Una noche distinta

A partir de esa noche, todo cambiaría...

Al principio de nuestra relación, los encuentros pasionales no eran nada especial. Estaban muy bien pero no salían de la norma. Las experiencias diferentes, interesantes y por sobre todo excitantes, comenzaron a surgir con el tiempo, a medida que la confianza que nos teníamos se iba incrementando.

A mi entender, todo cambió cuando comenzó a susurrarme al oído las cosas que me haría mientras acariciaba dulcemente todo mi cuerpo. Me decía cosas como que me iba a tocar las tetas y la concha muy despacio y con cariño hasta que estuviera bien mojada, que yo debería mamarle la verga y que luego de hacerme desearla con todas mis ganas tal vez, y solo tal vez iba a cogerme. Eso me producía una sensación extraña, mezcla de deseo y frustración. No me gustaba la idea de que existiera la posibilidad de no llegar a mi merecido orgasmo pero sabía que si me esmeraba en cumplir sus órdenes adecuadamente obtendría mi premio la mayoría de las veces.

Nunca antes me habían hablado en la cama y al principio lo único que lograba al hacerlo era desconcentrarme; pero con el tiempo sus palabras ya no me impresionaban sino que me gustaban. Me excitaba de sobremanera escuchar su voz en mi oído, al punto que llegué a tener intensos orgasmos solo con oírlo hablarme.

Sus palabras eran simplemente una preparación. Al decirme lo que me iba a hacer tenia la oportunidad de observar mi reacción a las ideas que sugería. Si me excitaba y gemía estaba aceptando sus propuestas; si callaba era porque aún no estaba preparada para entregarme. Así fue descubriendo mis preferencias sexuales, y así también me enseñó a cambiar mis gustos y logró que comenzara a desear las cosas que él quería que hiciera.

Nadie sabe tocarme como lo hacía él. Llegó a conocer mi cuerpo como si fuera el suyo, sabía perfectamente por donde empezar y hasta donde llegar en cada sesión, cada una un poco más intensa que la anterior.

Al principio las únicas herramientas en juego eran nuestros cuerpos, pero con el tiempo todo tipo de juguetes sexuales y prendas eróticas comenzaron a tomar un lugar en nuestras vidas. Dedicábamos a nosotros mismos todos y cada uno de los fines de semana. Pasábamos juntos de viernes a domingo, cogiendo sin parar, disfrutando de nuestros cuerpos y de las sensaciones nuevas que descubríamos en cada ocasión.

Una noche, tomé la iniciativa de vestirme de un modo diferente, con ropa interior que había comprado en una tienda de lencería. Llevaba un portaligas rojo, con sus respectivas medias y zapatos de tacón. Un corpiño haciendo juego realzaba mis tetas, haciéndolas irresistibles para él. Mi pelo negro y lacio estaba sujeto por una bandana color carmín. Mis labios, pintados a tono, daban el toque final a mi atuendo.

Quedó atónito cuando me vio, realmente no esperaba ver esa imagen cuando salí y me aparecí frente a él con la sorpresa, pero menos esperaba yo lo que pasaría durante el resto de la noche. A la luz de las velas, una música suave y dos vasos de whisky aguardaban en el cuarto, sobre una bandeja en la cama. Bebimos el whisky mientras hablábamos por unos minutos. Sin quitarme los ojos de encima, me pidió que me atara el pelo en una cola de caballo y me acostara en la cama con los ojos cerrados. No había cenado esa noche y el alcohol hizo sus efectos casi de inmediato. Decidí hacerle caso y me acosté boca a arriba en la cama luego de recoger mi pelo como me indicó.

Él había abandonado el cuarto pero sentí sus pasos al volver. Me tensé un poco al sentir el calor de su cuerpo que se acercaba al mío lentamente. Me pidió que sin abrir los ojos levantara un poco la cabeza, y usó mi propia bandana para vendarme los ojos. Me dejó en la oscuridad total. Con su voz suave me susurró al oído que esa noche iba a experimentar muchas cosas nuevas.

  • Vas a hacer todo lo que yo te diga esta noche?

  • Sí… le dije, sin saber bien en lo que me estaba metiendo.

Sus palabras me asustaban a veces, pero me sentía segura con él. Además, ansiaba esas palabras como a nada en el mundo. Desde entonces, ya no me pedía que hiciera lo que me dijera, simplemente me daba órdenes. Órdenes que debía cumplir por haber accedido a esa simple pregunta que jamás pensé que iba tan en serio.

Me obligó a sentarme en la cama y me quitó el corpiño y luego me volvió a acostar pero no tan dulcemente como solía tratarme. Lo hizo con fuerza, más que dejarme caer, me dio un fuerte empujón. Yo estaba un poco sobresaltada pero no me preocupó mucho. Una vez acostada me empezó a chupar las tetas y yo casi en seguida comencé a gemir de placer. Mis pezones son la parte más sensible de mi cuerpo, y él lo sabía. Después de un rato noté como su boca se alejaba de ahí y sentí un dolor intenso en uno de mis pezones. Grité casi involuntariamente y él se acercó a mí sólo para decir:

  • Shhhhh, no quiero oírte gemir hoy, no quiero que hagas ni un solo ruido, o te voy a tener que castigar.

  • Ah si? Pregunté…. Y qué me vas a hacer?

  • Te dije que te callaras. Ya vas a ver lo que te va a pasar por desobedecer.

No entendía muy bien a qué se refería pero pronto lo averiguaría.  Puso otra pinza en mi otro pezón y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no emitir sonido. Mientras hacía esto me acariciaba las piernas pero no llegaba a tocarme la concha. Las pinzas me causaban dolor, pero poco a poco esa sensación se fue desvaneciendo y dio paso a otra hasta el momento desconocida para mí. Era presa de olas de placer que me invadían haciendo que mi cuerpo se contorsionara para suplir mi necesidad de expresarme a través de gemidos. Sentía como mi concha empezaba a mojarse

Mientras me acariciaba suavemente las mejillas me preguntó: Te gusta puta?

Era la primera vez que me decía puta, y me sentí un poco extraña al escucharlo pero como no podía hablar, lo único que hice fue mover mi cabeza en signo de afirmación. Siguió acariciando mi rostro suavemente y yo me entregué al placer.

Muy calmada dejé de moverme y disfrutaba de la sensación del dolor en los pezones y de sus caricias. De repente alejó su mano de mi cara y me dio una suave bofetada que no me dolió, pero me sorprendió. Acababa de entender en qué iba a consistir mi castigo y todavía podía impedirlo si decía algo. Pero estaba tan excitada que no dije nada y simplemente seguí concentrada en las sensaciones placenteras. Intercaladas con suaves caricias, sus bofetadas eran cada vez más fuertes y en un momento ya no pude aguantarme sin hacer ruido.

Sin embargo, en lugar de gritar o quejarme me encontré gimiendo incontroladamente. De pronto dejó de pegarme y me tapó la boca con su mano.

  • Te gusta que te pegue, puta?

En ese momento me di cuenta de que estaba gimiendo de placer cuando el me daba esas bofetadas pero no quería aceptar que me gustaba así que le dije que no.

  • Me estás mintiendo, porqué gemís si no te gusta eh?

  • No sé, le dije.

  • Si, sabés, y quiero que me lo digas. Gemís porque sos una puta y te encanta que te pegue, verdad?

Le volví a decir que no. Eso me costó la bofetada más fuerte que me había dado hasta el momento.

  • Bueno, muy bien, hagamos otra cosa entonces...

Todavía con los ojos vendados, me levantó de la cama y me hizo arrodillarme en el piso, mientras él estaba sentado al borde de la cama. Tirándome del pelo guió mi boca hacia su pija bien dura y me dijo que se la chupara. Yo comencé a chuparla despacio pero eso no le gustó. Unos instantes más tarde él se encargaba de mover mi cabeza a su agrado, haciéndome chupársela rápidamente. Luego de un rato, cuando notó que yo estaba suficientemente excitada y deseando su pija más que a nada alejó mi cara un poco y comenzó a pegarme con la pija sin dejar que yo la atrapara con mi boca. Todos mis intentos eran en vano, no importaba cuánto lo intentara, era imposible que volviera a permitirme chuparla.

  • Querés chuparla no? puta

  • Si quiero

  • Pero te portaste mal, porque no hiciste lo que yo te dije, a pesar de que prometiste que lo harías, así que te tengo que castigar...

Otra vez sus palabras me calentaban, y era fácil para él darse cuenta porque no podía evitar gemir cuando lo escuchaba hablarme así. Me levantó de mi posición y me colocó boca abajo sobre la cama con las piernas aún sobre el piso dejando mi cola expuesta. Me sacó la tanga roja que tenía puesta pero me dejó el portaligas con las medias y comenzó a chuparme el culo mientras me tocaba la concha.

  • Qué mojada estás...

Lo estaba de hecho, sentía mis flujos calientes recorriendo mis muslos y eso me excitaba aún más. De repente alejó su boca de mi ano y un dedo tomó su lugar, lo introdujo fácilmente porque yo estaba tan excitada que se había dilatado mucho.

  • No hagas eso, por favor – le pedí

  • Yo te hago lo que yo quiero, vos accediste

Y a su respuesta siguió una serie de nalgadas, mucho más intensa que las cachetadas que había recibido hace un rato. No habíamos probado el sexo anal y la verdad que me asustaba un poco, pero el negarme no me sirvió de nada. Volvió a introducir un dedo, y luego dos. Al cabo de unos minutos, la excitación que tenía no me dejaba pensar en otra cosa, tener su pija dentro mío era todo lo que quería. Por supuesto que no sería tan sencillo

-Abrí la boca me dijo - mientras estaba aún acostada en la cama – quiero que chupes esto, y quiero que lo chupes como si fuera mi pija, con muchas ganas.

Mis ojos seguían vendados así que no sabía de qué estaba hablando pero apenas terminó de pronunciar esas palabras un vibrador me llenaba la boca y yo estaba chupándolo como si fuera su pija. Con mis tres agujeros llenos estaba a punto de tener un orgasmo cuando nuevamente mis gemidos me delataron y entonces, él retiró sus manos de mi ano y mi concha.

Volvió a colocarme en la posición anterior, aunque esta vez en cuclillas pero aún chupando su pija. Debajo mío estaba el vibrador, encendido, y la punta masajeaba mi ano, acariciándolo y haciéndome desear tenerlo adentro. Justo cuando me disponía a dejarlo entrar me dijo:

  • Cada vez que ese vibrador entre un poco más adentro tuyo, te voy a pegar.

Él sabía perfectamente que no podría evitarlo, le pedí que no me hiciera eso pero no me escuchó. Me metió su pija en mi boca y yo comencé a bajar sobre el vibrador a pesar de lo mucho que intenté no hacerlo. Guiaba mi cabeza tomándome del pelo nuevamente y la retiraba de a ratos para abofetearme por haberme metido el vibrador adentro. A veces me pegaba también con su pija. Así estaba yo, tenía esa falsa pija dentro mío, hasta el fondo, y la suya en mi boca, llenándome de placer. Con la mano que tenía libre acariciaba mis tetas y en un momento, la excitación fue demasiada y ya no pude aguantarme. Gritando llegué al orgasmo más placentero que había tenido en mi vida y mis gritos le provocaron un orgasmo a él que yo tragué por completo.

Nuestras noches cambiaron desde ese día, y cada vez se hicieron más y más intensas.

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