indicio de que esta profesión, que tanto le gustó cuando estudiaba y por la que tanto luchó para titularse, ahora la había desincentivado. Pero no, no era que tuviera un problema con su profesión, no. Es que su crisis existencial abarcaba todos los ámbitos, haciendo peligrar tanto su vida matrimonial como la de hogar y, ahora, la profesional.

Con estos pensamientos en la cabeza, dejó la taza en una mesita y volvió al análisis que había dejado pendientes. Mientras mantenía su cabeza inclinada sobre el microscopio, su mente no dejaba de vagar por los vericuetos de los problemas que la agobiaban. Había algo que emergía por entre todas sus inquietudes: el tema sexual.

A pesar de los intentos de su marido por mantener una relación normal, ella invariablemente se negaba y esa inactividad había minado su matrimonio, ya que él se empeñaba en incentivarla pero ella era completamente inmune a todo cuanto el hacía o decía. Incluso, cuando leyó el libro “Las cincuenta sombras de Gray” no lo hizo porque el se lo insinuara sino porque una amiga se lo recomendó. Y la lectura de ese libro la llevó a interesarse por incursionar en páginas de relatos eróticos. Y así fue como llegó a Salvador. Le agradó su estilo, las temáticas que abordaba, las situaciones que describía y el ambiente que creaba en cada uno de sus relatos. Y sus diálogos. Sí, unos diálogos en los cuales se sintió interesada por el sexo después de varios meses. Buscó relatos del mismo autor y entre todos ellos encontró que los que más le atraían eran aquellos que hablaban de un hombre mayor y una mujer menor. ¿Por qué? No lo sabía, pero le gustaban esos relatos que contaban historias que se acercaban peligrosamente a un incesto. Probablemente sería un deseo o fantasía oculto que se exteriorizaba en ese tipo de relatos. Tal vez, no lo sabía bien, pero le atraían. Pero la lectura de esos relatos no lograba despertar en ella el deseo por su marido y su relación marital seguía los mismos senderos de la rutina sin ningún tipo de incentivo.

Pero su subconciente trabajaba y esos relatos habían despertado en Trinidad un apetito que se mantenía oculto, sin querer exteriorizarse. Mientras seguía analizando muestras en el microscopio, con su mente sumida en sus pensamientos, ella no sospechaba que ese deseo afloraría con todo su ímpetu esa noche.

Una pequeña anomalía en la muestra que examinaba llamó su atención. El procedimiento decía que debía tomar una nueva muestra. Una contra muestra. Tendría que hacerlo ahora, a pesar de que eran las 4 de la madrugada, ya que el resultado debía estar para la primera ronda médica.

Salió en busca de la pieza del paciente, recorriendo los largos y blancos pasillos. Cuando entró a la pieza que buscaba, encontró a un hombre maduro que dormitaba.

Buenas noches. Disculpe, pero debo pincharle para unas muestras.

Pero si lo hizo esta tarde

Sí, pero necesito hacerlo nuevamente

Bueno, usted manda

Trinidad se acercó a la cama y preparó al paciente, tomándole un brazo para poner la inyección, sin advertir la mirada del hombre, cargada de interés por sus piernas, las que, enfundadas en unas medias negras, lucían exquisitamente provocadoras bajo el delantal blanco que le llegaba sobre la rodilla, mostrando una parte generosa de sus piernas.

Trinidad no se percató tampoco de que cuando pensaba en los relatos eróticos de Salvador su cuerpo había reaccionado y ello se evidenciaba en sus pezones, que pugnaban contra la delgada tela de su sostén y se notaban en la parte superior de su uniforme. Y para un hombre maduro, como el que estaba en la cama, esos signos no pasaban desapercibidos.

Mientras ella, parada al lado del paciente, manipulaba en el brazo del hombre, de pronto la mano libre de este se posó en su pierna. Ella se sobresaltó, pero prefirió ignorarlo pues imaginó que era solamente una casualidad. Además, la mano le transmitió una calidez que le agradó.

Al cabo de un rato esa mano se hizo evidente contra su pierna, acariciándola. Ella siguió en lo suyo, pero esta vez con la atención puesta en lo que sucedía con  la mano intrusa. No hubo rechazo, a pesar de lo evidente de las intenciones del hombre, pues había algo en ella que la impulsaba a seguirle el juego. Y ese algo era la falta de sexo y el deseo renacido por las lecturas eróticas de los relatos de Salvador.

La mano empezó a subir. Y ella la dejó hacer. Esperando.

El comprendió inmediatamente que tenía permiso para continuar, que tenía junto a su cama a una hembra deseosa de sexo, y el estaba más que dispuesto a proporcionárselo. Su mano siguió subiendo, recorriendo los muslos que se le ofrecían y llegó finalmente a la entrepierna, donde abarcó el bulto de una bragas húmedas por a excitación.

Ella seguía sin decir palabra, abriendo las piernas para que el hombre continuara su exploración.

El apretó el bulto bajo la suave y sedosa tela de la braga. Ella pareció perder el equilibrio por el deseo que esa mano le proporcionó y tuvo que afirmarse a la cama para no caer. Tal era su estado de excitación. No creía que pudiera tener tanto deseo acumulado, pero esa mano le había descubierto que podía excitarse como antes, y tal vez más.

Cierra la puerta

Trinidad, como una sonámbula, fue a la puerta y puso el cartel de advertencia para que nadie entrara, por las posibilidades de contagio. Y volvió, enfrentando la mirada del hombre, que reflejaba todo el deseo que sentía y que ella le provocaba.

Sácate las bragas

Ella obedeció sin decir nada. Y cuando las bragas estuvieron en el suelo, la mano volvió a meterse entre sus piernas y sintió que su vulva era apretada, ahora con más fuerza, y un dedo recorría sus labios vaginales. Inconscientemente, ella empezó a moverse, mientras ligeros quejidos salían de sus labios, apretados como evitando exteriorizar la calentura que sentía.

Mientras el dedo entraba finalmente en su vulva, el hombre levantó la sabana y dejó expuesto su cuerpo, del que era evidente su verga, completamente parada. Ella no necesitó invitación ni insinuación. Levantó la bata del paciente y se apoderó de su instrumento, que empezó a masajear con ímpetu.

¿Quieres mamarlo?

Trinidad se agachó y se llevó la verga a la boca, empezando una mamada de proporciones, como hacía muchos meses que no hacía. Y las mamadas eran su especialidad.

Mmmm, ricooooo

Ella no hizo caso de las palabras del paciente y siguió aplicada a darle una mamada como las que ella sabía hacer y que hacía tanto tiempo no le daba a su marido. Con el pedazo de carne de ese desconocido en su boca volvió a sentir la exquisitez que le proporcionaba poder saborear una verga completamente parada entrando y saliendo de su boca. Y más aún, en este caso, una polla de proporciones respetables.

Mmmmmm, asíiiiiiiii, siiiiiiiiiii

Slup, slup, slup

En tanto, al dedo del paciente se había unido otro y ahora eran dos los que entraban y salían de su chochito, del que manaba líquido en abundancia. Trinidad estaba acabando mientras seguía dándole una mamada de ensueño a ese desconocido.

De pronto algo le golpeó. Era la acabada que el paciente estaba teniendo y que había llenado su boca. Intentó tragar lo más que pudo pero sólo logró alcanzar una parte ya que fue mucho el semen que salió disparado de ese pedazo de carne que se agitaba en su mano. Mientras ella intentaba atrapar el semen que manaba de la polla del paciente, por sus piernas caían sus propios líquidos, producto de un orgasmo que sacudió todo su cuerpo.

Ambos quedaron agotados, producto de la reciente acabada mutua.

Cuando lograron recuperarse, ella acomodó su ropa, se puso nuevamente las bragas, limpió sus piernas y salió de vuelta al laboratorio para continuar con el exámen. Pero antes de cerrar la puerta se volvió al paciente y, a modo de despedida, con una sonrisa de complicidad, le dijo:

Mañana a la noche volveré por otra muestra.

Y el, con la satisfacción reflejada en la cara, le respondió:

Pero esta muestra será completa.

Ella sonrió y asintió, cerrando tras si la puerta.