¿Una noche de pasión?

No será una noche como cualquier otra...

Notar tu mirada recorriéndome al entrar en la fiesta, me había ruborizado al instante. Me dirigí hacia ti. Al llegar a tu altura bajé la cabeza y sonriendo te dije "Buenas noches, Señor".

Tu mano levantó mi barbilla, haciendo que te mirase directamente. Tus ojos clavados en mí, y tu sonrisa, tus labios acercándose a mi oído y tras susurrarme "Buenas noches mi perrita", un mordisco en el, me hizo temblar. Tu risa al saber lo que habías provocado en mí, me hizo sentir vergüenza por mis reacciones.

La noche fue divertida, saber que nuestras miradas cómplices, nuestros gestos, nuestras risas, nunca serían comprendidos por los que nos rodeaban, hacía que nuestra relación fuese especial.

Cuando la fiesta llegó a su fin, nos encaminamos hacia tu casa. La conversación amena fue dando paso a caricias por encima de mi vestido. A mordiscos en mi cuello al doblar las esquinas.

Entramos en el portal rozándonos con las paredes. En el ascensor las caricias fueron más bruscas. Tus manos tirando de mi cabeza hacia atrás para lamer mi cuello.

Al cruzar la puerta te quitaste la chaqueta, yo dejé los tacones.

Me empujaste contra la pared, quedando frente a frente. Subiste mis manos, bajaste las tuyas levantando mi vestido. De un tirón me quitaste las bragas. Tu mano hacía presión para separar mis piernas, llegando hasta mi sexo húmedo.

Lo frotaste arrancándome los primeros gemidos. Observando cada gesto. Cada mirada. Como me mordía los labios deseando sentirte.

Mis piernas empezaron a temblar. Tus dedos jugaban sin entrar en mí.

Me quitaste el vestido, arrancaste mi sujetador. Dejándome solo con las medias. Vi como te quitabas la ropa, observando tu cuerpo, sin moverme de la posición que me habías dejado.

Tu mano volvió a mi sexo mojado por los jugos. Tu boca mordió mi pezón. El dolor me recorrió. El movimiento de tu mano era frenético, sabía que no podía aguantar mucho.

Me arrastras a la habitación. Haces que me tumbe en la cama.

Te pones encima. Tus labios buscan los míos. Tu sexo aprieta el mío. Me muerdes los labios, los estiras. "Buenas noches, perrita".

Mi rabia se refleja es evidente. Mi excitación no me permite pensar. Al ver mi gesto, una bofetada me cruza la cara. Te tumbas a mi lado. La luz desaparece.

Entre sueños noto tu mano en mi culo. Estoy bocabajo, y no me muevo, intento hacerme la dormida y dejarte hacer.

Me recorres entera, bajando por mi sexo que no ha perdido la humedad. Puedo imaginar una sonrisa en tu cara al descubrirlo.

Te sitúas tras de mí, y me das un cachete en el culo. Giro la cabeza para mirarte. "Flexiona las rodillas, pero no te muevas". Hago lo que me dices. Aún herida en mi orgullo, tu poder en mí consigue que haga lo que me dices.

Con tus piernas abres mis pies, mientras tus manos acarician mi coño, abriendo mis labios, mojándose con mis jugos. Noto tu sexo apoyado en mí, tu punta entra despacio. No te mueves. Tus manos en mis caderas me impiden moverme.

No sé el tiempo que pasa en ese momento, pero me parece eterno hasta que empiezas a moverte. Tus movimientos son lentos, casi imperceptibles. Tu polla sale de mí, para volver a entrar solo tu punta. Así una y otra vez.

Mis jadeos aumentan, se vuelven una súplica. "Fóllame, por favor…"

Te ríes. No me haces caso. Mientras tu sexo sigue entrando y saliendo, muy despacio. Necesito más, con tu punta dentro no me basta.

Me agarras del pelo, y me haces levantar la cabeza. "¿Qué es lo que quieres, putita?" Mi voz es casi imperceptible. "Le necesito dentro, muy dentro, Señor"

Pareces no hacerme caso. Sigues entrando y saliendo. Como un juego. Y cuando menos lo espero, sales de mí, y entras hasta el fondo. Mis puños agarran la almohada, que ahoga mi grito de placer.

Te quedas ahí unos segundos. Haciéndome sentir llena.

Su ritmo y el mío van al unísono. Como un baile desenfrenado de pasión. Como dos piezas de puzle que encajan a la perfección. Cada vez es más rápido, más fuerte. Sintiendo como cada embestida es más feroz.

Creo que no aguantaré mucho, y lo sabes. Mis jadeos son más fuertes. Mi cuero tiembla entre tus brazos. Mi sudor recorre mi espalda.

Y en ese momento paras. Te quedas dentro de mí. Imagino que de nuevo volverás a moverte, a hacerme gemir, agitarme contigo dentro. Pero no es así.

Sales de mí, despacio. Te levantas y sales de la habitación, dejándome en esa posición.

No quiero, ni puedo moverme. No sé si te gustaría que lo hiciese. Escucho tus pasos entrando nuevamente. Mi boca muerde la almohada. De un tirón me la quitas. Me haces subir las manos y agarrarme al cabecero. "No quiero ni un grito".

Tu mano acaricia mi culo, pienso que me has dado una tregua para volver con más intensidad.

Y de repente, un sonido que conozco inunda la habitación, al tiempo que la fusta estalla en mi culo. Una lluvia de azotes caen sobre mí. No grito, solo gimo al tiempo que me trago las lágrimas.

Cuando crees que ya no aguantaré más, paras. Me vuelves a acariciar. "¿Tanto te cuesta entender que las cosas se hacen cuando y como yo diga?"

Me dejas así. Con el culo azotado expuesto, agarrada a los barrotes, la cabeza hundida.

Te sientas y me observas en la butaca al lado de la cama