Una noche de perros
Una joven estudiante decide darse un particular homenaje para celebrar su graduación universitaria.
UNA NOCHE DE PERROS
Siempre se sobreentiende como algo malo cuando alguien va y dice “he pasado una noche de perros”...como se nota que no saben de lo que hablan.
Me llamo Natasha, y soy una jovencita de “X” país. Tengo unos 20ytantos años y un largo pelo rubio, liso, coronado por un flequillo que me tapa media frente y unos ojos azul cristal de esos que paralizan con la mirada. No soy muy alta, llego justa al 1’58 de alto y tengo un cuerpo algo bien definido en curvas. Pese a mi estatura tengo un pecho algo abultado y voluptuoso, lo mismo que mis caderas. Mis pezones resultan algo pequeños pero de aureola algo ancha, y procuro tener un pubis bien recortado y aseado, para que no haya demasiado pelo (cosa que no soporto). Del mismo modo, mi vientre es torneado, ya que me gusta ir a correr o ejercitarme en el gimnasio. Actualmente trabajo de camarera en un restaurante, aunque he tenido muchos empleos con el tiempo.
Uno de los placeres de mi trabajo es que los clientes, sobretodo los habituales, se dedican a cuchichear a mis espaldas cuando creen que no les escucho. Les oigo hablar de mí, alardeando de cuantos polvos me echarían en una noche, o presumiendo de los más orgasmos que serían capaces y de cuanto sabrían hacerme disfrutar. Se preguntan con ansía si tendré novio, o si me gustarán las chicas, si habré estado con dos hombres a la vez en la cama, o incluso si habré estado en alguna orgía. Yo me hago la disimulada como que no les escucho, me limito poner mi mejor cara y sonreír mientras lleno sus copas y los mantengo pendientes de mi trasero cuando me agacho, o de mi escote al llevarles las copas a las mesas. Más que molestarme, en el fondo me divierte ver como los hombres fantasean y fantasean sobre mis amantes y mis conquistas. Cada vez que les miro a los ojos veo una mezcla de perversión y lujuria...sé que a muchos les gustaría tumbarme sobre una de mis mesas y penetrarme delante de todos, o ponerme dispuesta para toda la clientela. Me gusta ser presa de sus fantasías, aunque cada vez que miro a sus ojos me acuerdo de otros ojos, imborrables en mi mente, que fueron testigos de la que fue la más grande perversión que llegué a cometer...y que nadie jamás se imagina.
Por aquel entonces terminaba mi época universitaria y no estaba trabajando en el restaurante (aún). Estaba decidida a darme un capricho, por loco que fuese, para coronar haberme sacado el doctorado en derecho. Muchas chicas de mi facultad habían pensado en irse de copas y encontrar un hombre para pasar una noche loca, y otras pensaban en viajar...yo quería ser diferente y hacer algo que ninguna se atrevería a hacer. Me estuve largo rato pensando qué podría hacer, como podría celebrarlo: ¿alpinismo?, ¿puenting?, ¿submarinismo?, ¿viajar a algún sitio perdido en el confín del mundo?. Todas eran ideas muy buenas...pero muy tópicas. Quería desmarcarme de los clichés habituales, hacer lo que otros no harían en una situación así. Mi problema era simple: ¿el qué?. No di con la solución hasta que un día, fruto de la casualidad, paseando con mi por aquel entonces novio, nos encontramos con una pareja de amigos que iban con su perro, un precioso pequinés albino. Debía estar en época de celo, porque el pobre, después de agacharme a rascarle un poco la cabeza, se me puso a dos patas agarrándome la pierna y comenzó a moverse como si quisiera penetrarla. La pareja se ruborizó y pidió perdón, y tanto mi novio como yo lo tomamos a risa y no le dimos importancia...bueno, él no.
No es que yo me lo tomase en serio, sencillamente me dio algo en lo que pensar. Fue algo casual, tampoco es que me fuese ese tema en concreto, pero el que el perro me tomase por una perra hizo que se le iluminase la bombilla de las ideas, y que pensase en una idea de cómo celebrar mi graduación. Era algo límite, pero siempre me he tomado por una persona poco moral. Bueno, no...más que poco moral, soy poco escrupulosa o carente de ciertas limitaciones éticas para según qué cosas. Mi lema es “mientras no dañes a otros haz lo que quieras, cuando quieras y con quien quieras”. Aún sabiendo de la locura que suponía lo que pensé, la idea no me pareció repugnante o asquerosa, si no que la acepté de buen grado como diciéndome a mí misma “está bien, hagámoslo”. Fue de lo más natural, y una vez determinada a hacerlo (soy muy cabezona cuando se me mete algo entre ceja y ceja), fue cuestión de ir paso a paso siguiendo un plan para que, cuando llegase el momento, todo saliese a las mil maravillas.
Lo primero y más importante era conocer todas las perreras de la ciudad, además de los albergues de animales. Buscaba el que más animales tuviera y el que más grande fuese en superficie. Después de mucho buscar di con uno que se ajustaba bastante a lo que me interesaba, y estaba a las afueras de la ciudad, lo que me iba de perlas. Me dio por acercarme a conocer la zona, y comprobé que en efecto el sitio estaba a reventar de animales. El albergue lo llevaban entre un par de cuidadores, los dos hombres, uno algo mayor, y otro más jovencito. Deduje por su actitud que el mayor era el jefe y el otro el empleado, de modo que me acerqué al jefe, me presenté y con la excusa de que buscaba adquirir una mascota, me enseñaron todo el lugar, los animales que había y los pedigríes de los perros de raza, que eran algo más caros que los demás. Evidentemente, no tenía intención alguna de comprar un perro, solo de “comprobar el terreno” para ver si era lo más adecuado a mis planes. El sitio resultó ser perfecto, y por las miraditas de vicio que me lanzaba el dueño, supe que si sabía jugar mis cartas, podría conseguir lo que quería con el mínimo esfuerzo.
Una vez, siendo niña, escuché estas palabras (aunque jamás he podido saber de donde las oí, si fue de un familiar, un amigo, o de la TV): “Recuerda que el poder viene después de hacer el amor con un hombre”. Tardé años en saber su significado. El dueño se pensó que yo no me daba cuenta de las miraditas furtivas que le lanzaba a mi vestido y a lo que había debajo de él, y yo procuré hacerme la tonta todo el rato, fingiendo que no pasaba nada aunque de forma “inocente” tenía poses y gestos para incentivarlo y que de ese modo le provocase. Le costaba no rascarse el bulto de los pantalones que se iba marcando cada vez más según yo me agachaba para acariciar a un perro, dejando que mi escote le enseñase más carne de lo normal o que al doblar el espinazo para jugar con un cachorro le pusiera el culo en pompa. Por supuesto que yo me hice la tonta, y me dejaba ver alegre y pizpireta como si fuese un coqueteo inocente. Los hombres, la mayoría al menos, se sienten terriblemente atraídos por las chicas de apariencia virginal y risueña que nunca han roto un plato y que no saben lo que es el sexo. Ese era mi papel y yo lo jugué muy bien. Ni que decir tiene que acabamos en un rincón del albergue, lejos de las miradas indiscretas, conmigo de rodillas aplicándole una buena mamada mientras él se lo pasó en grande sobándome las tetas y chupándomelas un poco antes de voltearme con violencia, ponerme el culo en pompa y agarrarse con fuerza a mis pechos mientras sentí como me taladraba su miembro viril.
Aquel fue el primero de muchos encuentros entre el dueño y yo. Tengo que decir que no quería ponerle cuernos a mi novio, no era esa mi intención, pero acostarme con el dueño del albergue era el único modo de ir seduciéndole para conseguir mi particular fiesta de graduación. Por otra parte, tampoco negaré que las aptitudes sexuales de mi nuevo amante eran esplendidas, el tío sabía como hacer gozar a una chica y desde luego que me hizo gozar a mí. Un semental como él no debía quedar desaprovechado así que de vez en cuando, si podía darme una escapada, me iba a verlo y teníamos algún rollito furtivo a plena vista, escondidos en la maleza o detrás de un árbol. Al tío le excitaba y mucho hacerlo en sitios públicos, su garrote se ponía más duro de lo normal y es cuando le podía el deseo animal del sexo, me cogía y me daba un meneo realmente fuerte, como a mí me gusta. Un día especialmente frío, mientras estábamos medio desnudos y él me estaba preparando jugando con mi sexo con sus dedos, estornudó, así un par de veces. Bromeé diciendo que o acababa rápido o al final cogeríamos un resfriado, pero entonces y solo entonces me alegré de no haber consumado mi plan, ya que me había dado cuenta de que quizá había un elemento en el que no había reparado antes.
Eso me hizo interesarme más por el mundo animal. Tras cada polvo, después de cada salvaje bamboleo que me metía, yo le sonsacaba algo de información, todo a base de una pregunta aquí y una allá, cosas como “¿pero de qué enferma un perro?...¿ellos también tienen el sarampión o la viruela?” y así. Algunas de ellas estaban expresamente concebidas para que él pensase que yo era una ignorante absoluta en el reino animal, lo que era cierto a medias. Conocía algunas cosas, pero gracias a él amplié mi bagaje sobre perros y demás animales, sobre sus edades, enfermedades, manías, problemas, cuidados y así un largo etc...Teniendo en cuenta lo que me pasó mucho después me vino de perlas lo aprendido, aunque en aquel momento no le di más valor que el ir obteniendo todo lo necesario para realizar mi plan, el cual noté estaba postergando demasiado. Bien porqué soy una puñetera exhaustiva que si no tiene cada detalle atado y bien atado no ejecuta el plan, o bien porque el sexo con mi nuevo amante era fantástico, el caso es que me dije a mí misma que si iba a hacerlo lo hiciera lo antes posible y me dejase de andarme por las ramas, o de lo contrario acabaría por desistir, y llegado a ese punto, la curiosidad no era grande, que va, era enorme, gigante, titánica, ciclópea...el morbo del plan que me había trazado era tan grande que había que ejecutarlo, sí o sí.
El momento no tardó en llegar. Fue a la siguiente vez que vi a mi amante en que a solas con él, en su casa, tras disfrutar de un par de revolcones, le dije que le necesitaba para un proyecto que tenía en mente y que sin él no era posible hacerlo. No quise decir abiertamente lo que era, y le dije que era algo muy morboso y que quizá le diese a él el mayor espectáculo de su vida. No supo qué decir, se limitó a poner cara de circunstancia como no sabiendo si yo le estaba vacilando o hablaba en serio. Tampoco le dije de qué iba la cosa, no quería estropearle la sorpresa. Lo más que supo fue que necesitaba de su ayuda para vacunarme contra algunas enfermedades perrunas que yo pudiera contraer, pero no le dije a cuento de qué necesitaba eso. Insistí en que era para evitar riesgos de salud y que todo era parte de un plan que teníamos que hacer por la noche, cuando el albergue estuviese cerrado y con vía libre para estar a nuestras anchas. Jugando con su sexo y probando a excitarlo y a masturbarlo, le prometí que sería la mejor noche de su vida y que después le dejaría hacerme lo que siempre quiso pero nunca se atrevió. Ante esa promesa sus ojos le brillaron, y aceptó mi propuesta, cosa que yo celebré poniendo mi cuerpo a cuatro patas en la cama para que él me montase en esa forma, su favorita. Una delicia de polvo.
Recuerdo que el corazón me latía a toda velocidad esa noche, cuando el albergue ya había cerrado y tanto mi amante como yo estábamos allí a solas con los perros. Al fin mi plan se había materializado y era momento de cobrar la recompensa. Por allí estaban pastores alemanes, rottweilers, collies, fox terriers, san bernardos, golden retrievers...y precisamente fue al golden retriever al que me acerqué, para ponerme a jugar con él. Mi única ropa entonces eran unos calcetines y unas zapatillas de deporte, pues de lo demás no había. Literalmente estaba desnuda, lo que me excitó mucho. Mi amante estaba algo cerca de mí para no perderse lo que iba a ver, pues yo no le había dicho cuales eran mis planes y dudo mucho que él supusiera remotamente lo que planeaba. El golden, como si supiera lo que tenía que hacer, comenzó a meter su hocico entre mis piernas, a olerme como si quisiera saber quien era. Mi instinto natural fue intentar apartarlo de mí, pero le dejé hacer después, y el notar su respiración entre mis piernas fue muy excitante. Estaba decidido a explorarme en mi intimidad y no me opuse, si no que separé un poco más mis piernas y entonces sentí un corrientazo de electricidad cuando su lengua me dio la primera lametada. Su rugosidad y su potencia de lamida fue extasiante, fantástico, y era el principio de una larga larga noche.
Llevada por la curiosidad y el morbo más absolutos quise comprobar la calidad de la herramienta del perro, así que fui a tocarlo para ver como era lo que tenía entre sus patas. Me sorprendió ver como una cosa rojiza y pequeña comenzó a asomarse del forro de piel que tenía. Desde luego no se parecía a ninguna verga humana salvo en la forma fálica, el resto era algo totalmente distinto, y esa diferencia me gustaba. Por la manera en que se movía se notaba que al cánido le gustaba que yo estuviese tocándosela...y más aún cuando quise comprobar su sabor, y me la metí en la boca. Desde luego no sabía al igual que las vergas humanas y casi tuve el deseo de sacármela de dentro, pero resistí la tentación y seguí lamiéndola. Mientras con una mano se la sujetaba por la base, con la otra tocaba mi coñito para excitarme y no perder la calentura, alternando con masajear sus testículos. El golden debía estar pasándoselo bomba con mis atenciones, tanto como mi amante humano, al que no veía pero que seguro estaría alucinando viéndome chupar la polla de un perro. No sé cuanto tiempo estuve así y tampoco me importó, estaba loca por degustar aquel plato de primera categoría, acabó gustándome sentir el deseo de ese can por mis lamidas y mis chupetones en su verga. Después de un buen trabajito a base de boca, lengua y caricias, volví a mi postura original para que el golden me trabajase otra vez mi sexo. Después de las atenciones que me había dado, estaba bien humedecido y sabía que él iba a aplicarse mucho para lamerme a fondo, cosa que hizo con rapidez. La situación era fenomenal. Estaba en la gloria.
Entre lamida y lamida mi cuerpo respondía a las caricias y se dejaba hacer. A mi amante, que en ese momento no miraba hacia él, le estaría dando un síncope de verme con el perro entre las piernas, lamiéndome lo que él ya había probado otras veces, pero estaba convencida que cuando me viese “de verdad”, del síncope al infarto habría medio paso jajaja. No se hizo mucho de rogar mi amante canino, pues al poco intentó saltarme encima para montarme, que fue cuando lo tuve que hacer parar y llevarlo a un rincón en donde había un sitio previamente dispuesto en donde yo podría quedar a cuatro patas en perfecta postura para él. Apoyé los brazos y alcé el culo lo más posible, para darle todas las facilidades que fuesen necesarias. Aún con todo, no logró atinarme a la primera, y se pasó un par de veces haciendo esfuerzos. De fondo escuché ciertos gemidos, de lo que deduje que mi amante debía haberse sacado su herramienta de los pantalones y debía de estar tocándose de lo lindo viéndome a punto de ser penetrada por el golden retriever. A un solo esfuerzo más, por fin mi amante canino logró lo que quería...lo que no me quitó que en ese instante sintiera un profundo sentimiento contrapuesto entre el placer que iba a experimentar y el dolor por la brutal cogida y la forma en que me penetró. De nuevo mi instinto quiso que se saliera de mí, pero ya era tarde: me había penetrado.
Y de qué manera. Ni en mis más locos sueños hubiese imaginado que un perro tuviese un ritmo de penetración tan veloz, tan despiadado. No había un solo hombre en toda la faz de la tierra capaz de igualar a un solo perro en el sexo, por muy fuerte que lo intentasen. El golden era pura furia asesina, me taladraba con tal velocidad que apenas me daba tiempo a asimilar lo que estaba pasando. Creía estar como en una nube. Por la falta de costumbre mi cuerpo no lograba reaccionar del todo a sus acometidas, pero mi mente se había disparado hasta el infinito. No podía pensar, ni sentir, estaba bloqueada dejándome follar por aquel hermoso perro de brillante pelo color nácar, o enloquecida, más bien. Comencé a gemir presa del placer que empezaba a experimentar, pero antes de que pudiera llegar al primer orgasmo, mi precioso golden se me adelantó y para mi espanto y horror, noté como algo atrincheró mi coñito, bloqueándolo del todo. Tuve que dar un grito de dolor al sentir como una especie de bola enorme se colaba por mí a la vez que noté sus chorros desparramándose por mi interior y cayendo por mis piernas. A lo mejor estaba equivocada, pero juraría que su semen era más líquido y menos espeso que el de los humanos por como caía por los muslos de mis piernas.
Cuando intentó salirse de mí, el tirón me produjo un dolor considerable, y una sensación de pánico me dominó: ¡estábamos pegados, unidos por nuestros sexos!. Tuvo que venir mi amante (que sí, en efecto se la había sacado y estaba dándose gusto) para explicarme que a eso se le llamaba el abotonamiento y que era normal entre los perros para asegurar la procreación, que solo podía esperar a que la bola se le deshinchara. Le pregunté bastante enfadada el porqué no me había avisado de aquello, y con una sonrisa mordaz se encogió de hombros alegando que yo no se lo había preguntado, y que como yo no había dicho nada de mis intenciones, él tampoco podía adivinarlo. Juraría que me estaba mintiendo, que en el fondo algo se había intuido y simplemente se había dejado hacer por mí, pero tampoco tenía pruebas. Noté que el golden hacía extraños vaivenes, y para mi sorpresa, logró girarse totalmente, saliéndose de mi espalda y quedando los dos culo con culo, dando pequeños tirones para ver si podía despegarse de mí. Entre uno y otro intento, mi maltrecho cuerpo logró mi primer e inesperado orgasmo de la noche, en tanto que él seguía eyaculando sobre mí, aunque bastante menos que antes.
Con infinita paciencia esperé a que el golden se saliera de mí, cosa que no logró hasta...¿10, 15 minutos después de haberse corrido?. Fue una espera que se me hizo tan larga como aburrida, por lo que estaba como loca deseando el segundo asalto. El elegido esta vez fue un potente pastor alemán cuyo nombre ya no recuerdo a día de hoy, pero que me pareció imponente cuando lo vi. Al igual que el golden, se puso a olisquearme en mi entrepierna, comprobando que no era el primero en pasar por allí. Me lamió un poco como para mojar la zona (nunca supe si fue adrede, pero me dejó muy sorprendida que lo hiciera) y se subió a mi grupa dispuesto a tirárseme como su perra-hembra que era ahora. También al igual que el golden no acertó a la primera, pero debido a la previa dilatación que había tenido, tardó menos en acertar. Una vez más se dispuso a follarme a lo loco, un polvo no ya salvaje, si no totalmente desquiciado y vertiginoso. Nunca me hubiese imaginado vivir lo que estaba viviendo, y mucho menos disfrutando como lo estaba haciendo. Aquella idea loca y propia de una mente enferma se había convertido en una experiencia enriquecedora y pasional como no pensaba que pudiera sucederme algo así. Estaba gozosa, contenta, eufórica por el sexo zoofílico que estaba descubriendo en aquel albergue de animales. Mientras disfrutaba del polvo con el pastor alemán veía a mi amante masturbarse como un loco delante de mí, dejándome ver su garrote tieso y como lo meneaba enfrente de mi cara...hasta que se corrió en ella.
El muy cabronazo no me avisó, sencillamente dio un gemido y sus chorros, muy posiblemente por la sobreexcitación, salieron disparados como un cohete, directos a mi cara. Por suerte cerré los ojos y me libré, pero me dio una buena pringada el tío, y todo eso mientras el pastor alemán seguía perforando en mis entrañas poniéndome al rojo. La sensación era extraña, diferente a lo que había conocido hasta entonces. Aquel macho de cuatro patas no buscaba mis caricias, o mis atenciones, ni tan siquiera aceptaría mis besos o entendería su significado, no, aquel macho de cuatro patas solo quería mi coño, así, sin más, solo buscaba mi cuerpo para saciar su sed de hembra, para descargarse de su precioso líquido. Sentirme utilizada y usada de esa manera, más que desagradarme, me supuso algo nuevo para conocer, una sensación que me gustaba: solo era una perra que debía satisfacer a mi amante perruno, mi único objetivo era abrirme de piernas para dejar que aquella verga canina me penetrase y se descargase, y como buena perra acepté ese destino y me dejé hacer, permití aquella aberración...porque disfrutaba con ello.
Mi segundo amante canino me dio un segundo orgasmo antes de que él acabase. El que los orgasmos no fuesen acompasados con los perros que me penetraban se me hacía raro, por regla general siempre lograba que mis amantes y yo tuviésemos éxtasis al unísono. Esto era diferente: mis orgasmos iban por un lado y los de mis amantes de cuatro patas por otro, era desconcertante pero ya poco me importaba, pues a cada nuevo orgasmo me sentía más y más cansada, y a la vez más y más mujer. Cuando mi segundo orgasmo estaba desapareciendo y yo estaba perdida en un mar de sensaciones, el pastor alemán terminó su tarea y de nuevo quedé prendada y enganchada cuando me metió la bola. Ya no dolió tanto como antes, pero la sensación de lleno que notaba en mi sexo se había vuelto algo agradable. El impacto de la primera vez había sido tan doloroso que no pude saborearlo y saber si me gustaba, pero a la segunda vez, cuando el dolor ya no estaba, comprobé en ese momento el significado de estar realmente “llena de polla”. El tiempo que tardó en separarse de mí lo aprecié mucho mientras mi amante humano, al que tenía ignorado totalmente, estaba por su segunda paja (o tercera, no lo sabía bien) disfrutando de lo que yo había planeado y orquestado para celebrar mi graduación de la universidad, de lo que tanto me había costado conseguir: una orgía canina.
Conforme los amantes caninos fueron pasando, la consciencia y los recuerdos se fueron difuminando lentamente. Después del pastor alemán vino un perro labrador, al que le siguió un aterrador rottweiler de color negro y de follada impresionante. El miedo y el placer que me hizo sentir mientras se me folló con ganas me hizo pasar un orgasmo atómico, porque casi me sentía que reventaba por dentro como una bomba A. Y después del rottweiler llegaron el bull-terrier, el mastín, el dobermann...y algunos más que ya no soy capaz de recordar, quizá un dálmata o un collie, no lo sé, para cuando eso pasó mi cabeza me daba vueltas, olía a perro que tumbaba de espaldas y no digamos ya a semen, que mis piernas eran cataratas por donde caían riadas y riadas de semen de todos y cada uno de los perros que gustosamente me hicieron suya. Llegué a tal nivel de cansancio y extenuación que ni siquiera sé si alguno de ellos llegó a darme por el culo, aunque creo recordar que sí. No podía saberlo seguro, no tenía desgarros anales ni sangraba, pero eso quizá fuese debido a que mi amante humano intervino de mamporrero para evitar que el abotonamiento me dejase el culo roto de verdad. Nunca se lo pregunté.
Para cuando desperté al día siguiente, estaba metida en la cama de mi amante (el humano, claro jajajaaja). Había sido limpiada y aseada totalmente, según él me explicó mientras desayunábamos, incluso tuvo que curarme una pequeña herida en mi cadera derecha, cuando uno de los perros me arañó más fuerte de lo debido con una de las patas traseras y me provocó algo de sangre. Se me quedó como una pequeña cicatriz que a día de hoy aún tengo y que solo de tocarla o de mirarla, me hace excitarme recordando las estupendas folladas de los diversos perros con los que practiqué una orgía de lo lindo. Debido a ella, por cierto, mi sexo había quedado tan dolorido y magullado que necesité de un periodo de asueto para relajarlo y poder volver a tener sexo con normalidad, y fue necesario un pequeño tratamiento médico para evitar infecciones y enfermedades. Tras toda la caña a la que yo misma me había sometido, aquello fue una liberación. Después de tanto sexo, había quedado empachada de él tanto que estuve como mes y medio sin tener relaciones.
Ahora bien, tengo que precisar algo. La promesa que le hice a mi amante de dos patas (o tres, según se mire) se materializó aquella misma mañana, apenas desperté en su cama y comprobar que mi cuerpo había sido lavado y limpiado, y mi cicatriz tratada con agua oxigenada para cicatrizarla. Desperté atada...y boca abajo. Quise moverme un poco para saber que estaba pasando, y al girar la cabeza pude encontrarme con que mi amante humano estaba entrando en la habitación, vestido con pantalón de cuero negro y un chaleco negro a juego. Sus ojos no brillaban: había fuego en ellos, fuego asesino, una furia que no había conocido antes en él. Comenzó a insultarme y a tratarme de puta para arriba, a vejarme con sus palabras aunque había saña en su intención, quería humillarme a propósito. Me dijo que se había encargado de limpiarme durante la noche, tras acabar mi tanda de amantes caninos, que le había gustado el tenerme en su ducha inconsciente como una muñeca, tocándome por todas partes y haciéndome lo que quería, pero que no le valía aún. Necesitaba más, y se iba a resarcir ahora mismo.
Es verdad que a cambio de dejarme follar con sus perros le había prometido que podría hacerme lo que siempre quiso pero nunca se atrevió. Ahora bien, jamás me había imaginado que la cosa fuese por esos derroteros. Jamás había practicado sadomaso, pero esa mañana recibí clases avanzadas. Dolorosas clases avanzadas. Recibí bofetadas en la cara, potentes manotadas en el culo que me lo dejaron muy al rojo y para mi horror, me violó el culo dándome una muy fuerte penetración con la que vi las estrellas de dolor. Me revolví queriendo que parase pero él se rió diciendo que peleara, que le gustaban las chicas que intentaban resistirse. Me hizo lo que los perros no me habían hecho, y me lo rompió que creo sangré un poco y todo, me mostró una cara de él que jamás me hubiera imaginado que tuviese. Incluso me penetró con unos vibradores que tenían como púas o pequeñas estrías, no sé que era pero me dolía al mismo tiempo que me hizo gozar. No me soltó hasta haberse saciado y destrozado mi cuerpo (sin dejarme marca alguna) por los cuatro costados. Nunca volví a hacer con nadie algo tan obsceno, y a mi amante no lo volví a ver, después de hacerme eso. Le cogí miedo.
Mi amante me hizo un último e inesperado regalo (esa misma mañana, antes de dejarme marchar): el golden retriever que inauguró mi noche de perros, al que llamé irónicamente “semental” (las caras de la gente cuando lo llamo mientras paseo con él no tienen precio). Mi novio, encantado con el perro, me dejó la misma noche que me pilló con él, y no he vuelto a verlo desde entonces (al menos fue discreto y no contó a nadie el motivo de la ruptura). En cuanto a mí, tengo amantes ocasionales y sigo practicando sexo con Semental, aunque se nota que se va haciendo mayor, por lo que tengo pensado llevarle de perras para que tenga camada y pueda quedarme con uno o dos cachorros “para mi uso personal”, y no pasa un día en que no acaricie mi cicatriz de la cadera y me deleite con el recuerdo de una noche de lo más excitante y caliente. Aquello sí que fue una verdadera noche de perros, y lo demás, tontería...