Una noche de inventario, una mañana de lluvia
Tengo 20 años, estoy recién casada y me está follando un hombre de 50. Disfruto más con él que con mi marido. El pone la experiencia y mi marido el ardor del recién casado.
UNA NOCHE DE INVENTARIO, UNA MAÑANA DE LLUVIA
Trabajo en un HIPERMERCADO muy conocido. Llevo unos tres años trabajando aquí, y aunque no me disgusta mi trabajo, lo que llevo mal, es tener que quedarme a trabajar alguna noche que otra para hacer inventario.
Estoy casada desde hace un año. No tengo hijos, pues aún soy muy joven. Tengo 20 años. Mi marido es muy majete y tampoco tiene prisa porque tengamos niños. El siempre dice que ahora que sómos jóvenes, debemos disfrutar al máximo.
El trabaja de día, como yo. Pero los días que tengo que hacer inventario, unas cuatro veces al año, se queda en casa y no sale por ahí con sus amigos. Me espera dormido. Nos queremos mucho. Somos recién casados. Y es lo normal. Eso dicen.
Hace unos dos meses me tuve que quedar a hacer inventario. El sistema es rotativo. A cada empleado le viene tocando cada tres meses, una vez. Y esta última vez me tocó a mí. Ese día entré a trabajar a las 3 de la tarde. A las 10 de la noche cerró el hiper y nos dispusimos a cenar todos los compañeros que nos íbamos a quedar hasta las 5 de la mañana. Después de la cena, mi encargado nos dispuso en grupos y nos repartió por las distintas secciones. En mi grupo estaban una chica de cosmética, un chico de jardinería, un hombre de la sección de libros y yo, que pertenezco a la sección de zapatería.
Evidentemente, nos tocó hacer inventario de ropa. Lo peor de lo peor con diferencia, pues aparte de las tallas, está el color, y si es de hombre o de mujer, niño o niña. Un royo. Por eso éramos cuatro.
A las 11 de la noche hablé con mi marido y me despedí de él hasta la mañana siguiente. Cinco minutos más tarde, comenzamos a contar y contar más ropa.
Emilio, el chico de jardinería, y Antonio, el responsable de librería, se fueron directos a la ropa de hombre, quedando Patricia y yo en la ropa de mujer. Como no nos cundía el recuento, y tuvimos la visita de nuestro encargado dos veces, decidimos hacerlo juntos. Así empezamos con la ropa de niña, luego con la de niño y después con la de hombre, quedando para el final la de mujer. Todo se nos dio bien hasta que llegamos a la ropa de mujer. Era un caos. Había ropa que faltaban las tallas. En otras las etiquetas. En otras no distinguíamos el color. Una pena. Hicimos un alto para tomar algo a eso de las 2 de la mañana y descansar. En un hiper siempre hay algo a mano.
Después de reponer fuerzas, continuamos la labor entre bromas y más bromas, pues Antonio, el hombre de librería, es la leche. No paraba de gesticular y hacer gracias cada vez que tomaba una braga o un sujetador en la mano. Supongo que se quería hacer el gracioso al estar rodeado de jóvenes. Le encantaba hacer bromas y al estar en la sección de libros, presumía que había leído casi todos los libros nuevos que salían, y eso le daba cierta fluidez con el vocabulario. Yo ya le conocía de vista. Sólo de vista. Antonio es un hombre mayor y yo no me relacionaba con el. No había entablado conversación con el hasta esa noche, pero me empezó a caer bien. Se le veía muy dicharachero.
Patricia se afanaba junto a mí, en colocar todas las prendas que ellos nos iban dando. Y al final, a eso de las 4 de la madrugada, empezamos a ver que terminábamos con el inventario.
Para que nuestro jefe no nos mandara ayudar a nadie, decidimos empezar a aflojar las últimas prendas, así, si él venia, nos vería atareados pero sin terminar.
Llegaron las 5 de la mañana y nos dispusimos para marcharnos a casa. Emilio se ofreció llevar a Patricia hasta su casa, pues ella es soltera y el también. Viven cerca el uno del otro. No hubo problemas, ella aceptó gustosa y él, encantado. Antonio hizo lo propio conmigo, después de preguntarme que cómo me iba a marchar. Le dije que tomaría un taxi y se ofreció a llevarme a mi casa. Yo vivo lejos y no me pareció correcto que me llevara. Le estaría esperando su mujer al igual que a mí me estaba esperando mi marido. No insistió mucho, al contrario que Emilio con Patricia, y eso me molestó, pues parecía que se había ofrecido por cumplir. Pero por otra parte, era más comprensible que no insistiera, pues era un hombre mayor y podría tener recelo de lo que yo pensara, y mi marido también podría haber ido a buscarme en vez de esperarme acostado.
Tampoco podía olvidarme que llevábamos en el hiper 14 horas muy largas, la jornada de día y la de la noche. Dijo que se quedaría conmigo hasta que apareciera un taxi. Algo difícil, pues en la zona y a la hora en la que nos encontrábamos, eso iba a resultar imposible. Traté de pedir uno por teléfono, pero nada. Mientras esperábamos a ver si me llamaban de la emisora de los taxis, para decirme que había alguno disponible, raro porque era domingo de madrugada, Antonio seguía dándome conversación, y con sus bromas me hacia amena la espera. Yo le miraba risueña y algo cansada. De vez en cuando miraba el reloj y veía con cierto estupor como corrían las manecillas y no aparecía ningún taxi. Eran las 6 de la mañana. Hacía frió. Amenazaba tormenta. Le dije dos o tres veces que se marchara, que ya me las apañaría yo. El, al contrario, se mostró más solícito aún y caballeroso, y me dijo que por nada se marcharía hasta dejarme en un taxi, ya que yo no deseaba que me llevara hasta mi casa. Traté de explicarle que no me importaba que me llevara a casa, pero no me parecía bien, porque yo vivo lejos del hiper y el no tomaba ese camino para volver a la suya. El me dijo una y otra vez que eso no era problema, pero que si seguíamos allí, aparte del frío, tal vez nos dieran las 10 de la mañana y no pasaría ningún taxi. Yo no quería que me llevara. Me daba pudor sentirme acompañada por un hombre que tenía la edad de mi padre.
Llamé nuevamente a la emisora de taxis, y una señorita un tanto desagradable, me dijo que aún no había ninguno disponible. También me dijo que había una lista de espera y que iba a tardar, sin precisar cuanto tiempo, lo cual me molestó y ello se reflejó en mi rostro.
No se como me atreví, quizás porque estaba muerta de frío, pero le dije muy abiertamente que estaba de acuerdo, que si me quería acercar a casa, no me importaba, pero con la condición de pagarle a él los 30 euros del taxi. El se maravilló de poder llevarme a casa, pero me puso otra condición, que antes de irnos, le permitiera invitarme a un café o un chocolate con churros en un sitio que el conocía. Dijo que no pensaba cobrarme los 30 euros, pero a cambio me dijo que me dejaría pagar los cafés. Miré el reloj, marcaba las 6,10. Mi marido no me esperaría hasta las 8 de la mañana más o menos, a juzgar por las anteriores veces en las que nos quedábamos haciendo el inventario. Accedí. Rápidamente estuvimos disfrutando del confort y del calor de su Peugeot 407. Condujo tranquilo y despacio. Me llevó a San Sebastián de los Reyes.
Un bar que tenía pinta de viejo, nos dejó el cuerpo caliente con ambos chocolates con churros. Después, un chupito de licor de café. Dos cigarros ambos, mientras me daba charla, y otra vez al coche. Ahora tocaba llevarme a mi casa.
Yo vivo en una urbanización nueva, cerca de Alcalá de Henares. Antonio vive en Vallecas. Iba un poco incómoda por el viaje que nos esperaba y por el regreso del suyo hasta su casa. No me hacía gracia que me tuviera que llevar a mi casa, pues si hubiera sido el caso como Emilio y Patricia, que ambos vivían cerca, no me hubiera importado, pero esa distancia en kilómetros, me preocupaba por él. Le esperaban su mujer y su hija. Una hija de 18 años. Casi de mi edad. No. No me hacia gracia. Pero no había otro remedio, a no ser que llamara a mi marido.
Me lo pasé bien con el. En el bar que estuvimos tomando chocolate, no paró de hacerme reír. Me contó alguna anécdota de sus clientes. Yo me reía, pues tenía gracia para contar esas cosas. Antonio es un tipo amable, educado y culto, que con sus 50 años, parece estar de vuelta de todo.
Me preguntó mi edad y no tuve reparos en decirle la verdad. Le dije que tenia 20 años y el me contestó que era muy pronto y muy joven para estar casada. Le dije que sí, que tal vez, pero que llevaba desde los 14 años con mi marido y a los 19, decidimos casarnos.
Cuando estábamos llegando a la altura de la Moraleja, se apartó de la carretera y paró cerca del arcén. Le pregunté si ocurría algo y me dijo que no, que no pasaba nada, pero que iba a mirar el nivel del agua del coche, pues le parecía que algo andaba mal. Comentó que la temperatura del coche subía y tal vez hubiera bajado el nivel del agua. Se bajó y levantó el capó para echar un vistazo. Regresó y se sentó al volante diciéndome que no ocurría nada extraño. Todo bien. Miró el reloj y vio con cierto estupor como marcaba las 7,30 de la mañana. Aún era de noche en esa mañana invernal. No sé que pensaría de mí, pero me lo soltó de sopetón. Me dijo que si quería que nos quedáramos en el coche mientras echábamos un cigarro. Le dije que estaba cansada y sobre todo apurada por el tiempo y los kilómetros que le quedaban para llegar a su casa. El le restó importancia y sin decir nada, giró el volante y se perdió entre unos árboles apenas a unos cien metros de la carretera. No me gustaba la idea. Me puse en guardia ante lo que podía acontecer. Tiró del freno de mano y se giró hacia mí que le miraba sorprendida. Me ofreció un cigarro y justo cuando encendíamos el cigarro, comenzó a llover de una manera espantosa. Tanto llovía que llegué a asustarme. El me tranquilizó y me dijo que pasaría pronto y que habíamos hecho bien en parar ahí, entre los árboles, pues si esa lluvia nos hubiera cojido por la carretera, hubiéramos tenido problemas de visibilidad y el coche podría haber patinado. También me dio explicaciones de por qué quería parar, pues suponía que de un momento a otro iba a descargar una buena tormenta, como así ocurrió. Miré el reloj otra vez y el lo advirtió y miró el suyo. Las 7,45. El cielo cada vez más oscuro. No nos podíamos poner en marcha con esa lluvia. Dejó el coche arrancado con la calefacción puesta, y al cabo de un rato el calor comenzaba a ser sofocante y angustioso. Me dijo que la iba a apagar un rato o nos íbamos a asfixiar. Y era verdad.
Seguimos charlando más y más, esperando a que cesase la lluvia, si no del todo, al menos en parte, lo suficiente para dejarnos reanudar nuestro camino. Le dije que cuando saliéramos de allí, me acercara hasta la parada de taxis de La Moraleja, pues ya nos encontrábamos en dicha urbanización, que tomaría uno y así el no llegaría tarde. Me dijo que de ninguna manera, que el se había comprometido a llevarme y lo haría. Que su mujer no le esperaría hasta las 10 u 11 de la mañana. Tenía tiempo. Además, tal vez en la parada de La Moraleja no hubiera ningún taxi y no era cuestión de quedarme a esperar.
Ante la incomodidad de la postura en la que nos encontrábamos en los asientos de delante, el me dijo que nos fuésemos a los de atrás. Podríamos estar más cómodos y con las piernas estiradas. Yo, tonta de mí, no presté atención a lo que me decía y mecánicamente, le conteste que bueno. El esgrimía que estaríamos mejor y más cómodos. Abrió su puerta, y como un rayo salió del coche y entró por la puerta de atrás bastante mojado, pues jarreaba agua. Me dijo que no hacia falta que saliera del coche, que saltara entre los asientos. Como vi lo mojado que estaba, opté por hacerle caso y me dispuse a pasar entre los dos asientos, mientras me reía de lo gracioso de la situación. Al pasar entre los asientos, no sé de que manera, se me enganchó la falda en el freno de mano. Suerte que no se rompió, pero se levantó en exceso para que el pudiera ver mis piernas por entero y quizás algo mas. Yo me violenté algo con esa situación y él disimuló muy bien y no dijo nada.
Al fin me senté en el asiento de atrás, tratando de recomponer mi falda y mi camisa. Los cristales se empañaban cada vez más y no podíamos poner la calefacción pues nos íbamos a asfixiar. En el coche se estaba bien. En la calle seguía lloviendo a mares y cada vez estaba más oscuro y había más charcos. Le pregunté si no nos caería un rayo entre los árboles, y me dijo que no, que era sólo lluvia, no había rayos ni relámpagos, no era tormenta y no debíamos tener miedo. Nos fumamos otro cigarro y bajamos ambos cristales un centímetro cada uno, para que se fuera el humo del coche. Entraba algo de agua y eso le disgustaba, pero el también quería fumar. El, seguía hablando. Ahora tocaba de Manuela, su mujer. Luego de su hija, Rosa. Me decía que yo le recordaba a ella. Nos parecíamos mucho según decía. Más tarde de sus padres. Siempre con tono animoso y gracioso, a la vez que contaba cosas ocurrentes para referirse a ellos. Yo me reía y tal vez le estaba dando la imagen de una conquista fácil. Pero en realidad, lo que trataba era de ser amable. La verdad es que parecía que nos conociéramos de mucho antes. Luego me habló de sus conquistas de antes de casado y casi me meo de la risa que me provocaban sus comentarios. Contaba anécdotas de todo. Tenía gracia contando las cosas y no presumía de nada. Eran las 8,15 y seguía diluviando. Yo me meaba, literalmente. El también.
El lo tuvo fácil. Salió a la calle. Se alejó hasta un árbol cercano y meó. Pude ver el chorro tras el árbol. Volvió empapado al coche. Pero empapado del todo. Sus pantalones vaqueros y su camisa estaban chorreando. Entonces me dijo que si no me importaba se los iba a quitar y los dejaría en el asiento de delante, cerca de la calefacción, aunque esta estaba apagada. Tal vez así se secarían algo. No me gustaba la idea de que Antonio se quitara los pantalones. No iba a venir nadie a ese lugar, y menos con lo que estaba cayendo, pero no era la manera de estar en un coche dos compañeros de trabajo y menos con una joven recién casada. No dije nada. El se bajó sus pantalones, los sacó, y los depositó sobre el respaldo del asiento delantero con sumo cuidado y bien extendidos. Luego hizo lo propio con la camisa. Tenía buen tipo. Unas piernas bien marcadas y un calzoncillo de lo más gracioso. Blanco con flores rojas. No pude reprimir mis risas. Pensé en que no era extraña su vestimenta interior. Con 50 años era de esperar. Estaba casado y ya se había abandonado. Me dijo que lo había comprado en el Hiper donde trabajábamos, y me pidió que no me carcajeara más de él. Yo seguí riendo. Y él también. Mostraba en el interior de su calzoncillo de flores rojas, un paquete de proporciones medias. Tanto me reía, que me meaba. No me podía aguantar y se lo dije. El me dijo que no había opción, que no podía hacerlo por mi, que tendría que salir a la calle. Le dije que me empaparía como le había sucedido a el. Me dijo que me aguantara un rato más por si escampaba algo. Pero nada. Yo me meaba cada vez más. Y no paraba de llover a cántaros. Y entonces me dio la solución.
Dijo que tenía dos opciones. Primero, empaparme, segundo empaparme más. Me quedé mirando a ver que gracia hacia ahora. El, a la vez que se encendía otro cigarro, me dijo que si salía vestida empaparía mis ropas, pero que si me quitaba la camisa y la falda, cosa que comprendía era violenta, mojaría mi cuerpo, pero luego me podría poner la camisa y la falda, pues estarían secas. Yo me quedé muda, pero me meaba. Ya sentía ganas cuando abandonamos el bar, pero por no entretenerle más, decidí que aguantaría.
Pensé lo que me había dicho y después de unos instantes, no me quedó más remedio que reconocer que tenía razón y que lo más acertado era quitarme la camisa y la falda, salir, mear, regresar al coche y una vez seca, vestirme. Todo por llevar abrigo para poder presumir. ¿Pero y mis bragas y mi sujetador?, se empaparían. Y esa reflexión la hice en voz alta. El me dijo que si no quería que se mojaran, saliera desnuda por completo. Y añadió que me miraba cómo a su hija. No en vano a ella la había visto muchas veces desnuda. A mí eso no me importaba lo más mínimo, yo no era su hija.
Me quedé como atontada, allí, ante su mirada. Tenía mis piernas cerradas para contener la orina. Mi cara reflejaba la angustia que sentía de querer mear y no poder. El me puso una mano en el hombro y me dijo que lo pensara bien. Pero que si me meaba en el coche, tampoco pasaba nada.
Supongo que lo dijo en broma, pues ni se me había pasado por la cabeza semejante cosa. Valoré muy mucho las opciones que tenía para poder mear. Entonces tomé la decisión.
-Está bien, dije, me quitare la camisa y la falda. Me quitare también los zapatos, y saldré a orinar. Luego me secare con la calefacción. Pero quiero que sepas que me muero de vergüenza. ¡Vaya situación!, pero no puedo aguantar más. Y tú, no miraras por favor.
-No hay cuidado. Ya te he dicho que eres como mi hija. No me voy a asustar de nada. A mi edad .
Alucinaba. Inoportuna meada. Mientras desabrochaba mi camisa, pensaba cómo había llegado a esa situación. Con Antonio, allí, sentado a mi lado. Un tipo mayor que yo, de 50 años, casado y con una hija de mi edad A las 8,30 de la mañana Y yo meándome .. Y él en calzoncillos . Y sin parar de llover y cada vez más oscuro. Y cada vez cayendo con más fuerza la lluvia. Se iban a llenar los pantanos. En la calle ya había auténticos charcos de agua embalsada. Nunca había visto llover de esa manera. Apenas se veían los árboles de al lado del coche.
Terminé de desabotonar mi camisa y me la quité. Mi sujetador apenas tapaba mis pechos. El, le vi, miró sorprendido. Bajé la vista avergonzada. Luego me quité la falda. Mis piernas y el minúsculo tanga que llevaba puesto ocuparon todo un primer plano en el coche. Dejé la ropa en el asiento. Me quité los zapatos. No llevaba medias. Casualmente ese día no me las había puesto, pese a ser unas compañeras inseparables de mis piernas. Le miré a la cara y me encontré con sus ojos. Entonces me habló, suavemente, como mi marido lo hubiera echo.
-Te vas a empapar. Cuando regreses te secarás con mi camisa. ¡Total, ya está mojada!
-Cada vez llueve más. Dije algo menos violenta por la situación en que me encontraba.
-Si. Y lo peor es que no nos podemos mover de aquí. Voy a llamar a mi casa. Le explicare a mi mujer lo que ocurre. Tú ve a orinar. No es necesario que te alejes, puedes hacerlo en un lado del coche, o detrás. No miraré. Además, tampoco vería nada. No te alejes del coche. Volverás empapada. Pero luego te secarás. Tranquila.
Bueno, pues decidí ser valiente y salir del coche. Abrí la puerta y me tiré a la calle. Al abrir la puerta y por querer salir tan aprisa, deje caer mi camisa y mi falda al suelo, fuera del coche. Justo en un charco que se había formado. ¡No me lo podía creer! Antonio me miró sorprendido y alucinado. Recogí las prendas como pude pese a que me estaba empapando y observé como se habían manchado de barro. Antonio las tomó de mi mano y las puso en el techo del coche para que se lavaran. El también se empapó otra vez, pero ahora también se había mojado los calzoncillos. Odisea para no creer y mala suerte a raudales. Fui tras el coche y me agaché en cuclillas. El agua ya había bañado todo mi cuerpo. Mi sujetador y mi tanga estaban empapados. El pelo, hecho una mierda de mojado, escurría el agua por mi cara y apenas podía abrir los ojos. Los pies manchados de barro. Una odisea en toda regla.
Separé el borde del tanga y oriné. Oriné con una fuerza desconocida por mí hasta entonces. Oriné mucho. Entonces, comencé a sentir el alivio de la micción. No fue necesario limpiarme, el agua me limpio. Mejor dicho, me bañó. Levanté la cabeza para ver si Antonio era curioso y me estaba observando, pero apenas podía abrir mis ojos. Aún así, le divisé a través de los cristales con el teléfono pegado al oído. Abrí la puerta justo cuando dejaba el teléfono en el salpicadero. Literalmente chorreaba agua. No quise sentarme en el asiento para no mojarle la tapicería. Entonces reparé en que se había quitado el calzoncillo de flores. Estaba desnudo. Antonio tomó su camisa y me la entregó para que me secara algo. Lo hice. Su camisa estaba húmeda, pero me sirvió para secarme un poco y la dejé hecha un asco. Luego me limpie los pies con ella. Más asco aún. Un exceso por mi parte, pues la manché de barro, pero yo estaba ya desencajada y no sabía lo que hacía. Pero el me dijo que la dejaría encima del coche y el barro se iría. La pondría junto a mi ropa y se lavarían todas las prendas. Me sequé con ella todo lo que pude. Eso era demasiado. Mi camisa sucia, como la de Antonio, y ahora la falda llena de barro y empapada también. Había salido a mear en tanga y sujetador por no mojar mi ropa y ahora no sólo estaba mojada, sino también sucia.
-Siéntate. No pasa nada porque se moje algo la tapicería. Me dijo. Yo me he tomado la libertad de quitarme los calzoncillos. Los tenía empapados.
-No. Luego quedan manchas. Además aún sigo empapada. En realidad, todo esta empapado. Le dije mientras observaba que pese a estar desnudo, no le había visto nada pues estaba cruzado de piernas.
-Si. Ciertamente lo estas. Pondré la calefacción más potente. Por cierto, han dicho en la radio que la carretera de Barcelona esta cortada a la altura del puente de San Fernando. Se ha formado una balsa y están los coches detenidos allí. No les dejan pasar. Y no para de llover. He llamado a mi casa. He hablado con mi mujer y le he dicho que está la M-30 cortada y que no sé cuándo llegaré a casa. Deberías llamar a tu marido. Van a ser las 9 de la mañana y se preocupará por tu retraso.
-¿Y que le digo? Pregunté ingenuamente.
-Lo que pasa. Lo que nos pasa. Dijo el.
-¿Tu le has dicho a tu mujer que estábamos en La Moraleja entre unos árboles y que estabas con una compañera del trabajo que estaba en tanga y sujetador en el asiento de atrás y tú estabas desnudo?
-No mujer. Le he dicho que estoy en el coche en un atasco. Tú puedes llamar a tu marido y decirle que un compañero del trabajo te llevaba a casa y que estamos atrapados en la carretera de Barcelona debido a una balsa de agua. Lo entenderá.
-En menudo lío me he metido. Dije preocupada.
-No pasa nada. No te preocupes. Todo tiene arreglo.
-Nuestras ropas no se secarán. Dije.
-Ya se secarán. Todo lo que se moja se seca. No hay duda.
Me convenció. Llamé a mi marido y le desperté. Dormía demasiado. Le expliqué lo que me había dicho Antonio y se lo creyó, pues mientras hablaba conmigo puso la tele y vio en las noticias que había varias carreteras cortadas. Dijo que se echaría a dormir otro rato, que aún era temprano. Aluciné con la tranquilidad que se tomaba todo. Y aluciné cuando vi la polla de Antonio en un movimiento extraño que hizo. Tenía un pene raro para lo que yo conocía. Sólo había visto penes jóvenes, rodeados de vello negro. El suyo daba la imagen de haberse curtido en mil batallas. De haberse visto envuelto en infinidad de duelos para volver derrotado una vez escupida toda su furia.
Seguía en cuclillas dentro del coche y aunque ya no me goteaba agua de la cabeza, pues el pelo al no llevarlo largo, comenzaba a secarse algo, no ocurría lo mismo con el tanga y el sujetador. Me estaba haciendo daño de estar agachada. Antonio me dijo que si quería sentarme . Que no importaba, que poco iba a mojar el asiento con el tanga .le dije que no.
-Me quitaré el tanga y me cubriré con mi camisa si no te importa. Así no te mancharé la tapicería. Aunque tu camisa y la mía, así como mi falda y tus pantalones están empapados. Todo esta empapado. ¡Vaya situación vergonzosa!
-Como quieras. Patricia y Emilio estarán atrapados en la M-30. Salieron un rato antes que nosotros, pero seguro que les ha pillado la lluvia. O el diluvio, por que esto es como un autentico diluvio.
Antonio salió del coche y tomó la ropa que había dejado encima del techo del coche. Estaba limpia si, el barro se había diluido, pero empapada. La escurrió con ambas manos y me fue entregando las prendas una a una. Su imagen era graciosa. Un tipo como mi padre, desnudo fuera del coche, empapándose. El agua le chorreaba por el pene y daba la sensación de que estaba meando. En verdad era gracioso ver aquello. Me hubiera hecho gracia de no estar en esas circunstancias.
No dije nada. Me cubrí con la camisa y saqué mi tanga por mis pies. Finalmente, el sujetador. Lo dejé todo hecho un asco en el suelo, debajo del asiento delantero. Me daba cosa que él lo viera. Me restregué con su camisa el culo y me senté cubriéndome con ella desde la cintura hasta las rodillas. El me ofreció un cigarro que gustosamente fumé mientras me tocaba el pelo. El no quitaba ojo a mis pechos y eso me agradaba y me violentaba a la vez. No me importaba mucho haberme desecho del sujetador, yo estoy por encima de esas cosas. Soy joven y tengo dos buenos pechos. No me importa que alguien más, a parte de mi marido, los vea ¡Qué tontería! Las mujeres somos gilipollas. No nos importa enseñar el pecho mientras no se nos vea el pezón. De todas formas, los cubría con mis manos. Entonces fue cuando descubrí que su pene había crecido. Se había empalmado aunque trataba de disimularlo. Después me habló.
-Pareces un maniquí. Ahí quieta, en silencio y empapada. Dijo riendo.
-En menudo lío nos hemos metido. Ya sé que no es culpa tuya. Ni mía. En un taxi me hubiera ocurrido lo mismo. Y aunque no es el lugar apropiado para estar, aquí entre árboles, celebro que hayamos parado. He podido mear. ¡Imaginate si esto me pasa en la carretera, con ella llena de coches! No hubiera podido bajarme a mear y te hubiera meado el coche. Dije riendo. O si hubiera tomado un taxi, le hubiera meado al taxista.
-Lo primero es lo primero. Luego se hubiera limpiado. Dijo el tranquilamente.
-¿Y que le hubieras dicho a tu mujer?, ¿que una compañera se había meado en tu coche?
-No sé. No lo pensaré, pues no ha sido el caso. Y si no te importa voy a bajar la calefacción. Mejor, la quitare un rato. Nos va a dar algo.
-Si. Hace mucho calor. Y huele mucho a tabaco. Dije.
-Eso lo puedo arreglar. Tengo ambientador. Pero no se que es peor. Dijo mientras se incorporaba para coger de la guantera un botecito y mientras yo observaba su empalme. Ahora si, la tenía dura. Lo vi perfectamente. Cuando se incorporó para extraer de la guantera el botecito de ambientador, pude ver su culo y sus testículos colgando por detrás. El echó ambientador y bajó su ventana un poco. Mejoró el ambiente. Aunque poco.
El me miró y se rió. Como él sólo sabía hacerlo. Con espontaneidad. Con la seguridad de un tipo que ya está de vuelta de todo y más cuando se enfrenta a una chiquilla de 20 años y recién casada.
-¡Que carajo, yo no quiero mirar, pero es cómica la escena!
Y lo era de verdad. Opté por descubrir mis pechos enteramente, pues los tapaba con mis manos. Suspiré aliviada y sonreí yo también.
-En fin, sean libres las tetas. Dije mientras se quedaban al descubierto. Supongo que todo no lo puedo tapar.
-No. Eso pienso. De todas formas no te preocupes por mí. Dijo el.
-No. ¡Total ya me has visto todo! Dije resignada.
-No tiene importancia. Es natural. Nadie quería que esto pasara. Ya podríamos estar ambos en casa. Y lo peor es que no para de llover. Mira, tiene ratos que parece que flojea, pero nada. Deben de estar cayendo mil litros por metro cuadrado. Dijo provocando en mí la risa ante la exageración que acababa de soltar por la boca.
No quitaba ojo a mis pechos. Y se lo dije.
-No me quitas ojos a los pechos, y eso me resulta incómodo.
-No. Es cierto. Son muy bellos. Dijo tranquilamente. De todas formas, tú tampoco has quitado ojo a mi estado. Dijo señalándose su pene que seguía en un estado que no era el natural precisamente.
-¿Y tu mujer ? comencé a decir para desviar mi vista de su polla pues me violentaba.
-¿Qué pasa con mi mujer? Preguntó.
-¿Son feas? Dije haciéndome la interesante a la vez que señalaba mis pechos.
-No. Que va. Las tiene muy bien. No dio de mamar a nuestra hija y aún las conserva bien. Pero las tuyas son simplemente bellas. Más bonitas .y mas firmes. Eres muy joven. Tienes 20 años. Están en su esplendor. Las tienes como las chicas de las revistas. Como las modelos. Eres un modelo de tetas. ¡A ver si un día voy al hiper y veo un póster de tus pechos por allí!
-Gracias. Pero no me gusta ir enseñando las tetas por ahí.
-Hoy ha sido circunstancial y no ha habido remedio.
-Supongo. Dije. Las tendré como tu hija.
-Si. Casi. Las tuyas son más grandes.
-¿Se las has visto?
-OH si, varias veces.
-¿Y no le importa?
-Supongo que no. Pero a mi mujer si. Si a mi hija le importara, se las cubriría para que no se las viera.
Me quedé en silencio un rato. Estaba pensando en aquella situación. Nos estábamos quedando sin tabaco. Suerte que Antonio tenia una botella de agua en el coche. Eché un trago y encendí un cigarro justo cuando sonó mi móvil. Contesté a mi marido. Me llamaba para decirme que había visto imágenes de la carretera de Barcelona y que lo llevaba claro. Que habían dicho que hasta las tres de la tarde no podrían empezar a dejar pasar coches y que el no podía ir a buscarme. Que sólo me quedaba una solución real. Bajarme del coche y echar a andar. Casi le digo algo duro por el teléfono, pero me controlé. Me dijo que lo sentía por mi compañero. E incluso quiso que le pasara el teléfono para que le agradeciera que se hubiera ofrecido a llevarme a casa y decirle que sentía el movidon en que le había metido yo. Mi marido es la leche. Colgué el teléfono y le expliqué a Antonio lo que había pasado. Lo que me dijo mi marido. Le impactó eso de las 3 de la tarde. Lo noté en su cara. Llamó a su mujer. Fue breve. Ella también había visto en unos avances informativos lo que estaba pasando en todo Madrid. Le dijo que no se preocupara por ella ni por la niña, pues así la llamaban. Que lo importante era su seguridad. Y lo cansado que debía estar. Y más, dentro del coche.
-Bueno, al menos estamos apartados de los demás coches. Quiero decir que no tenemos vecinos a los lados. Pero también es un inconveniente. Nos aburrimos. Siempre es divertido ver como actúa la gente en un caso así. Todos atrapados en los coches sin poder bajarse. ¡Menudo problema si alguien quiere mear! Dijo riendo.
-Si. Sonreí. ¡Haber como se baja del coche y lo hace delante de todos!
-Bueno nosotros no hemos tenido ese problema. Estamos sólos y alejados de la carretera a unos 100 metros. Es más, no se oye nada más que llover.
Y entonces se rascó su vello púbico. Instintivamente. Sin darse cuenta de mí presencia. E instintivamente abrí mi boca sorprendida por el gesto de Antonio.
-¿Qué pasa te pica?
-OH eh .no .no .sólo que ..perdona. Dijo. Son estúpidas costumbres de los tíos. Lo siento. No me he dado cuenta.
-No hay nada que perdonar. Mi marido también lo hace. Además según estas ..supongo que es lógico. Dije refiriéndome al empalme que se divisaba.
-Lo siento. No lo puedo evitar. Ambos estamos casados y ya sabemos como es esto. Te excitas y se pone así. Vosotras las mujeres lo tenéis mejor. Dijo.
-Es verdad. Dije sin apartar la vista de aquel pene. De todas formas si no me miras las tetas, tal vez vuelva a su lugar y se quede todo como debe ser.
-Eso es imposible. Dijo. Comprende la situación. Desnudos los dos. En el coche. En el asiento de atrás. Lloviendo ahí fuera lo que llueve. Nuestras ropas mojadas. Sentado al lado de una compañera de trabajo de 20 años, preciosa y con un cuerpo .
-No sigas por favor. Le dije. Puedo ser tu hija.
-Lo siento. Es la verdad Me resulta difícil no pensar en lo bien que estás. Te había visto por el hiper alguna que otra vez, pero no había reparado en ti. Dijo sinceramente. Ni siquiera pensaba que estuvieras casada.
-Eso mismo me había pasado a mí. Repliqué.
-Discúlpame, de verdad. Parezco un bobo mirando tus tetas.
-¿Te gustan? Pregunté.
-Mucho.
-Gracias. Dije. ¿No tienes una baraja de cartas o algún juego en el coche? Pregunté para cambiar de tema.
Entonces acercó su cara a la mía y me miró unos instantes. Serio. Expectante. Luego acercó sus labios a los míos y me besó. Yo no retiré mi cabeza como hubiera debido hacer. Cerré los ojos. Al ver que yo no me retiraba, el volvió a besarme. Luego, puso sus manos en mis costados a la vez que me besaba otra vez, pero ahora yo abrí mi boca y nuestras lenguas se encontraron. Ahora el beso ya no era furtivo. Era consentido. Apasionado. Deseoso. Puse mis manos en su espalda y le apreté contra mí. No paraban los besos. Iban y venían con la justa interrupción para aspirar aire. Entonces el se separó de mi y me miró a los ojos.
-Espera .espera esto no esta bien. Me gusta, pero no quiero hacerte daño. Me he dejado llevar por un impulso y no es lo
Tape su boca con la mía y ahora era yo quien tomó la iniciativa del beso. Estaba claro. Ambos queríamos. Sobraban las explicaciones.
Mi camisa fue retirada de encima de mis piernas por la mano de Antonio. Yo abrí mis piernas permitiéndole acceder a lo que buscaba. Cuando noté su mano en mi sexo, introduje la mía entre sus piernas encontrándome con una polla dura y tiesa. No había duda. Arrogante polla. Altiva y energúmena, protegida por dos bolas canosas hinchadas. Agaché mi cabeza y la metí en mi boca. El se recostó en el respaldo y comenzó a suspirar cada vez con más ardor. Tocaba mi culo mientras. Después mis pechos. Luego me levantó la cabeza y me sentó encima suyo. Frente por frente. Del rombo que formaban sus piernas y las mías, emergía un titán duro y deseoso. Nos continuamos besando hasta que yo arrimé su pene a mi raja, y me dejé caer encima mientras se abría paso en mis entrañas. Cerré los ojos. Crucé mis manos tras su nuca y comencé a cabalgar encima de Antonio. Abrí los ojos un instante y le observé con los suyos cerrados mientras sus manos se amarraban a mis tetas. La explosión del deseo no tardó en llegar. Juntos. Nos miramos a los ojos mientras cada uno vertía sus jugos dentro del otro e iniciábamos una conversación de gemidos placenteros y gestos de pasión.
Llegue a mi casa a las 7 de la tarde. Mi marido me esperaba sin nervios. El segundo polvo que eché con Antonio a eso de la 1 de la tarde, fue interrumpido por la llamada a mi móvil de mi marido. Me preguntó que tal lo estaba pasando encerrada con un compañero de trabajo en un coche y rodeada de vehículos por todos los lados. Le dije que de maravilla, mientras Antonio se rozaba en mi interior sin descanso. El se rió y con un te quiero, me colgó mientras yo sentía las embestidas del pene de Antonio. Tiré el móvil encima del asiento y seguí cabalgando sobre el. Con mi mano apretaba sus huevos por detrás de mi espalda, mientras me mordía los labios. Empezó a llover con menos intensidad. Pudimos bajar algo la ventanilla y respirar aire de calle. El coche apestaba a sexo. Me había dejado llevar por las circunstancias y había follado con un compañero de trabajo. No una, si no dos veces. No me sentía culpable pese a poner los cuernos a mi marido. Me sentía agradecida por tener la polla de Antonio dentro. Por haberla disfrutado. Luego a eso de las 2 y media, me pidió que se la chupara.
-No te cansas nunca. Le dije.
-Contigo aquí no podría cansarme.
Y fue cuando vino lo mejor. Se la chupé y se la puse dura otra vez. Entonces el me pidió que bajáramos del coche. Llovía menos y salimos fuera. Desnudos. Descalzos. Me abrazó y me besó. Sus manos abrazaban mis nalgas y se apretaba contra mí. El agua nos resbalaba por el cuerpo. Mi pelo empapado me daba un aspecto primitivo. Mis pezones duros, parte por el frío y parte por la excitación, se clavaban en su pecho velludo y canoso. Luego dejó caer mi cuerpo desnudo sobre el capó del Peugeot, se echó mis piernas a los hombros y me lamió el sexo hasta que me corrí. Su lengua y las gotas de lluvia golpeándome en los pechos terminaron por hacer que me evadiera y le dejara hacer lo que quisiera conmigo. Con los ojos semiabiertos, viendo como nos caía el agua en nuestros cuerpos, sin frío y con deseo, tomó mis muslos y sujetándolos con sus manos, penetró otra vez en mí interior, llevándome a un mundo de deseo escandaloso. Sin duda, ha sido el mejor polvo de mi vida. Tal vez por la situación con la lluvia y eso .
Follé tres veces con el. Y hubiera follado otras tres si no hubiera parado de llover. Llegué a casa a las 7 de la tarde.
Antonio llego dos horas mas tarde que yo. Pero había valido la pena. Me había follado tres veces.
Hace unos días mi marido recordó aquella situación de la lluvia y el coche de Antonio. Se rió de mí. Me dijo que era una estupidez estar encerrados en un coche un montón de horas con un compañero de trabajo, que a lo peor, ni me caía bien. Me molestó su ironía y le conteste, sin nervios, sin rencor
-Sabes, lo peor fue cuando tuve que mear. El me acompaño para que no me viera nadie orinar.
Se puso blanco. Me preguntó si el me había visto el coño. Le dije que enteramente, sobre todo cuando Antonio me dio un kleenex para limpiarme. Se le aceleró el pulso. Se puso muy celoso y dejó de hablarme unos días. Luego se le pasó. Me quiere y está muy enamorado de mí.
Desde entonces no para de ir a mi Hiper a buscarme. Está celoso. Me llamó desvergonzada y no sé cuantas cosas más. No le hice caso. No valía la pena.
Sigo follando con Antonio. El pone la experiencia mientras mi marido tiene el ardor de la juventud. Suelo follar con el dos veces a la semana. Nos hemos buscado un rincón en el hiper y aunque son polvos rápidos, me corro como una loca cada vez. Últimamente quiere penetrarme analmente. Aún no le he dejado, pero sé que cederé a su experiencia y sabiduría. Me folla de maravilla. Cuando noto su barra dura rozar en mi clítoris .creo morir.
Y cuando salgo del trabajo, mi marido está esperándome. Y se saludan al cruzarse, mientras yo me agito en mi interior al recordar las embestidas de mi compañero de trabajo.
En estos dos últimos meses hemos follado de todas las maneras posibles, pero sé que aún me va a enseñar cosas nuevas. Y también sé que me enredará en situaciones límites. Disfruta follándome. Mi marido dice que nunca tengo ganas de hacerlo. Pero me excuso con el cansancio del trabajo. No se hasta dónde llegaré con esta historia que he empezado con Antonio, pero eso .es otra historia. Sólo se que estoy viciada con el. Cuando recuerdo la lamida que me hizo tumbada en el capó de su coche, con el agua cayéndonos encima, para después penetrarme hasta el fondo de mí ser, esté donde esté, me tengo que masturbar. Por suerte trabajamos en el mismo lugar y casi siempre le tengo a mano para saciarme.
Coronelwinston