Una noche distinta

De lo acontecido en una noche en que mi ama me preparaba una sorpresa.

Sabia que esa noche era especial.

Llevaba dos meses a su servicio, ocupándome de todo. Cocinaba, limpiaba, pero sobre todo me encargaba del bienestar de mi Ama.

A cambio, yo obtenía el privilegio de servir a una auténtica Diosa, de poder lamer el polvo que se adhería a su calzado. Me otorgaba la bendición de saborear y disfrutar sus aromas, lamiendo cada centímetro de su maravilloso cuerpo siempre, claro está, siguiendo sus indicaciones. Me alimentaba de sus restos y su esencia dorada se había convertido en el mejor néctar para mi paladar. Yo era el perro más feliz del mundo, y trataba de hacer feliz a mi Dueña.

Pero esa noche me tenia reservado algo especial.

Hacia tiempo que me amenazaba con buscarse un amante, que yo ya no le satisfacía y que, aunque como sumiso sirviente tenía pase, Ella deseaba un amante mejor. Yo pensaba que todo era nada más que un intento de someterme aún más, de llenar mi mente de temor para que aumentaran mis esfuerzos por complacerla. Desgraciadamente, cuando llegó a casa se confirmaron todos mis miedos.

La recibí como siempre, a cuatro patas, desnudo, a la puerta de la casa. Cuando entró procedí a saludarla tal y como había sido educado. Besé sumisamente sus zapatos y coloqué mi cabeza apoyada en el suelo, entre sus piernas. Venía excitada, y ni tan siquiera se molestó en pisar mi nuca, como hacía casi siempre. Esta vez no me dijo palabra alguna.

Pasó de mí y se encaminó, conmigo detrás arrastrándome, hasta el salón, donde ya tenia preparada la cena. Le ayudé a acomodarse y pasé a ocupar el lugar que me corresponde en todas las comidas: debajo de la mesa, a sus bies, siempre atento a una de orden de besarlos, lamerlos o simplemente comer algún desperdicio arrojado por Ella.

Al terminar la cena preparé su relajante baño y, tras ayudarla a desvestirse, la dejé unos minutos mientras recogía el salón. Al volver fui recriminado por mi tardanza, recibiendo una bofetada de tan divina mano. Soy un perro inútil y, aunque había sido diligente en recoger la cena, había sido demasiado lento para las exigencias de mi Ama. Mientras enjabonaba su cuerpo, me informó de cuanto acontecería aquella noche, de cómo mi pesadilla se convertiría en realidad.

Había quedado con un amante, el cual no era sumiso pero que según Ella, estaba maravillosamente dotado para darle el placer que ya no le proporcionaba. Todo entonces se sembró de sombras. Se habría cansado ya de mí y sería el primer paso para echarme?

Esperaba impaciente las instrucciones conforme a como debía comportarme ante él, pero no me dio ninguna. Tan solo me ordenó que guardara silencio hasta que lo deseara, bajo amenaza de un castigo inimaginable. La conozco bien, y es capaz de hacerte sentir terror.

Y así estaba yo, comenzando a asumir que no vales nada, cuando llegas a la conclusión que ni tan siquiera proporcionas a tu Señora lo que necesita. Mientras la escuchaba el corazón sufría y, si no fuera porque había arrancado casi todas mis lágrimas con sus habituales sesiones de azote, habría llorado, sin duda.

Terminado el baño, y tras asistirle para que se pusiera el atuendo más sexy para recibir a su invitado, se quedó plantada ante el espejo. Se veía poderosa, divina, conmigo a sus pies y adorándola con todas mis fuerzas. Al complacerse, comenzó lo que iba a ser mi castigo aquella noche. Se había propuesto acabar con la poca fuerza que quedara en mi cabeza, y lo logró.

Se encaminó al dormitorio, seguida de su fiel "perrito" y ya en él, me vendó los ojos y me sujetó con unas esposas al radiador que se hallaba junto a la cama. Me quedé allí, esperando, ciego y sin poder moverme. Por suerte, el radiador había sido apagado hacía tiempo... un triste consuelo para mi castigada mente.

Al cabo de unos minutos llamaron al timbre de abajo. Mi Dueña contestó y a continuación, regresando a mí, me colocó unas orejeras para que no pudiera escuchar. Estaba sordo, invidente y tenía prohibido hablar. Llegué a la conclusión que en el fondo tal vez fuera lo mejor.

Pasó un tiempo, no sé cuanto pues perdí la noción del mismo, hasta que me quitaron las orejeras. Ya habían acabado? Seguía él allí, o tal vez había salido corriendo al verme en esa situación? Desgraciadamente, nada de eso. Acercando su boca a mi oído me susurró que lo bueno comenzaba ahora, que iba a tirárselo en esa cama que se hallaba a un metro, y que la oiría disfrutar con un amante de verdad. El infierno se habría ante mí.

Conozco mi situación, y sé que no puedo permitirme los celos, pero sentía como algo se rompía dentro de mí.

Al estar ciego agudicé el oído, pudiendo escuchar como se despojaban de la ropa, como ésta caía al suelo, y como ese sonido era acompañado de pequeños besos y suaves jadeos. Sentí como crujía la cama en el momento en que se subían a ellas y poco a poco comencé a escuchar los muelles, que cedían ante los empujones, el cómo los jadeos se convertían en gemidos, sentí como mi Ama disfrutaba con otro que no era yo...

No sé cuanto duró. En mi cabeza retumbaban las respiraciones, los gemidos, las frases de placer de mi Señora. Habían penetrado en mi cerebro y nunca más se irían de allí.

Despertándome de mi sufrimiento mental escuché como su dulce voz pedía a su amante que se corriera en mi cara. No podía dar crédito a lo que oía. Es cierto que ya había probado mi propio semen, pero nunca el de otra persona, y la idea me parecía repugnante. Me sentía humillado, hundido como nunca me había sentido. Habría suplicado que no lo hiciera, pero el temor ante su posible castigo sellaba mis labios.

Sentí un movimiento a mi alrededor, una convulsión y noté como algo viscoso se depositaba en mi pelo, en mis oídos, en la venda que aprisionaba mis ojos. No podía creer en mi suerte, nada había caído en mi boca. Pero tengo un gran defecto, que siempre me adelanto a los hechos. Como si leyera mi pensamiento, tomó un poco de ese fluido y me lo restregó en los labios.

Dios, no sé como explicarlo. Una sensación de asco, humillación y bochorno se apoderaba de mí. Vencido, comprendí que no me quedaba otra posibilidad. Abrí los labios y por fin sentí y saboree su jugo.

Era esposo, pringoso, dulce... ¿dulce?

-Mierda, es leche condensada!

Cuando al fin fui librado de mi venda, observé a mi Señora y a su mejor amiga ante mí, riéndose a carcajadas.

Todo había sido un espectáculo que habían creado para humillarme, aunque, eso sí, el consolador que se estaba colocando su amiga me decía que la noche no había acabado...